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Prender la mecha con tijeras: táctica y estrategia militar en el levantamiento de Madrid
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ARILLERÍA Y PUEBLO

Prender la mecha con tijeras: táctica y estrategia militar en el levantamiento de Madrid

Una visión a las armas, estrategias y tácticas del levantamiento del 2 de mayo y los motivos por los que no pudo triunfar

Foto: Actividades del 2 de Mayo en Madrid. (EFE)
Actividades del 2 de Mayo en Madrid. (EFE)

A cien metros, la consigna era disparar a la rodilla. A doscientos, al pecho. Y a trescientos, a la cabeza. El reglamento español de 1808 para el manejo del fusil de llave de chispa, que tenía un calibre de 18,33 mm, contenía además once precisos pasos para cargarlos y cebarlos tras cada disparo. Incluía detalles de cada uno de esos movimientos, desde la posición de los pies y los hombros, a los giros de cabeza. En definitiva, un manejo bastante preciso y complicado.

A esto hay que sumar que su acción se estimaba eficaz a cien metros, pasable a doscientos y sin efecto a mayores distancias. Y eso en caso de disparar contra formaciones cerradas. La realidad es que, a pesar de las directrices sobre su manejo, no se consideraba posible lograr un tiro certero a más de 60 metros. Mientras, las armas cortas —pistolas de chispa también— tenían menos alcance y menor precisión.

Así se entiende por qué, cuando la masa iracunda y enfebrecida del pueblo de Madrid llegó al Parque de Artillería de Monteleón eso de las 10:00 de la mañana del dos de mayo de 1808 —donde se erige ahora la Plaza del 2 de mayo— pidiendo armas para luchar contra los franceses, el capitán Luis Daoiz prefirió entregarles más armas blancas que de fuego. Cómo es lógico, los madrileños que se lanzaron a las calles a luchar contra el ejército napoleónico, el mismo que había doblegado a toda Europa, carecían de cualquier tipo de entrenamiento para manejar fusiles y pistolas. Y estos nada tienen que ver con las sofisticadas armas modernas, mucho más fáciles de usar.

"Con ese fuego no se buscaba la precisión, sino el efecto de masa con la descarga cerrada de todos los fusileros a la vez (...) Así, el rendimiento individual del tiro era muy escaso, estimándose que sólo uno de cada cien disparos daba en el blanco", explicó el teniente general y experto en insurgencia e historia militar Andres Casinello en el artíulo La guarnición del ejército español en Madrid. Mayo de 1808, publicado en la Revista de Historia Militar.

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La historia del Levantamiento del 2 de mayo en las calles de Madrid contra el invasor francés no puede ser más épica, caótica y sangrienta. Aunque hubo refriegas y matanzas por las calles del centro, la verdadera batalla se centró en torno al parque de artillería de Monteleón. Allí estaban los cañones de la ciudad, la única forma viable de detener a las tropas francesas, unos 30.000 efectivos bien armados, disciplinados y con experiencia en combate que antes de barrer la revuelta madrileña sufrieron lo indecible.

El plan de los artilleros

Llegados a este punto, y para entender el ángulo bélico del 2 de mayo, es pertinente preguntarse si estábamos ante un estallido popular espontáneo contra la tiranía del invasor o si la insurrección obedeció a algún plan previo fraguado en los cuarteles del Ejército. Resulta que la clave, desde el punto de vista militar, para levantar la ciudad y tener algún viso de éxito contra el nutrido destacamento francés que dominaba la capital pasaba por el arma de artillería. El primer paso era bloquear los pasos estratégicos por donde las unidades francesas tendrían que desplazarse para sofocar a los insurrectos, ya que la mayoría se encontraban fuera del centro.

Como es sabido, el detonante del levantamiento fue la decisión del mariscal francés Joaquín Murat, cuñado de Napoleón, de trasladar a fuera de la capital a los únicos miembros que quedaban de la familia real en el Palacio de Madrid, los infantes Francisco de Paula y Maria Luisa, reina de Etruria. Cuando salieron los primeros carruajes por la Puerta del Príncipe, apenas "unas cuantas mujeres y dos o tres hombres del pueblo fueron los únicos testigos", según cuenta el cronista Pérez de Guzmán. Fue el cerrajero José Blas de Molina quien se acercó a investigar y el que habría comenzazo a gritar las arengas contra los franceses tras percatarse de que planeaban llevarse al infante.

