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Colonos y activistas anti-ocupación: cara y cruz de la sociedad israelí
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dos visiones opuestas de país y de futuro

Colonos y activistas anti-ocupación: cara y cruz de la sociedad israelí

El año 1967 marca las vidas y las luchas de colonos y militantes anti ocupación israelíes. Son los extremos de la sociedad israelí: dos visiones de país, de sociedad y de futuro opuestas

Foto: Israelíes durante el evento "Dos estados, una esperanza", que protesta contra la ocupación, en Tel Aviv. (Reuters)
Israelíes durante el evento "Dos estados, una esperanza", que protesta contra la ocupación, en Tel Aviv. (Reuters)

En un modesto apartamento de un barrio del oeste de Jerusalén, Yehuda Shaul coge aire y permanece unos segundos en silencio. La pregunta es a la vez fácil y difícil de responder pese a que la ha contestado muchas veces en los últimos 13 años: “La ocupación es lo que nosotros israelíes hacemos para estar seguros de que los palestinos no serán nunca libres. Hay palestinos de mi edad que no vieron el mar o una playa en sus vidas. Ni siquiera entienden qué significa ser libres. Es demencial”.

Al otro lado de Jerusalén, una bandera israelí marca inconfundiblemente la casa de la familia Sternburg, en el corazón del barrio musulmán de la Ciudad Vieja. Esther Sternburg, guarda decenas de fotos antiguas y documentos escaneados que sustentan su certeza de que ella y su familia están en el lugar que les corresponde: Jerusalén, “capital eterna e indivisible del pueblo judío”. “No me considero una colona o una ocupante. Es el deseo de Dios que estemos aquí”, asegura.

En junio de 1967, 19 años después de la creación del Estado de Israel, una guerra enfrentó a Israel con una coalición de países árabes. Tras la llamada Guerra de los Seis Días, Israel ocupó los territorios palestinos de Cisjordania, Jerusalén-Este y Gaza, los Altos del Golán sirios y la península egipcia del Sinaí. Para la comunidad internacional en esa fecha comenzó la ocupación israelí de los territorios palestinos, que medio siglo después se traduce en más de 150 colonias repartidas por Cisjordania y Jerusalén-Este, controles militares israelíes, muros y una falta de libertad que asfixia a la inmensa mayoría de los palestinos.

En esos cincuenta años, el conflicto ha dejado miles de muertos. La trágica balanza pesa más del lado palestino, sobre todo debido a los centenares de víctimas que han provocado las tres últimas ofensivas militares israelíes en la franja de Gaza.

Los israelíes han sufrido dos Intifadas, decenas de atentados suicidas, cohetes y declaraciones contra su propia existencia de parte de grupos como el movimiento islamista Hamás. La ocupación los divide como sociedad, los asusta, los mina y les llena de impotencia. Pero son pocos los israelíes que se atreven a vencer la apatía, salir a la calle, denunciar en público la ocupación y pedir su fin.

“La gente no quiere saber, pero esto no es Afganistán o Irak vistos desde Estados Unidos. Esto está muy cerca de casa, es personal. Por eso se elevan muros de negación. Desde el inicio de la segunda Intifada (2000), hay una separación extrema, pero por ambas partes. El único israelí que conocen muchos palestinos es un colono o un soldado y el único palestino que los israelíes jóvenes conocen es un terrorista que sale en el telediario”, opina Shaul.

En 2004, este soldado israelí, oriundo de una familia norteamericana judía ortodoxa, fundó, junto a otros militares la organización no gubernamental (ONG) Breaking the Silence (Rompiendo el silencio). Shaul venía de pasar tres años y medio en el ejército y había vivido experiencias traumáticas que tambalearon su idea de ejército y de país, sobre todo en la ciudad palestina de Hebrón, donde los enfrentamientos entre colonos y palestinos son cotidianos.

Desde la creación de Breaking The Silence, más de 1.100 soldados han denunciado bajo la protección de la organización abusos cometidos por el ejército en los territorios palestinos ocupados. En un país donde se venera a las IDF, las fuerzas de defensa israelíes, esta ONG es blanco de severos ataques y amenazas.

