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Dos décadas que estremecieron el mundo: "Afganistán es la puntilla de la era post 11-S"
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Los ecos del derrumbe

Dos décadas que estremecieron el mundo: "Afganistán es la puntilla de la era post 11-S"

Investigadores del Real Instituto Elcano reflexionan sobre el legado de unos ataques terroristas que dieron inicio a una era de inestabilidad, conflicto y competición geopolítica

Foto: Cuerpos de rescate tras el atentado contra el World Trade Center de Nueva York. (EFE)
Cuerpos de rescate tras el atentado contra el World Trade Center de Nueva York. (EFE)

El 1 de enero de 2001, para sorpresa de nadie más allá de los despistados que creían que el cambio se había producido el año anterior, la humanidad entraba en un nuevo milenio. Sin embargo, serían necesarios ocho meses y 10 días para que el mundo se adentrara, traumáticamente y sin previo aviso, en una nueva era. La caída de las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre supuso también el derrumbe del idealismo propio de un régimen internacional unipolar consolidado tras el final de la Guerra Fría. Uno en el que las democracias liberales eran consideradas como la inevitable fase final en la evolución de los Estados. Quedaba inaugurado un nuevo periodo de inestabilidad, conflicto y competición geopolítica.

Veinte años después, los ecos del derrumbe resuenan más fuertes que nunca, coincidiendo con la retirada de Estados Unidos de Afganistán forzada por los mismos talibanes que fueron el primer objetivo de la guerra global contra el terror. Con motivo del emblemático aniversario, el Real Instituto Elcano ha organizado este jueves una mesa redonda con cinco de sus investigadores principales y moderada por su director, Charles Powell, en la que se analizó el impacto duradero de los atentados en la política exterior estadounidense, las relaciones transatlánticas o el mundo árabe, entre otras áreas.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters)

“La caída de Afganistán representa la puntilla de la era post 11 de septiembre”, ha apuntado Luis Simón, director de la oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas. “Una era en la que el excedente de poder occidental alimentaba la creencia de que era posible rediseñar el mundo a través de intervenciones militares y de la construcción de Estados. Lo que ha pasado en Afganistán ilustra los límites de ese modelo, por no decir el fracaso”, ha agregado durante su intervención en el evento.

Los límites del intervencionismo

Sobre el papel, las intervenciones directas en el extranjero en las que Estados Unidos se embarcó fueron rotundos éxitos militares. En Afganistán, el Gobierno talibán fue derrocado con facilidad y Al Qaeda, la organización terrorista liderada por Osama bin Laden y responsable de los atentados en Nueva York y Washington, se vio obligada a abandonar la mayoría de sus operaciones en el país por la ofensiva del Ejército norteamericano y sus aliados. En Irak, los tanques estadounidenses apenas tardaron 20 días a partir del inicio de la invasión en recorrer las calles de Bagdad, sin encontrar apenas resistencia. Dos victorias que podían esperarse de la mano de las fuerzas armadas más poderosas del planeta. El problema vino el día después.

Charles Powell: "Como decía un autor, nosotros tenemos el reloj y el enemigo tiene el tiempo"

“Las misiones de construcción de Estados y de mantenimiento de la paz han funcionado horriblemente mal”, ha argumentado Félix Arteaga, investigador especializado en defensa. Como pieza fundamental de los intentos de construir democracias afines, supusieron un enorme gasto humano, económico y material sin que se produjeran avances tangibles. “Sirven para ganar tiempo, pero este tiempo se derrocha en los despachos. Con lo cual las misiones se alargan y generan una fatiga que las sociedades avanzadas difícilmente pueden aprobar”, ha explicado el experto.

A lo largo de estos 20 años, Estados Unidos en particular y Occidente en general han descubierto los límites de la fuerza militar convencional. Los despliegues de las fuerzas armadas pueden servir para cumplir ciertos objetivos, pero no sirven por sí mismos para transformar Estados a su antojo. “Estas grandes operaciones de ‘state-building’, para tener éxito, por definición tienen que ser proyectos generacionales. Como decía un autor, nosotros tenemos el reloj y el enemigo tiene el tiempo”, ha resumido Powell.

Foto: Cumbre UE-EEUU en Bruselas el pasado 15 de junio. (EFE)

Los fracasos de las intervenciones en Irak y Afganistán han tenido y tendrán profundas consecuencias en la mentalidad occidental respecto al uso de la fuerza más allá de las fronteras. Como muestra de ese aprendizaje, recientemente el presidente Emmanuel Macron anunciaba una "transformación profunda" de la presencia militar francesa en el Sahel, paralizando la conocida como operación Barkhane, que combate a los grupos extremistas y yihadistas —como el Estado Islámico y Al Qaeda— en el territorio. Los planes a medio y largo plazo incluyen el fin de las tareas de adiestramiento de tropas locales y la concentración de esfuerzos en operaciones concretas con objetivos claros, como las que ejecutan las fuerzas especiales.

Un mundo multipolar como telón de fondo

Mientras EEUU centraba sus esfuerzos en una guerra abstracta contra el terror, aquellos que eventualmente se convertirían en sus principales rivales sistémicos aprovechaban para ocupar su espacio en la primera línea de la arena internacional. El presidente ruso, Vladimir Putin, se anexionaba Crimea en 2014 ante el pasmo de Occidente; paralelamente, el mandatario chino, Xi Jinping, lograba concentrar todos los poderes del Estado en su figura y mostraba al mundo su disposición a transformar el músculo económico del gigante asiático en una agenda exterior asertiva.

