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Woody Allen: "Hay pocas películas mías que me gusten. La mayoría me decepcionan y no las vuelvo a ver"
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Woody Allen: "Hay pocas películas mías que me gusten. La mayoría me decepcionan y no las vuelvo a ver"

El cineasta ha viajado a Barcelona para presentar su última película, 'Golpe de suerte', una comedia romántica que vira al 'thriller' y que llega a los cines este 29 de septiembre tras pasar por el Festival de Venecia

Foto: El director neoyorquino Woody Allen. (Getty/Andreas Rentz)
El director neoyorquino Woody Allen. (Getty/Andreas Rentz)

La casualidad. El azar. La suerte (o fatalidad, depende de la conveniencia), creadora y destructora de mundos. Que la pelota caiga a un lado o a otro de la red. Que se encasquille la pistola. Que seas tú el que pase por debajo del piano justo cuando se rompe la cuerda. Nuestra existencia entregada a los caprichos de millones de azarosas posibilidades, marionetas inconscientes. Uno de los personajes protagonistas de Golpe de suerte, la última comedia de Woody Allen —su filme número 50—, insiste una y otra vez en que no cree en la suerte, que esta se la crea uno mismo. Pero la suerte, precisamente, parece ser una de las grandes obsesiones del director, que vuelve a plantear cómo el control de la vida escapa de nuestras pequeñas manos, cómo el éxito y el fracaso están separados por la línea invisible y volátil de la casualidad.

En Golpe de suerte, que se estrena en los cines españoles el 29 de septiembre y que, en sus palabras, podría ser su última película, Allen continúa su periplo (¿o exilio?) europeo con una película francesa, con actores franceses —estupendo trío el de la hipnótica Lou de Laâge, Melvil Poupaud y Niels Schneider; hilarante en su suegridad Valérie Lemercier— y rodada en París. Vetado del mercado estadounidense por las acusaciones de abuso sexual de su hija Dylan Farrowque él niega y —, Allen se ha visto obligado a buscar financiación en la Europa de las libertades: a falta de Nueva York, siempre quedarán Londres, Roma, Barcelona, París e incluso San Sebastián. Treinta años después de la denuncia que interpuso Mia Farrow, el caso Allen es un lodazal. Por un lado, la Fiscalía de Conneticut investigó en su momento los hechos pero no presentó cargos. La Policía de Conneticut llevó a Dylan Farrow a la Clínica de Abusos Sexuales a Menores del Hospital de Yale-New Haven, que no vio señales de abuso. Tampoco los servicios sociales de Nueva York. Por otro lado, Dylan Farrow afirma que los abusos cuando tenía siete años sí existieron. También Mia Farrow y su hijo Ronan Farrow apoyan la versión de Dylan.

Emparentada —muy de cerca, a la distancia del canal de la Mancha— con Match point (2005), una de sus obras cumbre de su última etapa, en Golpe de suerte Allen propone una comedia de arquetipos en la que los parisinos son muy parisinos —trabajan en galerías de arte, comen en los bancos de los parques, viven en buhardillas y visten jerséis de rayas—, los pijos son muy pijos —mienten un destino turístico imposible, que ellos le recomendarán el restaurante de moda— y las suegras muy cotillas.

Una comedia romántica en la que la protagonista, Fanny (De Laâge), una joven galerista casada con un millonario (Poupaud) del que no tiene muy claro a qué se dedica, más allá de que "ayuda a los ricos a hacerse más ricos", se encuentra ¡por casualidad! con un antiguo compañero de clase, Alain (Schneider), reconvertido en escritor bohemio. Su matrimonio burgués y moderadamente aburrido, su vida acomodada de soireés de champagne y conversaciones banales se tambalean con la aparición de Alain, recordatorio para Fanny de cuando era más pobre, más libre y más feliz. No es el argumento más original, pero sí el regreso de un Allen motivado y luminoso, un chascarrillo muy bien contado, una vuelta a ese humor existencialista de paradojas y enredos. De nuevo junto al manierista Vittorio Storaro, su director de fotografía de cabecera desde Café Society (2016). A principios de septiembre pasó por el Festival de Venecia, fuera de competición. Hubo ovación para un paria de la industria desconcertado ante el aplauso. También declaraciones polémicas en una rueda de prensa escueta en la que fue Storaro quien contestó la mayor parte de las preguntas. El trato con la prensa es seguramente el peaje más desagradable al que se resigna Allen por la posibilidad de hacer películas.

