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El 'corralito' talibán: la crisis que viene en el nuevo Emirato islámico de Afganistán
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No se puede confiar solo en el opio

El 'corralito' talibán: la crisis que viene en el nuevo Emirato islámico de Afganistán

Los talibanes están a pocos días de desvelar la composición de su nuevo Gobierno que tendrá que hacer frente a una galopante crisis económica que se cierne sobre el país

Foto: Un fajo de afganis, la moneda local de Afganistán. (Reuters)
Un fajo de afganis, la moneda local de Afganistán. (Reuters)

Miles de personas hacen cola de más de tres horas frente a los cajeros automáticos de Kabul, bajo la atenta mirada y el tembloroso cañón de las armas largas de los milicianos talibanes que patrullan las calles. Los bancos han recibido órdenes de solo permitir sacar unos pocos billetes a cada persona, el primer 'corralito' talibán. Cientos de afganos venden todas sus pertenencias en las calles, desde sábanas a un frigorífico, por unas pocas monedas para poder comer. No hay liquidez en la calle. El afgani, la moneda local, se ha desplomado y la inflación está por las nubes. El precio del azúcar y los huevos se ha multiplicado un 20% en solo una semana, según datos del Banco Central.

Los talibanes están a pocos días de desvelar la composición de su nuevo Gobierno —un anuncio que ha tenido que ser pospuesto por discrepancias internas por quién ocupará qué puesto en el nuevo mapa del poder del Emirato talibán—. Entre sus primeros y más acuciantes retos será hacer frente a una galopante crisis económica —inflación, falta de liquidez, imposibilidad de pagar salarios, colapso de los servicios básicos...— que se cierne sobre el país. Se espera que el PIB de Afganistán se hunda un 10% este año. A la crisis económica se unirá también una "catástrofe humanitaria", según ha advertido el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.

Pocos días después de hacerse con el control de Kabul, una delegación de los talibanes entró en la sede del Banco Central de Afganistán, demandando inspeccionar los miles de millones de dólares de Afganistán en reservas extranjeras. El 'Financial Times' narra la escena: los aterrorizados trabajadores tuvieron que dar las malas noticias; las reservas de moneda extranjera (dólares) eran almacenadas a miles de kilómetros de distancia, en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York, en Manhattan. La mayor parte de los aproximadamente 9,5 mil millones de dólares en activos del Banco Central Afgano han sido congelados —al menos temporalmente— por Estados Unidos, como una forma de presión a los talibanes. "Podríamos decir que los fondos accesibles para los talibanes son quizá el 0,1-0,2% de las reservas internacionales [de Afganistán]. No mucho", tuiteó Ajmal Ahmady, exdirector del Banco Central afgano, poco después de huir del país.

Y los talibanes necesitan ese dinero. A lo largo de sus más de 20 años de insurgencia, los talibanes han demostrado ser capaces de generar recursos económicos para mantenerse, desde los ingresos del comercio de opio a la minería ilegal o las donaciones de simpatizantes (principalmente del golfo o Pakistán), pero sobre todo de los impuestos que aplicaban en las áreas bajo su control. En los años más boyantes, los ingresos de los talibanes ascendían a algo más de 1.000 millones de dólares, según estimaciones de Naciones Unidas. Y lo hicieron al margen del sistema bancario internacional, utilizando la banca islámica 'hawala', de intercambios irregulares de dinero bajo los radares y ampliamente utilizada por la población afgana.

Pero gestionar un país no es gestionar una insurgencia, como los talibanes saben en sus propias carnes. "Cuando gobernaron Afganistán del 1994 a 2001 fue un absoluto desastre de gestión. Por poner un ejemplo, durante su primer Emirato el mulá Omar mantuvo el Tesoro del Gobierno talibán en su propia casa en Kandahar, sin administrarlo para nada", cuenta a este diario Thomas Johnson, investigador de la Universidad de Monterey, California y autor del libro 'Narrativas de los talibanes'. Y, durante los últimos 20 años de intervención estadounidense, la economía de Afganistán también ha cambiado. El PIB del país, estimado 22.000 millones de dólares, se ha multiplicado casi por tres desde que los talibanes abandonaron el poder en 2001. Pero, al mismo tiempo, se trata de una economía especialmente frágil, muy dependiente de la ayuda internacional, que supone cerca del 40% del PIB del país. Sin acceso a liquidez ni fondos para pagar a los funcionarios, que llevan ya un mes sin cobrar, servicios públicos tan básicos como la sanidad están en el alambre. Los talibanes han instado a los funcionarios y trabajadores de salud a regresar a sus puestos, pero las perspectivas son difíciles.

No fue hasta el 23 de agosto, más de una semana después de la conquista de Kabul, cuando los talibanes nombraron un nuevo gobernador del Banco Central, pero la experiencia del manejo de la economía de un país todavía necesita de un ejército de funcionarios y gente formada —muchos en el extranjero— que están intentando a toda costa salir del país. "Los talibanes se han dado cuenta de que no tienen la experiencia que necesitan", sostiene un exembajador afgano al FT. Los afganos "no deben abandonar el país, sino unirse a los talibanes en su reconstrucción", afirmó esta semana Inamulá Samangani, miembro del buró político de los talibanes, en una entrevista con la BBC. Una de las primeras medidas anunciadas por los talibanes fue la amnistía general, pero pocos se fían de las promesas talibanas.

