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Más allá de Yom Kipur: Madrid-Oslo, el aniversario olvidado de la paz de Israel y Palestina
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Más allá de Yom Kipur: Madrid-Oslo, el aniversario olvidado de la paz de Israel y Palestina

A principios de los 90, la buena sintonía entre el israelí Isaac Rabin y el palestino Yasser Arafat llevó a la firma de unos acuerdos que nunca llegaron a cumplirse

Foto: Isaac Rabin y Arafat firman los acuerdos con Clinton en 1993. (Reuters/G.Hershorn)
Isaac Rabin y Arafat firman los acuerdos con Clinton en 1993. (Reuters/G.Hershorn)

"No esperamos que la paz sea negociada en un día, en una semana, en un mes, ni siquiera en un año; la paz tomará su tiempo..." El optimismo de George Bush padre en el Salón de las Columnas del Palacio Real de Madrid, el 30 de octubre de 1991, puede parecer absolutamente irrisorio ahora, veinte años después, si no fuera por lo realmente trágico: durante la Conferencia Internacional que albergó España, se negociaron los mimbres de lo que serían los Acuerdos de Oslo, ¿la paz imposible entre árabes e israelíes?

Si el ataque por sorpresa de Hamás se ha producido en el mismo 50 aniversario de la Guerra de Yom Kipur, resulta que tan sólo unos días antes, el 13 de septiembre, lo que se debía haber celebrado fue el 30 aniversario de los Acuerdos de Oslo, que se produjeron solo dos décadas después del conflicto de 1973. El histórico apretón de manos entre Isaac Rabin, presidente de Israel, y Yasser Arafat, presidente de lo que sería la Autoridad Nacional Palestina, surgida precisamente de ese acuerdo. Una vía hacia la paz. La OLP, la Organización para la Liberación de Palestina, cambiaría para siempre su objetivo, reconociendo la soberanía israelí y renunciando a la lucha armada.

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Apenas dos semanas antes del ataque del pasado sábado de Hamás en el sur de Israel y la Franja de Gaza, y de la respuesta armada posterior de IsraeI, diarios como el hebreo Haaretz, sin ser conscientes de lo que se avecinaba, se preguntaban ya esa semana qué es lo que no había salido bien en esas décadas. El verdadero fallo, al fin, no era solo de la inteligencia militar: "En los meses, años y décadas transcurridos desde el 13 de septiembre de 1993, el proceso de paz solo ha retrocedido y Oslo se ha convertido en una advertencia. Cuando se trata de dónde y por qué salieron mal las cosas, los estadounidenses más cercanos al proceso de paz en la década de 1990 están de acuerdo en algunos puntos, como el asesinato de Isaac Rabin en noviembre de 1995, los extremistas de ambos lados que descarrilaron el proceso y el fracaso en exigir responsabilidades a ambas partes", cuenta Ben Samuels en el artículo Everybody Just Blew It': Key U.S. Diplomats Reflect on the Oslo Accords, 30 Years On.

placeholder El funeral de Isaac Rabin. (Efe/Jim Hollander)
El funeral de Isaac Rabin. (Efe/Jim Hollander)

Hay un relato de la guerra, que siempre es el de victoria o el de la derrota, y otro en paralelo, oscurecido, que es el de la paz, que suele interesar menos aunque hayan sido los acuerdos de paz los que hayan realmente condicionado durante más tiempo a las civilizaciones. Después de la guerra árabe-israelí de 1948 que inició el conflicto moderno, la de los Seis Días en 1967 y la del Yom Kipur de 1973, el Estado de Israel, creado en 1945, y sus enemigos árabes, Siria, Líbano, Egipto y Jordania, que representaba a a Palestina, seguían en el atolladero de la violencia y las represalias cuando se dieron cita en Madrid en 1991 en los albores de un nuevo orden mundial.

La "onda de choque" producida por el fin de la Guerra Fría, como explicaba el historiador Charles Zorgbibe, favorecía la búsqueda de la paz en Oriente Próximo. De hecho, unos meses antes de las conversaciones de la Conferencia de Madrid, que darían forma al todavía actual encaje geopolítico de Israel y Palestina, el 29 de enero de 1991, George Bush, en su mensaje sobre el estado de la Unión, anticipaba un ilusionante periodo de paz: "Lo que está en juego es una gran idea, un nuevo orden mundial en el que diferentes naciones se reúnen en torno a una causa común con el fin de realizar las aspiraciones del hombre, la paz, la seguridad, la libertad y la primacía del derecho". (Recogido del libro de Charles Zorgbibe, Historia de las Relaciones Internacionales, publicado por Alianza Editorial).

Se entraba de nuevo en la eterna búsqueda del orden y la seguridad mundial, por mucho que tienda a pensarse lo contrario: en 1648, el orden de Westfalia había puesto fin a las atrocidades de los Treinta Años. En 1815, el de la Conferencia de Viena, tras la derrota de Napoleón, había sustituido a las guerras de la Revolución y el Imperio y había reconstituido un tejido monárquico, una legitimidad común. En 1919, el orden de Versalles se había establecido, provisionalmente, sobre los principios wilsonianos —obra del presidente de EEUU Woodrow Wilson y sus célebres 15 puntos— de la libre determinación de los pueblos. Y en 1945, el orden de San Francisco esbozado por la ONU y del que surgiría el mismo Estado de Israel, se polarizó entre las dos superpotencias, EEUU y la URSS. Entremedias, las grandes guerras globales.

