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El español que se pateó Estados Unidos en busca de la América del cine
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El español que se pateó Estados Unidos en busca de la América del cine

El fotógrafo y realizador bilbaíno Mikel Bastida ha recorrido durante varios años los lugares en los que se rodaron grandes clásicos de Hollywood y la huella que en ellos y en su gente dejó el cine

Foto: Motel usado en la película 'Nebraska', en Rapid City. (Mikel Bastida)
Motel usado en la película 'Nebraska', en Rapid City. (Mikel Bastida)

Aunque suene paradójico, el comienzo del viaje de carretera de Mikel Bastida (Bilbao, 1982) por todo los Estados Unidos de cine empezó bastante más al este, en Polonia. Apenas a cuatro kilómetros al sur de Cracovia, en 1942, durante la ocupación nazi, los alemanes construyeron el campo de concentración de Płaszów sobre dos cementerios judíos, para mayor escarnio. En 1945, cuando los soviéticos llegaron a Płaszów, se encontraron con el campo desmantelado y con que habían incinerado los cuerpos de hasta 8.000 presos, como si se pudiese borrar la huella de la barbarie. A dos kilómetros de allí, se encontraba la fábrica de Oskar Schindler, y allí quiso rodar Steven Spielberg La lista de Schindler en 1993. El problema: que, casi medio siglo después del desmantelamiento de Płaszów, allí ya no quedaba nada.

"A Spielberg no le dejan rodar en un campo de concentración real, pero le dejan reproducir un campo a tamaño real en un lugar histórico, con las alambradas, con reproducciones de tumbas hebreas hechas en piedra, con sus inscripciones y demás", explica Bastida. "Al reproducir un campo de concentración real con piedras reales en un lugar histórico, al pasar el tiempo —hoy 30 años desde el rodaje—, los restos de la ficción se acaban mimetizando con el entorno, hasta que llega un momento en el que no sabes dónde acaba lo real y dónde la ficción. Pero es que tampoco lo explican: en el lugar no hay carteles que avisen de que todo es una réplica, de que esas alambradas no son reales. Me di cuenta de cómo esa capa de ficción introducida en lo real podía mediatizar totalmente nuestra relación con un espacio, y me di cuenta de la capacidad del cine americano para cambiar la historia". Solo hay que recordar que, nada más terminar la Segunda Guerra Mundial, los héroes de la contienda eran los soviéticos. Hoy, después de cientos de películas de épica bélica, el imaginario colectivo se ha olvidado de los rusos: los vencedores fueron "los americanos". La realidad cada vez importa menos; lo importante es el relato.

La fábrica de Schindler empezó a funcionar como museo a raíz de la película. "El cine tiene la capacidad de preservar la historia. Hace que no nos olvidemos de las cosas, pero hay un precio a pagar", apunta Bastida. La historia tiene la capacidad de concentrar en fechas y hechos el pasado. "Luego viene el cine y dice: 'Voy a hacer que te acuerdes de esta historia, de este lugar, de esta persona'. Es como un pacto con el demonio. El cine lo rescata, pero la historia real quedará sepultada por la ficción".

placeholder El barrio de Moonlight. (Mikel Bastida)
El barrio de Moonlight. (Mikel Bastida)

A raíz de esta reflexión, Bastida decidió coger un avión y volar a Estados Unidos, recorrer los paisajes que han configurado la imagen que ha exportado al mundo a través del cine, un país sin historia ni pasado que ha tenido que construir ese relato propio para entenderse, y cómo ese relato —esas películas—, han influido en la propia imagen que tiene Estados Unidos de sí mismo. Casi nueve años repartidos en cuatro viajes solitarios de carretera y manta para recorrer un país inabarcable —pocos se imaginan cuál es su tamaño real: 20 veces más superficie que España— y retratar con su cámara de placas —de esas en las que el fotógrafo tiene que taparse con una sábana, como antaño— los rescoldos y las historias rotas que han dejado tras de sí los rodajes de Hollywood. Una road movie emocional y fotográfica que Bastida ha condensado en un libro, Anarene (RM Verlag, 2022). "Anarene es un libro compuesto por imágenes e historias olvidadas por el cine. Un viaje de muchos viajes por Estados Unidos, una búsqueda de lo que el cine ha dejado atrás. Una ficción construida con las ruinas de otras ficciones".

