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Mandos soviéticos, estándares OTAN: la batalla intestina del Ejército ucraniano
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Dos almas del Ejército ucraniano

Mandos soviéticos, estándares OTAN: la batalla intestina del Ejército ucraniano

Inmersa en la contraofensiva, Ucrania pelea contra el Ejército ruso en el campo de batalla y contra su pasado estratégico y operacional

Foto: Un militar ucraniano sentado en un obús M119 en una posición cercana a la línea del frente. (Reuters/Oleksandr Ratushniak)
Un militar ucraniano sentado en un obús M119 en una posición cercana a la línea del frente. (Reuters/Oleksandr Ratushniak)
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"Lo más valioso de un Ejército son sus soldados. Ni la tecnología ni los números ganan las guerras, lo hacen las personas. Todavía queda mucho alto mando formado en la Unión Soviética que no repara en enviar a la gente al matadero". Oleksandr lo cuenta de primera mano; una orden de su coronel estuvo a punto de matarlo. Él y su unidad combatían sin la ropa ni las armas adecuadas. Tras varias semanas en la línea cero, recibieron la aprobación para retroceder. Fue el verano pasado, en los alrededores de una Soledar todavía controlada por Ucrania. No había rusos en la zona. O al menos esa fue la confirmación de su superior.

Desconfiado porque conocía el terreno, Oleksandr decidió encabezar el convoy de retirada y liderar a sus hombres. Los peores temores se confirmaron cuando vio entre la maleza el cañón de un tanque. El blindado colocó el frontal de su vehículo en el punto de mira y disparó. La fortuna quiso que, aquel día, él y su copiloto llegaran vivos al hospital. Nadie murió en la refriega.

Foto: Un 'howitzer' alemán operado por el Ejército ucraniano cerca de Soledar. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)
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Menos suerte tuvo Emile-Antoine Roy-Sirois, en fechas similares, en el mismo frente. De nuevo tras una emboscada de carros de combate rusos. Apenas mes y medio antes del fatídico 18 de julio en el que este joven canadiense y otros tres extranjeros perdieron la vida, Roy-Sirois reconocía haber declinado sumarse a la enésima misión sin planificar de su comandante porque era "un suicidio".

Lo confesaba en un encuentro fortuito a la entrada del principal hotel de Bajmut, mientras bloqueaba y desbloqueaba constantemente el móvil, ante la falta de noticias de sus compañeros. El día que Roy-Sirois falleció, lo hizo bajo las órdenes de Ruslan Miroshnichenko, un comandante ucraniano acusado de emborracharse antes de lanzarse al campo de batalla y arriesgar la vida de sus soldados.

"Nadie confía en Ruslan. Es un trozo de mierda", denunció anónimamente uno de sus hombres a Business Insider. Aquella emboscada terminó con seis militares abandonando la unidad y, al tiempo, con Miroshnichenko relegado del puesto, aunque encontró acomodo en otra área de la Legión Internacional.

Foto: Funeral colectivo por 25 soldados ucranianos muertos en el frente este de la guerra contra Rusia. (EFE/Manuel Bruque)

Críticas que vieron la luz porque involucraban a extranjeros. Muertos cuya relevancia mediática no puede tapar el silencio del Ejecutivo ucraniano, por más que el país mantenga un férreo control sobre la información de los caídos. Y, aunque no existe victoria sin derramar sangre, numerosas bajas ucranianas se explican por misiones suicidas, falta de preparación y un escaso valor por la vida.

La nueva doctrina ucraniana

Situaciones vividas en los tres frentes, al mismo tiempo que Ucrania y sus generales mostraban a su pueblo y al mundo una imagen muy diferente al descalabro y precariedad de 2014.

Han sido nueve años de aprendizaje en el este del país, bregándose en importantes batallas y con rotaciones por las que han pasado decenas de miles de soldados. En el Donbás fue precisamente donde el coronel general del Ejército de Tierra Oleksandr Syrskyi se curtió como jefe de operaciones. El mismo hombre al mando de la ofensiva de septiembre en Járkov, que terminó con la recuperación de 12.000 km cuadrados en apenas unas semanas. Un éxito operacional alejado de la doctrina rusa de avance lento y martillo artillero.

En aquella campaña, también participó su tocayo, el mismo Oleksandr que a punto estuvo de morir en la emboscada de Soledar. A pesar de su experiencia por diferentes frentes, prefirió no ocultar el temor a su esposa: "Saldremos en los libros de historia o moriremos en el intento". La de Járkov terminó siendo una de las grandes victorias de Ucrania en estos 15 meses de invasión.

Frente a la guerra de fuego constante de Severodonetsk y Lysychansk, y el desgaste, farola a farola, sufrido por el mando ruso en Bajmut —20.000 muertos, tan solo del grupo Wagner, según su líder—, Ucrania plantea un escenario de maniobras en el que pequeños errores pueden generar pérdidas, pero cuyo beneficio recompensa el riesgo. Fue exactamente lo que ocurrió en septiembre.

Según confesó Syrskyi en una entrevista a The Economist, los objetivos estaban cumplidos al quinto día. Sin embargo, no ordenó frenar y cavar trincheras. Pidió perseguir a los rusos y avanzar lo máximo posible. Finalmente, fueron 50 km cuadrados en apenas tres días.

