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Una 'Marcha Radetzky' al año no hace daño: 10 detalles del Concierto de Año Nuevo de Viena
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la cita imprescindible del 1 de enero

Una 'Marcha Radetzky' al año no hace daño: 10 detalles del Concierto de Año Nuevo de Viena

Se lleva celebrando desde 1941 y desde 1959, el gran espectáculo, que se da en la Sala Dorada de la Sociedad Musical de Viena, se retransmite a más de 90 países. Este año lo dirigirá el alemán Christian Thielemann

Foto: La Orquesta Filarmónica de Viena. (EFE)
La Orquesta Filarmónica de Viena. (EFE)

Como todo en la vida, en Navidad cada maestrillo tiene su librillo sobre cómo celebrar estas fiestas. Ya sea dándole de palos al Tió en Cataluña, haciendo cola en Doña Manolita en Madrid —por si este año salimos de pobres—, saliendo a cantar panxoliñas en Galicia, esperando al Olentzero en Euskadi, hartándote de turrón de Jijona en Jijona, o dándote una vuelta con toda la familia por el mercado navideño de Málaga, todos seguimos nuestras pequeñas-grandes tradiciones.

Pero si hay algo que nos une a todos, más allá de las sobremesas, las pequeñas riñas, las uvas y los atracones, es la programación televisiva del día 1 de enero. Nuevo año, nueva vida, pero una misma certeza: a las once y cuarto de la mañana, la televisión pública estatal, RTVE, retransmitirá en riguroso directo Das Neujahrskonzert der Wiener Philharmoniker, o como nos gusta llamarle los que nuestro alemán flojea un poco, el Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena.

Este concierto, que muchos conocemos por ser el despertador que nos saca de la cama este primer día del año —no por una gran devoción a la música clásica, sino porque alguien decide ponerlo demasiado fuerte en el salón—, se lleva celebrando desde 1941 cada 1 de enero. Y desde 1959, el gran espectáculo, que se da en la Sala Dorada de la Sociedad Musical de Viena, se retransmite a más de 90 países, llegando a más de 55 millones de telespectadores solo en Europa, y por ende, a tu querido hogar.

Y si es verdad que lo más probable es que casi ninguno de estos espectadores llegaremos nunca a verlo en persona, año tras año hemos ido absorbiendo el conocimiento que este nos brinda. Así que, después de casi 30 años viviéndolo, primero como niña que acompaña a su padre a las palmas, luego como adolescente enfadada a la que no dejan dormir, y ahora como adulta con ciertos conocimientos de música, y consciencia de que una Marcha Radetzky al año no hace daño, estas son las 10 cosas que podemos aprender de dicha tradición musical:

Aunque puede que nunca lleguemos a ver este concierto en persona, año tras año hemos ido absorbiendo el conocimiento que nos brinda

1. La puerta a la cultura siempre está abierta, no hace falta ni que te levantes del sofá. Nos empeñamos en decirnos que la música clásica o la alta cultura está reservada para unos pocos. Pero hoy en día todo queda a un clic de distancia y no hace falta ser un experto para disfrutar de ella. Si no, piensa en esa paz que te invade cada vez que se entonan las piezas tranquilizadoras de Debussy o los suaves acordes de la Suite para Orquesta No. 3, de Bach.

2. Austria es un cuento de hadas. Con la comodidad que da tu pijama, hacemos un viaje sonoro por esta cultura europea. Desde los valses mágicos de Strauss hasta las sinfonías épicas de Mahler. La majestuosidad de la Orquesta Filarmónica de Viena o las composiciones de Schubert parecen creados en la más exquisita imaginación de los mejores cuentacuentos europeos.

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3. Ni uno de más, ni uno de menos. Aquí todos tienen su lugar. El trabajo en equipo en su máximo esplendor: los músicos están tan coordinados que casi hacen que parezca fácil. La armoniosa precisión con la que desempeñan las Cuatro Estaciones de Vivaldi o la majestuosidad de la Novena Sinfonía de Beethoven. Cada instrumento acata un papel crucial en esta sinfonía, reflejando años de práctica y perfeccionamiento.

