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El destino que no quiere (casi) ningún policía: "Aquí hay que tener el corazón encallecido"
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VIOLENCIA CONTRA LOS NIÑOS

El destino que no quiere (casi) ningún policía: "Aquí hay que tener el corazón encallecido"

El Grupo de Menores es testigo directo de la esencia misma de la maldad, aquella que se manifiesta con violencia contra los más indefensos. Una unidad que genera un gran desgaste psicológico. "Muy pocos quieren venir"

Foto: Agentes del Grume de la Comisaría Provincial de Málaga durante un registro. (Cedida)
Agentes del Grume de la Comisaría Provincial de Málaga durante un registro. (Cedida)

¿Qué no le hará cuando estén en casa?", se preguntaron atónitos los policías tras visionar los dos videos entregados por el colegio. La primera grabación, con un plano corto por la cercanía de la cámara de seguridad, muestra a la adolescente llegando al punto del colegio en el que espera su madre. Sin mediar palabra, le cruza la cara de una bofetada. Comienza a propinarle multitud de puñetazos, la jala por el cabello y la arrastra por el suelo y la patea en varias ocasiones. Le grita y zarandea con violencia. Las imágenes del segundo archivo muestran en primer término a unos maestros que se encuentran charlando. En la lejanía, se observa la paliza. Los docentes se giran alertados por las voces. Parecen bloqueados, como si no creyesen lo que están viendo. Reaccionan y salen corriendo en auxilio de la menor. Tratan de apaciguar la situación, pero la mujer agarra del pelo a su hija y abandonan el centro. La víctima apenas se protegía tímidamente, como si hubiese asimilado esa situación con una terrible normalidad. Un calvario del que se había percatado una profesora que, al darse cuenta de que su alumna se quejaba al apoyarse en el respaldo de la silla, le pidió que le mostrara la espalda. La joven se levantó la camiseta y mostró su cuerpo amoratado, marcado por los golpes, consecuencia de la última paliza.

El inspector Julián M. Alonso, responsable del Grupo de Menores (Grume) de la Comisaría Provincial de Málaga, reconoce con la boca pequeña que no le gustaban los niños. Ese fue uno de los motivos de que abandonase su carrera como docente tras dos años trabajando como profesor de Educación Física. Bueno, ese, y porque su sueño desde pequeño siempre había sido ser un GEO. Por eso no deja de ser paradójico acabar investigando asuntos donde lo menores son víctimas y ejecutores. Casos cuyos detalles estremecen. Diligencias plagadas de instantáneas que hacen dudar de la condición humana. Radiografías de fracturas, partes médicos de sucesivas operaciones o declaraciones que hielan la sangre.

Foto: Fotografía de la Policía Nacional.

Es el peaje a pagar en la unidad de la que huyen la mayoría de los agentes. Un grupo que se enfrenta a una constante carga psicológica y que es testigo directo de la esencia misma de la maldad, la que se manifiesta en forma de violencia contra los más indefensos. Un trabajo ingrato para el que hay que tener "el corazón encallecido", pero que Julián no cambiaría por ningún destino porque también "te muestra la cara más bonita de la sociedad".

Las investigaciones de malos tratos son posiblemente en las que el inspector —que lleva cuatro años al frente del grupo— ha percibido con más brillo esa reacción positiva. Lo personifica en los médicos que con mimo y una delicadeza casi poética "retiraban, milímetro a milímetro, la piel de una niña de un mes de vida que supuestamente había sido quemada por sus padres". Pero también lo hace extensible a esas familias que a cualquier hora de la madrugada se desplazan para acoger "a un bebé con las pestañas llenas de sarna". Y a esa ciudadanía que decide implicarse y denunciar el posible calvario que puede estar sufriendo un pequeño. "Cuando ves la implicación de tanta gente, no tienes otra obligación que encontrar a quien lo ha hecho".

El inspector y su equipo han tenido que ir familiarizándose con la terminología con la que se escribe el horror. Fractura en asa, es uno de esos conceptos que escuchan con más frecuencia de la que desearían. Se trata de una rotura ósea que sufren los niños de corta edad en la parte superior de las rodillas cuando son zarandeados violentamente. Es la que detectaron los facultativos del hospital Materno Infantil de Málaga en un pequeño que ingresó, además, con lesiones en las costillas y daños cerebrales que se manifestaban con un enrojecimiento de los ojos.

