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"Hamás debe ser reducido a cenizas": ¿y si lo que acaba con el grupo es un error de cálculo?
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Una herida autoinfligida

"Hamás debe ser reducido a cenizas": ¿y si lo que acaba con el grupo es un error de cálculo?

Analistas y estrategas llevan una semana tratando de discernir cuál es el plan del grupo islamista tras la letal incursión. Un experto en terrorismo te explica por qué puede no haber plan alguno

Foto: Combatientes de las Brigadas Ezzedin al-Qassam, el brazo militar de Hamás. (EFE/Mohammed Saber)
Combatientes de las Brigadas Ezzedin al-Qassam, el brazo militar de Hamás. (EFE/Mohammed Saber)

Sin luz, sin combustible, sin agua, sin alimentos y, pronto, sin ciudad. El ejército de Israel exigió ayer a todos los civiles situados en el norte de la Franja de Gaza, donde se sitúa su capital y donde residen más de un millón de personas, que abandonen el territorio. Se trata de una advertencia sin precedentes como antesala de una previsible invasión terrestre cuyo objetivo manifiesto será la eliminación total de Hamás, sin importar la destrucción urbana o las vidas de quienes no quieran —ni, probablemente, puedan— irse. "No hay un solo miembro del gabinete (del Gobierno israelí) que no esté de acuerdo en que Hamás debe ser reducido a cenizas", resumía Yaakov Amidror, exgeneral israelí, al New York Times. Una guerra total está en marcha.

Nos encontramos ante el máximo exponente de un sistema de seguridad israelí que lleva tiempo basándose en la disuasión desproporcionada: cualquier ataque contra su territorio conlleva una respuesta rápida, indiscriminada y múltiples órdenes de magnitud mayor. Una dinámica resumida en la llamada "Doctrina Dahiya", el nombre de una zona residencial de Beirut donde estaba situado el cuartel general de Hezbolá —la poderosa milicia chií financiada por Irán— y que quedó completamente arrasada durante la guerra del Líbano en 2006. Dos años después, el exjefe del Estado General de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) Gadi Eizenkot resumía así la doctrina: "Ejerceremos un poder desproporcionado contra cada aldea desde donde se dispare contra Israel y causaremos daños y destrucción inmensos. Desde nuestra perspectiva, estas son bases militares".

Foto: Residentes de Gaza evacuados por las fuerzas israelíes. (EFE/EPA/Haitham Imad)

Gaza ya ha sido en múltiples ocasiones objeto de esta doctrina, pero el ataque más letal de la historia de Israel, ejecutado por Hamás el pasado 7 de octubre y que dio inicio a la actual guerra, parece tomar rumbo a desencadenar la destrucción completa de la ciudad a manos de las IDF. Dado los precedentes históricos de su mayor rival, es de esperar que el grupo islamista supiera qué es lo que le esperaba a la urbe y a su organización. "Sería inconcebible que no esperaran una respuesta israelí masiva, una que podría destruir aún más Gaza, hacer pagar un precio terrible a sus de por sí maltrechos habitantes y, posiblemente, significar el fin del gobierno de Hamás en el enclave", planteaba en un análisis reciente del International Crisis Group, un think-tank con sede en Bruselas.

Por ello, analistas y estrategas llevan una semana tratando de discernir cuál es el plan del grupo islamista tras la letal incursión. ¿Buscan una guerra urbana contra soldados israelíes? ¿Confían en que la toma de más de 100 rehenes provoque una parálisis en el proceso de toma de decisiones del Gobierno de Benjamin Netanyahu? ¿Piensan que la presión internacional acabará beneficiando su causa? ¿Está Hezbolá preparando un ataque simultáneo desde el norte?

Estas preguntas, sin embargo, pueden ser en vano. "Desde el ataque, nos hemos obsesionado mucho en pensar cuál es el siguiente paso. En qué es lo que Hamás tiene planeado para ahora", comenta Manuel R. Torres, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide especializado en terrorismo, en entrevista con El Confidencial. "Y la realidad es que es posible que ese plan no exista. Que conseguir un ataque doloroso, cuanto más cruento, mejor, fuera el objetivo en sí mismo", agrega. Para este experto, Hamás podría haber caído en una de las trampas más comunes y autodestructivas a las que se enfrentan los grupos terroristas: un garrafal error de cálculo.