En 1945 se firmó el orden de San Francisco, esbozado por la ONU y del que surgiría Israel

Quince siglos antes, la Pax Romana de Augusto había establecido a su vez ese marco de prosperidad que atañó especialmente a Judea, como explica a El Confidencial Santiago Castellanos, profesor de Historia Antigua de la Universidad de León. "Judea había formado parte durante siglos de todo el panorama geopolítico del mundo helenístico y de cómo habían quedado todos los grandes espacios del Oriente Próximo y del Oriente Medio dentro del arco de reinos claramente helenizados. Existe ya entonces una integración de Judea en reinos de tipo helénico —griegos posteriores a Alejandro Magno— y por lo tanto con un cierto toque occidental. En esa época helenística, Roma les deja funcionar, pero hubo momentos de mucha tensión: cuando tiraban de la cuerda en un enclave como Jerusalén”.

Lo increíble es que, aún con todas las diferencias, el mundo romano acabó por buscar soluciones que se repetirían más tarde en Oslo: gestión propia, autonomía, aunque bajo control militar. Así, Judea, en la época de Roma, quedó bajó la provincia de Siria —también un importante reino helenístico—, pero tras las revueltas protagonizadas por los judíos, Pompeyo decidió crear una cierta región autónoma sin llegar a ser una provincia: "Pompeyo llega a ciertos acuerdos. Digamos que a algunos grupos sacerdotales judíos les deja que controlen la gestión del difícil avispero que siempre había sido ya en la antigüedad la región. Hasta que llega Augusto y decide crear la provincia de Judea, que en el contexto de la Pax Romana promulgada por el emperador significa una gestión autónoma bajo la presencia militar romana y la tributación de su impuestos", explica Santiago Castellanos.

Si la Pax Romana supuso el orden del mundo romano durante 160 años, el final de la Guerra Fría auguraba una posibilidad para Oriente Próximo: otorgar una autonomía en los territorios ocupados después de la Guerra de los Seis Días. Ya en 1986, Gorbachov había cambiado los viejos postulados de Breznev, considerando "un derecho a la autodeterminación" y no tanto el "derecho al Estado palestino". Pero el desplome de la URSS modificó el escenario dentro de ese nuevo orden, y aunque las conversaciones de Madrid en 1991 se estancaron, la elección como presidente de Isaac Rabin, del Partido Laborista, en 1992, relanzó el proyecto: Israel saldría de los territorios ocupados, como Gaza, la OLP reconocería por primera vez el Estado de Israel y su derecho a la paz y a la seguridad, y además se elegiría una autoridad palestina para administrar Cisjordania y Gaza, aunque bajo presencia militar israelí...

El proceso de paz de Oslo se debió a la sintonía entre Isaac Rabin y Yasser Arafat

El estado de la cuestión entre árabes e israelíes iba a cambiar en Oslo entre los viejos rivales, pero ¿era posible una paz? ¿Podían servir modelos de convivencia que se habían buscado desde la antigüedad? ¿Por qué Oslo no condujo a una paz permanente entre israelíes y palestinos?

La mayor parte del proceso de paz de Oslo se debió fundamentalmente a la sintonía entre el primer ministro Isaac Rabin y el líder de la OLP, Yasser Arafat, y no precisamente a la mediación internacional, aunque ese factor fuera a su vez uno de los principales aspectos que impidió que se pudiera avanzar después: una vigilancia externa que garantizase y en su caso obligase a hacer cumplir los compromisos.

Según Martin Indyk, el que fuera embajador de EEUU en Israel en los 90: "Se negoció a nuestras espaldas. Literalmente nos enteramos después de que se llegó al acuerdo, pero una vez que Israel y la OLP llegaron a un acuerdo, el presidente (Bush) decidió muy rápidamente que sólo tenía una opción: respaldarlo e intentar que funcionara". Isaac Rabin, que pertenecía al Partido Laborista de izquierdas de Israel, no era sin embargo un pacifista: había combatido en la guerra de 1948, y para 1967 era el Jefe del Estado Mayor de la Fuerzas Armadas de Israel durante la Guerra de los Seis Días que acabó en la ocupación de Cisjordania —que incluía Jerusalén Oriental—, la Franja de Gaza y los Altos del Golán.

Foto: Netanyahu, tras la visita del Secretario de Estado de EEUU. (Reuters/J. Martin) Opinión

Sin embargo, el enfoque de Rabin para la paz con Palestina fue distinto al de Isaac Shamir en Madrid. Después de que, en 1991, en el Palacio Real no se alcanzara ningún acuerdo, Rabin —que había sido elegido primer ministro por un estrecho margen— sí aprovechó en cambio el hecho de que la cuestión de la autonomía de Palestina fuera la primera iniciativa de una posible paz que podía prosperar. Para empezar, en Madrid ni siquiera había estado invitado el líder palestino Yasser Arafat y la cuestión de Palestina seguía en las manos de la antigua liga árabe.

