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'El Cascanueces', ese clásico navideño donde no todo es tan dulce como parece
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Detrás de la fantasía

'El Cascanueces', ese clásico navideño donde no todo es tan dulce como parece

Para cuando 'El Cascanueces' llegó a los grandes salones a finales del siglo XIX, el imperio ruso ya se había disparado, engullendo el Cáucaso y Asia Central, buscando el Lejano Oriente

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Sus acordes iniciales han quedado resguardados de todo misterio bajo el halo serpenteante de la Navidad. Esta época del año suena al ritmo que marca Tchaikovsky. No podría ser de otra manera, porque las partituras que el compositor ruso, activo durante el período romanticista del siglo XIX, dejó para la posteridad parecen atraer a los niños y a los adultos a la vez, como una magia de hipnosis embriagadora. Según aquellas partituras, la magia de la Navidad puede ser un banquete de postres que cobra vida, pero también el estigma y el miedo, la violencia y los cimientos de un mundo estructurado en base a los modelos del imperialismo.

De todos los suyos, El Cascanueces es uno de los ballets más populares del mundo, si no el que más. Este mosaico de influencias musicales, históricas y culturales, tiene como inspiración literaria un cuento alemán de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (E.T.A.) Hoffmann titulado El Cascanueces y el rey de los ratones. Su narrativa reúne todos los elementos de la fantasía posibles y mucho más. Para empezar, hay un mundo paralelo al mundo humano; allí los animales tienen voz, los hay buenos y malos, y hay un juguete que se convierte en príncipe, el príncipe destinado a una niña, la niña elegida por el príncipe: la historia o el enfrentamiento, que vienen a ser lo mismo.

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Mientras se desarrolla esa perversa historia de amor entre hombre y niña, bajo una primera capa subyace el resto, y como si de otra historia se tratase (pero sigue siendo la misma), se produce una mitosis camuflada de lenguaje: ¿Y si esta obra nos está contando mucho más de lo que ha trascendido de ella? Sus huellas se remontan a un sistema autoritario que presagió los eventos expansionistas a los que asistimos. Corría la víspera del 18 de diciembre de 1892 en San Petersburgo, Rusia, cuando el ballet nacional rindió homenaje al por entonces zar Alejandro III y su imperio a través de este cuento escenografiado. Se había creado exclusivamente para la ocasión, con todo un arsenal de escenografía dispuesta para satisfacer al poder. Es por eso que, si se observa despacio, El Cascanueces no es tan dulce como parece.

El favorito del zar

Es a través de las obras culturales donde la humanidad se retuerce en sí misma. Nada de lo que vemos es por gusto, pero en muchos casos, el producto sí surge de un único gusto, el de los intereses a los que el propio arte queda a menudo sujeto. Porque nada ni nadie se ha librado nunca de su contexto, aunque este con los años pueda perderse en los entresijos de la vigencia. Para cuando El Cascanueces llegó a los grandes salones, a finales del siglo XIX, el imperio ruso ya se había disparado, engullendo el Cáucaso y Asia Central, buscando el Lejano Oriente. Aquel control zarista también ató a sí a creadores y artistas, pues la tarea de la propaganda es de todo menos nueva. Tchaikovsky se convirtió en el gran favorito de Alejandro III, por lo que no tuvo más remedio que componer música para él si queria, simplemente, componer.

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El Cascanueces no fue lo primero. Ideado después del éxito rotundo de La bella durmiente, que también contaba con música de Tchaikovsky y bailes del preciado coreógrafo nacido en Francia, Marius Petipa, el mismo que después daría forma a las notas musicales del primero, lo cierto es que ambos ballets fueron tramados por un hombre llamado Ivan Vsevolozhsky, a quien Alejandro III instaló como director de todos los teatros imperiales. Así que Thaikovsky y Petipa, especialmente este último, trabajaban día a día bajo presión directa.

Según trama original de la obra, en la fiesta de Nochebuena de sus padres, una niña llamada Clara (o Marie en algunas versiones) recibe como regalo un cascanueces de madera. Durante la noche, la niña acaba adentrándose en el mundo del juguete para ayudarlo a defenderse de una invasión de ratas y ratones. El cascanueces, agradecido, se transforma en un príncipe viviente y conduce a Clara a través de una tormenta de nieve de bailarinas a un reino azucarado donde reina el amor… ¿Seguro?

No es un banquete cualquiera

En casi cualquier versión de El Cascanueces, el Acto II sigue la ceremonia de un banquete, pero no es un banquete cualquiera. Asistimos a una coronación con bastante claridad: en una atmósfera de espléndida pompa y lujo real, la majestuosa Hada de Azúcar preside tributos coreografiados por diferentes grupos de "embajadores" que saltan, retozan y llevan comida como forma de obsequio, como si ellos mismos fueran obsequios. Pero Clara lo ha hecho posible. Bien por la niña que ha aprendido a derrotar al enemigo.

placeholder Parte del desfile que presenta a diferentes lugares del mundo en la representación de El Cascanueces en el Teatro de Ópera y Ballet de Minsk, capital de Bielorrusia. Fuente: Wikimedia.
Parte del desfile que presenta a diferentes lugares del mundo en la representación de El Cascanueces en el Teatro de Ópera y Ballet de Minsk, capital de Bielorrusia. Fuente: Wikimedia.