Anarene. ¿Les suena el nombre? Anarene, en Texas, es el pueblo donde tiene lugar La última película (The Last Picture Show, 1971), de Peter Bogdanovich. El filme ganó dos oscars y es hoy un clásico del Nuevo Hollywood y la quintaesencia de los filmes que hablan de las raíces de la identidad estadounidense. En cambio, Anarene es hoy un lugar fantasma en el que ya solo quedan campos de extracción de petróleo vacíos, calles vacías con tiendas vacías. Pero lo curioso es que Anarene ya había desaparecido 20 años antes del rodaje de La última película, en los años 50, cuando se cerraron las minas de carbón, la estación de tren y el servicio postal. Y, si uno busca imágenes del pueblo en internet, lo que aparecen son las de la película, que en realidad se rodó a unos kilómetros de Anarene, en Archer. Es decir, el recuerdo colectivo que hay de Anarene es puramente ficticio. La Anarene que la mayor parte del mundo cree conocer no es Anarene.

"Yo siempre he trabajado entre el cine y la fotografía, aunque creo que me ha influido más el cine en mi mirada sobre el mundo", reconoce Bastida. "Crecí en los años 80 y 90 en el País Vasco, y la influencia del cine comercial americano era brutal. Fue un cine que nos abrió culturalmente nuevas fronteras, pero también en un momento vulnerable: era más fácil mirar a ello que a cosas que había más cerca". Ese fue un poco el motor que, muchos años después, empuja a un Bastida ya adulto a sacar Anarene adelante. "Voy a intentar hacer un libro de imágenes e historias", pensó, "relacionados con lo que el cine deja atrás, pero en los que yo también soy parte del relato en primera persona, porque con las imágenes era incapaz de distanciarme".

"Estoy en el Valle del Antílope. Su nombre es un amargo recuerdo de otro tiempo. Las pocas construcciones humanas que veo parecen frágiles, levantadas por alguien de paso. Trato de encontrar una dirección sin número. A lo lejos, un punto blanco refleja la luz del atardecer. Cuando me acerco, reconozco el edificio de estilo hispano. Es la iglesia que aparece en Kill Bill. Su nombre es El Santuario", escribe Bastida en Anarene, acompañando una fotografía de un hombre ataviado con corbata negra y camisa roja. Es el pastor de esta pequeña parroquia en medio de la nada, en un paisaje de tierra blanca y suelta, algún que otro matojo y postes de electricidad de aquellos de madera, un lugar bendecido por la mano de Quentin Tarantino en una de sus películas más icónicas.

placeholder Extracto de la fotografía del pastor de la iglesia de 'Kill Bill'. (Mikel Bastida)
Extracto de la fotografía del pastor de la iglesia de 'Kill Bill'. (Mikel Bastida)

La primera fotografía que tomó Bastida no aparece en Anarene, pero es, quizá, la más profundamente simbólica de todas. Fue en Nueva York. Fue a la Estatua de la Libertad, desde la trasera que aparece en El Padrino II, en una secuencia en la que ejecutan a alguien en un arcén de un campo y al fondo se ve la Estatua de la Libertad. "Era el primer gran símbolo que tenía que tumbar".

"Primero me hago un mapa a través de foros o páginas web de películas que me han marcado, como El Cazador, de Michael Cimino, que hablaba de lugares que habían sufrido una reconversión industrial 20 o 30 años antes que Bilbao: yo en esos personajes de las fábricas veía un reflejo de mi entorno", explica Bastida. Pero Bastida no contaba con lo rápido que desaparecen las cosas en Estados Unidos. "Hay una lucha constante para documentar espacios efímeros, como el bar donde se rodó tal o cual película, que de repente ha desaparecido. Un día, llegas al motel donde se ha grabado una película, conoces a una chica que apareció de extra, y a los dos años vuelves y ya no hay ni chica ni motel. No construyen pensando a tres generaciones vista. Hay menos arraigo y vínculos familiares. En Estados Unidos todo desaparece".

Muchas de las historias perdidas las ha encontrado Bastida buceando en las hemerotecas de periódicos locales. "La película Nebraska (2014), de Alexander Payne la rodaron en un bar de un pueblito llamado Hooper y la camarera que aparece es la dueña del propio bar. Ese tipo de encuentros entre lo ficticio y lo real me interesan mucho. Porque un día viene un rodaje a tu pueblo en el que nunca pasa nada y, de repente, te ves ahí, para la historia, y apareces en el periódico local. Luego vengo yo años después, encuentro la noticia y me hago 1.500 kilómetros para encontrarla. Y la mujer piensa: '¿Qué hace este marciano aquí?".

