El 'Mesías' de Händel como nunca lo habías escuchado (ni visto)

Muchísimas versiones discográficas. Y opciones extraordinarias. ¿Por qué entonces llevar a cabo un nuevo Mesías? ¿Qué sentido sumar una opción al inventario de un catálogo saturado? Las preguntas y las dudas se resuelven en cuanto escuchamos los primeros compases del prodigio que ha concebido John Nelson con las huestes de The English Concert.

La agrupación barroca inglesa ya había canonizado el oratorio de Händel bajo la dirección de Trevor Pinnock en una grabación memorable (1988), pero el transcurso de las décadas y la clarividencia de Nelson han justificado la oportunidad de una alternativa con resultados impresionantes.

No hay una obra más representativa de las fechas navideñas ni, al mismo tiempo, peor tratada. Tiende a interpretarse con frivolidad y ligereza, como si fuera un apéndice del Aleluya y un entretenimiento de coristas aficionados. Por eso tienen sentido la labor filológica, la enjundia estética y el estupor creativo del maestro Nelson. No es británico, ni alemán, sino costarricense con pasaporte de Estados Unidos, aunque su mayor afinidad territorial se reconoce en el repertorio händeliano. Treinta años se han cumplido de su versión premonitoria de Semele. Y han proliferado desde entonces las incursiones felices en las óperas y los oratorios del compositor germano (y londinense), más o menos como si los sucesivos escalones jalonaran un camino de perfección e iniciático hacia la cima del Mesías.

El trance sobrevino el año pasado entre los muros de catedral de Coventry. Y se produjo en directo, sin interrupciones ni cortes, en presencia de una estupefacta feligresía. Se percibe una fabulosa atmósfera de sugestión y devoción, como si el oratorio alojara una misión litúrgica, más allá de la imponente concepción musical con que Nelson escruta la partitura.

Produce una extraña sensación de virginidad escuchar un Mesías como si no se hubiera interpretado nunca antes. Y no solo porque es la primera vez que se reúnen las siete versiones que fue concibiendo Händel desde el estreno en 1741, sino porque la versión se resiente de una fabulosa trama sonora. Suena delicada y abrupta. Terrenal y sobrenatural. Espiritual y sensual. Más que un director de orquesta, Nelson se desempeña como un médium, como un chamán, aunque los méritos del acontecimiento discográfico resultan indisociables de la calidad de la orquesta, de la excelencia del coro y de las prestaciones del cuarteto solista.

La sensibilidad de Lucy Crowe (soprano) y de Alex Potter (contratenor) es tan elocuente como el carisma vocal de Michel Spyres —el baritenor americano está sublime— y como la hondura de Matthew Brook (bajo), cuya intervención categórica en The trumpet shall sound predispone un fabuloso ejercicio dialéctico con la trompeta natural de Mark Bennett.

La 'revelación' de este 'Mesías' revolucionario puede escucharse en la grabación del sello Erato y puede verse en la propuesta de Filmin

Tiene sentido identificar en un miembro de la orquesta toda la cualificación de The English Concert. La calidad de las maderas impresiona tanto como la aptitud de las cuerdas en todos los matices y exigencias que requiere la estupefaciente versión de Nelson. Unas veces suenan delicadísimas. Otras parecen instrumentos de percusión y emanan un sonido agreste.

La revelación de este Mesías revolucionario puede escucharse en la grabación del sello Erato (Warner) y puede verse en la propuesta de la plataforma Filmin. Se registró en noviembre de 2022 bajo unos presupuestos narrativos que enfatizan la sobriedad, el misterio y el estupor sonoro. Oír para ver. Ver para oír. Una experiencia magnética. Un auto de fe progresivo.

El maestro Gómez Amat recordaba o aclaraba que el Mesías no es una obra necesariamente navideña. Alude el oratorio de Handel al nacimiento de Cristo, pero tanto contiene referencias del Antiguo Testamento como subraya la pasión y muerte del hijo de Dios. Y a la resurrección.

El malentendido, sin embargo, no ha impedido que el Mesías se haya arraigado en el calendario natalicio. Muchas veces a costa de triturar la obra y de convertirla en un pretexto para escuchar el Aleluya con un operativo coral desmesurado. O con las siniestras fórmulas participativas.

Estas precauciones no impiden que el Mesías forme parte del repertorio fundamental de cualquier aficionado, más todavía cuando la oferta del catálogo traslada las razones por las que la obra de Händel resulta tan contemporánea. De hecho, la sobrecogedora versión de Nelson puede cotejarse sin complejo alguno con las mejores disponibles en disco. Incluidas las grandes referencias británicas. Tiene sentido ubicar en la cima de la clasificación la de Trevor Pinnock y la de Christopher Hogwood. Han cumplido ambas muchos años, pero conservan toda la teatralidad, cromatismo y frescura que aportaron en su fulgurante aparición.

Es más, el Mesías que Hogwood dirigió en Madrid en la transición de los ochenta a los noventa —no recuerdo la fecha— pertenece a los mejores recuerdos fundacionales de quienes nos iniciamos antaño en la corriente historicista.

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Sucedió el acontecimiento en una iglesia cercana a la plaza de San Juan de la Cruz. Creo recordar que era un concierto gratuito. Y recuerdo aún más que tuve que ocultarme en un confesionario para garantizarme una de las mejores localidades en cuanto se abrieran las puertas del templo.

Tuvieron que cerrarse a la fuerza luego porque la avalancha de espectadores sorprendió a la logística organizativa. Fue una concelebración apasionante en unas condiciones precarias. Recuerdo el flexo cutre que iluminaba las partituras de Hogwood. Recuerdo al bajo David Thomas sugestionando a la melomanía presente con su voz y su aspecto de ultratumba.

Después se añadió al inventario de grabaciones el deslumbrante criterio de John Eliot Gardiner, demostrado que el Händel londinense había encontrado una afinidad idiomática entre los directores ingleses, escrutando su propio idioma. Mantuvieron una especie de exclusiva de autoridad que les hicieron intratables. Más aún cuando otras opciones que se esperaban definitivas, como la Harnoncourt, no anduvieron a la altura de las mayores expectativas.

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Y entonces apareció René Jacobs. No conozco un solo proyecto del maestro belga que no obtenga un resultado sobresaliente. Cualquier iniciativa que emprende termina convirtiéndose en referencia absoluta. Le ha sucedido con Cavalli y con Mozart. Le ha ocurrido con el hallazgo de Keiser como ha vuelto a demostrarse con Monteverdi o con Bach.

Así es que Händel no iba a convertirse en una excepción. Ni por su Giulio Cesare, ni por su Agrippina ni por su Mesías, ubicado en la jerarquía arbitraria de un servidor porque pude escuchárselo en París en directo y porque nunca como entonces descubrí los matices, los estados de ánimo de la partitura, la dramaturgia musical, la proyección metafísica… hasta que apareció la versión alquímica de Masaaki Suzuki o hasta que John Nelson ha echado del templo a los escépticos.