Carlota García: "Irak fue un punto de inflexión. A partir de entonces, bajó el apoyo a EEUU y se tensaron las relaciones transatlánticas"

“Se ha hecho mucho énfasis en cómo la guerra global contra el terrorismo pudo distraer a Estados Unidos de hacer frente a otros riesgos, no prestando atención a Rusia y a China”, ha señalado Carlota García Encina, investigadora especializada en EEUU. Un alzamiento de las potencias rivales que se produjo en paralelo al creciente descrédito internacional de Washington debido a factores como su unilateralidad, el falso pretexto de las armas de destrucción masiva para invadir Irak o los casos de torturas en la prisión de Abu Ghraib y la base militar de Guantánamo.

Irak fue un punto de inflexión. A partir de entonces, no solo bajó el apoyo internacional y se tensaron las relaciones transatlánticas, sino que la unidad que había conseguido George Bush en septiembre de 2001 (cuando contaba con cerca de un 90% de aprobación) también empezó a declinar”, ha dicho García. Hoy en día, Estados Unidos se encuentra en un nivel de polarización política sin precedentes en su historia moderna y la Administración de Joe Biden batalla por reparar unas alianzas internacionales que quedaron severamente dañadas durante la presidencia de Donald Trump.

Foto: Joe Biden. (EFE)

El reto es mayúsculo. La OTAN se encuentra en medio de una profunda reflexión sobre su futuro, intentando encauzar un cambio estratégico de cara a la conferencia de la organización el año que viene en Madrid. Esta transformación, que debe marcar los objetivos durante la próxima década, busca priorizar la rivalidad estratégica con grandes potencias, sobre todo Rusia y China, “en detrimento de la lucha contra el terrorismo y las tareas de estabilización, que es lo que ha caracterizado a la era post 11 de septiembre”, según ha expuesto Luis Simón. Una tarea urgente que ambos lados del Atlántico deben emprender a la par en un momento en que la debacle de Afganistán ha añadido nueva leña al fuego de la desconfianza de Bruselas hacia Washington.

El estancamiento árabe y el surgimiento yihadista

Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Real Instituto Elcano especializado en Medio Oriente y el Norte de África, se encontraba en Manhattan el día en que dos aviones fueron estrellados contra las Torres Gemelas. Estos atentados, ha recordado, fueron perpetrados en su totalidad por personas de origen árabe, 15 de ellas procedentes de Arabia Saudí, como también lo era el propio Bin Laden. Entonces, el reino era un aliado indispensable para Estados Unidos en la región. Eso no ha cambiado. De hecho, dos décadas después, poco es lo que ha cambiado en la región.

Foto: Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Real Instituto Elcano. (Elcano)

"La guerra global contra el terror, ese enemigo invisible, fue utilizada por parte de los regímenes autócratas árabes, aliados y enemigos de EEUU por igual, para quitarse de en medio cualquier oposición", ha explicado Amirah. Baste ver cómo el presidente de Siria, Bashar al Assad, utilizó desde los primeros días de las protestas de la primavera árabe el calificativo 'terroristas' para referirse a sus opositores. "El legado del 11-S es una perpetuación del 'statu quo' beneficioso para los regímenes autoritarios [de la región], pero a su vez ha aumentado la frustración y la desesperanza en sectores amplios de sociedades árabes", ha agregado.

Por si fuera poco, la salida de Afganistán ha sido percibida por los países de la región como una auténtica humillación para Estados Unidos. El triunfo de los talibanes, a su vez, supone para muchos la confirmación de que solo desde el extremismo más radical se puede derrotar a un imperio. Esto resulta especialmente grave teniendo en cuenta que, contrario a los grandilocuentes objetivos de la guerra contra el terror, el yihadismo es hoy en día más prevalente que nunca.

Reinares: "En 20 años, Al Qaeda ha multiplicado por cuatro el número de integrantes"

"Cuando ocurrió el 11-S, Al Qaeda era una organización unitaria con unos pocos miles de militantes basados en Afganistán y Pakistán", ha apuntado Fernando Reinares, director del programa sobre Radicalización Violenta y Terrorismo Global de Elcano. "Veinte años después, es una estructura global descentralizada con seis ramas territoriales, algunas de ellas particularmente potentes", una que, como mínimo, "ha multiplicado por cuatro el número de integrantes", ha añadido. Esto, sin contar con el Estado Islámico, originalmente la rama de Al Qaeda en Irak y que ahora prácticamente la iguala en tamaño e influencia global. La batalla global contra el terrorismo solo ha logrado generar más terroristas.

Tales son las paradojas de un mundo que en dos décadas parece haber sufrido un cambio irreconocible y que, a su vez, como demuestra la reciente huida estadounidense, es en gran medida el mismo de entonces. Un ejemplo emblemático del complejo legado del 11-S es que, 20 años después de la invasión de Afganistán para acabar con 'el terror', el ministro del Interior del país, Sirajuddin Haqqani, es el líder de una organización designada como terrorista por EEUU y que mantiene lazos cercanos con Al Qaeda. Vuelta a la casilla de salida.

El 1 de enero de 2001, para sorpresa de nadie más allá de los despistados que creían que el cambio se había producido el año anterior, la humanidad entraba en un nuevo milenio. Sin embargo, serían necesarios ocho meses y 10 días para que el mundo se adentrara, traumáticamente y sin previo aviso, en una nueva era. La caída de las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre supuso también el derrumbe del idealismo propio de un régimen internacional unipolar consolidado tras el final de la Guerra Fría. Uno en el que las democracias liberales eran consideradas como la inevitable fase final en la evolución de los Estados. Quedaba inaugurado un nuevo periodo de inestabilidad, conflicto y competición geopolítica.

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