"¡Traición! ¡Traición! ¡Nos han llevado al Rey y se nos quieren llevar a todas las personas Reales! ¡Mueran, mueran los franceses!", habría gritado el cerrajero, haciendo que los madrileños fueran arremolinándose en torno a las puertas del palacio secundando sus proclamas, según narró Juan Pérez de Guzmán en El Dos de Mayo de 1808 en Madrid. Sin embargo, la presencia de las tropas francesas ya había indignado a los madrileños en los días previos y se habían producido incluso asesinatos de soldados franceses.

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Recordemos brevemente la secuencia de hechos que llevan a la ocupación francesa: tras el Tratado de Fontainebleau del 27 de octubre de 1807, Carlos IV, aconsejado por Manuel de Godoy, permite a las tropas aliadas francesas pasar por España de camino a Portugal. Después se produce el Motín de Aranjuez, en marzo de 1808, instigado por Fernando VII para forzar la abdicación de su padre, Carlos IV. Este entra triunfalmente en Madrid el 27 de marzo. Finalmente, bajo los auspicios de Napoleón, la familia real, incluyendo al infante Carlos María Isidro, recala a finales de abril en Bayona, donde es retenida por el emperador francés.

En Madrid queda una Junta de Gobierno, aunque el mando lo ostenta realmente el mariscal Murat. Ya en abril se suceden varios asesinatos de soldados franceses hasta el punto de que Murat llama a capítulo al ministro de la Guerra de la Junta de Gobierno española, Gonzalo O’Farrill, para pedirle que cesen. En ese contexto habría surgido una conspiración previa al Levantamiento, precisamente de oficiales de artillería liderados por los capitanes de Artillería Luis Daoiz y Pedro Velarde, que luego se erigirían como héroes de la defensa de Parque de Monteleón

"Acordaron que Daoiz, con el pretexto de completar la cartuchería de fusil y de cañón para los ejercicios de fuego, se encargase de ir reponiendo de municiones el parque de Artillería, operación que llevaría á efecto con gran cautela, para no infundir ningún género de sospechas, y que tanto las piezas que estaban para recomposición como los armamentos sobrantes, se pusieren lo antes posible en perfecto estado de servicio, y se conociere fijamente su número", explicó el capitán de Infantería Luis Tamarit en Monografía histórica del 2 de mayo de 1808, publicada en 1900.

Paisanos furiosos y masacrados

Así, cuando se prende la mecha de la rebelión en las calles de Madrid solo con chuzos, tijeras y navajas pero sin pólvora, ya había una voluntad y organización de unos oficiales de artillería que serán instrumentales para organizar una suerte de defensa en la que los cañones y la munición son la clave. Cuando se empieza a ver el cariz grave que toman los acontecimientos, Luis Daoiz —que tenía a su cargo el mando de la tropa de artillería para defender la plaza— y Pedro Velarde —secretario de la Junta Superior — confabulan para tener prestos los cañones y el mayor número de municiones posibles. El objetivo era anular al contingente francés de apenas 80 hombres que custodiaba el parque donde estaban los cañones.

Según Tamarit, al tiempo que Daoiz hacía preparativos en torno al parque de Monteleón, Velarde se dedicó a urdir la trama en secreto con los demás oficiales de artillería "al objeto de que el golpe revolucionario fuese simultáneo en todos los departamentos". Sin embargo, el plan le llegó al ministro del Ejército Gonzalo O’Farrill, quien habría puesto de alguna forma en sobreaviso a los franceses. Los ocupants reforzaron la vigilancia, haciendo descarrilar los planes de un complot más organizado a finales de abril.

placeholder Monumento a Daoiz y Velarde en la plaza del Dos de Mayo de Madrid.
Monumento a Daoiz y Velarde en la plaza del Dos de Mayo de Madrid.

El cronista Pérez de Guzmán avala, sin embargo, que la resistencia que se produce en el Parque de Monteleón no fue un suceso casual, sino que estuvo preparado de acuerdo al plan trazado por Daoiz y Velarde: "Hubo varios jefes de pelotón cuyas reclutas todas se emplearon únicamente en la defensa del parque y que desde el primero momento dirigieron a él su acción y sus fuerzas".