“Que cuando alguien critique al Gobierno se convierta automáticamente en un traidor es algo que no puedo aceptar. ¿Quiénes son los traidores? ¿Quién está haciendo que el ejército pierda sus valores morales? Yo no me desperté un buen día y me fui a hacer mi servicio militar a Hebrón. Alguien me mandó. El problema es quienes nos dirigen y esa ilusión de que podemos enviar el ejército para perpetuar la ocupación”, explica.

Obstáculos para la paz

Según cifras de la ONG israelí B’Tselem, en Cisjordania hay actualmente 127 asentamientos israelíes, sin contar las colonias instaladas en el corazón de Hebrón. Paralelamente, Jerusalén-Este, la parte palestina de la ciudad, existen 15 asentamientos y decenas de casas repartidas en la Ciudad Vieja o el corazón de barrios palestinos como Silwan o el monte de los Olivos. A estos asentamientos se suman un centenar de implantaciones ilegales en Cisjordania llamadas ‘outpost’, a las que el Gobierno israelí también las considera fuera de la ley por no poseer los permisos necesarios.

Para el derecho internacional, todas las colonias son ilegales y en los últimos años han sido consideradas uno de los grandes obstáculos para lograr un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos.

“Cuando era pequeña, veía el muro de las Lamentaciones desde lejos, encaramada a un muro cerca de la puerta de Sion. Mi familia tuvo que salir de la Ciudad Vieja de Jerusalén en el 48. Se fueron con lo puesto. Mi sueño era volver”, explica Esther Sternburg. Desde 1948 a 1967, los judíos no podían entrar a la Ciudad Vieja ni acudir a rezar al muro. El año 1967 es para muchos israelíes el momento de la “reunificación” de la ciudad. Sin embargo, la comunidad internacional no reconoce la soberanía de Israel sobre esta parte oriental de Jerusalén ni sobre el resto de territorios ocupados.

Hace 28 años, los Sternburg se mudaron a esta casa, a poca distancia del muro de las Lamentaciones, un lugar santo para el judaísmo. Una asociación que se dedica a instalar israelíes en el corazón de zonas palestinas de Jerusalén compró un pequeño edificio y cuatro familias judías se trasladaron rápidamente. Viven rodeadas de palestinos, con rejas en todas las ventanas, en una especie de gueto.

“Nuestra presencia aquí es buena para todos, también es buena para los palestinos, es buena para el mundo entero”, repite Esther. Esta mujer de 67 años asegura que nunca ha tenido miedo al salir a la calle, ni siquiera cuando hace un par de años otro colono que vivía a poca distancia murió apuñalado por un palestino. “Los árabes no nos quieren aquí pero estamos y seguiremos estando. Nuestra fuerza es espiritual”, confía.

Según B’Tselem, hay alrededor de 350.000 colonos en Cisjordania y unos 250.000 en Jerusalén-Este que viven junto a unos tres millones de palestinos. En los altos del Golán, viven unos 23.000 colonos junto a una población siria de 25.000 personas. “En 1993, cuando se firmaron los acuerdos de Oslo (entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, OLP) había 160.000 colonos en Cisjordania y Jerusalén. Ahora hay más de 600.000”, recuerda Nabil Shaath, consejero para asuntos internacionales del Gobierno palestino.

“Un largo viaje”

B’Tselem fue creada en 1989 como un centro de defensa de los derechos humanos de los territorios palestinos. Junto a Breaking The Silence es una de las voces más firmes dentro de Israel contra la ocupación. “Creo que éste es un momento especialmente difícil para todos los que nos oponemos al Gobierno y a la ocupación. En B’Tselem hemos tenido varios tipos de amenazas: hemos evacuado la oficina por amenaza de bomba, hemos sufrido ataques en nuestra web, uno de nuestros trabajadores fue detenido varios días. Cuando nuestro director habló ante el Consejo de seguridad de la ONU se le amenazó con revocarle la nacionalidad israelí y hay leyes y proyectos de ley que hacen el espacio democrático cada vez más pequeño”, cita Amit Gilutz, portavoz de la organización.

