¿Tener 20 años y dedicarse a la música clásica? "Piensan que esto es para cuatro pijos"
Una directora de orquesta, dos pianistas, dos lutieres y un compositor. Son veinteañeros y anhelan el cambio en un mundo ajeno a los jóvenes: "Eso de 'llego, toco mi sonata y me piro' ya no funciona"
Llevan un rato charlando, algunos beben cerveza. Y, en cuestión de minutos, ya han mencionado las sonatas de Beethoven y la ‘Purpurina’ de Alberto Gambino, la Novena de Mahler y el último 'single' de Omar Montes. Son los ingredientes que seis jóvenes han escogido para responder a una pregunta que les atañe, y mucho: ¿qué futuro le espera a la música clásica? Un pianista, un compositor, una directora de orquesta, dos restauradores de pianos y un historiador de la música. Todos rondan la veintena, pero aprenden oficios que han marcado distancia con los de su generación… o viceversa.
Anhelan el cambio. En el formato de los conciertos: "Eso de 'llego, toco mi sonata de Prokofiev y me piro' ya no funciona. Igual funcionaba cuando Prokofiev estaba vivo". En la formación de los conservatorios, enfocada excesivamente en la interpretación, anticuada y ajena al futuro: "Sinceramente, vas a conseguir más conciertos en bautizos que en la Fundación Juan March". En la falta de comunicación y el hermetismo de los auditorios: "La gente no sabe que hay entradas por menos de lo que te cuestan dos cervezas... Piensan que esta es una profesión para cuatro pijos que se gastan 180 euros en un concierto, y no es así".
Aunque la música clásica es una actividad minoritaria entre los jóvenes, los datos apuntan a un acercamiento reciente entre las salas de conciertos y el nuevo público. Según las encuestas de Hábitos y Prácticas Culturales del Ministerio de Cultura y Deporte (de años prepandémicos), el porcentaje de personas entre 15 y 34 años que dicen no haber asistido nunca a un concierto de música clásica ha descendido un 19% desde 2003. Y los jóvenes que manifiestan no sentir ningún interés por este género son un 13% menos.
“Probablemente, vivimos en la era en la que más gente escucha música. Cualquiera puede consumir cualquier género en cualquier momento. Eso no había ocurrido nunca en la historia, hasta este momento”. El que interviene en el debate es Pablo Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1997), compositor, violinista y reciente ganador del bote de 'Pasapalabra' (1.828.000 euros). “Para ser justos, habría que entender que los jóvenes en general no están interesados en ir a conciertos de música clásica, pero tampoco a museos o al teatro… El abandono de la cultura es un poco más amplio”, reflexiona.
Díaz estudió en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, donde obtuvo hace dos años el premio al alumno más sobresaliente de la Cátedra de Música de Cámara. Antes de convertirse en el ganador del rosco, había comenzado un máster de Violín en el Conservatorium van Amsterdam. Ahora, compagina su carrera con un canal de Twitch en el que comparte su interés por los videojuegos. Y confiesa que, algún día, le gustaría dedicarse a componer música para la pantalla.
“Tiene gracia porque a mucha gente, y no necesariamente de altísimos perfiles intelectuales, le gusta la música clásica. Sobre todo a gente mayor. También conozco a muchos jóvenes a los que les encanta la música de cine o de videojuegos. Y eso es música clásica bajo todas las definiciones. Aunque, si les propusieran ir a escucharla a un auditorio, en formato de concierto, quizá se echarían para atrás...”. Alguien responde a Díaz desde otro punto de la estancia. “Claro, es que en el cine y en las series se elimina la etiqueta de ‘clásico’. Pero el audiovisual ha hecho muchísimo por la difusión de la música”.
Quien habla ahora es Matteo Giuliani (Madrid, 1999). Lo hace mirando al suelo, con las manos entrelazadas en el regazo. Las mismas que hace unos meses levantaron a pulso la 'Sonata Dante', de Liszt, o la 'Sonata para piano n.º 2', de Rachmaninov, sobre el escenario del Auditorio Nacional. Giuliani es un chico de 21 años con una madurez inaudita al piano. Tanta como para debutar como solista a los 12 años, también en el Auditorio Nacional, con el Concierto para piano y orquesta n.º 5 de Beethoven, 'El Emperador'.
