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La comuna rusa de Currentzis escandaliza en el Auditorio Nacional
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La comuna rusa de Currentzis escandaliza en el Auditorio Nacional

MusicAeterna es la primera orquesta rusa que actúa en España desde la guerra de Ucrania… y la responsable de una memorable y escalofriante 'Patética' de Tchaikovsky

Foto: Teodor Currentzis, dirigiendo. (Cedida)
Teodor Currentzis, dirigiendo. (Cedida)

Tendría sentido escandalizarse por la presencia de una orquesta de San Petersburgo estos días en Barcelona, Madrid y Zaragoza, si no fuera porque España ha multiplicado tres veces su dependencia del gas ruso desde el inicio de la guerra de Ucrania. Llamémoslo realpolitik. Y convengamos, al mismo tiempo, que la cultura, igual que el deporte, ha funcionado como salvoconducto diplomático en las situaciones más conflictivas.

Lo demuestran las orquestas y maestros soviéticos que recalaron en España durante el franquismo, cuando no había relaciones diplomáticas entre Madrid y Moscú. Rozhdestvensky y Svtetlanov dirigieron la Orquesta de la RTVE en 1965 y 1966, del mismo modo que la gira del Ballet Moisseiev repercutió en la crónica del NODO mediados los sesenta. Actuaba la compañía en Santander. Y acudieron a honrarla la Chunga, Dalí y Antonio el Bailarín.

Foto: El director de orquesta Valery Gergiev, junto a Vladimir Putin. (EFE/Alexei Druzhinin)

Procedía aligerar la Guerra Fría. Y establecer un vínculo con la Unión Soviética que predispuso la llegada progresiva de las grandes agrupaciones, muchas veces con la mediación del promotor cultural Alfonso Aijón.

Compositores proscritos

Recaló en la España la Sinfónica de Moscú. Y luego lo hicieron el Ballet del Teatro Kirov y la Filarmónica de Leningrado (1972). Por eso reviste interés que la declaración de rusofobia vigente en nuestro tiempo se conceda espacios y ocasiones para el deshielo. Y no solo para salvar de la hoguera a los compositores que estúpidamente se han proscrito en algunas salas de Ucrania y de Occidente —Tchaikovsky, Rachmaninov, Shostakovich…— sino para diferenciar la ferocidad de Putin de las víctimas colaterales.

Foto: El compositor ruso Ígor Stravinski

Forma parte de ellas MusicAeterna, una orquesta asombrosa cuya itinerancia congénita tanto evoca su nacimiento en Siberia (Novosibirsk, 2004) como su transformación prodigiosa en la antigua Molotov (Perm). Fue en Los Urales (2009-2019) donde el maestro griego Teodor Currentzis concibió una comuna de artistas o una secta de cualificación excepcional. Convertido en gurú, en chamán, el maestro griego demuestra hasta qué extremo una orquesta puede llegar a convertirse en una prolongación personal del cuerpo, de las ideas, de los conceptos, de los misterios. Lo demostró grabando la trilogía de Mozart y Da Ponte, como lo hizo dirigiendo la Patética de Tchaikovsky. Está disponible en el catálogo de Sony. Representa una experiencia diabólica. Y es el argumento nuclear de la gira de MusicAeterna a España, ahora que la orquesta se ha instalado en San Petersburgo y que trata de sobreponerse al veto del putinismo.

placeholder Portada de la grabación de la 'Patética' de Tchaikovsky por la orquesta MusicAeterna.
Portada de la grabación de la 'Patética' de Tchaikovsky por la orquesta MusicAeterna.

El mayor problema de tolerancia a los artistas consiste en que el principal patrocinador de MusicAeterna es un banco ruso cercano al zar y proscrito en la lista negra de la UE. Es la razón por la que algunos teatros y auditorios occidentales se han negado a contratarla. El embajador ucraniano en Austria consiguió malograr un concierto previsto en Viena, pero es una buena noticia que una institución privada española, la Filarmónica, haya abierto una grieta en el cordón sanitario. Y nos haya permitido explorar un camino de éxtasis. Por el viaje iniciático de la Metamorfosis de Strauss. Y por la experiencia pavorosa, escandalosa —en el mejor sentido— de escuchar la Sexta sinfonía de Tchaikovsky en semejantes condiciones. Me refiero al escalofrío de la experiencia. Y a la montaña rusa de las emociones. Una orquesta que tanto parece el acorazado Potemkin, en su ferocidad castrense, en la beligerancia del viento, como recuerda la ligereza o la ingravidez de una bailarina del Mariinsky. Una pluma. Un pasmo. Una proeza metamusical.

No recuerdo haber escuchado una 'Patética' tan patética como la que ha concebido Currentzis con la comuna de MusicAeterna

La versión de la Patética en manos de estos rusos parecía la carta de despedida de un suicida. Un desgarro que Currentzis traslada desde una concepción telúrica. El primer movimiento ya presagia el viaje hacia la oscuridad, pero es el último el pasaje más inquietante y angustioso. La estridencia del viento evoca a las trompetas del Apocalipsis. La madera se oscurece como si fuera la última noche. Los contrabajos percuten —literalmente— en la sincronía de una música patibularia. No termina la sinfonía. Agoniza. Se despide de la tierra. Se consume. Y hace mucho frío cuando la vela se apaga. No recuerdo haber escuchado una Patética tan patética como la que ha concebido Currentzis con la comuna de MusicAeterna. Y digo patética en la acepción más profunda del adjetivo, lejos de las connotaciones peyorativas que predomina en el uso común.

Foto: 'Suprematismo místico', Kasimir Malévich, 1920-22. (Stedelijk Museum)

Es una Patética en la más grave definición del pathos, un estado de trance y de ánimo que explora los límites de la tristeza, de la pasión. Y que nos habla del sufrimiento de Tchaikovsky antes de morir desde una crudeza y una honestidad que terminan agitando las entrañas. Currentzis se ha vestido de Caronte. Nos lleva al otro lado de la orilla. Notamos la corriente oscura que nos mece. Y se produce una extraña sensación de dolor y placer estético. Hiere la versión de Teodor Currentzis, como si nos diera un candelabro en el funeral de Tchaikovsky. Y se le oye hasta jadear al maestro griego. Griego y ruso. No ya porque ha instalado San Petersburgo su taller de hechizos y alquimias, o por la comunión de la cultura ortodoxa que comunica Atenas y Moscú, sino porque era un niño cuando asistió a la versión de la Patética de Mravinski con la entonces Filarmónica de Leningrado. Imprimió carácter el trance, le inoculó el pathos. Y Currentzis ha creído que era ya el momento de subirse al púlpito. Descansemos en paz. Y convengamos que asomarse al abismo de la mano del sacerdote griego requiere un periodo de convalecencia que araña las entrañas.

Tendría sentido escandalizarse por la presencia de una orquesta de San Petersburgo estos días en Barcelona, Madrid y Zaragoza, si no fuera porque España ha multiplicado tres veces su dependencia del gas ruso desde el inicio de la guerra de Ucrania. Llamémoslo realpolitik. Y convengamos, al mismo tiempo, que la cultura, igual que el deporte, ha funcionado como salvoconducto diplomático en las situaciones más conflictivas.

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