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¿Por qué nos gusta tanto el humor de Woody Allen y Mel Brooks?
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¿Por qué nos gusta tanto el humor de Woody Allen y Mel Brooks?

'El humor judío. Una historia seria', del profesor estadounidense Jeremy Dauber, explora las virtudes de los chistes judíos: son, al fin y al cabo, una celebración de la vida

Foto: Diane Keaton y Woody Allen, en 'Annie Hall'. (Getty Images/Silver Screen Collection)
Diane Keaton y Woody Allen, en 'Annie Hall'. (Getty Images/Silver Screen Collection)

Son los peores años de la Gran Depresión en Estados Unidos, y dos vagabundos judíos caminan por una carretera rural. Hace días que no comen. De repente, ven que en una iglesia hay un anuncio: “Conviértete al cristianismo. Te pagamos cinco dólares”. A uno de los judíos le parece insultante: no va a renunciar a su fe a cambio de dinero. El otro, en cambio, cree que puede simular su conversión, coger el dinero y pagar un buen bistec para él y para su amigo. De modo que le propone a su compañero que espere fuera mientras él entra en la iglesia y finge la conversión. El tiempo pasa. Cinco minutos. Quince. Una hora. Dos horas. Cuando el judío que se negaba a convertirse está a punto de marcharse, el otro sale de la iglesia. “¿Has conseguido los cinco dólares?”, pregunta. Mientras el otro baja los escalones de la iglesia, niega con la cabeza y responde apesadumbrado: “La verdad es que los judíos solo pensáis en el dinero”.

El chiste, según se mire, es o muy bueno o antisemita. Transmite que los judíos están dispuestos a cambiar de fe a cambio de dinero, y que, una vez se convierten, adoptan los tópicos contra los judíos que durante milenios han albergado muchos cristianos. Pero es un chiste judío; en concreto, uno en lengua yiddish que contaban las comunidades judías estadounidenses para reírse de la rapidez con que los judíos europeos que emigraban a Estados Unidos huyendo del antisemitismo se convertían en estadounidenses corrientes y ocultaban su origen. Una vez sabemos que es un chiste judío, nos parece una muestra genial de su peculiar humor. Tenemos una idea más o menos aproximada de qué es el humor judío. Lo hemos visto en las novelas de Philip Roth, las películas de Mel Brooks o Woody Allen, y en series como Seinfield o Curb Your Enthusiasm. Pero ¿existe un humor judío como tal? Y, si es así, ¿por qué es distinto de todas las demás expresiones cómicas?

placeholder 'El humor judío, una historia seria'.
'El humor judío, una historia seria'.

Estas son las preguntas que trata de responder El humor judío. Una historia seria, un libro del profesor estadounidense Jeremy Dauber que acaba de publicar la editorial Acantilado. Para quienes somos adictos al humor judío, es un libro fascinante. En gran medida, porque deja claro que ni siquiera los estudiosos tienen claro en qué consiste ni por qué nos hace reír tanto. Pero también es una obra desconcertante: creo que nunca había leído semejante número de páginas (445, concretamente) que trataran de explicar por qué un puñado de chistes tienen tanta gracia.