placeholder Woody Allen posa en Barcelona junto al cartel de su última película, 'Golpe de suerte'. (EFE/Enric Fontcuberta)
Woody Allen posa en Barcelona junto al cartel de su última película, 'Golpe de suerte'. (EFE/Enric Fontcuberta)

Mala suerte, porque, este lunes, Allen ha recibido a El Confidencial y otros medios en un hotel del centro de Barcelona, en medio de la promoción española de su película. Antes de entrar, avisan a los periodistas de que no se permitirán preguntas sobre su vida personal o sobre el #MeToo. A él que siempre le gustó recurrir a la ironía en sus películas le ha tocado la ironía cósmica de que su carrera imite en cierta manera la de su protagonista en Un final made in Hollywood: Val, un cineasta repudiado en Estados Unidos, acaba encontrando el solaz en Europa, donde lo acogen con los brazos abiertos. La pregunta le incomoda: "No encuentro la similitud. Esto no es así. Yo he escogido trabajar en Europa, pero mis películas se proyectan en todo el mundo: en Asia, en Suramérica, en los Estados Unidos", despacha. Eso sí, siempre educado, contestando con la voz frágil de un hombre menudo de 87 años. La sordera hace que haya que repetirle algunas preguntas varias veces.

La realidad es que sus películas tienen dificultades para distribuirse en Estados Unidos y que en los últimos tiempos ha levantado sus proyectos principalmente fuera de su país. "Si alguien viene y me dice que tiene el dinero para hacer una película, la que quiera, vale. Tengo muchas ideas de películas y eso siempre es tentador. Pero la parte más difícil ahora es conseguir el dinero. Ahora, cada película supone invertir mucho tiempo en ver cómo financiarla. No me gusta esa parte", lamenta. "He hecho 50 películas, que son muchas. Pero hoy haces una película, la proyectan durante dos semanas en el cine y enseguida está en la televisión, en las plataformas. Hacer cine ya no es tan carismático o excitante o glamuroso. Dos semanas en el cine y luego la gente ve tu película en el dormitorio o en el salón de su casa".

Se sabe cuándo un actor está haciéndolo bien o haciéndolo mal aunque no hables el idioma

Las grandes estrellas de Hollywood tienen reparos a la hora de trabajar con él. Timothée Chalamet, protagonista de Día de lluvia en Nueva York (2019), llegó a arrepentirse públicamente de haber trabajado con Allen y donó su salario a la caridad. Según contestó Allen en sus memorias, A propósito de nada, Chalamet solo lo hizo para asegurar su carrera a los Oscar. Aunque Allen había pensado Golpe de suerte como una película sobre un grupo de estadounidenses en París, al final se decantó por un reparto exclusivamente francés, con caras no demasiado conocidas. "Puede parecer difícil dirigir en un idioma que no hablas, pero no lo es", concede. "Los actores sabían inglés, lo que facilita mucho todo cuando tenía que hablar con ellos. Es igual que rodar una película en Estados Unidos: apareces por la mañana, los actores se han leído el guion y saben qué tienen que decir y, si hacen algo mal, yo se lo digo. Se sabe cuándo un actor está haciéndolo bien o haciéndolo mal aunque no hables el idioma, como en las películas japonesas, porque la emoción parece forzada o que no es la adecuada. Simplemente la lengua es diferente".

