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El oscuro mundo del dinero en el fútbol, un parque de atracciones con vistas al infierno
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Desde el mundo Real

El oscuro mundo del dinero en el fútbol, un parque de atracciones con vistas al infierno

La aparición de Arabia Saudí ha roto el mercado tal y como lo conocíamos, pero hace décadas que las recalificaciones, las tramas políticas y el petróleo corrompieron este deporte

Foto: Cristiano Ronaldo posa antes de disputar un partido en Arabia Saudí. (Reuters/Stringer)
Cristiano Ronaldo posa antes de disputar un partido en Arabia Saudí. (Reuters/Stringer)

A mitad de semana, el hincha futbolero se levantó con sensaciones lúgubres. Gabri Veiga, el último de los mediapuntas estilosos que suenan todos los años para el Madrid, se iba al fútbol saudí. 21 años tenía el chico. Siempre saludaba, decían los vecinos. Este fichaje era el pico final en una carrera rapidísima que comenzó en navidades de este año con el fichaje de Cristiano Ronaldo por el Al-Nassr árabe. Cristiano era un jugador en decadencia, así que se tomó como algo normal su huida hacia el desierto. Las cantidades asombrosas que se manejaron (200 millones) fueron vistas como una excentricidad, palabra muy sonora que occidente le dedica siempre a todo aquello que se sale de sus cánones de corrección y limpieza.

Meses después, fue Karim Benzema el que se fue. La gente comenzó a carraspear. Karim estaba en su pico descendente, pero era todavía uno de los mejores del mundo. Su deambular por el campo tenía el mismo prestigio que el de los grandes museos. La liga árabe había arrancado un Velázquez de las entrañas del museo del prado. Todos comprendimos que el paradigma fundamental: los grandes futbolistas siempre juegan en Europa, estaba próximo a terminar. Detrás de Karim comenzó la gran migración: Messi, Busquets y Alba se fueron a Estados Unidos.

Foto: Un fan del Al-Nassr muestra un extraño cartel animando a Ronaldo. (EPA)

Algo con lo que se contaba. Pero Sadio Mané y Mahrez se iban a la península arábiga con varios años de su mejor fútbol, todavía por delante. De todas formas habían pasado ya la frontera de los 30. El siguiente paso sería llevarse a un figurón en su mejor momento. Y después a una gran promesa. Y ese era Gabri Veiga, a un paso del Nápoles pero tentado desde el feudo saudí con un salario digno de un primer espada de la NBA. Arabia Saudí no es el país más rico del mundo. Con una población de 37 millones de habitantes, tiene un PIB que es la mitad del Español.

El fútbol como lavado de imagen

A cambio, tiene un estado pequeño, apenas se pagan impuestos y el poder y el dinero está concentrado en unas pocas familias. Eso es lo que necesita el fútbol, gran concentración de capital y dinero que fluya para hacer frente a grandes traspasos y sueldos gigantescos. Cash. Algo que da el petróleo más que cualquier otra cosa. El fútbol no da dinero. Es una máquina de generar prestigio y fascinación. Es el mayor lavadero de imagen y de dinero negro que ha conocido la historia. O el segundo mayor. Quizás después de los Juegos Olímpicos.

Bernabéu ya decía que "si el fútbol fuera rentable lo comprarían los bancos". Él se conformaba con tener un club saneado y victorioso que sirviera como aval para los préstamos necesarios para acometer los fichajes. La economía era entonces una ciencia sencilla. El Real construyó el mayor estadio de Europa porque el único dinero que entraba en el fútbol era el de las taquillas. Como decía Di Stéfano: "Bernabéu cada vez que agarraba la plata la convertía en cemento para hacer más plata, y luego fichaba a otro jugador para llevar más gente, y con lo que volvía a ganar, agrandaba el estadio. Y así siempre".