A primera hora de la mañana del 2 de mayo, las baterías francesas arrasaron a los madrileños que se abalanzaban hacia los invasores en la puerta del Palacio Real. Comenzó entonces una lucha callejera sin cuartel, concentrada en la Puerta del Sol y alrededores, donde los mamelucos acabarían cargando con gran violencia. Hacia las diez de la mañana, el foco se trasladaría hacia el parque de Artillería, donde se estableció la verdadera defensa, tal y como lo describió Antonio Alcalá Galiano, hijo del almirante Alcalá Galiano:

"Sólo se veía en las calles a paisanos furiosos, casi todos de las clases ínfimas, provocando, y uno u otro militar conteniendo. De los primeros, los hubo que mostraron ciego valor, abalazándose a los franceses armados y juntos a buscar vencimiento y exterminio seguros; pero en casi ningún punto hubo verdadero combate, salvo en el Parque de Artillería. El 2 de mayo, pues, sublime por el valor temerario de algunos y por el propósito de declararse contra el formidable poder francés, casi general en todos, pero no fue un milagro; y eso hubiera sido si turbas de paisanaje, ninguna de ellas muy crecida y con buenas armas, hubiera intentado una lid con batallones, o siquiera con compañías del enemigo", narró el militar.

Un conflicto asimétrico

El estallido de indignación contra los franceses resultaba increíblemente desigual, a pesar del coraje y la agresividad. Y lo era porque las guarniciones de Madrid tenían que seguir acuarteladas y en su gran mayoría acataron esa orden de la Junta de Gobierno y del ministro O’Farrill. Cuando el capitán Velarde se presentó en el cuartel de Voluntarios de Estado, en la calle de San Bernardo, para reforzar la guarnición del parque de Artillería, el coronel Esteban Giráldez "manteniendo el Regimiento formado en el patio y en actitud de Defensa, négose enteramente a prestar ninguna fuerza para alimento del motín", según cuenta Pérez Guzmán. Esta era la cuestión: la Junta de Gobierno había ordenado no participar en la revuelta.

Sólo se suma la 3ª Compañía al mando del capitán Rafael Goicochea y de los tenientes Ontoria y Jacinto Ruiz, que será otro de los héroes recordados de la defensa madrileña. Mientras tanto, la posibilidad de haber reforzado puntos estratégicos como la Puerta de Toledo ha dejado de existir porque las tropas de Murat ya han entrado en la capital y no pueden ser contenidas más que por la artillería de Monteleón. Tal y como relata Andrés Casinello, un batallón westfaliano al servicio de Francia que fue rechazado a cañonazos cuando intentaba derribar la puerta.

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Otro segundo ataque de ese batallón, esta vez reforzado por el cuarto regimiento Provincial de la división Musnier, fue también rechazado. Murat se indigna ante la resistencia de los capitanes de artillería y envía una columna de 2.000 hombres con los generales Lefranc y Legrange al frente. Son rechazados hasta tres veces, pero consiguen finalmente doblegar la posición con Velarde ya muerto y Daoiz herido.

Sin munición y sin posibilidad de continuar la lucha, se presenta el capitán general marqués de San Simón que se interpone entre ambos bandos y pone fin a la lucha. Todavía el general Legrange se atreve a insultar al capitán Daoiz que está herido y apoyado en un cañón. Este desenvainó su sable con las pocas fuerzas que le quedaban e hirió al francés, hasta que recibe un último bayonetazo mortal de un granadero que va a socorrer al general.

El estallido de ira del pueblo por una parte y la gallardía militar de los artilleros podría considerarse suicida sin duda ese 2 de mayo de 1808. El plan de los oficiales de artillería había sido abortado antes de tiempo, lo que los dejaba sin apenas posibilidades contra un enemigo muy superior. Pero alguien tenía que prender la mecha aunque fuera sin apenas pólvora. La posterior represión con los fusilamientos y las noticias de la resistencia del pueblo de Madrid fueron el primer episodio de la Guerra de Independencia, que acabaría con la victoria española en 1814.

A cien metros, la consigna era disparar a la rodilla. A doscientos, al pecho. Y a trescientos, a la cabeza. El reglamento español de 1808 para el manejo del fusil de llave de chispa, que tenía un calibre de 18,33 mm, contenía además once precisos pasos para cargarlos y cebarlos tras cada disparo. Incluía detalles de cada uno de esos movimientos, desde la posición de los pies y los hombros, a los giros de cabeza. En definitiva, un manejo bastante preciso y complicado.

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