Tras participar en encuentros y 'master class' con pianistas de talla mundial (Leonskaja, Nebolsin, Achúcarro, Colom), comenzó a estudiar en la Escuela Superior de Música Reina Sofía con el recientemente fallecido Dmitri Bashkirov. Giuliani es, probablemente, uno de los protagonistas de la futura escena pianística de nuestro país. Dice cosas como “fibras sensibles del alma” y habla de la música con dulzura mientras se mira los pies. Este pianista coincide con Pablo Díaz. “Mucha gente conoce a Beethoven o Haendel gracias a las pelis de Stanley Kubrick. También están bandas sonoras como las de John Williams…”.
Frente a Matteo se encuentra Celia Llácer (Valencia, 1994), estudiante de Dirección de Orquesta en el Conservatorio Superior Katarina Gurska. Esta joven de 27 años lleva la batuta ante los 70 músicos de la Joven Orquesta de Estudiantes y Colegios Mayores, JOECOM, en la que ejerce como directora artística y musical. También ha ganado el Primer Premio en el IV Concurso Nacional de Dirección de Orquesta Maestro Galindo y ha sido elegida directora asistente de la Orquesta Joven de Córdoba.
En su orquesta, Llácer trabaja con jóvenes que tienen ciertos conocimientos musicales, pero que no son profesionales. Y se ha enfrentado de primera mano a los obstáculos que un auditorio y una agrupación sinfónica tienen que sortear para llegar a los de su edad. Ella misma idea nuevos formatos para los conciertos. “Nuestro lema es que hacemos música de jóvenes para los jóvenes. Muchos de ellos, lo sé por testimonios que me han llegado, dicen que con nosotros entienden la música y llegan a sentirse cómodos en un concierto. Gracias a esas ventanitas, la gente descubre la música clásica. Para nosotros es muy importante: tanto el intérprete como el oyente deben entender lo que se está tocando”.
Esta directora de orquesta es vivaracha y se desternilla con una anécdota: “Una amiga mía vio la serie ‘Merlí’, y me dijo hace poco: ‘Me encanta, qué pasada de banda sonora’. Y yo le dije: ‘Es que eso es Bach”. Ríen dos chavales desde el otro extremo de la habitación: “¡Pues sí que era una pasada esa banda sonora, entonces!”. Uno, rapado y con bigote. El otro, con el pelo largo. Los dos llevan un mono de trabajo y han acogido esta tertulia en un taller abarrotado de pianos. Porque Eduardo Muñoz y Gabriel Jiménez (Madrid, 1993) trabajan como lutieres y restauradores en Pianos Muñoz (ahora Pianocraft), una empresa familiar fundada hace más de 160 años.
Edu y Gabi no tienen el aspecto de dos personas que pueden dedicar un día entero a restaurar un instrumento del siglo XIX. Lijar, barnizar, cambiar las piezas, los macillos, las cuerdas… “Una vez aparecimos en casa de una mujer que nos había contratado para afinar su piano. Al vernos, se sorprendió por nuestra pinta: ‘¿Pero sois vosotros dos?’. ¡Pues sí, señora!”, cuenta Edu entre risas, que en unos meses viajará a Japón para trabajar durante un año en la fábrica de pianos Yamaha.
“Somos jóvenes, se supone que deberíamos estar interesados en pianos digitales y sintetizadores… Pero aquí nos tienes”. Para Gabi, el sonido de un piano acústico no es comparable con nada. El efecto que produce en él, tampoco.