"Protagonizar un atentado contraproducente es la causa más habitual en la desaparición de un grupo terrorista. Es posible que Hamás se sume a esa lista al haber forjado en Israel la determinación de acabar con este grupo sin importar el precio a pagar", sentenciaba Torres en un hilo publicado en X, la red social anteriormente conocida como Twitter, un día después de la incursión que acabó con la vida de más de 1.300 israelíes, en su mayoría civiles. Hasta ahora, el Gobierno israelí toleraba el control del grupo islamista en Gaza. Incluso, en cierto modo, lo veía con buenos ojos, dado que dividía la causa palestina. Ahora, su objetivo es su destrucción total. Cueste lo que cueste.

¿Ha actuado Hamás de forma ilógica? No necesariamente, afirma el experto. El problema es que los cálculos lógicos en el seno de cualquier organización terrorista distan mucho de la realidad a la que la mayoría del planeta está acostumbrada.

La mística del "golpe decisivo"

Desde el punto de vista de Hamás, el ataque fue un éxito rotundo, probablemente uno mucho mayor del que habrían esperado durante los meses de planeación que fueron necesarios para ejecutarlo. Sin embargo, de acuerdo con el Ministerio de Salud de Palestina, el contador de muertos en Gaza ya ha superado al israelí: 1.500, un tercio de ellos niños. Además, 6.600 personas han resultado heridas, muchas de las cuales continúan siendo tratadas en hospitales al borde del colapso y a escasos días de quedarse sin energía. Todo ello, antes de comenzar la invasión terrestre en ciernes, destinada a ser todavía más letal.

Foto: Vista general de la central que genera electricidad en el centro de la Franja de Gaza. (EFE / Mohammed Saber)

Se trata de la misma Doctrina Dahiya de siempre, pero peor que nunca. Resulta difícil encontrar la racionalidad detrás de las decisiones de Hamás, pero no para aquellos que llevan tiempo estudiando a los grupos terroristas. "Estos (grupos) siempre cuentan con una planeación mística del golpe decisivo. Esa idea de que una violencia de enorme magnitud puede transformar la realidad de una forma cuasi mágica", explica Torres. "Una violencia que, en este caso, además está justificada de manera religiosa y cumple un mandato divino. Alá dispondrá de lo que viene después", agrega.

El experto recuerda múltiples casos de organizaciones terroristas que, en el pasado, han ejecutado atentados que consideraban como una jugada maestra y que acabaron siendo su fin o el inicio de su decadencia. El líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, tenía la convicción ciega de que los ataques contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 aplastarían la voluntad del Gobierno estadounidense. Consideraba que, tras haber sufrido por primera vez un daño de estas dimensiones en su propio territorio, la presión de la opinión pública impediría que la Casa Blanca volviera a participar en cualquier conflicto en Medio Oriente. El vaticinio no pudo ser más errado. Estados Unidos acabó permaneciendo en Afganistán casi 20 años después de la derrota de Al Qaeda en Tora Bora y diez años más tarde de la muerte de Bin Laden a manos de un comando de los Navy SEALS en Pakistán.

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El Estado Islámico, originalmente un vástago de Al Qaeda, había logrado en 2015 conquistar enormes cantidades de territorio de Siria e Irak. No contenta con haber fundado un califato en la región y haberse convertido en el grupo terrorista más rico del de la historia gracias a su control de pozos petrolíferos y a los impuestos que imponía a cerca de 12 millones de personas, la organización decidió lanzar una campaña de atentados contra países europeos y con el objetivo de atemorizar a la población y quebrar la voluntad de los Gobiernos que comenzaban a participar militarmente en su contra. Estos ataques, no obstante, solo aceleraron la formación de una coalición internacional contra el ISIS y la eventual caída del Califato.