Los agentes han tenido que ir familiarizándose con la terminología que describe el horror

Los agentes del Grume se desplazaron e interrogaron al progenitor, que explicó que tenía cogido al niño en brazos y que se le resbaló cuando se encontraba en el salón. Para evitar que golpeara contra el suelo, lo agarró en el aire de una pierna y el costado. "El mecanismo de acción que describió no se correspondía con las lesiones que presentaba el bebé", así que se optó por hacer una reconstrucción en el domicilio. Para ello emplearon un muñeco y pidieron al padre que reprodujera todos los movimientos. Cada uno de ellos fue captado fotográficamente por los investigadores, que concluyeron finalmente que el hombre supuestamente agitó con fuerza el cuerpo de su hijo porque no dejaba de llorar.

"Tarde o temprano, pasa factura"

"Antes del Grume, estuve al frente de un grupo de la Unidad de Droga y Crimen Organizado (Udyco) dedicado a luchar contra el tráfico ilícito de vehículos. Allí, los investigados eran los más malos del mundo, pero el objetivo final no dejaban de ser coches. Aquí, son niños que te necesitan, que están en riesgo", señala Julián, que asume que la dureza de los casos repele a muchos policías. Cuando ha tenido la oportunidad de incorporar a nuevos efectivos, la inmensa mayoría de los agentes a los que tanteó respondió "no". "Muy pocos quieren venir voluntarios", afirma, "pero cuando se integran, actúan con total profesionalidad".

Cristina es de las pocas policías que tenía claro que el Grupo de Menores era su sitio. También le atraía la Brigada de Información, pero no se lo pensó ni un segundo cuando se le presentó la oportunidad. "Me gusta, sobre todo, por el lado humanitario", declara, a pesar de que es consciente de que es un trabajo que, "tarde o temprano, pasa factura". Y eso es algo que constata la alta rotación de agentes que hay con respecto a otras unidades. Ella es la más veterana y tan solo lleva tres años.

placeholder Sede de la Comisaría Provincial de Málaga, donde tiene su base Grume. (Cedida)
Sede de la Comisaría Provincial de Málaga, donde tiene su base Grume. (Cedida)

Aunque "me quedo con la satisfacción personal" frente a "los malos tragos", reconoce que la frenética sucesión de casos va provocando una mella física y mental que se deposita en el cuerpo como un sedimento. Estas consecuencias las percibe en su vida personal. Madre de dos hijos, confiesa que la mayor ha tenido más libertad que el pequeño, y este cambio coincide con su incorporación al Grume. "Mi hijo no va a un campamento, ni a dormir a casa de un amigo, vienen a la mía", señala. Julián reconoce temores similares en el cuidado de sus tres hijos. "Todos ellos tienen instalada la aplicación AlertCops y si quieren tener un móvil deben firmar un contrato simbólico por el que me permiten revisarlo y deben avisarme si detectan algo raro", añade.

El responsable del grupo explica que "el uniforme es como una coraza que te protege física y mentalmente". "Cuando terminas tu turno, te lo quitas y regresas a casa; pero eso no ocurre cuando trabajas de paisano. No hay ese momento de desconexión que se produce con un hecho tan simple como cambiarte de ropa", se sincera.

La manta roja

Solo "el sonido más que la imagen—" de los videos de pedofilia deja una huella que hace comprensible ese permanente proteccionismo de los suyos. Un sentimiento que se agarra con más fuerza en cada investigación de agresiones sexuales que llega la unidad. En la memoria colectiva hay muchas de ellas, aunque cada miembro del Grume tiene una que le ha marcado personalmente. Julián, por ejemplo, recuerda una cuyo trasfondo era un episodio de incitación a la prostitución entre menores. El presunto autor era un chico que para saldar una deuda que mantenía con otro por una postura de hachís, obligó a su pareja a que mantuviese relaciones con el acreedor. El encuentro se produjo a las 12:00, a pleno día, bajo un puente. Junto a la barriada de La Palmilla. La víctima quiso convencer a los agentes de que todo había sido consentido, pero el destrozo que hizo en su cuerpo dejó claro que el chico se cobró mucho más de lo que le debían.

El caso que removió las entrañas de Cristina se simboliza en una manta roja que recordará toda su vida. Es en la que un padre tumbaba a su hija encima antes de violarla. "Es la historia más dura que he escuchado jamás". La escuchó de voz de la propia víctima, tumbada en una camilla del hospital y mientras esperaba ser reconocida por un médico forense. Tenía tan solo 13 años. Y la chica relató que era agredida sexualmente por su progenitor de forma regular. Él era un tipo pendenciero, cuyos únicos ingresos procedían de la recogida de chatarra y que no tenía ningún escrúpulo. Cuando quería satisfacer sus instintos más salvajes, llevaba a la pequeña a un monte de la zona norte de Málaga y consumaba la violación. Un año, y otro, y otro.

