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No, Satanás no es tan malo como nos lo han pintado (ni siquiera en la Biblia)
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EL ÁNGEL CAÍDO

No, Satanás no es tan malo como nos lo han pintado (ni siquiera en la Biblia)

Hubo un tiempo en el que el demonio daba mucho más miedo que ahora. Su imagen de entidad maligna cambió cuando, paradójicamente, algunos artistas y poetas se empezaron a acercar a él

Foto: 'Satán, el antagonista', de Gustave Doré para el poema 'El paraíso perdido' de Milton. Aquí, no tan demoníaco.
'Satán, el antagonista', de Gustave Doré para el poema 'El paraíso perdido' de Milton. Aquí, no tan demoníaco.

De entre todas las representaciones cinematográficas de Satanás, sin duda la más terrorífica es la que ejecuta el actor Tim Curry en Legend (1985), de Ridley Scott. Largos colmillos, cuernos gigantescos, una altura descomunal en proporción con su ancha musculatura, un tridente y carne roja de color sangre. Los niños millennials de la época tuvieron las pesadillas más espeluznantes garantizadas. Por lo general, al más malvado de todos los seres malignos, siempre se le ilustraba en el cine como una sombra, un espíritu o una presencia. Nada da más miedo que lo que no se puede ver, de ahí que en películas de terror clásicas anteriores a la cinta de Scott, como en la inolvidable El Exorcista (William Friedkin, 1973), el demonio apareciese en un solo 'frame'. Cuanto menos se enseñe de este ser tenebroso, mejor, mucho más miedo. Por ello, la recreación de Satanás de Scott resulta, además de atrevida, la más eficaz a la hora de transmitir todo lo que nos atemoriza de esta personificación del mal.

"No hay nada dominante o incluso particularmente malvado en él, se parece más a un abogado que a otra cosa"

La figura de Satanás no siempre ha estado exenta de atributos morales negativos, o como mínimo, no se le ha representado como un monstruo sobrenatural. Al margen de otras representaciones cinematográficas en las que se le humaniza -como en Pactar con el diablo (1997) o en Constantine (2005)-, el carácter, las motivaciones y las acciones del Ángel Caído no siempre fueron del todo malignas. Dependiendo de qué marco histórico estemos hablando, su papel dentro de la mitología religiosa o la literatura fantástica, ha ido cambiando. Actualmente, podríamos decir que adquiere esa figura terrorífica por una industria cultural que tiende hacia el reduccionista binomio que contrapone el bien al mal. Lo malo aparece como feo, monstruoso y terrible, y lo bueno siempre es cándido, dulce y hermoso.

Sea como sea, es sorprendente descubrir que el texto que de manera tradicional más ha representado a Satanás como agente que se contrapone al bien, lo retrate de una forma mucho más benevolente, en contraste con lo que pensaríamos en un inicio o por defecto. Sí, nos referimos a la Biblia. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la figura del demonio no es la de un monstruo o una entidad que solo busca engañar y hacer el mal a los hombres, aunque sea como venganza ante Dios por haberle expulsado del cielo. De hecho, Luficer, el nombre que adopta en las escrituras antes de ser desterrado, significa en hebreo "lucero del alba" o "el que es brillante y luminoso". Esto se contrapone a Satanás, que significa "el adversario" o "el acusador".

Lucifer y Satanás: antes y después de ser desterrado

Como mucho, una vez convertido en Satanás, el Ángel Caído es un envidioso. Pero en ningún momento se muestra excesivamente preocupado por hacer el mal. Cuando es expulsado del paraíso, vaga por la tierra observando los actos mundanos de los humanos, intentando demostrar a Dios que no es tan 'querido' como cree por los hombres a los que ha insuflado vida. Así lo argumenta Erik Butler, escritor e investigador en la Universidad de Yale, en un artículo publicado en Aeon. "El papel de Satanás en la Biblia es poner en cuestión a la dignidad humana y, lo que es más importante, afirmar el poder trascendente de la Deidad", escribe. "No hay nada dominante o incluso particularmente malvado en él, se parece más a un abogado que a otra cosa".

