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Cuando Nixon fue a China: la historia es una ópera
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Ejemplo de normalidad programática

Cuando Nixon fue a China: la historia es una ópera

El Teatro Real (y la Ópera de París) evoca la visita del presidente a Beijing en 1972 con una obra minimalista de John Adams que se ha instalado en el repertorio tres décadas después de su estreno

Foto: Mao Zedong y Richard Nixon, durante el encuentro que mantuvieron en China en plena Guerra Fría.
Mao Zedong y Richard Nixon, durante el encuentro que mantuvieron en China en plena Guerra Fría.

No es tanto una casualidad como un ejemplo de normalidad programática el hecho de que Nixon in China pueda verse y escucharse a la vez en el Teatro Real y en La Bastilla. John Adams la estrenó en 1987 a semejanza de un experimento geo-musical, pero el tiempo y la reputación han logrado introducirla en el repertorio, hasta el extremo de que Madrid y París se la disputan en dos producciones distintas, como si fuera el Macbeth de Verdi o el Julio César de Handel, ya que hablamos de controversias políticas.

Es la perspectiva desde la que impresiona repasar los pormenores del reparto y sus asignaciones vocales. Richard Nixon (presidente de EEUU), barítono. Pat Nixon (primera dama), soprano. Chou En-lai (primer ministro chino), barítono. Mao Zedong (presidente de China), tenor. Chiang Ch’ing (esposa de Mao), soprano. Henry Kissinger (secretario de Estado), barítono.

placeholder Representación en Nueva York de la ópera 'Nixon in China'.
Representación en Nueva York de la ópera 'Nixon in China'.

Richard Nixon y casi todos los protagonistas del libreto de Alice Goodman estaban vivos cuando la ópera se estrenó en Houston hace 36 años. Y no puede decirse que Adams simpatizara con el patriarca republicano. Todo lo contrario. El compositor estadounidense creció en una familia demócrata-activista. Y tuvo ocasión de estrechar la mano de JFK en 1960, antes de ganar las primarias decisivas en el estado de New Hampshire.

La Epifanía no contradice la iniciativa de adherirse a la mitificación de Nixon. Y no porque la ópera sacralice la visita del presidente americano al palacio pekinés de Mao Zedong, sino porque contribuye a la dimensión iconográfica que cultiva el lado oscuro de la geopolítica contemporánea. Nixon es un género cultural en sí mismo. No tan exuberante como Kennedy, porque lo malogró el Watergate, murió de viejo y no perteneció a una familia patricia, pero sí respecto a la repercusión y gloria que identifican a la contrafigura.

Foto: Mao y Nixon

Solo un demócrata como Adams podía escribir una ópera tragicómica sobre Nixon, igual que solo un republicano como Nixon podía atreverse a visitar Beijing en el apogeo de la Guerra Fría. El acercamiento de Washington a China desquició la diplomacia soviética y predispuso un nuevo orden mundial, aunque la expresión Nixon goes to China también se ha convertido en un sintagma de valor simbólico, en una metáfora que alude precisamente a las paradojas más insólitas de la política. Solo un halcón anticomunista podía aterrizar en Beijing con semejante naturalidad. O solo un papa como Juan Pablo II podía visitar a Castro en La Habana.

Tres actos contiene Nixon in China a semejanza de una ópera convencional. El primero transcurre en el aeropuerto y en el despacho de Mao. El segundo reúne a las primeras damas en el Teatro de la Ópera de Beijing. Y el tercero recrea un encuentro informal de las parejas, enfatizando la ironía y el sentido del humor del espectáculo.

Quiere decirse que el inspirado libreto de Alice Goodman no pretende convertirse en un documento histórico, sino en una secuela cultural que permitió a John Adams perfeccionar el lenguaje minimalista que había inaugurado Philip Glass y que luego comercializó Michael Nyman.

placeholder Un hombre contempla imágenes del encuentro entre Richard Nixon y Mao Zedong en el Museo del Partido Comunista en Beiging. (EFE)
Un hombre contempla imágenes del encuentro entre Richard Nixon y Mao Zedong en el Museo del Partido Comunista en Beiging. (EFE)

Se explican así mejor las fórmulas repetitivas de la partitura, el recurso de la armonía consonante, los impulsos rítmicos regulados, aunque Nixon in China también condesciende con la tradición centroeuropea —Wagner, Strauss—, la influencia de Stravinsky, incluso las aficiones musicales de las mocedades del propio Nixon, entre el jazz académico y las big bands.

¿Un gran pastiche? Los riesgos al respecto son evidentes, pero el resultado demuestra que John Adams fue capaz de construir un espectáculo verosímil y robusto, no ya por la solidez de la arquitectura dramatúrgica y por el dominio de las convenciones del género —arias, números concertantes, pasajes corales—, sino porque el experimento estrenado en Houston se ha introducido en el repertorio de nuestro tiempo. Lo demostró el estreno en el Met de Nueva York en 2011. Y lo confirma la coincidencia de los montajes concebidos contemporáneamente en la Ópera de París y en el Teatro Real.

Siete funciones están previstas en Madrid, desde este lunes (17 de abril) hasta el 2 de mayo. Dirigen la orquesta Olivia Deen-Gunderman y Cornelio Michailidis, aunque la mayor responsabilidad del espectáculo recae en la dramaturgia ingeniosa de John Fulljames. Podía haberse recreado en un espectáculo documental, con los clichés estéticos, costumbristas y escénicos en que se produjo la visita de 1972, pero el director de escena británico construye una trama ultrarrealista que subordina el protagonismo de los personajes al destino de la Historia, como si fuera la Historia la que los conduce en una suerte de dispositivo alienante.

placeholder Mao Zedong y Richard Nixon, durante su encuentro histórico en China.
Mao Zedong y Richard Nixon, durante su encuentro histórico en China.

El minimalismo de la partitura se traslada al minimalismo del montaje. Una disección ingeniosa del pasado que se abastece de la iconografía maoísta. Y que transcurre entre las paredes de un gran archivo. Cajas de documentos. Burocracia escénica. Totalitarismo atmosférico. Nixon en el laberinto de Mao.

Cercanía histórica

Es el espacio impersonal donde han sido convocados los cantantes. Bien conocen a los personajes históricos que jalonan la historia de la ópera —de Herodes a Felipe II, de Ana Bolena a Carlos X—, pero es la primera vez que se ensimisman en figuras tan cercanas en el tiempo. Incluido Henry Kissinger. Que todavía está vivo a sus cien años de vida. Y cuya reanimación vocal y escénica corre a cuenta del barítono gallego Borja Quiza.

Es un ejemplo del estupor que produce la cercanía histórica de la ópera, acostumbrados como estamos a las pirámides de Aida o a las arias de Andrea Chénier en el contexto de la Revolución francesa. Terminaremos cantando Nixon in China en la ducha. Y sintiéndonos Mao o Kissinger, igual que nos sucede cuando los tenores frustrados nos sentimos el infante Don Carlos en la ópera de Verdi o el emperador Claudio en la Agripina de Handel.

No es tanto una casualidad como un ejemplo de normalidad programática el hecho de que Nixon in China pueda verse y escucharse a la vez en el Teatro Real y en La Bastilla. John Adams la estrenó en 1987 a semejanza de un experimento geo-musical, pero el tiempo y la reputación han logrado introducirla en el repertorio, hasta el extremo de que Madrid y París se la disputan en dos producciones distintas, como si fuera el Macbeth de Verdi o el Julio César de Handel, ya que hablamos de controversias políticas.

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