“Piensa en cuando fabricaron este piano [señala uno de los instrumentos que nos rodean en el taller, un Pleyel del siglo XIX]. Cuando se fabricó, era lo más novedoso del momento. Seguro que mucha gente llamó loco al que lo diseñó. Y ahora lo miramos con una admiración y un respeto… Creo que eso está determinado por lo que sientes al escucharlo. Hoy, si mucha gente vibra con el reguetón, la pasta va a estar ahí y no en otro lado. Se trata de observar lo que siente la gente con la música y si verdaderamente se transmite algo potente. Estas últimas décadas han sido como un 'big bang', han entrado muchas personas nuevas a los auditorios, un montón de artistas han lanzado sus carreras, y eso lo escoge la gente. Por eso quizás un cantautor llena un auditorio con facilidad… y un pianista ruso, no”.
La imagen del “pianista ruso”, concertista, solista, que vive de dar giras y recitales por todo el planeta es una anomalía estadística. Una quimera inalcanzable para la mayoría de los estudiantes de interpretación que, para Juan Martínez (Sevilla, 1998), se alimenta desde algunos conservatorios y crea expectativas erróneas en los músicos jóvenes.
“Muy bonito el conservatorio, ¿pero después qué? Conozco a un pianista muy bueno, que lo ha dejado y se ha metido a la universidad porque dice que no piensa ganarse la vida dando clases a niños de cinco años. Hay muchos chavales que ganan cuatro concursos de pequeños y piensan que van a ser el próximo Rubinstein. Y los profesores también se lo dicen. Luego llegas al Superior y te encuentras con 50 Rubinsteins como tú. Y de todos ellos, solo uno vivirá de dar conciertos, e igual ni eso. Como un chaval que es muy bueno jugando al fútbol, pero en el Barça o el Madrid juegan 11, no 100”.
"Vas a conseguir más conciertos en bautizos que en la Fundación Juan March"
Este joven sevillano es pianista, estudió interpretación en el Conservatorio Trinity College de Londres y en el Conservatorio Katarina Gurska. Actualmente, trabaja como doctorando en la Universidad CEU-San Pablo y como investigador asociado en la Universidad de La Sorbonne. Es el primero en romper el hielo para responder a la pregunta que ha reunido a estos jóvenes en un taller de pianos: ¿qué es lo que cambiarían estos jóvenes? La conversación concluye en tres movimientos.
I. Elitismo y prejuicios
Preguntados por la visión de los de su generación sobre la música académica, los seis coinciden en señalar un elitismo que no atrae al público joven. "Hay que tener en cuenta que muy poca gente en la historia ha podido escuchar musica clásica", señala Pablo Díaz. "Eso se reservaba a la realeza y a quien pudiera pagar un concierto. Ahora se ha democratizado mucho y eso es una gran noticia. Significa que se puede seducir mucho más a la gente: para que estudie, para que se interese, para que vaya a conciertos... Si antes la música clásica era cosa de las élites, ahora los jóvenes podemos asistir a conciertos por menos de 10 euros en los mejores auditorios, aunque la media de edad sea mucho mayor".
"Ahora arrastramos ese tipo de etiquetas, de que la clásica es algo exclusivo y caro. Por mucho que las compañías trabajen en crear incentivos para gente joven, ópera por 25 euros, entradas de última hora a precios muy bajos… Por mucho que se trabaje en este ámbito, es difícil eliminar unos prejuicios que se arrastran desde hace siglos", interviene Celia Llácer. "Opino que el error del que partimos está relacionado con el sistema educativo. Habría que preguntarse qué música se enseña en los colegios. El hecho de que en tu casa no se escuche música clásica, porque hay otras aficiones o intereses, no debería condicionar tu acceso a él. La casa es importante, pero el sistema educativo lo es más".
II. Nuevo público, nuevos formatos
En la mayoría de orquestas del mundo, un gran peso de la programación se reserva a obras escritas hace siglos. Es el repertorio que se asocia mayoritariamente con la música clásica: Bach, Mozart, Beethoven, Brahms... Incluso compositores como Alban Berg o Arnold Schönberg, nacidos hace más de 100 años, se siguen considerando 'contemporáneos'. ¿Quién hace la música clásica de hoy? ¿A qué suena?
