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'Rifkin's Festival': el crepúsculo donostiarra de Woody Allen
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'Rifkin's Festival': el crepúsculo donostiarra de Woody Allen

El director se refugia en San Sebastián en su última película, producida en España y en la que cuenta con Wallace Shawn, Gina Gershon y Elena Anaya en el reparto

Foto: Wallace Shawn y Louis Garrel en 'Rifkin's Festival'. (TriPictures)
Wallace Shawn y Louis Garrel en 'Rifkin's Festival'. (TriPictures)

Pocos cineastas autorales (y menos al otro lado del charco) han conseguido convertir sus estrenos en eventos como sigue haciéndolo Woody Allen a sus 84 años. Sobre todo en Europa. Desterrado (como mínimo emocionalmente) de Estados Unidos desde que Amazon vetara la distribución de ‘Día de lluvia en Nueva York’ (2019) debido a las acusaciones de abuso sexual por parte de su hija Dylan Farrow. Separar la última etapa de la carrera de Allen de su vida privada es negar la importancia de las condiciones materiales, puesto que la naturaleza de sus producciones se ha visto afectada, no en el fondo –al menos no de forma explícita–, pero sí en la ‘infraestructura’.

‘Rifkin’s Festival’ es la puerta trasera de un autor que fue dios e inspiración de varias generaciones, ya no sólo de cinéfilos, sino de cineastas. Si las primeras obras de Allen nacen de la absoluta libertad, de la osadía tanto temática como formal, la última película del neoyorquino nace lisiada por la necesidad encontrar financiación para un ritmo febril de producción en el que Allen no puede alejarse de un rodaje por más de dos años.

De esa necesidad nace ‘Rifkin’s Festival’, un filme crepuscular que lleva el estilo del último Allen hasta el paroxismo y que adolece de un temperamento plúmbeo que no tenían cintas como ‘Midnight in Paris’ (2011), ‘Wonder Wheel’ (2017) o la misma 'Día de lluvia en Nueva York’. Dice Allen que eligió San Sebastián como localización para su película porque Mediapro puso como condición para financiarle la película rodar en España. Madrid le parecía excesivamente caluroso y ya había rodado en Oviedo y Barcelona en ‘Vicky, Cristina, Barcelona’ (2008), por lo que optó por la capital donostiarra al haber ofrecido un concierto de jazz en 2008. Y el trasfondo vino dado por esa imposición. Pero, en sus palabras, podría haber ambientado su película en una "feria de alfarería" si esto hubiese sido lo más representativo de la ciudad.

placeholder Louis Garrel, Gina Gershon y Wallace Shawn en 'Rifkin's Festival'. (TriPictures)
Louis Garrel, Gina Gershon y Wallace Shawn en 'Rifkin's Festival'. (TriPictures)

‘Rifkin’s Festival’ es una película lánguida. Más allá de la nostalgia. Es una cinta en la que la frustración y el sentirse fuera de lugar impregnan cada uno de los fotogramas. Sus personajes anhelan –amar, escribir, triunfar– en un mundo que los mastica y escupe sin contemplaciones. Quizás, por ello, ha escogido como protagonista a Wallace Shawn, un actor secundario entrañable arrastrado por un físico y una locución poco dados al triunfo.

Wallace Shawn es un actor secundario entrañable arrastrado por un físico y una locución poco dados al triunfo.

Rifkin (Shawn) es el marido de Sue (la siempre sensual Gina Gershon), una agente de prensa que debe acudir al Festival de San Sebastián para controlar la imagen de Philippe (Louis Garrel), un director joven y atractivo que ha descubierto el misterio de la piedra filosofal: la reputación de cineasta autora y, a su vez, el éxito comercial. Rifkin es todo aquello que la sociedad contemporánea desprecia: un escritor frustrado, un físico poco agraciado, un hombre demasiado preocupado por la trascendencia intemporal; mientras que Philippe es la juventud, la vanidad, el encanto de la ventura.

placeholder Elena Anaya y Wallace Shawn en 'Rifkin's Festival'. (TriPictures)
Elena Anaya y Wallace Shawn en 'Rifkin's Festival'. (TriPictures)

En Rifkin es imposible no ver al personaje que Allen creó de sí mismo: ese hombre acomplejado, pero ingenioso, analítico y apasionado. Pero aquí la cadencia es lúgubre, sin humor ni ironía. Es el reflejo del estado mental de alguien que ha dado por terminado su tiempo. Hasta la luz de Storaro, en ese atardecer perpetuo, infunde una profunda tristeza.

placeholder Cartel de 'Rifkin's Festival'
Cartel de 'Rifkin's Festival'

Por los aledaños del Festival van y vienen personajes trajeados, orgullosos de su pertenencia a un grupo exclusivo, que hablan en fiestas de lo ocupados que están y se intercambian tarjetas de visita, mientras Rifkin vaga ajeno, buscando algo del calor humano que su mujer le niega. Mientras, San Sebastián de fondo, con sus casas de piedra pardusca, sus puentes modernistas y el mar.

Es cuando sale de ese ambiente, cuando Rifkin recolecta consigo mismo y con su fantasía. Lo hace a través de Jo (Elena Anaya), una médico a la que acude para tratar los derivados de su hipocondría, y que tampoco es feliz en su matrimonio con un pintor temperamental (Sergi López). El mundo de las ilusiones choca constantemente con el pragmatismo del mundo moderno.

Y entre medias, Allen recita sus filias y fobias cinematográficas. Y es cuando homenajea a Bergman cuando reaparece, como una estrella fugaz, el Woody cáustico y punzante de antaño. Mientras tanto, Allen se limita, como Rifkin, a vagar por un mundo que le repudia y a buscar la ilusión fuera de una industria que es como una picadura de carne.

Pocos cineastas autorales (y menos al otro lado del charco) han conseguido convertir sus estrenos en eventos como sigue haciéndolo Woody Allen a sus 84 años. Sobre todo en Europa. Desterrado (como mínimo emocionalmente) de Estados Unidos desde que Amazon vetara la distribución de ‘Día de lluvia en Nueva York’ (2019) debido a las acusaciones de abuso sexual por parte de su hija Dylan Farrow. Separar la última etapa de la carrera de Allen de su vida privada es negar la importancia de las condiciones materiales, puesto que la naturaleza de sus producciones se ha visto afectada, no en el fondo –al menos no de forma explícita–, pero sí en la ‘infraestructura’.

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