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Una 'Medea' explosiva y yihadista incendia el Teatro Real
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Una 'Medea' explosiva y yihadista incendia el Teatro Real

El teatro madrileño recupera la obra de Cherubini con un montaje sensacionalista y fallido de Paco Azorín, con un reparto desigual y con la dirección musical clarividente de Ivor Bolton

Foto: 'Medea', en versión de Paco Azorín en el Teatro Real. (EFE/Javier del Teatro Real)
'Medea', en versión de Paco Azorín en el Teatro Real. (EFE/Javier del Teatro Real)

Hiyab negro, gafas de sol y cinturón de explosivos. He aquí la indumentaria terrorista con que Medea aparece en el montaje de Paco Azorín que ha inaugurado la temporada del Teatro Real en clave sensacionalista. Se trataba de presentar por primera vez en el templo madrileño la ópera capital de Luigi Cherubini (1760-1842). Y de aproximar la tragedia original de Eurípides a las claves espacio-temporales de nuestra época, empezando por una Medea yihadista cuya pulsión vengadora precipita un desenlace explosivo del espectáculo. Mata a sus hijos y al apuntador. Su crimen se describe en la simbología de un brutal atentado.

Tiene sentido exponer a actualidad del infanticidio porque se cometen con la misma asiduidad de antaño. Y porque los niños —ayer, hoy, mañana— se utilizan como la dinamita del despecho y de la venganza. El problema es que la Medea de Azorín caricaturiza a la criminal. La convierte en un espíritu maléfico a quien siempre acompañan tres furias perversas.

La 'Medea' de Azorín caricaturiza a la criminal. La convierte en un espíritu maléfico a quien siempre acompañan tres furias perversas

Lleva lejos Paco Azorín su visión de Medea y la correspondiente extrapolación, aunque la dramaturgia se resiente de la superficialidad, del efectismo y de la confusión iconográfica. Y no por la actualización del mito, sino por la mezcolanza de las fuentes, entre el vellocino de oro, los popes ortodoxos, el paganismo arcaico, los militares contemporáneos, el paganismo, el misterio eucarístico y la Medea del cinturón suicida.

Se hubiera agradecido mayor profundidad psicológica y menos pirotecnia escénica, igual que hubieran salido mejor las cosas de haberse reunido un reparto de mayor cualificación. El caso más flagrante es el del tenor siciliano Enea Scala, alter ego de un Jasón torturado por el vibrato y la ingratitud del timbre, aunque también podría restregársele a Maria Agresta ciertas limitaciones en el pathos del personaje y una acusada monotonía en la expresión vocal.

placeholder Vista general del coro femenino con Sara Blanch (c) (Dircé), durante el ensayo de 'Medea', de Luigi Cherubini. (EFE/Teatro Real/Javier del Real)
Vista general del coro femenino con Sara Blanch (c) (Dircé), durante el ensayo de 'Medea', de Luigi Cherubini. (EFE/Teatro Real/Javier del Real)

Merecen indulgencia esta clase objeciones porque el papel es un campo de minas. Las arias más bellas y contemplativas de la ópera recaen en los roles marginales —estuvieron estupendas tanto Sara Blanch como Nancy Fabiola Herrera—, mientras que la credibilidad del personaje requiere una tensión vocal, una capacidad declamatoria y una enjundia teatral que evocan el misterio de Maria Callas. Fue ella quien rescató la ópera del olvido mediado el siglo pasado. Y quien predispuso una herencia envenenada a quien osara a emularla. Callas resucitó y asesinó a Medea a la vez, de tal manera que su espectro amenaza a los epígonos contemporáneos que la desafían.

Se aplaudió en el Real este martes la entrega y sacrificio de Maria Agresta, como se elogió la nobleza vocal de bajo coreano Jonming Park (Creonte), aunque el mejor y el mayor acto de justicia consistió en los clamores al maestro Ivor Bolton, artífice de una Medea camerística cuyo escrúpulo cromático y dinámicas sonoras reanimaron el honor de Cherubini.

Nunca se había representado en el Real la ópera del compositor italiano pese a haberse estrenado en 1797. Y tiene sentido que el responsable del acto de desagravio sea precisamente un especialista de la transición del clasicismo al romanticismo. Ya se presiente a Beethoven en la obertura de Medea —todavía no había aparecido la Primera sinfonía del compositor germano—, pero también se identifican el influjo reformista de Gluck y el sendero que había dejado abierto Mozart en La clemenza di Tito.

placeholder El tenor Enea Scala (c, arriba), durante el ensayo de 'Medea', de Luigi Cherubini. (EFE/Teatro Real/Javier del Real)
El tenor Enea Scala (c, arriba), durante el ensayo de 'Medea', de Luigi Cherubini. (EFE/Teatro Real/Javier del Real)

Se aprecian unas y otras influencias en la lectura dinámica y esmerada de Bolton. Y emana del foso un ejercicio de armonía conceptual y de matices estéticos que enfatizan la implicación de la orquesta. Un buen ejemplo es el sonido telúrico de las trompas naturales. Y otro radica en la cualificación de los instrumentistas, empezando por el lirismo y la solemnidad con que el fagotista Francisco Alonso meció el aria sublime del segundo acto.

Había una desconexión entre el concepto teatral de Azorín y el criterio musical de Bolton —sensacionalismo frente a purismo—, aunque es probable que ni siquiera la música de Cherubini responda a la hostilidad y la crueldad de la obra teatral de Eurípides que adaptó François-Bennoit Hoffmann y cuyo impacto en el Teatro Real resuelve un olvido imperdonable.

Hiyab negro, gafas de sol y cinturón de explosivos. He aquí la indumentaria terrorista con que Medea aparece en el montaje de Paco Azorín que ha inaugurado la temporada del Teatro Real en clave sensacionalista. Se trataba de presentar por primera vez en el templo madrileño la ópera capital de Luigi Cherubini (1760-1842). Y de aproximar la tragedia original de Eurípides a las claves espacio-temporales de nuestra época, empezando por una Medea yihadista cuya pulsión vengadora precipita un desenlace explosivo del espectáculo. Mata a sus hijos y al apuntador. Su crimen se describe en la simbología de un brutal atentado.

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