Foto: Gente posando frente a un tanque del Grupo Wagner, en Rostov. (EFE/Arkady Budnitsky)

Esa flexibilidad es parte de la misma doctrina por la que Occidente ha encumbrado a Valery Zaluzhny, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas. Un hombre que, a pesar de su apodo —General de Hierro—, introdujo en Ucrania novedades como la capacidad de los oficiales para tener iniciativa y responder a los ataques enemigos sin necesidad de consultar con los mandos superiores. Una descentralización crucial a la hora de enfrentarse a un enemigo demasiado rígido. Hasta la fecha, Putin ha cambiado tres veces el jefe de Estado Mayor para hacerle frente.

"Los estadounidenses nos dijeron que nos preparáramos para una defensa en las trincheras, pero teníamos una oportunidad y la aprovechamos... Nuestra tarea consistía en distribuir nuestras fuerzas más pequeñas de forma que pudiéramos utilizar tácticas no convencionales para detener la embestida", explicó tras la defensa de Kiev.

Foto: Una bandera de Vladímir Putin, en Moscú, el 25 de junio. (EFE/Maxim Shipenkov)
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Un general con cintura cuya tesis de máster fue el estudio de las estructuras militares de EEUU, a pesar de haberse formado en la Ucrania postsoviética. Quizá por eso ha estudiado también en profundidad a sus vecinos y no tiene reparos en reconocer que "la ciencia de la guerra está ubicada en Rusia". "Aprendí de Gerasimov (ahora homónimo y principal adversario). He leído todo lo que ha escrito y es el más inteligente de todos", explicó en Time.

La visión de Zaluzhni y Syrskyi va tomando cuerpo en unas Fuerzas Armadas todavía trufadas de hombres cuya doctrina está ligada a la Unión Soviética (el propio Syrskyi se formó en la Escuela Superior de Mando Militar de Moscú, el West Point ruso). El nuevo modelo se asemeja mucho más a los estándares de la OTAN y se distancia por completo de las oleadas humanas para avanzar a base de superioridad numérica.

La estrategia de la picadora de carne deja miles de muertos e imágenes dantescas como las compartidas recientemente del lado ruso, en el que la segunda línea dispara a los compañeros que retroceden.

No pegar tiros es una buena opción

Sin embargo, muchos analistas no consideran suficientes los éxitos ucranianos en Járkov y Jersón, y deslizan dudas sobre la capacidad de su ejército para realizar "verdaderas ofensivas". El motivo: no haber realizado todavía un asedio y enfrentamiento directo.

Lo que parecen ignorar estas voces es que precisamente fue el trabajo previo —como se está viendo en el inicio de la actual contraofensiva con la destrucción de radares, piezas de artillería y sistemas antiaéreos— lo que obliga a soldados del Kremlin a huir a la carrera.

Foto: Borrell, en una imagen del 15 de junio en Bruselas. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)

Además, armamento como las lanzaderas de cohetes estadounidenses Himars, o los más recientes misiles británicos Storm Shadow, permiten al Ejército ucraniano disparar a decenas de kilómetros, destruyendo los centros logísticos, los puntos de acumulación de tropas y los depósitos de armas con máxima precisión.

En la campaña del sur, también se suma la participación de, al menos, tres de las 12 brigadas instruidas en países occidentales. Un programa que ya ha formado a más de 60.000 efectivos, según confirmó la semana pasada el General Mark Milley, jefe del Estado Mayor estadounidense. Unidades con Leopards y Bradleys, blindados que ponen por delante la seguridad del soldado y cuya tasa de supervivencia ante minas o misiles anticarro es muy superior a la soviética.

Capacidades ucranianas alabadas incluso por Yevgueni Prigozhin, líder del grupo paramilitar Wagner, tras salir de Bajmut, en mayo. "Tienen altos niveles de organización, entrenamiento e inteligencia. Disponen de diversas armas y, además, pueden operar con igual éxito cualquier sistema: Soviéticos, de la OTAN, lo que sea. Y afrontan sus pérdidas con filosofía. Todo está dirigido al objetivo más alto, como lo estuvo para nosotros durante la Gran Guerra Patria. Pero de forma más tecnológica y precisa", reconoció.

A pesar de sus críticas interesadas al mando ruso, es indudable que Kiev cuenta, en estos momentos, con las tropas más experimentadas del mundo, en el campo de batalla. El objetivo de Ucrania es claro: liberar a su pueblo. Y, para lograrlo, necesita doblegar al invasor y lidiar con las dos almas que conviven en el interior de su Ejército.

"Lo más valioso de un Ejército son sus soldados. Ni la tecnología ni los números ganan las guerras, lo hacen las personas. Todavía queda mucho alto mando formado en la Unión Soviética que no repara en enviar a la gente al matadero". Oleksandr lo cuenta de primera mano; una orden de su coronel estuvo a punto de matarlo. Él y su unidad combatían sin la ropa ni las armas adecuadas. Tras varias semanas en la línea cero, recibieron la aprobación para retroceder. Fue el verano pasado, en los alrededores de una Soledar todavía controlada por Ucrania. No había rusos en la zona. O al menos esa fue la confirmación de su superior.

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