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La guerra 'game changer': por qué el ataque de Hamás lo cambiará todo
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Análisis

La guerra 'game changer': por qué el ataque de Hamás lo cambiará todo

El inesperado ataque lanzado por Hamás contra Israel podría cambiar para siempre la repartición de fuerzas en la región desde el punto de vista palestino, israelí e internacional

Foto: Fuerzas israelíes en Sderot, el 9 de octubre. (Europa Press/Ilia Yefimovich)
Fuerzas israelíes en Sderot, el 9 de octubre. (Europa Press/Ilia Yefimovich)

El inesperado ataque lanzado por Hamás contra Israel ha abierto las puertas del infierno. Aunque todavía es pronto para calibrar las consecuencias que tendrá sobre el terreno, lo que sí se puede decir es que representa un game changer, un punto de inflexión que podría cambiar para siempre la repartición de fuerzas en la región. A partir de esta premisa, deben hacerse diferentes lecturas en clave interna palestina, israelí, árabe e internacional para comprender la gravedad de la situación.

En lo que atañe a la dimensión palestina, debe recordarse que Hamás mantiene una intensa rivalidad con Fatah, la formación que dirige la Autoridad Palestina desde su establecimiento en 1994. Desde que se impusiera en las elecciones legislativas de 2006, la organización controla la Franja de Gaza y goza de una enorme popularidad en Cisjordania y Jerusalén Este, territorios ocupados por Israel desde la guerra de los Seis Días.

Foto: Joe Biden. (EFE/Samuel Corum)

La operación Inundación del Aqsa, que hasta el momento ha dejado más de 900 muertes en territorio israelí, ha evidenciado que Hamás antepone sus intereses partidistas a los de la causa palestina, ya que la ejecución a sangre fría de cientos de civiles indefensos, crimen que no admite ningún tipo de justificación, daña irremediablemente la causa que dicen defender. En el caso de que únicamente hubieran golpeado objetivos militares, su posición se habría reforzado, pero este modus operandi más propio de grupos yihadistas como el Estado Islámico les acabará pasando factura más pronto que tarde en la sociedad palestina.

Como no podía ser de otra manera, la condena del asesinato de civiles debe ser siempre recíproca y la muerte de palestinos no puede ser sistemáticamente invisibilizada. Según la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU, en los últimos 15 años han sido asesinadas un total de 6.715 personas. El 95% de ellos eran palestinos, sin que ningún país occidental se haya rasgado las vestiduras y sin que prácticamente ninguno de los responsables de dichas muertes haya sido encarcelado, ya que el Ejército y los colonos israelíes gozan de absoluta impunidad protegidos por el Gobierno más extremista en la historia de Israel. Esta impunidad crea el caldo de cultivo del que se alimentan Hamás y sus seguidores y les sirve para justificar sus acciones.

Por lo que respecta a Israel, el ataque islamista coloca en una situación extremadamente delicada al Gobierno de Netanyahu, cuya autoridad ya estaba fuertemente erosionada como consecuencia de su empecinamiento en sacar adelante una controvertida reforma judicial que ha partido en dos a la sociedad israelí. La incapacidad de sus servicios de inteligencia de detectar un ataque de esta envergadura supone, además, un serio golpe para su credibilidad. También la actuación del Ejército, la institución más valorada por la sociedad israelí, queda en entredicho. En los próximos meses se deberá emprender una profunda investigación al respecto para delimitar las responsabilidades pertinentes por este garrafal fallo.

Un cheque en blanco para atacar

El hecho de que la mayor parte de países occidentales se hayan apresurado a reconocer el derecho de Israel a defenderse podría ser interpretado por el primer ministro Benjamín Netanyahu como un cheque en blanco para lanzar una operación de gran envergadura contra la Franja de Gaza. No obstante, no debería olvidarse de que quienes le precedieron en el cargo ya lanzaron diferentes campañas militares para descabezar a Hamás y lo único que lograron fue provocar un elevado número de víctimas civiles e incrementar la popularidad del movimiento islamista.

Debe recordarse, una vez más, que los castigos colectivos contra la población civil representan un crimen de guerra según las convenciones internacionales y que la población palestina no puede ser castigada por los atentados perpetrados por Hamás. También sabemos que las operaciones quirúrgicas son del todo inviables en la Franja de Gaza, la zona más densamente poblada del planeta, ya que más de dos millones de personas malviven en apenas 365 kilómetros cuadrados.

Foto: Un grupo de hombres muestra su solidaridad con los palestinos en una aldea al sur de Líbano, en la frontera con Israel. (Reuters/Aziz Taher)

La tercera dimensión a tener en cuenta es la árabe. Durante los últimos años, Estados Unidos ha hecho un esfuerzo titánico para que las principales monarquías del Golfo normalicen sus relaciones con Israel. La Administración Trump logró que Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán establecieran plenas relaciones diplomáticas con Israel por los Acuerdos de Abraham de 2000. La Administración Biden no ha querido quedarse atrás y ha tratado de sumar a esta iniciativa a Arabia Saudí, el país más poderoso e influyente del mundo árabe.

En las últimas semanas, se rumoreaba un inminente acuerdo saudí-israelí que dejaría malherida la denominada solución de los dos Estados, ya que la corona saudí se desentendería de la cuestión palestina a cambio de recibir un trato privilegiado por parte de Washington. La intensificación de la violencia supone un misil en la línea de flotación de estas negociaciones que, con toda probabilidad, habrá tenido el visto bueno de Irán, uno de los países que más tenían que perder con esta aproximación.

Foto: Una de las zonas atacadas en la Franja de Gaza. (EFE)

En último lugar, debe aludirse a la dimensión internacional. La operación lanzada por Hamás contra el territorio israelí pone en evidencia el rotundo fracaso de los Acuerdos de Oslo y la inviabilidad de la solución de los dos Estados por la que, supuestamente, sigue apostando la comunidad occidental. En estos 56 años de ocupación militar de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, todos los gobiernos israelíes han colonizado de manera sistemática los territorios palestinos en el marco de una política de hechos consumados destinada a hacer inviable la aparición de un Estado palestino soberano y viable sin tener que asumir ningún coste por ello.

Por otra parte, no puede pasarse por alto que los habitantes de Gaza, en su inmensa mayoría descendientes de refugiados que fueron expulsados de sus hogares durante la guerra de 1948, llevan más de 15 años sometidos a un inhumano bloqueo por tierra, mar y aire sin que ningún país occidental haya denunciado la situación o se haya solidarizado con su población. Ahora que resuenan tambores de guerra, quizá no estaría de más recordar que la única solución al conflicto palestino-israelí sigue siendo política y que cuanto más tiempo se perpetúe la situación actual, más intensos e impredecibles serán los brotes de violencia.

*Ignacio Álvarez-Ossorio es catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid.

El inesperado ataque lanzado por Hamás contra Israel ha abierto las puertas del infierno. Aunque todavía es pronto para calibrar las consecuencias que tendrá sobre el terreno, lo que sí se puede decir es que representa un game changer, un punto de inflexión que podría cambiar para siempre la repartición de fuerzas en la región. A partir de esta premisa, deben hacerse diferentes lecturas en clave interna palestina, israelí, árabe e internacional para comprender la gravedad de la situación.

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