Cuando Cristina fue al lugar que les indicó la pequeña, allí encontraron la manta roja. Como si fuese un fetiche. Son esos momentos en los que en la mente se agolpan los sentimientos de pena, rabia y dolor. "Esa niña estaba rota delante de mí", y aún sin saber algo que acabarían descubriendo los médicos: el padre, que no utilizaba preservativo, le había contagiado el VIH.

En el Grume hay una alta rotación de agentes. La más veterana lleva tres años

El inspector explica que en el grupo intentan mantener una distancia prudencial con los casos para evitar que el zarpazo emocional sea muy profundo, pero señala que "la historia que te conmociona hoy, lo volverá a hacer mañana". Así que, para que el Grume no te lleve por delante, "es necesario crearse una red de protección". En su caso, los amigos son la válvula de descompresión. También la clase de spinning ayuda a liberar tensiones. "Hay que establecer mecanismos de defensa para que el trabajo no te persiga hasta casa", añade la agente. Pero son conscientes de que, a pesar de que "cuando se cierra una investigación, se cierra, vuelve a tu vida cuando tienes sobre la mesa una historia similar". Y eso —desgraciadamente— ocurre a menudo.

El tito amable

Alberto, subinspector, se incorporó hace un año al grupo. Procedía de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Comisaría de Algeciras. Una zona caliente, por lo que estaba curado de espantos. Pero ese bagaje, no obstante, no ha impedido que le sorprenda "la cantidad de detenidos" que hace el Grume. Uno de los que precisó de más esfuerzos para su captura fue un individuo de una reputación intachable de cara el exterior, querido en su familia y de amable comportamiento.

Foto: Concentracion contra la sentencia a los acusados de la autodenominada 'manada'. Foto: Efe

La investigación partió del temor de una joven treintañera que un día acudió al grupo para contar que había sufrido abusos por parte de su tío "durante toda la infancia". Explicó que nunca se había atrevido a contarlo porque "nadie" le iba a creer y confesó que daba el paso porque tenía dos hijas pequeñas y este individuo se pasaba por casa de su madre cuando había dejado a las niñas a su cuidado. El problema con que se encontraron los agentes es que el delito había prescrito, "pero la experiencia nos decía que este tipo de depredadores es reincidente y decidimos indagar en el entorno familiar".

Los agentes le pidieron los contactos de todas las primas que pudieran haber tenido relación con el investigado y fueron llamando una a una. La primera llegó acompañada por su pareja y cuando le explicaron por qué había sido citada "se le cambió el gesto". "Siempre pensé que esta mochila la iba a llevar sola", declaró la mujer antes de comenzar a relatar las penurias sufridas desde niña. "Cuando abandonó el despacho, en la puerta, se cruzó con otra familiar que esperaba. La miró, y le preguntó: '¿A ti también?'. Después se fundieron en un abrazo", recuerdan los agentes.

placeholder La labor de los facultativos es clave para el trabajo de estos agentes. Los hospitales son como una extensión del grupo. (EFE)
La labor de los facultativos es clave para el trabajo de estos agentes. Los hospitales son como una extensión del grupo. (EFE)

A pesar de la rotundidad de los testimonios, los responsables del caso se topaban con la prescripción y comenzaron a pensar que el sospechoso se les iba a escapar. Fue entonces cuando dieron con otra familiar que presuntamente había sufrido abusos en un plazo dentro de lo que establecía la ley para poder actuar penalmente. El caso, finalmente, se cerró con un total de cinco niñas víctimas de este depredador.

Policías y psicólogos

El subinspector reconoce que cuando se incorporó al Grume, "no esperaba" el calado de las investigaciones y el volumen de trabajo. "La media es de tres, cuatro o cinco denuncias diarias", apunta Julián, que aclara que "ahí no se incluyen las desapariciones". "Es cierto que la práctica totalidad son voluntarias, pero cuando se produce una inquietante, movilizamos todos los recursos disponibles".

Los acosos escolares "nos desbordan". No solo el que se produce entre alumnos, sino también el que padecen los profesores. "Crean perfiles falsos en redes y prolongan esta situación fuera del contexto del colegio", señala el inspector, que ha llegado a la conclusión de que los menores acosadores "no son conscientes del daño de sus actos".