La cuestión no pasó desapercibida para un sociólogo noruego, Terje Larsen, que había hecho estudios sobre cuestiones políticas y económicas sobre Gaza y Cisjordania y, más particularmente, sobre las condiciones de vida de esas zonas. Larsen había entendido que lo que se necesitaba era que los líderes de Israel hablaran directamente con la OLP y no mediante sus aliados árabes, fuera de los focos de la opinión pública que acarreaba criticismo y de una exposición mediática irrespirable tanto para israelíes como para palestinos.

placeholder Isaac Rabin y Simón Peres con Yasser Arafat, en 1995. (Efe/ Yaacob Saardas)
Isaac Rabin y Simón Peres con Yasser Arafat, en 1995. (Efe/ Yaacob Saardas)

Para mediados de 1992, Larsen estaba en contacto con Yossi Beilin, del Partido Laborista de Israel, entonces en la oposición, que compartía su idea de que el requisito indispensable era una comunicación directa (David Malovsky: Making Peace With The Plo: The Rabin Government's Road To The Oslo Accord). Con la victoria de Isaac Rabin, el canal noruego se abrió paso y el mismo ministro de exteriores de Noruega, Jan Egeland, envió una delegación a Israel para mediar y preparar un encuentro entre árabes e israelíes.

Los noruegos se habían inspirado en las conversaciones lideradas por el diplomático francés Jean Monnet para la creación de la Comunidad Europea en los 50, y su idea de acabar de una vez por todas con el odio entre Francia y Alemania a través de una interdependencia económica duradera. De igual forma, se pensó algo parecido para el acercamiento entre árabes e israelíes. Rabin enfocó la cuestión en torno a las cuestiones sociales, como la concesión de autonomía de decisión en cuestiones como fiscalidad, educación, sanidad, asuntos sociales...

Foto: Combatientes de las Brigadas Ezzedin al-Qassam, el brazo militar de Hamás. (EFE/Mohammed Saber)

Básicamente se trataba de integrar de alguna forma a los palestinos con la autonomía, al tiempo que la OLP rechazaba la idea de la lucha armada y respetaba al Estado de Israel, separando un tanto su postura de sus aliados árabes, mientras que los israelíes se retiraban de la zonas ocupadas, aunque manteniendo el control militar.

Fue una iniciativa con gran impacto, aún constatable, pero efímera. Se fijaron una serie de plazos que no llegaron a a cumplirse y todo comenzó a irse al traste pronto, con el asesinato del primer ministro Rabin en noviembre de 1995 a manos de un fundamentalista de extrema derecha israelí, Yigal Amir, que aprovechó precisamente una manifestación en apoyo de los Acuerdos de Oslo para acercarse a él y dispararle dos veces.

Todo comenzó a desmoronarse con el asesinato de Rabin a manos de un fundamentalista de extrema derecha israelí, Yigal Amir

El asesinato de Rabin coincidió con el inicio del aumento del número de ataques terroristas palestinos a principios de 1996, muchos de ellos suicidas, durante una campaña terrorista especialmente dura que Arafat no acabó de condenar, con el consiguiente repudio de la mayoría israelí. La puntilla fue la derrota electoral del Partido Laborista varios meses después, que dejó tocado de muerte el proceso de paz. Para muchos israelíes, en particular aquellos que no estaban profundamente comprometidos con la agenda de Oslo, las grandes esperanzas puestas en el proceso se hicieron añicos.

El colapso formal de las conversaciones de paz en julio de 2000 en Camp David y el estallido de la Intifada de Al-Aqsa en octubre de ese año proporcionaron a los rivales del movimiento la prueba supuestamente definitiva de que su agenda era fundamentalmente errónea, más de lo que algunos ex activistas por la paz se arrepentían de su propios planteamientos ( Tamar s. Herman, The Israeli Peace Movement: A Shattered Dream). No deja de ser indicativo que las milicias de Hamás atacaran con saña el festival por la paz Supernova de Reim.

El proyecto de Hamás que controla Gaza nunca fue el de la OLP ni el que compartió los acuerdos de paz de Oslo, una amenaza para su propia existencia. El nuevo orden que surgía a finales de los 80, instigado por el propio Gorbachov ya antes de la caída de la URSS, abrió una ventana para la paz en Oriente Medio. Terminado ese ciclo hace algunos años, el recrudecimiento ahora del conflicto de Israel y Palestina no hace si no confirmar la deriva de una época que ha abandonado definitivamente la idea de una seguridad mundial.

"No esperamos que la paz sea negociada en un día, en una semana, en un mes, ni siquiera en un año; la paz tomará su tiempo..." El optimismo de George Bush padre en el Salón de las Columnas del Palacio Real de Madrid, el 30 de octubre de 1991, puede parecer absolutamente irrisorio ahora, veinte años después, si no fuera por lo realmente trágico: durante la Conferencia Internacional que albergó España, se negociaron los mimbres de lo que serían los Acuerdos de Oslo, ¿la paz imposible entre árabes e israelíes?

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