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'Turandot', de Nuria Espert, resucita en el Liceu… con final feliz
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'Turandot', de Nuria Espert, resucita en el Liceu… con final feliz

Bárbara Lluch 'restaura' el espectacular montaje que su abuela concibió para la reinauguración del Liceu en 1999, aunque ahora lo protagonizan la batuta sin profundidad de Alondra de la Parra y el duelo vocal de Pankatrova-Fabiano

Foto: La soprano rusa Elena Pankratova y el tenor norteamericano Michael Fabian, en 'Turandot', en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. (EFE/Quique García)
La soprano rusa Elena Pankratova y el tenor norteamericano Michael Fabian, en 'Turandot', en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. (EFE/Quique García)

Mucho se habla de la longevidad vocal de Plácido Domingo (Madrid, 1941), pero el montaje de Turandot reestrenado en el Liceu concedía el papel del emperador Altoum al veteranísimo tenor germano Siegfried Jerusalem. Ha cumplido 83 años el histórico cantante wagneriano. Y no es que su contribución al acontecimiento resultara del todo audible ni estimulante, pero la aparición de Jerusalem a bordo de unos mayúsculos leones enfatizaba el sesgo nostálgico y noventero de la ópera de Puccini.

Es la misma producción opulenta y espectacular que reinauguró el templo barcelonés (1999) después del incendio (1994). La concibió Nuria Espert con un final sorpresa (el suicidio de Turandot), aunque la versión restaurada de su nieta, Bárbara Lluch, tanto respeta el final feliz como acredita maestría en el movimiento de las masas y en el trabajo de los actores.

El entusiasmo de los espectadores en el teatro y la respuesta de la taquilla plebiscitan la iniciativa del revival, más o menos como si los melómanos del Liceu y los aficionados circunstanciales agradecieran una tregua lúdica al predominio de los montajes transgresores, intelectuales y presentistas.

Hacer caja

Aprovecha el teatro catalán para hacer caja, igual que el Real con Rigoletto. Y para proponer Turandot como un espectáculo indeclinable de las fechas prenavideñas. Quince son las funciones garantizadas hasta el 16 de diciembre. Dos son los repartos. Empezando por el que encabezan Elena Pankatrova, Michael Fabiano y Marha Mathéu.

Se les aplaudió sin distinción a los tres, pero tiene sentido distinguirlos. Y no solo porque la Liu de Mathéu se demuestra discreta en sus pormenores vocales y dramáticos, sino porque Fabiano focaliza el papel estelar del acontecimiento. Le beneficia el himno popular del Nessun dorma. Y lo hace la valentía y la personalidad con que concibe el personaje.

Se ha ensanchado y oscurecido la voz del tenor italo-americano. Ha prosperado hacia un repertorio di forza. Y ha convertido a Puccini en el argumento de la alianza que más contratos y glorias le proporcionan, aunque no le puso las cosas fáciles la competencia de Elena Pankratova. Hierática y estática la concibe la dirección escénica de Espert-Lluch. Y mayestática se dirige la soprano rusa los espectadores en una economía de medios gestuales que le consiente, al mismo tiempo, proyectar los matices y las aristas de una voz atractiva, poderosa y penetrante.

placeholder Un momento de la representación de 'Turandot' en el Teatro del Liceu. (EFE/Quique García)
Un momento de la representación de 'Turandot' en el Teatro del Liceu. (EFE/Quique García)

Se ha cuidado en el reparto a los personajes secundarios —estupendos Esteve, Moisés Marín y Lliteres como Ping, Pang y Pong— y tiene sentido reparar en el homenaje a Jerusalem, sobre todo porque el mítico heldentenor alemán debutó en el Liceu hace exactamente 40 años —El murciélago— y porque se prodigó aquí varias veces como especialista en el repertorio wagneriano (La valquiria, Lohengrin).

El viaje en el tiempo permitía desempolvar la Turandot de Espert y de someterla al test de la actualidad. Sigue vigente en sus presupuestos de impresionar y epatar. Y conserva la grandilocuencia escénica que caracterizaba las escenografías sensacionalistas de Ezio Frigerio. Falleció el artista italiano el pasado año, pero le ha sobrevivido su inseparable figurinista: Franca Squarciapino firma un Turandot de vestuario exquisito, como si el oro, la plata y las lentejuelas tachonaran el reflejo de la cúpula celeste.

Podría representarse todas las tardes la ópera de Puccini a semejanza de un gran musical en La Rambla de Barcelona. Y sería necesario adoptar a Alondra de la Parra, cuyo debut en el Liceu ha entusiasmado al graderío y dividido a la crítica. La zona de grises tiene que ver con una cierta convencionalidad y asepsia en la concepción musical. No escasean los desajustes ni le sobra pasión ni imaginación a la Turandot de la directora de orquesta mexicana —demasiadas veces, la orquesta va detrás de los cantantes—, pero los clamores unánimes de los espectadores confirman que la ópera de Puccini garantiza una tarde de fiesta.

Mucho se habla de la longevidad vocal de Plácido Domingo (Madrid, 1941), pero el montaje de Turandot reestrenado en el Liceu concedía el papel del emperador Altoum al veteranísimo tenor germano Siegfried Jerusalem. Ha cumplido 83 años el histórico cantante wagneriano. Y no es que su contribución al acontecimiento resultara del todo audible ni estimulante, pero la aparición de Jerusalem a bordo de unos mayúsculos leones enfatizaba el sesgo nostálgico y noventero de la ópera de Puccini.

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