Tanto Al Qaeda como el Estado Islámico continúan existiendo, pero sus supuestos "golpes decisivos" han sido los que más los han debilitado. También podemos encontrar en la propia España un ejemplo de cómo un fallo de cálculo puede llevar a la desaparición de una organización terrorista. "El caso del asesinato de Miguel Ángel Blanco es uno de los grandes ejemplos de un atentado contraproducente. ETA pensaba que iba a volver a la sociedad española en contra del Gobierno. Que la población responsabilizaría al ejecutivo de su muerte por no haber negociado con ellos o haberse atenido a sus reivindicaciones. El resultado fue todo lo contrario: provocó una unidad de acción en España y una pérdida del control de las calles del País Vasco", recuerda Torres. "A nivel social, ese fue el punto de inflexión hacia el fin de ETA", agrega.

Foto: Soldados israelíes en el área de los ataques. (EFE/Martin Divisek)

Por el pueblo, sin el pueblo

Ni siquiera las décadas de experiencia lidiando con las despiadadas respuestas militares de Israel llevaron a Hamás a concluir que un atentado de esas dimensiones podría desencadenar una calamidad para los gazatíes. O quizás sí llegaron a esa deducción, pero no acabó teniendo mucho peso. "Son organizaciones que actúan en representación teórica del pueblo, pero sin el pueblo. Es decir, sin establecer procedimientos de consulta o de intercambio de perspectivas", considera Torres. "Además, en los procesos de liderazgo de estos grupos al final se suele imponer la línea más dura por un proceso casi darwiniano, básicamente porque al que no es radical se le termina señalando como traidor", añade.

Estas dinámicas llevan a menudo a consensos forzados en los que todas las directrices marcadas por el liderazgo se llevan a cabo sin oposición alguna, silenciando de forma pasiva las voces de quienes pudieran temer un resultado contraproducente de las acciones. Incluso los integrantes más críticos se acaban autoconvenciendo de que el plan funcionará, porque no existe una alternativa real al convencimiento ciego cuando formas parte de una organización terrorista de la que no tienes manera alguna de escapar, especialmente en Gaza, de donde no existe salida posible.

Foto: Fuerzas antidisturbios rodean una manifestación vetada a favor de Palestina en la plaza de la República de París. (EFE/Teresa Suárez)

Lejos de paralizar al Gobierno de Israel, los atentados le han otorgado cierto barniz de legitimidad a su desproporcionada respuesta. La Unión Europea, por ejemplo, está batallando a la hora de condenar las muertes de civiles en Gaza, viéndose obligada a equilibrar su respuesta con la brutalidad de los asesinatos en los kibutz israelíes colindantes. Incluso el desplazamiento forzado de más de un millón de personas ordenado por las IDF, que el Consejo Noruego para los Refugiados ha descrito como un "crimen de guerra", está encontrando poca resistencia diplomática.

Incluso si la operación militar israelí en ciernes no destruye por completo a Hamás —algo probable, dadas las enormes dificultades que implica una incursión terrestre—, el grupo ha sellado su destino a los ojos de la comunidad internacional. Pese a ser considerada como una organización terrorista por Tel Aviv y gran parte de Occidente, también era vista como un interlocutor válido, una realidad que se ha esfumado por completo.

La mayor esperanza de los islamistas reside ahora en que el Gobierno de Netanyahu repita su mismo error. Que cruce unos límites inaceptables incluso para una opinión pública acostumbrada a presenciar la muerte de forma rutinaria durante décadas de ocupación. Que el conflicto de Israel contra Hamás acabe siendo percibido como la batalla de un monstruo contra otro. Que los asesinatos a sangre fría de 1.300 personas queden eclipsados por una cifra todavía incalculable. Un error de cálculo masivo para tapar otro.

Sin luz, sin combustible, sin agua, sin alimentos y, pronto, sin ciudad. El ejército de Israel exigió ayer a todos los civiles situados en el norte de la Franja de Gaza, donde se sitúa su capital y donde residen más de un millón de personas, que abandonen el territorio. Se trata de una advertencia sin precedentes como antesala de una previsible invasión terrestre cuyo objetivo manifiesto será la eliminación total de Hamás, sin importar la destrucción urbana o las vidas de quienes no quieran —ni, probablemente, puedan— irse. "No hay un solo miembro del gabinete (del Gobierno israelí) que no esté de acuerdo en que Hamás debe ser reducido a cenizas", resumía Yaakov Amidror, exgeneral israelí, al New York Times. Una guerra total está en marcha.

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