"A menos que hacer preguntas sea malvado, no hay nada de malo en lo que hace Satanás"

Es imposible desligar al mismísimo demonio de los preceptos culturales que se le asignan como representación definitiva del mal. Pero, incluso, en el Nuevo Testamento, cuando se supone que debería encontrar en Jesucristo a su mayor archienemigo, ya que es el Hijo de Dios, no ejerce ningún tipo de maldad en él, tan solo le atrae e intenta convencer de que el camino que ha escogido al aceptar su destino como Mesías, es el equivocado. "A menos que hacer preguntas sea malvado, no hay nada de malo en lo que hace Satanás", asegura Butler, quien ha titulado, a propósito de este papel como mediador que cuestiona el destino de Jesús, su nuevo libro como The Devil and His Advocates ("El diablo y sus abogados", en español), publicado por la Universidad de Chicago.

En realidad, hubiera sido más impresionante que la vida de Jesucristo hubiera acabado con una lucha de truenos y relámpagos contra el mismísimo demonio, para así quitar "el pecado del mundo", como reza la oración. Pero no: en su lugar, Jesucristo es llevado a la cruz por los humanos, no hay nada sobrenatural ni místico en su muerte. Y eso, de nuevo es la triste moraleja que se desprende de su Pasión: nada hay más terrible que la propia acción de los hombres.

Un abogado, más que un ser malvado y sobrenatural

Butler menciona antes el Libro de Job, del Antiguo Testamento, en el que Satán intenta convencer a Dios de que los humanos solo le aman porque "fue bendecido con privilegios materiales" tras afirmarse como el más leal de sus siervos. Entonces, los dos pactan despojarle de todas sus posesiones para demostrar su fe verdadera. Una vez sumido en la pobreza, solo le sobrevienen tragedias, como la muerte de sus hijos o la destrucción de su hogar. "Pero estas desgracias no son causadas por Satanás, son cosas que puede ocurrirle a cualquier mortal", avisa el escritor, aunque lógicamente, la interpretación sobre el papel que tiene el diablo es distinta dependiendo de la fuente. Pero en todo caso, la naturaleza del mal que le sobreviene a Job es humana, como la crucifixión durante el Imperio Romano. "No hay nada malo en lo que hace Satanás, ya que habita en el mundo de las ideas, no de las pasiones", recalca (y nótese el término escogido de "pasiones", haciendo referencia al último episodio de la vida de Jesús).

"Milton optó por retratar un héroe rebelde que se alza contra la tiranía del orden establecido, y que si bien falla en el intento, al menos tiene la osadía de hacerlo"

Otra versión cinematográfica que coincide con esta interpretación de Butler, llegados a este punto, es el esbozo que hace del demonio el cineasta Mel Gibson en su violenta La Pasión de Cristo (2004). Cuando el Mesías está a punto de morir crucificado, y después de muchas torturas, se le acerca a los pies de la cruz un enigmático ser encapuchado en una túnica negra que parece una mujer, pero que no lo es (los ángeles no tienen género), quien sostiene un bebé con rostro de viejo. Este detalle, por bizarro que nos resulte, no es nada baladí ni casual; es más, deberíamos estar acostumbrados a esta representación de niños con rostro de viejo, ya que muchos cuadros de la Edad Media pintaban a los bebés, en especial al Niño Jesús sostenido por la Virgen María, con cara de ancianos.

placeholder Puro terror. (Fotograma de 'La Pasión de Cristo', de Mel Gibson)
Puro terror. (Fotograma de 'La Pasión de Cristo', de Mel Gibson)

Se trata de una de las mejores escenas del film, puesto que ejerce un gran contraste entre toda la brutalidad mostrada hasta ese punto. Este plano tan sencillo sirve para atemorizar más que todos los estallidos de sangre que se proyectan durante toda la película. Son muchas las interpretaciones que se han hecho de esta escena. Su autor, el propio Gibson, alude a lo más evidente: quería mostrar un contraste entre algo tan bonito a simple vista como la maternidad, y lo más oscuro, como lo demoníaco.

Foto: La Virgen y el Niño entronizados (1225). (Wikimedia)

Hay distintas teorías sobre el verdadero significado de la imagen y el espectador deberá sacar la que considere más apropiada. Lo cierto es que se intuye que Satanás es la persona andrógina de la túnica, quien enseña con malicia el que sería su primogénito, el Anticristo, y que, a diferencia de Jesús, no está en una cruz con el consentimiento del Padre todopoderoso. Evidentemente, hay maldad en la mirada, pero ni mucho menos fue él quien ordenó su ejecución; más aún, le susurró lo que debería hacer para evitarla, algo con lo que Jesús no estuvo de acuerdo al tomarlo por una tentación.