Foto: Alfredo Di Stéfano posa con las cinco Copas de Europa que conquistó. (R. Madrid)

Aun así, y a pesar de que el régimen franquista utilizara los éxitos del equipo merengue para aliviar su pésima imagen internacional, el Real no tenía demasiado margen de maniobra. La otra forma de obtener dinero para los clubs necesitaba de conexiones políticas de las que Bernabéu carecía: las recalificaciones de los terrenos donde los clubs tenían los estadios o sus campos de entrenamientos. Ese ha sido siempre el punto central de las corruptelas españolas alrededor de este deporte. Concejalías de urbanismo, recalificaciones de terrenos, el equipo de una ciudad como mascarón de proa de la comunidad autónoma y las espesas redes clientelares del tinglado ibérico. Y lo fundamental, la gente (los medios de comunicación) aplaudiendo encantada porque todo eso se hace por el bien común.

La caída de Italia

¿Quién no quiere tener a Bebeto correteando por el campo de fútbol de su ciudad? Taquilla y recalificaciones. Hasta bien entrados los 80, no había más dinero que ese. Dinero limpio o de origen puramente deportivo, del otro dinero, había mucho, dependiendo del país o del club. La liga italiana de los años 80 era un delirio pagado con liras de muy dudosa procedencia. En el caso de la Juventus estaba claro: era la FIAT, empresa de los Agnelli, quien pagaba la fiesta. El Inter de Milán era propiedad del clan Moratti desde mitad de los 50. Aquel equipo fue el primer ensayo de lo que vendría después. Sueldos desorbitados pagados con el dinero del petróleo, un entrenador como un divo de la ópera (Helenio Herrera) y grandes fichajes (Suárez y Fachetti) para acometer la conquista de la Copa de Europa. En el Milan estaba Silvio Berlusconi, aupado a gran empresario italiano gracias a su emporio televisivo y que edificó su descomunal equipo gracias a las misteriosas derrotas del Nápoles de Maradona en la recta final de la temporada 87/88.

Maradona, Van Basten, Platiní, Boniek, Sócrates, Falcao, Zico, Caniggia o Völer. Todas las grandes figuras jugaban en aquel calcio de dinero líquido y tan oscuro como las relaciones de poder en el estado italiano. Fue el campeonato más rico hasta bien entrado los 90 y el ensueño duró hasta que el Moggigate -trama de corrupción orquestada por Luciano Moggi, director general de la Juve, que intentaba influir en los árbitros- puso a los jueces tras la pista del dinero negro y el calcio fue saneado de arriba abajo. A partir de entonces, el dinero huyó del país transalpino, los grandes futbolistas se fueron e Italia dejó de ganar.

placeholder La Serie A resurge de sus cenizas en la actualidad. (Reuters/Ciro De Luca)
La Serie A resurge de sus cenizas en la actualidad. (Reuters/Ciro De Luca)

Es todo una metáfora del fútbol. Un deporte siempre muy cerca de la corrupción, así como los grandes talentos suelen salir de las calles mal iluminadas. Cuando se limpia la calle y al talento se le encierra en la academia, la magia desaparece. Cuando se sanea la estructura que sustenta el fútbol, el dinero se esconde y la fiesta se acaba. Quizás solamente el Madrid, de entre los grandes clubs de Europa, puede sobrevivir de sus propios ingresos. Pero siempre que a Florentino le descuelguen el teléfono los grandes nombres de la política o la banca.

A finales de los 80 comenzó a entrar otro dinero en los clubs: los derechos televisivos. Eso, junto a la Ley Bosman, que permitía la libre circulación de futbolistas dentro de Europa, provocó una gigantesca inflación. Así que en esa nueva etapa, se volvió absolutamente necesario ese dinero que viene de ninguna parte y que utiliza el fútbol para convertirse en legal. Cada país tira de su tradición. El dinero del fútbol opera en la intersección entre estado y sistema económico. En Alemania son las grandes empresas las que sustentan a sus clubs. En Inglaterra, el sacrosanto liberalismo. Nunca se mira la procedencia del dinero y no hay país que sepa atraer el capital mejor que el Reino Unido.