Gilutz tiene 34 años y es músico de profesión. El proceso que le llevó a luchar contra la ocupación fue, como en el caso de muchos, “un largo viaje” que se vio impulsado por dos detonantes: imágenes de su servicio militar que quedaron grabadas y la primera de tres grandes ofensivas israelíes contra Gaza, bautizada ‘Plomo fundido’, entre finales de 2008 e inicios de 2009.

"Mi sueño se ha cumplido aquí, donde también estoy haciendo algo por mi país. Porque creo que éste es el hogar del pueblo judío", cuenta Noam

Para Noam Cohen, su servicio militar fue justamente el punto de partida de otro largo viaje, el de su vida en la implantación de Neve Erez, un 'outpost' o implantación ilegal situada en el desierto de Cisjordania en la que viven 25 familias. “En el ejército nació mi amor por el desierto. Supe que quería vivir en Israel y en un lugar como éste. Mi sueño se ha cumplido aquí, donde también estoy haciendo algo por mi país. Porque creo que éste es el hogar del pueblo judío”, explica.

Pese a que el Gobierno israelí considera a Neve Erez una implantación ilegal sí suministra los servicios necesarios para que sus habitantes se queden, como agua corriente, electricidad o seguridad. “Somos ilegales porque el Gobierno israelí está muy presionado por la comunidad internacional”, asegura Cohen.

Este colono explica que la convivencia con sus vecinos palestinos está basada en el respeto pero también en la desconfianza. Los habitantes de Neve Erez han decidido, por opción, no protegerse con alambradas ni portones de seguridad, solo algunos van armados y el ejército no tiene una presencia diaria en la zona. “Pero no tenemos pueblos árabes demasiado cerca, no nos vemos demasiado y no hay demasiado conflicto”, matiza.

¿Una colonia o una ciudad?

Ariel se alza en una zona menos inhóspita de Cisjordania. Es una de las colonias más pobladas de la zona, una especie de ciudad israelí situada 20 kilómetros más allá de la llamada Línea Verde, la frontera de facto establecida tras la creación de Israel en 1948, un límite que los palestinos toman como referencia para la creación de su futuro Estado.

Ariel tiene cines, centro comercial, piscinas, universidad y un gran parque industrial. En ella viven 20.000 personas y 3.000 palestinos de pueblos cercanos trabajan en el asentamiento. “A esos 3.000 palestinos no les gustaría perder su trabajo, digo yo. Pero si hay países que se empeñan en boicotear a las empresas para las que trabajan, tal vez los pierdan y en su lugar se contrate a otras personas”, zanja, tajante, Avi Zimmerman, judío estadounidense que dirige la Fundación que gestiona los fondos recibidos para proyectos en el asentamiento.

Zimmerman se refiere a la campaña internacional del movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) que pide un rechazo de los productos procedentes de colonias israelíes, de las empresas internacionales que participan de una manera u otra en la expansión de los asentamientos israelíes y de las personas que los apoyan y financian. Sus fundadores lo presentan como una forma no violenta de luchar contra la ocupación de los territorios palestinos inspirada en la lucha contra el apartheid de Sudáfrica.

Avi Zimmerman presenta una ocupación normalizada, integrada en la vida de todos sus protagonistas. El término colonia le molesta visiblemente y se refiere a Ariel como “comunidad”. También corrige al interlocutor cuando se refiere a Cisjordania y usa la mención bíblica de Judea y Samaria.

Según datos oficiales israelíes, unos 70.000 palestinos trabajan cada día en diferentes lugares de Israel. A estos se suman algunos miles que franquean los controles ilegalmente para acudir sin permiso a trabajar.

“El Estado de Israel ha triunfado en estos 50 años. La ocupación se ha prácticamente legitimado. El pueblo palestino no puede presentar resistencia efectiva a la ocupación y a nivel internacional, Europa apoya la creación de un Estado palestino pero no dice gran cosa y Estados Unidos casi oficialmente ha dejado de apoyar esta solución de dos Estados”, lamenta Sergio Yahni, director del Centro de Información Alternativa (AIC, según sus iniciales en inglés) donde suministran noticias sobre la colonización, se notifican abusos cometidos contra los palestinos o se realizan informes sobre las consecuencias de la ocupación que no salen en la mayoría de la prensa israelí.