En Golpe de suerte, Allen vuelve a tratar el tema de la infidelidad, tan habitual en su filmografía. "La infidelidad, en la vida, no es algo bueno", comenta. "Siempre trae problemas. Pero para un dramaturgo, un escritor, un cineasta, la infidelidad es uno de los grandes temas, uno de los más excitantes. Hay una gran diferencia entre la infidelidad en la ficción y en la vida real, en la que siempre es triste y problemática. En la ficción he tenido que lidiar con ella, básicamente". Lo hemos visto en Maridos y mujeres (1992). Lo hemos visto en Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar (1972) —en esa escena maravillosa con Gene Wilder apestando a chuletillas de cordero—, en Vicky, Cristina, Barcelona (2008), en Match point (2005), en A Roma con amor (2012).

placeholder Woody Allen posa durante la presentación este lunes en Barcelona de su última película. (EFE/Enric Fontcuberta)
Woody Allen posa durante la presentación este lunes en Barcelona de su última película. (EFE/Enric Fontcuberta)

Allen se sabe ya en el final de su carrera, inevitablemente, por la edad. Así que muchas de sus respuestas son una reflexión de casi 60 años de su vida dedicados al cine. "Yo soy un director por accidente", reconoce. "Me convertí en director porque era guionista. Cuando escribes un guion y se lo das a alguien para que lo dirija, siempre sientes que no ha hecho un buen trabajo. Que no lo entendió, que una decisión no fue la adecuada. Así que quieres hacerlo tú mismo. Es la única razón por la que me hice cineasta. Hace mucho mucho tiempo me encargaron un guion, ¿Qué tal, pussycat? (1965), y escribí lo mejor que podía haberlo hecho en aquel momento. Hicieron una película que, a pesar de tener mucho éxito, era terrible. Y me prometí que nunca escribiría otro guion a no ser que yo fuera el director".

Como en sus películas, reconoce la importancia de la suerte en el camino del éxito. "Una gran parte de mi carrera como director se la debo a la suerte", admite. "A estar en el sitio adecuado en el lugar adecuado. Me han pasado muchos golpes de suerte a lo largo de mi carrera. Pero también soy una persona muy trabajadora que intenta dar lo mejor de sí misma. Y eso ayuda. Como ocurre con los atletas: practicas y entrenas, practicas y entrenas. Y eso ayuda. Pero también hay mala suerte y cosas que se escapan de tu control. Y eso no ayuda a una carrera. Yo he tenido mucha suerte. He trabajado duro, pero también he tenido una cantidad tremenda de buena suerte".

"Siento hoy más responsabilidad sobre lo que escribo que cuando empecé", prosigue. "Al principio solo me importaba ser divertido y hacer buenos chistes. A medida que te haces mayor y que haces más películas, tu técnica mejora y empiezas a sentir la responsabilidad de tener un público que viene a ver lo que haces. Y te esfuerzas en hacer algo mejor, algo diferente, no solo hacer lo suficiente o repetir lo que ya ha funcionado. Me siento obligado, porque tengo un público grande y muy leal repartido por todo el mundo, y no quiero decepcionarlo. Trato de ser mejor. Y, si piensas así, fracasarás en muchas ocasiones, porque nadie es lo suficientemente bueno para ir siempre a mejor, siempre hacia arriba. Las cosas no funcionan así. Pero te das cuenta de que el fracaso no es tan terrible, no viene nadie y te pega un tiro. Simplemente, te recuperas y lo intentas otra vez. Esto es algo que he aprendido con el tiempo, con la experiencia".

Si no fuese director, sería taxista o botones de ascensor. No soy abogado ni médico ni empresario

Sin esa suerte, Allen no sabe muy bien qué hubiese sido aparte de director. "En mi vida he tenido la suerte de tener muchas ideas sobre cómo es la vida, algunas buenas, algunas no tan buenas, otras terribles", bromea. "He podido convertirlas en historias que se han convertido en películas que se han visto en cines. También he escrito libros. Que pueda hacerlo ha sido un feliz accidente. Cuando era joven, siempre estaba haciendo reír a la gente. Trabajé en cabarés, contaba chistes y la gente se reía. Mis películas son la mayoría comedias y la gente se ríe. No soy responsable de ello, simplemente es algo que sé hacer. Si no hubiese tenido la suerte y el talento para hacerlo, no sé qué sería de mí. No he ido a la universidad y probablemente hubiese acabado como mi padre, con un montón de pequeños trabajos. Sería taxista o botones de ascensor. No soy abogado ni médico ni empresario. Ha sido una cuestión de suerte".