En España el dinero estaba en los contratos televisivos y en las Comunidades Autónomas, muy necesitadas de grandes equipos que actuaran como recipientes identitarios con toda la parafernalia (prensa afín, cajas de ahorro, políticos saltimbanquis) que rodea ese negocio. Dinero público, por tanto, que duró hasta que la crisis nos puso de cara a la pared y dejó el mercado en manos de los dos únicos equipos (Madrid y Barcelona) que podían autofinanciarse y seguir pagando a las figuras.

Solo queda uno

Y no representa a la Generalitat. En una Europa en crisis, ya no había suficiente dinero para seguir manteniendo esa orgía perpetua que es el fútbol del siglo XXI. Así que le abrieron de par en par las puertas al dinero del petróleo. Primero fueron los patrocinios en las camisetas (a ratos parecía que todos los equipos eran sucedáneos de Fly Emirates que se enfrentaban entre sí). Y al poco, el dinero árabe comenzó a comprar los grandes clubs. El Manchester City inglés ha sido la apuesta más poderosa y reflexiva. Mansour Bin Zayed bin Sultan Al Nahayan (cuya familia es la dueña de Emiratos Árabes) es el humilde nombre del jefe del City Fooball Group. Un conglomerado deportivo ideado por Ferran Soriano, gran arquitecto en la sombra del Barça de Pep Guardiola y que es propietario -aparte del Manchester City- de un montón de clubs (entre ellos el Girona) repartidos por todo el mundo.

Foto: Mourinho y Guardiola se saludan en un partido disputado en el Camp Nou. (EFE/Alberto Estévez)

El hecho de que el equipo que más se ha travestido con grandes palabras morales de la historia del fútbol, el Barça de Pep, sea el germen de uno de los peores monstruos que ha engendrado este deporte, es otra de esas maravillosas paradojas de las que el fútbol está llena. Aquel Barça estaba lleno de símbolos. Llevaba a UNICEF y a Qatar en la camiseta. Aspiraba a una paz perpetua donde Messi reinara en un mundo sin patadas en la espinilla. Un poco como esos qataríes a los que Xavi Hernández se refería con rendida admiración. Dictaduras ideales donde se ejecuta a los homosexuales y las mujeres visten con un decoro extremo libre del deseo viscoso del macho.

Es el siguiente paso del fútbol. De la masculinidad sin cortapisas de los 80 y 90, de los estadios incendiados y los hooligans arrasando ciudades, se ha ido pasando a un ambiente familiar lleno de proclamas antirracistas. Lo más oscuro de este deporte, se ha ido deslizando por debajo hasta convertirlo en lo que vimos en el último mundial. Estadios impolutos con aficiones benévolas y correctas, construidos sobre un cementerio de los derechos humanos. Cada década necesita de una imagen. La del portero de la selección argentina, el Dibu Martínez, poniéndose el trofeo de campeones del mundo en sus partes íntimas, sea quizás la definitiva.

A mitad de semana, el hincha futbolero se levantó con sensaciones lúgubres. Gabri Veiga, el último de los mediapuntas estilosos que suenan todos los años para el Madrid, se iba al fútbol saudí. 21 años tenía el chico. Siempre saludaba, decían los vecinos. Este fichaje era el pico final en una carrera rapidísima que comenzó en navidades de este año con el fichaje de Cristiano Ronaldo por el Al-Nassr árabe. Cristiano era un jugador en decadencia, así que se tomó como algo normal su huida hacia el desierto. Las cantidades asombrosas que se manejaron (200 millones) fueron vistas como una excentricidad, palabra muy sonora que occidente le dedica siempre a todo aquello que se sale de sus cánones de corrección y limpieza.

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