“Pero al mismo tiempo, Israel no ha logrado hacer desaparecer el tema palestino de la agenda y el tema reaparece de repente con una huelga de presos palestinos, con un misil lanzado desde Gaza o un recrudecimiento de la campaña de boicot contra Israel. O sea, el triunfo de Israel no es total”, agrega este argentino-israelí.

Yahni llegó a Israel con 12 años, sus padres huían de la dictadura argentina. Su servicio militar en Israel marcó un antes y un después. “Me negué a servir en el ejército en un momento dado y después mi militancia se fue forjando”, explica.

Condenada a desaparecer

El pasado 27 de mayo, unas 30.000 personas se congregaron en Tel Aviv para pedir el fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino. Fue una protesta multitudinaria y sorprendente dentro de una sociedad angustiada por la ocupación pero a menudo apática. Una encuesta publicada recientemente por la televisión israelí mostró que el 47% de los israelíes apoya aún una solución de dos Estados basados en las fronteras de 1967, el 39% se opone y el 14% no sabe.

“Yo estoy seguro de ver el fin de la ocupación con mis propios ojos. No digo la paz porque eso ya son palabras mayores”, afirma Yehuda Shaul. “No he pensado nunca en hacer otra cosa. Israel no puede triunfar porque las contradicciones de la ocupación son demasiado grandes. No hay otra alternativa”, corrobora Yahni.

"La gran pregunta es ¿qué va a pasar con nosotros, israelíes? Si las aspiraciones palestinas se consiguen con un baño de sangre no habrá futuro para mi hijo en este país"

La pregunta de esos activistas es más bien cómo se va a llegar a una solución. Un Estado, dos Estados, todas las puertas parecen abiertas en este momento, fundamentalmente porque los fracasos en los últimos 25 años de negociaciones han sido muchos y porque no existe ningún diálogo de paz desde abril de 2014. “La lucha no es únicamente para que los palestinos conquisten sus derechos. De una forma u otra lo conseguirán. La gran pregunta es también ¿qué va a pasar con nosotros, israelíes? Porque si las aspiraciones palestinas se consiguen con un baño de sangre no habrá futuro para mi hijo en este país, pero si se logra mediante una lucha conjunta estaremos en parte también construyendo nuestro propio futuro”, asegura Yahni.

“Hoy, de cierta manera, nosotros, organizaciones anti-ocupación, somos la oposición política israelí. Porque no hay otra oposición a la ocupación. Somos nosotros los que estamos en primera línea”, agrega Shaul.

Y si un día hubiera un Estado palestino en las tierras que hoy ocupan colonos como Noam Cohen, Esther Sternburg o Avi Zimmerman, ¿qué harían ellos?

“No soy un fan de la idea de un Estado palestino, pero si llegara a ocurrir, lo más importante es que Ariel siempre ha estado en el lado israelí en cualquier borrador de acuerdo de paz pese a estar del otro lado del muro”, dice Zimmerman, refiriéndose a planes de anexión israelí en los que la colonia de Ariel siempre formó parte de los asentamientos a los que el gobierno israelí no quería renunciar.

“Si sucediera, que no creo, por supuesto me iría. Me iría al lado israelí. No vine aquí para ser un extranjero otra vez. Vine para ser independiente en mi casa, en este lugar que bíblica e históricamente es nuestro”, afirma por su parte Cohen. En el corazón de la Ciudad Vieja de Jerusalén, con el canto de mediodía del muecín de la mezquita cercana como fondo, Esther Sternburg parece no entender la pregunta.” ¿Irme? ¿A dónde? No estoy ocupando, estoy recuperando lo que es mío”.

En un modesto apartamento de un barrio del oeste de Jerusalén, Yehuda Shaul coge aire y permanece unos segundos en silencio. La pregunta es a la vez fácil y difícil de responder pese a que la ha contestado muchas veces en los últimos 13 años: “La ocupación es lo que nosotros israelíes hacemos para estar seguros de que los palestinos no serán nunca libres. Hay palestinos de mi edad que no vieron el mar o una playa en sus vidas. Ni siquiera entienden qué significa ser libres. Es demencial”.

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