En su última película, Allen vuelve a adentrarse en la alta sociedad, con personajes de la burguesía parisina, muchos de ellos, los llamados bobos —bohemios burgueses—, otros de la vieja escuela, de los de casa de campo y cacería. "Creo que la gente pobre es igual de interesante que la gente rica, pero no conozco su vida tan bien como la de los ricos", vuelve a admitir. "Yo crecí en una familia pobre —no extremadamente pobre, pero pobre—: mi padre era taxista y camarero y tenía muchos trabajos pequeños. No nos moríamos de hambre. La gente con la que iba al colegio eran todos de clase alta. Aunque fuesen ricos, también eran infelices y estúpidos, y tenían sus problemas y la riqueza no les garantizaba una buena vida. Me fascinaba que, a pesar de ser ricos, también sufriesen y tenían problemas complejos".

placeholder Schneider y De Laâge junto a Woody Allen. (Wanda)
Schneider y De Laâge junto a Woody Allen. (Wanda)

Lo que sorprende es la confesión de Allen sobre que no tiene muy buena opinión de la mayor parte de sus trabajos. "Mis películas siempre me decepcionan. Tanto que nunca las vuelvo a ver. Si resulta que estoy haciendo mis ejercicios por la mañana y ponen en la tele alguna película mía, la apago rápidamente. Hay pocas películas mías que me gusten. Me gusta Match point. También Vicky, Cristina, Barcelona (2008). Me gusta Midnight in Paris (2012). La rosa púrpura del Cairo, Balas sobre Broadway… Pero he dirigido 50 películas y puede que haya 10 que me gusten. Pero las otras 40 no".

Golpe de suerte es su quinto largometraje junto a Vittorio Storaro, su director de fotografía de cabecera desde que coincidieron en Café Society en 2016. Es como un amor tardío, de madurez, crepuscular. "Storaro es un genio, un grandísimo director de fotografía. Toda mi vida he tenido la bendición de trabajar con directores de fotografía muy buenos: durante 10 años con Gordon Willis, que revolucionó el cine americano con El padrino, también con Carlo di Palma, que hizo la fotografía de El desierto rojo de Antonioni, Vilmos Zsigmond, Darius Khondji, Sven Nykvist, que trabajó con Bergman. Me pasa lo mismo que con los actores: les doy libertad para crear, para hacer lo que mejor saben hacer y contribuir a la película. Storaro tiene ideas sobre el tipo de plano o sobre la iluminación mejor de las que yo pueda tener. Lo mismo con los actores. A los directores de foto les gusta trabajar conmigo porque son libres, no les digo lo que hacer. Mis películas tienen una fotografía muy bonita, unas imágenes geniales; yo solo tengo que evitar estropearlas. Ese es mi método: quitarme de en medio y dejarles hacer lo que mejor saben".

La casualidad. El azar. La suerte (o fatalidad, depende de la conveniencia), creadora y destructora de mundos. Que la pelota caiga a un lado o a otro de la red. Que se encasquille la pistola. Que seas tú el que pase por debajo del piano justo cuando se rompe la cuerda. Nuestra existencia entregada a los caprichos de millones de azarosas posibilidades, marionetas inconscientes. Uno de los personajes protagonistas de Golpe de suerte, la última comedia de Woody Allen —su filme número 50—, insiste una y otra vez en que no cree en la suerte, que esta se la crea uno mismo. Pero la suerte, precisamente, parece ser una de las grandes obsesiones del director, que vuelve a plantear cómo el control de la vida escapa de nuestras pequeñas manos, cómo el éxito y el fracaso están separados por la línea invisible y volátil de la casualidad.

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