Para algunos académicos, la etiqueta de 'clásica' no es del todo rigurosa. En el habla corriente, el término 'música clásica' no sirve para nombrar las composiciones del Clasicismo, sino para todo lo que historiadores y musicólogos llaman música académica, artística, docta o culta. Se trata de todas las obras con una cierta complejidad en su notación, su instrumentación, su estructura, su lenguaje... Desde este punto de vista, existe una distinción clara —elitista, para algunos— entre la música popular y la académica. Pero en esta última categoría y bajo esos parámetros de complejidad no solo cabrían Bach, Mozart o Beethoven, sino también el 'jazz', la electrónica, la contemporánea, y más corrientes además de la occidental.
"Se pueden explicar con los mismos conocimientos una sonata de Beethoven o el último 'single' de Omar Montes"
"Hay mucha gente con prejuicios, pero solamente porque no la conoce. Lejos de la prepotencia, creo que lo más importante es asumir que todas las músicas están compuestas bajo los mismos paradigmas. Se pueden explicar con los mismos conocimientos una sonata de Beethoven o el último 'single' de Omar Montes. En el momento en el que dices a la gente que todo es música igualmente, todo lo que escuchan, puedes empezar a acercarte", opina Díaz.
El protagonismo del autor, la concepción individualista del genio y la importancia de su firma no han evitado la dependencia de músicos y compositores. Casi siempre, de sus pagadores: señores, nobles, el clero, los gobiernos y, en los últimos tiempos, el mercado. "Puedo componer como yo quiera, faltaría más, pero hay que tener en cuenta lo que la sociedad demanda. No puedo esperar que, si lo que yo compongo no le gusta a nadie más que a 10 personas, no vengan más que 10 personas al concierto. Puedo quedarme solo y clamando al cielo por qué nadie escucha música contemporánea, por qué la sociedad no es lo suficientemente culta. O puedo adaptarme".
Los músicos defienden que los conservatorios se impliquen en el futuro. Materias sobre 'marketing', economía, negocio, difusión y comunicación, les parecen grandes asignaturas pendientes en la formación española.
III. Divulgación
La palabra ha aparecido ya varias veces. Estos músicos clásicos jóvenes la consideran fundamental: la divulgación y la cercanía. Aprovechando la tecnología de la información y transformando el espacio de los conciertos. Celia Llácer cita uno de los ejemplos que más aceptación ha tenido en su orquesta: una historia de la ópera, desde Monteverdi hasta 'West Side Story', trazando una línea musical durante el concierto. "Trazamos una línea para guiar al espectador en la evolución de la música. Nada es arbitrario. Todo sigue millones de corrientes estéticas. Nosotros diseñamos la temporada con la experiencia que va a vivir el público en el concierto en mente. Jugamos mucho con eso y realmente funciona. A lo mejor no somos la Orquesta Nacional de España o la del Teatro Real, pero somos una pequeña ventana".
Enseguida aparecen nombres como el de Jaime Altozano o el de intérpretes como James Rhodes. "Vivir de dar conciertos es muy difícil. Hay pocos españoles que puedan hacerlo: Javier Perianes, Juan Pérez Floristán, Josep Colom y poco más... Es totalmente contraproducente cerrarse a lo nuevo. Rhodes como pianista no es nada del otro mundo, pero me alegra cómo lo está llevando. Me parece inteligente porque ha sabido leer la situación mejor que nadie", comenta Giuliani. Díaz concluye: "Hay que respetar mucho a la gente que llena conciertos tocando exclusivamente clásico. ¿A qué clavo ardiendo tienes que agarrarte para no defender eso?".
Llevan un rato charlando, algunos beben cerveza. Y, en cuestión de minutos, ya han mencionado las sonatas de Beethoven y la ‘Purpurina’ de Alberto Gambino, la Novena de Mahler y el último 'single' de Omar Montes. Son los ingredientes que seis jóvenes han escogido para responder a una pregunta que les atañe, y mucho: ¿qué futuro le espera a la música clásica? Un pianista, un compositor, una directora de orquesta, dos restauradores de pianos y un historiador de la música. Todos rondan la veintena, pero aprenden oficios que han marcado distancia con los de su generación… o viceversa.