El libro de Dauber es sobre todo una historia del humor judío que abarca desde la Biblia y la Torá hasta los gags de los cómicos estadounidenses contemporáneos y las viñetas de los periódicos israelíes actuales. Se hace las preguntas que nos hemos hecho quienes nos partimos de risa con los chistes de rabinos y psicoanalistas. ¿Tienen los judíos más sentido del humor porque durante milenios con él intentaban evadirse del antisemitismo y la persecución? “Seamos felices y contemos chistes, así sobreviviremos para ir al entierro de Hitler” es un pareado hebreo que resume la actitud de algunos judíos condenados a una muerte horrible en Auschwitz, cuenta Dauber. ¿Es un humor más intelectual porque el judaísmo es una religión basada esencialmente en los textos, la erudición y la interpretación de las leyes? En parte es posible, pero la tradición humorística judía también está repleta de bromas sobre los pedos, la impotencia o el alcohol: un chiste del siglo XVI, por ejemplo, se reía de que Lot, el personaje bíblico, se emborrachara y dejara embarazadas a sus dos hijas. Uno de los rasgos del humor judío, explica Dauber, es su tendencia a volver una y otra vez a sus textos sagrados y su historia: un capítulo de Seinfield recuperaba la historia de Salomón, pero los dos personajes de la serie —Elaine y Kramer— se disputaban la propiedad de una bicicleta, en lugar de un bebé. La cómica Sarah Silverman mezcló la historia de los judíos con la del racismo estadounidense en un monólogo desternillante titulado “Jesús es magia”: “Todo el mundo echa la culpa a los judíos del asesinato de Cristo, y los judíos intentan echar la culpa a los romanos. Yo soy una de las pocas personas que creen que fueron los negros”.

Foto: Niños disfrazados de rabinos en una sinagoga (EFE)
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Dauber aporta muchos indicios y muchas referencias; su libro, aunque es divertido, es una obra académica que hace justicia a su subtítulo: “Una historia seria”. Aun así, no tiene una respuesta definitiva sobre qué es el humor judío ni por qué es distinto de los demás. Sin embargo, apunta un montón de ideas interesantes para los aficionados a la historia literaria —es capaz de leer la Biblia o los poemas judeoespañoles medievales de una manera humorística—, la cultura pop —considera que la cultura estadounidense actual es, en esencia, una fusión con la tradición judía— y el humor y la dinámica de la política en general: cuando un judío naufraga en una isla desierta, cuenta, construye dos sinagogas solo para decir que los que van a la que no va él son idiotas.

Es una celebración de la vida frente a la desgracia y una sátira de nuestra debilidad y mezquindad

El humor judío es una de las cosas más divertidas, trágicas y asombrosas que ha creado la cultura moderna. Y no pasa nada porque no sepamos determinar con exactitud qué lo define. Somos capaces de identificarlo cuando lo tenemos ante nosotros. Es una celebración de la vida frente a la desgracia y una sátira de nuestra propia debilidad y mezquindad. Lo explica otro chiste que es muy real: en 2006, un periódico iraní convocó un concurso de tiras cómicas antisemitas y antiisraelíes. Cuando se enteró, Amitai Sandy, un viñetista israelí, convocó un concurso paralelo en el que pedía a sus compatriotas que dibujaran chistes contra sí mismos: “¡Demostraremos al mundo que podemos hacer las tiras cómicas antisemitas más mordaces y ofensivas que se hayan publicado jamás! ¡Ningún iraní nos derrotará en nuestro propio campo!”.

Dauber lo resume muy bien: “Al parecer, la mejor respuesta al mal tiempo es el humor negro. Los judíos saben hacerlo, seguramente, mejor que nadie. Pero como cuenta este libro, su tradición ya es, por suerte, universal.

Son los peores años de la Gran Depresión en Estados Unidos, y dos vagabundos judíos caminan por una carretera rural. Hace días que no comen. De repente, ven que en una iglesia hay un anuncio: “Conviértete al cristianismo. Te pagamos cinco dólares”. A uno de los judíos le parece insultante: no va a renunciar a su fe a cambio de dinero. El otro, en cambio, cree que puede simular su conversión, coger el dinero y pagar un buen bistec para él y para su amigo. De modo que le propone a su compañero que espere fuera mientras él entra en la iglesia y finge la conversión. El tiempo pasa. Cinco minutos. Quince. Una hora. Dos horas. Cuando el judío que se negaba a convertirse está a punto de marcharse, el otro sale de la iglesia. “¿Has conseguido los cinco dólares?”, pregunta. Mientras el otro baja los escalones de la iglesia, niega con la cabeza y responde apesadumbrado: “La verdad es que los judíos solo pensáis en el dinero”.

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