"No puedo borrar el sufrimiento que has tenido hasta ahora, pero te prometo que se va a acabar"

Son en situaciones como estas en las que "somos más psicólogos que policías", manifiesta Cristina. "Sea un maltrato, un abuso o un acoso, tenemos que tener en cuenta que para la victima es el problema más importante del mundo, porque es esa persona quien lo vive", recalca, antes de recordar un episodio de bullying que estaba sufriendo una adolescente por su físico. Los insultos y vejaciones se hicieron naturales y la chica sufrió trastornos alimenticios. "Me entrevisté con ella y le dije: 'No puedo borrar el sufrimiento que has tenido hasta ahora, pero te prometo que se va a acabar'". Y así fue. "Para mí fue muy reconfortante cuando un mes más tarde me llamó la madre para darme la gracias porque había cesado el acoso", explica esta policía nacional, que sigue dándole vueltas a la silenciosa erosión que produce la constante exposición a estos casos.

"Ahora tengo preocupaciones que antes ni me planteaba", asume la agente, que confiesa que "he comenzado a valorar la posibilidad de un cambio de destino". Julián abandonará el Grupo de Menores en breve porque ha ascendido a inspector jefe. La unidad tendrá un nuevo comienzo. Y una historia —desgraciadamente— dará paso a otra. Un día tras otro. "Lo importante es no perder la humanidad, porque si eso ocurre, mal asunto".

Una tarde de juegos, un arnés y denuncia de maltrato infantil

"Lo más difícil de nuestro trabajo es cuando los adultos que no sabemos resolver nuestros problemas ponemos a los niños en medio", señala el responsable del Grupo de Menores (Grume) de la Comisaría Provincial de Málaga, que apunta a los problemas de pareja como trasfondo de denuncias complejas que pueden generar mucho sufrimiento. Julián Alonso recuerda el caso de una mujer que informó de que había detectado una serie de moratones en las ingles y brazos de su hija después pasar el día con su padre. El matrimonio estaba litigando por la custodia de la niña y los agentes debían andar con pies de plomo.

Optaron por investigar el caso con una técnica similar a la que se emplea en los homicidios y "reconstruimos la línea temporal". El padre negaba haber maltratado a su hija, pero tampoco podía explicar el origen de los cardenales. El hombre, "plenamente colaborador", contó cada paso que dieron desde que recogió a la menor. Una fiesta de bienvenida, reunión familiar y un rato divertido en un parque de ocio. En su móvil tenía fotografías de cada instante.

Los agentes estaban desconcertados: las lesiones eran evidentes, pero el testimonio del investigado transmitía veracidad. Afortunadamente para él, los agentes dieron con la clave. Repasaron de nuevo las instantáneas y se detuvieron en una serie que captaba el momento en el que la pequeña estaba en una atracción que requería llevar un arnés. Preguntaron al padre y este les contó que su hija subió casi una decena de veces. Ya sabían qué provocó los moratones: "En las fotos se observaba con claridad que las presillas se clavaban en las zonas lesionadas" cuando la pequeña hacía movimientos mientras jugaba.

La pericia de los investigadores evitó que esta persona finalmente acabara detenida.

¿Qué no le hará cuando estén en casa?", se preguntaron atónitos los policías tras visionar los dos videos entregados por el colegio. La primera grabación, con un plano corto por la cercanía de la cámara de seguridad, muestra a la adolescente llegando al punto del colegio en el que espera su madre. Sin mediar palabra, le cruza la cara de una bofetada. Comienza a propinarle multitud de puñetazos, la jala por el cabello y la arrastra por el suelo y la patea en varias ocasiones. Le grita y zarandea con violencia. Las imágenes del segundo archivo muestran en primer término a unos maestros que se encuentran charlando. En la lejanía, se observa la paliza. Los docentes se giran alertados por las voces. Parecen bloqueados, como si no creyesen lo que están viendo. Reaccionan y salen corriendo en auxilio de la menor. Tratan de apaciguar la situación, pero la mujer agarra del pelo a su hija y abandonan el centro. La víctima apenas se protegía tímidamente, como si hubiese asimilado esa situación con una terrible normalidad. Un calvario del que se había percatado una profesora que, al darse cuenta de que su alumna se quejaba al apoyarse en el respaldo de la silla, le pidió que le mostrara la espalda. La joven se levantó la camiseta y mostró su cuerpo amoratado, marcado por los golpes, consecuencia de la última paliza.

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