4. Tan apasionado, que parece bailar. Los movimientos del director para llevar a buen puerto cada pieza son electrizantes. Apasionados, tranquilos, precisos, punzantes. Su batuta se mueve como si de una continuación orgánica de su cuerpo se tratara. Ya sean los movimientos cortantes de Herbert von Karajan hasta la pasión incendiaria de Leonard Bernstein. Cada maestro dirige la sinfonía con su propio estilo, convirtiendo el caos en una melodía refinada.

5. La música como cápsula del tiempo. Quizás no podamos nunca conocer a las personas que poblaron nuestro mundo en otras épocas, pero con un poco de ayuda podemos sentir lo que ellos sintieron en su momento. Gracias a un repertorio que muestra la evolución musical a lo largo de los siglos, podemos revivir las composiciones barrocas de Bach y Händel, las polkas del siglo XIX o las innovadoras piezas del siglo XX de Stravinsky o Shostakovich.

placeholder El maestro Franz Welser-Möst, en el concierto de 2023. (EFE/Dieter Nagl)
El maestro Franz Welser-Möst, en el concierto de 2023. (EFE/Dieter Nagl)

6. La Met Gala de las orquestas. Fijaos en la vestimenta de los músicos, esos trajes perfectamente planchados, sin una arruga, un descuido, ni una marca de uso. Perfectos, elegancia en estado puro. Esas chaquetas de cola, esas pajaritas y esos zapatos lustrosos. Nunca la música clásica se vio tan lúcida como durante estas mañanas de enero. Si debo llevar un traje de etiqueta, no aceptaré menos que parecer uno de ellos.

7. Nos falta pista de baile. Ahora creemos tener el baile dominado, conocemos un sinfín de géneros que Spotify va dictando. Pero el Concierto de Año Nuevo nos recuerda que, antes que todo esto, también hubo el vals, la polca, la polca mazurca, la marcha, el scherzo, la cuadrilla, o las contradanzas.

8. Más acción que una película de James Bond. La música clásica tiene mucho que ver con los contrapuntos, la tensión y la ejecución de cada movimiento en el momento preciso. Por eso, ver música en directo es experimentar la inmediatez y la intensidad en tu propia piel, ya sea un recital de música de cámara o la grandilocuencia de una ópera de Wagner. Cada momento se convierte en una experiencia única y vibrante que te puede dejar sin aliento.

placeholder El maestro argentino-español-israelí Daniel Barenboim, en 2022. (EFE/Dieter Nagl)
El maestro argentino-español-israelí Daniel Barenboim, en 2022. (EFE/Dieter Nagl)

9. Una Marcha Radetzky al año no hace daño. La música es un lenguaje universal que no entiende de clase, género, estudios, ni nacionalidad. Por eso, aunque no entendamos las palabras del director, ni hayamos entrado al Conservatorio, cuando esas primeras notas empiezan a sonar, ese tananán-tananán-tananán-tantán llega a nuestros oídos, sabemos lo que tenemos que hacer. Nos volvemos parte del espectáculo, creamos una unión que traspasa televisores y continentes y al unísono picamos unas palmas que nos llenan de una alegría genuina para empezar el año.

10. No hay quien vaya de romería, que no le pesa al próximo día. Y esto sí lo sé yo, lo sabe mi abuela, y el tipo que viste sombrero de copa en Viena. La noche del 31 es posiblemente una de las más desfasadas del año. Así que, aunque no tenga mucho que ver con la música clásica, todos descubrimos que empinar el codo de más, si al día siguiente tienes que transitar por la percusión de la filarmónica, la cosa se puede poner retumbante en tu cabeza. Y si no, fíjate en el tipo de traje de la octava fila a la derecha este año, ese sudor frío puede ser de emoción, pero quizás también es una lucha interna por su estabilidad, porque nadie es inmune a la resaca de año nuevo.

Como todo en la vida, en Navidad cada maestrillo tiene su librillo sobre cómo celebrar estas fiestas. Ya sea dándole de palos al Tió en Cataluña, haciendo cola en Doña Manolita en Madrid —por si este año salimos de pobres—, saliendo a cantar panxoliñas en Galicia, esperando al Olentzero en Euskadi, hartándote de turrón de Jijona en Jijona, o dándote una vuelta con toda la familia por el mercado navideño de Málaga, todos seguimos nuestras pequeñas-grandes tradiciones.

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