"El mundo que quería construir en este libro, sobre todo en su parte visual, tiene que ver con el espectáculo y la belleza de esa destrucción causada por el cine", prosigue el fotógrafo. "Cuando llega el final, no podemos apartar la mirada. Hay algo hipnótico. El cine y la fotografía siempre han estado interesados en la belleza de esos finales. Al público le encanta ver la destrucción de Estados Unidos, esa hipérbole que, llegado un momento, se sintió real. Esa es la imagen que buscaba y la que encontré. Un país exhausto, devastado en muchos sentidos. Pero esto no es una crítica al cine estadounidense, tampoco una carta de amor. He tratado de encontrar el rastro de la ficción en lo real, la proyección de los relatos cinematográficos en lugares y personas. He tratado de dialogar con esa herencia visual, de entender cómo me condiciona como fotógrafo".

placeholder Una huésped del Magic Classic Inn que aparece en 'The Florida Project'. (Mikel Bastida)
Una huésped del Magic Classic Inn que aparece en 'The Florida Project'. (Mikel Bastida)

En su viaje, Bastida pasó una semana en el motel de The Florida Project (2018), de Sean Baker. Allí conoció a una chica que apareció de extra en la película, pero que, a la vez, encarna la historia real. "Ella contaba que le habían echado de este hotel, que se tenía que ir a otro, y me di cuenta de que, en el fondo, ella era el personaje", recuerda. "Acabé entendiendo que no busco lo real, pero convivo con esas realidades. He dormido en los moteles usados en las películas, he bebido en esos bares que han aparecido en pantalla, he encontrado a esos personajes olvidados, pero la cámara de gran formato me obliga a mirar al mundo a los ojos. Hay una especie de lucha, un conflicto entre lo imaginado por otros y lo vivido por mí. En estos viajes, he conocido las estrategias del cine con lo real, el relato hace que esos lugares perduren en la memoria, pero normalmente es a costa de su propia naturaleza".

Una de las escenas más memorables del cine de los 70 pertenece a Deliverance (1972), de John Boorman. La protagoniza Ronny Cox, que reta a un duelo de cuerdas a un chaval que toca el banjo, y que en el imaginario cinéfilo colectivo quedó, así a secas, como "el niño del banjo". "Estoy aparcado en el Waltmart de Clayton", escribe Bastida. "He encontrado al niño del banjo. Lo observo mientras trabaja. Empuja los carros de la compra que se han quedado fuera; los devuelve a su lugar, con paciencia. (...) No hago ninguna fotografía. Le pagaron 500 dólares por interpretar a Lonnie en Deliverance. Esta es la única película en la que tuvo nombre propio. Ha vuelto a actuar en más historias, siempre el mismo personaje, siempre como el hombre del banjo. Se llama Billy".

Después de kilómetros y kilómetros buscando historias, Bastida ha llegado a la conclusión de que América parece más interesante de lo que es. "Hemos visto tantas veces Estados Unidos en las películas y su imagen está tan mediatizada que no nos damos cuenta de que la mayor parte del terreno está vacío y la mayor parte de la gente es gente cortando el césped en un suburbio. En el fondo, no hay tantas historias interesantes". En el fondo, Estados Unidos es, en sí mismo, una gran ficción.

Aunque suene paradójico, el comienzo del viaje de carretera de Mikel Bastida (Bilbao, 1982) por todo los Estados Unidos de cine empezó bastante más al este, en Polonia. Apenas a cuatro kilómetros al sur de Cracovia, en 1942, durante la ocupación nazi, los alemanes construyeron el campo de concentración de Płaszów sobre dos cementerios judíos, para mayor escarnio. En 1945, cuando los soviéticos llegaron a Płaszów, se encontraron con el campo desmantelado y con que habían incinerado los cuerpos de hasta 8.000 presos, como si se pudiese borrar la huella de la barbarie. A dos kilómetros de allí, se encontraba la fábrica de Oskar Schindler, y allí quiso rodar Steven Spielberg La lista de Schindler en 1993. El problema: que, casi medio siglo después del desmantelamiento de Płaszów, allí ya no quedaba nada.

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