Es noticia
Diego del Barco pone a Napoleón en fuga: la División del Miño y sus héroes
  1. Alma, Corazón, Vida
Historia

Diego del Barco pone a Napoleón en fuga: la División del Miño y sus héroes

Suena el reclamo del capitán y se abre la boca del infierno. Una descarga tras otra crea una trágica contabilidad de caídos en el bando francés. Es una matanza

Foto: Napoleón (Imagen: iStock)
Napoleón (Imagen: iStock)

“Los españoles todos se comportaron como un solo hombre de honor. Enfoqué mal el asunto ese; la inmoralidad debió resultar demasiado patente; la injusticia demasiado cínica y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido”

Napoleón.

Es una temprana mañana gallega, invernal, una espesa niebla melancólica se mantiene suspendida sobre el agua del Miño mientras una fuerte sucesión de relámpagos atiza a un heterogéneo grupo de atribulados milicianos, guerrilleros y soldados entumecidos mientras esperan adormilados la hora del amanecer. Agazapados entre la enorme masa de la foresta circundante, cerca de un millar de soldados y paisanos camuflados con sacos de arpillera untados en sebo y adornados con trozos de hierba trufados de barro están mimetizados perfectamente con el entorno. El capitán Diego del Barco controla el conjunto del recodo del río con el chiflo de reclamo de aves presto en su mano derecha. Paisanos, oficiales y alistados cubren sus armas con piel vuelta de cordero u oveja en las zonas delicadas. La humedad es muy fuerte y puede deteriorar la herramienta de matar.

Tímidamente, comienzan a aparecer algunas balsas y pequeñas embarcaciones a remo rolando al compás del río y del silencio demoledor que lo impregna todo. Por la noche, otro capitán y algunos oficiales provenientes del este llegan a la posición a uña de caballo. Antes de dormir un rato hacinados en el bajo monte son alertados de la maniobra de los franceses y se emplazan para darles un severo correctivo al día siguiente. Los galos sotto voce van cantando la marsellesa mientras se acercan a la altura de la posición, sin intuir que ellos son el desayuno. El bullicioso himno pronto se convertirá en un Te Deum, para su desgracia.

Foto: El navío español Pelayo acudiendo en auxilio del navío de cuatro puentes Santísima Trinidad durante la batalla del Cabo de San Vicente, que se libró el 14 de febrero de 1797

La Guerra de la Independencia (1808–1814) está desarrollándose por parte del invasor francés en esa área a las órdenes del mariscal Suchet. Una maniobra de pinza para hacerse con la lejana Galicia es el propósito, pero a sus habitantes les da tiempo de sobra a prepararse a conciencia mientras vienen las pésimas noticias sobre el avance de las tropas francesas arrasando en dirección hacia el Atlántico.

A una hora probable, hacia las siete de la mañana son ya varios los centenares de lanchas de fortuna, balsas y embarcaciones de todo tipo que bajan por el inmenso rio llevando a una espectral infantería. El capitán Diego del Barco da la orden de que se franquee el paso al máximo de franceses para poder hacer más eficaz el abanico de las descargas de fusilería de su tropa. Y así es. La propia fuerza de la corriente los acerca a la parte española, con lo que la carnicería será mayor.

Suena el reclamo del capitán Diego del Barco y se abre la boca del infierno. Una descarga tras otra crea una trágica contabilidad de caídos en el bando francés, números que se incrementan sin cesar hasta acercarse al escándalo. Es una matanza. La guerra siempre habla el mismo idioma.

"El propio Wellington quedó asombrado ante las ideas, imaginación y recursos de este militar de carrera"

La columna de infantería francesa, que pretendía desembarcar cerca de O Tomiño, queda colapsada, y los pocos franceses que llegan exhaustos a la orilla no hacen nada por huir. La emboscada ha sido de una eficacia rotunda y los resultados demoledores.

La verdad es evasiva e ilusoria. Napoleón quería ilustrarnos y nosotros queríamos (con honrosas excepciones) “caenas “.