Foto: Talibanes patrullan las calles de Kandahar, Afganistán (EFE)

Lo cierto es que los talibanes tienen poco margen. Con una economía tan dependiente de los donantes extranjeros, el bloqueo preventivo de las reservas en EEUU y la congelación de prácticamente todos los préstamos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los países de la Unión Europea, así como de la ayuda humanitaria internacional está siendo un duro golpe, al que hay que añadir una extenuante sequía y la pandemia de coronavirus. Más de 14 millones de afganos están en riesgo de hambruna, según el Programa Mundial de Alimentos.

Drogas y rutas

En su afán de ser reconocidos por los países occidentales (y con la esperanza de que descongelen los fondos y las donaciones humanitarias), los talibanes han prometido poner fin a su dependencia del tráfico ilegal de drogas, con el consecuente golpe a la economía rural afgana. En 2020, los agricultores de la amapola afgana produjeron unas 2.300 toneladas de opio, según estimaciones de Naciones Unidos, más del 90% del suministro mundial ilícito. "Afganistán ya no será un país de cultivo de opio", declaró el portavoz principal de los talibanes, Zabihulá Mujahid, en la primerísima rueda de prensa tras la toma del poder. Pero la promesa, por su puesto, vino con truco: "La comunidad internacional debe ayudarnos".

Ya en su primer emirato, los talibanes lograron reducir la producción de narcóticos en más de un 90% entre el 2000 y 2001, en un intento de recabar apoyo internacional en un momento en el que solo eran reconocidos por tres países (Emiratos Árabes Unidos, Pakistán y Arabia Saudí). Pero, a cambio, los islamistas tuvieron que enfrentarse a una revuelta campesina que facilitó la falta de apoyo a los talibanes en determinadas zonas rurales con la invasión estadounidense.

Foto: Soldados estadounidenses ante un cultivo de amapolas. (Reuters)

Sin contar con los ingresos de las drogas, los talibanes podrían confiar en los impuestos del comercio del mercado negro desde los países vecinos por las rutas que cruzan el país, ahora enteramente bajo su control. "Los talibanes se han hecho con el verdadero premio económico del país: las rutas comerciales, puntos estratégicos para el comercio en el sur de Asia. En sus manos estarán estas fuentes de ingresos altamente rentables y con los países vecinos, como China y Pakistán, dispuestos a hacer negocios, los talibanes no dependerán tanto de las decisiones de los donantes internacionales", escriben en el 'New York Times' Graeme Smith y David Mansfield, expertos en la economía informal de Afganistán.

¿China y Qatar al rescate?

Pero ese tipo de ingresos requerirán tiempo y, sobre todo, la reapertura de las fronteras con los países vecinos, ahora fuertemente vigiladas por temor a la ola de refugiados afganos. La Organización Internacional para la Migración calcula que hasta 1,5 millones de afganos podrían salir del país este 2021.

La solución para capear el temporal económico más inmediato, a la espera de la posibilidad de que Estados Unidos o la UE reconozcan al nuevo —todavía no anunciado— gobierno talibán y den de nuevo luz verde a fondos o ayuda al desarrollo, los talibanes se han volcado en dos aliados con menos escrúpulos: Qatar, un viejo amigo y financiador, y China.

El portavoz principal de los talibanes, Zabihullah Mujahid, ha declarado que fondos chinos serán "la fundación del desarrollo afgano" y que "China será la puerta [del Afganistán de los talibanes] a los mercados internacionales". China, que cuenta con intereses tanto económicos (ampliación de la Nueva Ruta de la Seda, millonarios recursos mineros) como de seguridad (controlar el terrorismo islámico en su frontera), se ha mostrado dispuesta a negociar. "Los talibanes esperan la participación de China en la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán. Estamos de acuerdo", declaró hace unas semanas Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China.

Pero no es tan fácil que China acuda al rescate. Aunque Pekín lleva años estudiando la posibilidad de extender el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) hasta Afganistán, con la construcción de autopistas (de Kabul a Peshawar), trenes (a Kandahar) y oleoductos, lo cierto es que se ha materializado muy poco dinero. La gran infraestructura china en el país, un proyecto de 2.800 millones de dólares en una mina de cobre de Aynak, cerca de Kabul, lleva años estancado. La inversión necesaria en infraestructura para obtener los recursos minerales del país, que el anterior Gobierno afgano cifró en más de tres billones de dólares, y trasladarlos a China por unas casi inexistentes redes de transporte afganas requerirá ingentes inversiones. "China es realista en cuanto a la promesa [económica de Afganistán], la situación de seguridad nunca la ha hecho posible", sostiene Andrew Small, analista para Asia del European Council on Foreign Affairs, a este diario. Y, tras el atentado suicida de la filial local del Estado Islámico contra el aeropuerto de Kabul, que se cobró las vidas de más de 170 personas, hasta la capacidad de los talibanes de mantener la seguridad está en duda.

Miles de personas hacen cola de más de tres horas frente a los cajeros automáticos de Kabul, bajo la atenta mirada y el tembloroso cañón de las armas largas de los milicianos talibanes que patrullan las calles. Los bancos han recibido órdenes de solo permitir sacar unos pocos billetes a cada persona, el primer 'corralito' talibán. Cientos de afganos venden todas sus pertenencias en las calles, desde sábanas a un frigorífico, por unas pocas monedas para poder comer. No hay liquidez en la calle. El afgani, la moneda local, se ha desplomado y la inflación está por las nubes. El precio del azúcar y los huevos se ha multiplicado un 20% en solo una semana, según datos del Banco Central.

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