Por aquel entonces, la ficción no distaba mucho de la realidad que se esperaba: los rituales de coronación estaban profundamente arraigados en la dinastía zarista, con banquetes y desfiles de embajadores extranjeros incluidos. Si bien aquí estos rituales se transforman en una forma de diversión para niños en El Cascanueces, según Simon Morrison, autor de Bolshoi Confidential: Secrets of the Russian Ballet from the Rule of the Tsars to Today, no es más que parte de una promoción encargada. Alejandro III, recapitulando su propia fiesta de coronación, asistió entre el público al estreno de la obra, quería palpar con los cinco sentidos los esplendores del imperio que estaba maquinando.

En este sentido, no son casualidad todos los alimentos y otros elementos de tierras lejanas que aparecen en la representación, por supuesto. Que si dulces árabes, españoles, franceses, melodías ucranianas o alemanas... Con todo ello, parte de la perdurabilidad de El Cascanueces en la era moderna resulta estar en que es infinitamente adaptable a diferentes lugares y períodos de tiempo, pero no siempre pareció que eso fuera lo importante.

Un estreno no muy bien visto

En un principio, la coreografía fue motivo de buscar por resultar "confusa", el libreto se consideró "desequilibrado" y algún que otro crítico la calificó como "la cosa más tediosa que he visto en mi vida". Aún quedaban algunos años para que comenzara un nuevo siglo y con él la Revolución en 1905. El teatro dejaría tras ella de representar el ballet por completo, y muchos de los bailarines perderían sus trabajos por la reputación que sus papeles dentro de la maquinaria imperialista les habían otorgado. Entonces, ¿cómo, con un comienzo tan poco propicio, El Cascanueces se pudo convertir en el ballet más representado de todos los tiempos y en una tradición navideña, incluso para los que no son bailarines?

placeholder Imagen del estreno del ballet en diciembre de 1892 en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, Rusia. Fuente: Wikimedia.
Imagen del estreno del ballet en diciembre de 1892 en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, Rusia. Fuente: Wikimedia.

Los símbolos flamantes al pacto militar entre Rusia y Francia son constantes en la obra. "La alianza franco-rusa se representó en el mismo vestuario original", explica Morrison. "Al principio, el cascanueces lucha solo contra los ratones, luego tiene que convocar a los soldados de juguete. Y están vestidos con atuendos napoleónicos: reservas del pasado. Y algunos invitados en la escena de la fiesta están vestidos de la época napoleónica. Es celebrar una alianza en ciernes".

De hecho, estos esfuerzos para halagar a los franceses también están de forma clara en las fotografías y bocetos del original de 1892, señala el experto, con indicios de la invasión de Rusia por parte de Napoleón. Sin embargo, El Cascanueces le da ese giro de color que todos reconocemos sin saber, tal vez, que fue esto mismo lo que no gustó a su primer público que vivía la realidad más allá de la fantasía.

¿Cómo ha llegado hasta aquí?

Llegada la revolución, que se extendería durante al menos dos años, gran parte del elenco original tuvo, de hecho, que huir en gran medida de Rusia. Se esparcieron por el mundo como migajas de todos los dulces que habían llevado entre sus manos sobre los escenarios. Poco a poco, la ceniza del conflicto se fue tendiendo sobre su título, y la obra, sin más, pareció olvidada. No había más digestión posible para ella.

placeholder Escena de una de las representaciones actuales de El Cascanueces. Fuente: Wikimedia.
Escena de una de las representaciones actuales de El Cascanueces. Fuente: Wikimedia.

Sin embargo, sorpresa o no, de aquellos fragmentos que pululaban refugiados en otros estados, en otros imperios, arrancaría un nuevo legado para esta partitura. En 1927, apareció en Budapest. Fue un éxito en taquilla. Para 1934 había llegado a Londres y 10 años después, el Ballet de San Francisco (Estados Unidos) presentó su propia versión basada en la coreografía original. Por si fuera poco, Walt Disney usó la partitura completa en la película Fantasía de 1940. Bajo el paraguas de Disney, aquella música se volvió instantáneamente reconocible para el público occidental.

Hasta la fecha, lo han visto y lo han representado más personas y compañías que cualquier otro ballet. Los caminos de El Cascanueces, desde luego, parecen inescrutables, como los de la infancia, tan ingenua y moldeable que acaba oculta entre capas y más capas. Es un escaparate ideal para las escuelas de ballet porque hay un papel ideal para cada edad, pero también es un espejo, quizás, todavía hoy, del pasado, del presente o del futuro.

Sus acordes iniciales han quedado resguardados de todo misterio bajo el halo serpenteante de la Navidad. Esta época del año suena al ritmo que marca Tchaikovsky. No podría ser de otra manera, porque las partituras que el compositor ruso, activo durante el período romanticista del siglo XIX, dejó para la posteridad parecen atraer a los niños y a los adultos a la vez, como una magia de hipnosis embriagadora. Según aquellas partituras, la magia de la Navidad puede ser un banquete de postres que cobra vida, pero también el estigma y el miedo, la violencia y los cimientos de un mundo estructurado en base a los modelos del imperialismo.

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