Viene siendo habitual en el acervo 'cultural' de este contradictorio país que el deporte nacional sea meternos el dedo en el ojo (ajeno, se entiende). La clara identidad de un enemigo que nos subestimó en todo momento, nos dividió con suma facilidad ante el innato candor patrio, muy receptivo a los cantos de sirena. Mientras nuestro ejército, tras el susto inicial ,operaba a duras penas como podía en medio de enormes limitaciones logísticas, más de 200 grupos guerrilleros hacían de su capa un sayo en medio de una descoordinación antológica, pero, eso sí, haciendo pupa de la buena a los gabachos. Y luego estaba por ahí el ejército inglés, el perejil de todas las salsas, 'protegiendo' a nuestros hermanos lusos y de paso colándose en nuestro país por la puerta de atrás. Aquello era el acabose.

Foto: Familia tagalo, Filipinas (Fuente: iStock)

El propio Wellington quedó asombrado ante las ideas, imaginación y recursos de este militar de carrera en una lucha tan asimétrica contra el ejército napoleónico. En Alba de Tormes un compañero en un lance fortuito le dispara a la altura del oído izquierdo y lo deja en estado de shock. Sin conciencia situacional, y a consecuencia de ello, los franceses lo hacen prisionero y, sin dudarlo, se da a la fuga esa misma noche. Pero ahí no queda la cosa. En la batalla de Sagunto (1811), estando al mando de la artillería del mariscal Lardizábal, sufre una dura derrota en una situación de clara ventaja. Una cadena de malas decisiones lo deja aislado en una batería con un centenar de artilleros; otra vez cae prisionero y nuevamente se da a la fuga con sus camaleónicas habilidades. Un elemento.

Lentamente, se va definiendo en aquel escenario de anarquía y egos encontrados un atisbo de colaboración. Dos victorias más o menos simultáneas en Bailen y en Viveiro cambian tras años de caos en una nación dislocada por la sorpresiva invasión francesa. Un golpe a traición con mayúsculas. Napoleón es probable que esté purgando en el séptimo círculo del infierno de Dante su esquizofrenia política en ese incómodo espacio adjudicado a la gente violenta. ¿Se puede ilustrar a todo un pueblo a base de repartir obleas? ¿Vale todo? ¿El fin justifica los medios?

"Diego del Barco es evacuado a Colindres y en cuatro días es pasaportado al otro lado sin muchas contemplaciones"

Tras la última batalla en suelo peninsular (San Marcial en 1813), la Guerra de la Independencia sigue por inercia la persecución de los restos del ejército galo ya superado el Bidasoa, para intentar hacerse con el fruto del saqueo del Museo Josefino (Futuro Museo del Prado), obra del ínclito chorizo José Bonaparte y del malvado y arrogante afanador, el mariscal Murat. Pero aquello fue en vano, pues requería una profunda penetración en territorio francés y no estaba el horno para bollos. Más de 250.000 conciudadanos (cerca de un 70% civiles) estaban ya en otro estado de conciencia.

Diego del Barco, a la sazón al mando de un fuerte destacamento configurado por cerca de 10.000 soldados encendidos por la cercana finalización de la guerra, continúan el asalto al último foco de resistencia francesa en la zona de Laredo, en la actual y eterna Cantabria; pero el Dios durmiente no está por la labor de hacer héroes, su pulgar cae por efecto de la gravedad que no de la intención, pues ya hemos dicho que estaba sesteando que es su estado natural.

Diego del Barco es evacuado a Colindres y en cuatro días es pasaportado al otro lado sin muchas contemplaciones. Siete galenos por turnos en el mejor ejercicio de su oficio y a pleno rendimiento intentan que no pierda el conocimiento, pero una gangrena galopante acaba tocando a las puertas de la eternidad. Al final todo es nada.

“Los españoles todos se comportaron como un solo hombre de honor. Enfoqué mal el asunto ese; la inmoralidad debió resultar demasiado patente; la injusticia demasiado cínica y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido”

Historia Napoleón Noadex