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Lo que el ojo no ve: el Thyssen desafía al diablo
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Lo que el ojo no ve: el Thyssen desafía al diablo

La pinacoteca madrileña reordena sus fondos en una exposición sensacionalista y fascinante que relaciona la pintura con la alquimia, la astrología, la demonología, el esoterismo y otras corrientes metafísicas

Foto: Un hombre ante el 'Tríptico del rosario', de Hans Suess Kulmbach, parte de la exposición 'Lo oculto' en el Museo Thyssen-Bornemisza. (EFE/Javier Lizón)
Un hombre ante el 'Tríptico del rosario', de Hans Suess Kulmbach, parte de la exposición 'Lo oculto' en el Museo Thyssen-Bornemisza. (EFE/Javier Lizón)

Podía haber sido un delirio, un exceso de atención, pero la observación cotidiana de La pietà (1633) dio lugar a que un vigilante del Museo Thyssen localizara la peculiaridad de un ojo oculto en el lienzo de Ribera. El hallazgo se alojaba en un pliegue imperceptible del sudario de Cristo. Y fue elevado a los expertos de la pinacoteca madrileña, cuyos métodos científicos demostraron que el ojo no podía considerarse un efecto óptico, sino una decisión premeditada e íntima del artista valenciano.

El misterio revelado explica en sí mismo el enfoque sensacionalista de la exposición que se ha inaugurado en el Museo Thyssen. Permanece abierta hasta el 24 de septiembre. Y se titula como podría titularse el cuadro de Ribera: Lo oculto. Se entiende así mejor el criterio con que el museo ha recurrido a sus propios fondos para reordenar la colección de acuerdo con siete etiquetas insólitas: alquimia, astrología, demonología, espiritismo, teosofía, chamanismo, así como “sueños, oráculos y premoniciones”.

placeholder Una joven contempla 'La Piedad', de José Ribera, una de las obras que componen la exposición 'Lo oculto' en el Thyssen-Bornemisza. (EFE/Javier Lizón)
Una joven contempla 'La Piedad', de José Ribera, una de las obras que componen la exposición 'Lo oculto' en el Thyssen-Bornemisza. (EFE/Javier Lizón)

Es una manera de trasladar al visitante las inquietudes entre la metafísica y el esoterismo. Y de proporcionarle un itinerario de penumbra, enjundia artística y misterio que tanto impresiona a los espectadores de Iker Jiménez como aspira a conmover a los incrédulos. Lo demuestra el estremecedor Cristo resucitado de Bramantino. Lo pintó el artista lombardo en 1490, pero la obra desprende un sesgo vanguardista y un matiz visionario equivalentes al estupor artístico y a la simbología lunar de la resurrección.

Es la razón que explica la revelación del satélite con rostro humano. Hay que prestar atención, a la altura de los ojos que lloran. Identificarlo como una pequeña burbuja. Y relacionarlo con el contexto esotérico-exotérico que localiza a Cristo en el Hades, a la orilla de la barca de Caronte. Y amparado en la palabra de San Agustín: “Cada mes la luna nace, crece, se completa, mengua, se consume y se renueva. Como con la luna cada mes, así sucederá en la resurrección una vez para siempre”.

Puede leerse el texto de San Agustín en la cartela que describe la obra. Las ha redactado el propio comisario de la exposición, Guillermo Solana. Que es el director del Museo Thyssen y el intermediario, el médium capacitado para explorar los límites de un viaje iniciático cuyos vaivenes compaginan la belleza explícita de las obras —de Francesco del Cosa a Joan Miró— con los misterios implícitos que ha destapado el ojo de la tecnología.

placeholder 'Atardecer' (1888), obra de Edvard Munch exhibida en la exposición 'Lo oculto'.
'Atardecer' (1888), obra de Edvard Munch exhibida en la exposición 'Lo oculto'.

Puede que el caso más llamativo consista en el Atardecer (1888) de Edvard Munch. El cuadro convoca la puesta de sol. Y enfatiza la presencia de una hermana del maestro noruego, Laura, que mira ensimismada hacia el horizonte. La otra hermana, Inge, también comparece, pero de manera imperceptible. Un espectro cuya identificación requiere la aportación de una radiografía. Y la prueba de acuerdo con la cual Munch compaginaba las técnicas pictóricas, con la revolución de la tecnología y con la adhesión a los movimientos paranormales que sacudieron la transición del XIX al XX.

Hace inventario de ellos la fabulosa exposición del Thyssen. Convoca la buena reputación del espiritismo, subraya la dimensión pictórica de la teosofía —Kandinsky, Mondrian—, extrapola el estado de trance de los artistas chamánicos —Picasso, Pollock— y presume de las obras maestras de su colección —Balthus, Delvaux—, enfatizando toda su dimensión simbólica.

placeholder Dos mujeres observan la obra 'Retrato de George Dyer en un espejo' (1968), de Francis Bacon, y parte de la exposición 'Lo oculto'. (EFE)
Dos mujeres observan la obra 'Retrato de George Dyer en un espejo' (1968), de Francis Bacon, y parte de la exposición 'Lo oculto'. (EFE)

¿Y el ojo de Ribera? ¿Qué significa, qué quiere decir? “La radiografía y la fotografía ultravioleta muestran que la pintura no ha sido alterada en esa zona, que fue Ribera quien puso ahí ese ojo escondido”, describe Solana. “¿Podría ser el ojo del propio artista? ¿Se trata quizá del ojo de Dios padre mirando desde el sudario de su hijo? Pero la expresión del ojo no es serena, sino alarmada o incluso colérica. ¿Y si fuera el ojo del Enemigo, del Maligno? Tomás de Kempis definió el diablo como aquel que nunca duerme. La expresión tradicional 'quebrar el ojo al diablo' significa vencer la tentación. ¿Y qué pinta ahí un ojo diabólico? En el conjunto de la obra de Ribera, lo más parecido al ojo escondido en nuestra Piedad es el ojo del verdugo con cuernos y orejas encargado de torturar en los infiernos del mítico Ixión”.

La exposición se explaya en la fascinación de la demonología que sacudió la transición del Medievo al Renacimiento, aunque el verdadero prodigio diabólico consiste en la audacia con que Guillermo Solana se ha inventado un acontecimiento cultural. No ya reordenando los propios fondos del museo —59 obras categóricas—, sino subordinándolos a una trama fascinante y a una dramaturgia progresiva que convierten el arte en un misterio.

Podía haber sido un delirio, un exceso de atención, pero la observación cotidiana de La pietà (1633) dio lugar a que un vigilante del Museo Thyssen localizara la peculiaridad de un ojo oculto en el lienzo de Ribera. El hallazgo se alojaba en un pliegue imperceptible del sudario de Cristo. Y fue elevado a los expertos de la pinacoteca madrileña, cuyos métodos científicos demostraron que el ojo no podía considerarse un efecto óptico, sino una decisión premeditada e íntima del artista valenciano.

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