Y llegó el siglo XIX: bendito (y maldito) demonio

Durante toda la Edad Media y hasta la Ilustración, la imagen del demonio estuvo empantanada de malos significados para justificar el poder eclesiástico. Solo hay que pensar en la Santa Inquisición. El diablo, como diría después Donald Ray Pollock, estaba presente a todas horas. Fue a partir del siglo XIX cuando su reputación mejoró, en este caso gracias a la recuperación de una obra que en su día se opuso a La Divina Comedia de Dante y cuya humanización de Satanás sirvió de inspiración a los poetas románticos, decadentistas y simbolistas que empezaron a surgir en los países europeos, sobre todo en Francia.

"Si no se cree en Dios, y por tanto, no se le teme, se puede pintar a su enemigo con rasgos favorables: incluso se puede tomar partido por él"

Esta obra literaria es el poema narrativo El paraíso perdido, de John Milton, publicado en 1667. En ella, el Ángel Caído no se presenta como una entidad del infierno que representa un antagonismo clásico con Dios, sino como un seductor carismático que escoge por voluntad propia ser un rebelde y dejar de ser una oveja. "Milton dio un giro revolucionario al retrato artístico del diablo", explica Gabriel Andrade, autor de Breve Historia de Satanás (Nowtilus), el que quizás sea el mejor tomo en español para acercarse a esta evolución del Satanás de la Edad Media al de la modernidad. "Optó por retratar un héroe rebelde que se alza contra la tiranía del orden establecido, y que si bien falla en el intento, al menos tiene la osadía de hacerlo".

"Durante siglos, el diablo había sido utilizado como potencia disuasoria", corrobora Rosalía Torrent Esclapés, profesora de Estética y Teoría de las Artes de la Universitat Jaume I de Castellón, en un trabajo en el que analiza la figura de Satán en la obra poética y en prosa de Charles Baudelaire, poeta simbolista del siglo XIX en el que luego repararemos. "Encarnación del mal absoluto, también era absoluto el castigo infligido a quien con él coqueteaba. Pero la imagen del diablo varía con el tiempo, y precisamente cambia en relación con el proceso de descreimiento. Si no se cree en Dios, y por tanto, no se le teme, se puede pintar a su enemigo con rasgos favorables: incluso se puede tomar partido por él".

"El ejercicio satánico puede ser una manera de interrogar a Dios, de desafiarle, de reclamar una prueba de su existencia"

Esta explicación de Esclapés viene como anillo al dedo para respaldar las argumentaciones de Butler sobre cómo, con la llegada de la Edad Contemporánea y tras el fin de la Ilustración, tantos autores, artistas, pintores y bohemios se quedaron con el Satanás de John Milton antes que con el de Dante, el cual había servido durante siglos para dibujar a esta entidad como algo maligno, y de paso, justificar el poder absoluto de viejas jerarquías políticas (como la monarquía absolutista) o las supersticiones más infundadas que atemorizaban a la población. Se abría un mundo en el que había una mayor libertad de conciencia, una progresiva desecularización que dejaba en manos de la ciencia y la tecnología la explicación de los fenómenos y el comportamiento humano. Y, frente a todo este contexto, la figura de Satanás se alzó como antihéroe hermoso que rivalizaba contra Dios, es decir, contra los sistemas humanos que habían justificado las más injustas tropelías.

"¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria! (...)

Tú que todo lo sabes, oh gran rey subterráneo,

Familiar curandero de la angustia del hombre (...)

Sin duda alguna, el poema más paradigmático de este incipiente satanismo en el seno de la cultura occidental, es Letanías de Satán, del ya citado Charles Baudelaire, quien debió realizar una mueca graciosa e insidiosa cuando decidieron censurar parte de su producción poética recogida en su famoso libro Las flores del mal (1857), cuyo título ya recoge ese interés manifiesto por querer adentrarse en los oscuros pozos del alma humana.

Antihéroe de los malditos

El enemigo ya no es más un ser demoníaco que habita en el averno, sino la propia condición de estar vivo, es decir, el tedio insoportable que corroe a los hombres y bajo el que efectúan actos irracionales, inexplicables, que atentan contra los principios de la moral. Como desarrollararía también en El Spleen de París en poemas en prosa como El mal vidriero, el poeta francés ve el aburrimiento como la condena más insoportable con la que el ser humano tiene que lidiar. ¿Cómo acabar con el spleen y llegar a el Ideal? Tres vías: emborrachándose de vino hasta la extenuación (suyo es el famoso poema Embriagaos, aunque también de opio o hachís), rebelándose contra el poder establecido o, en último término, aceptando el destino fatal de la muerte, si no provocándola, es decir, optando por el suicidio.

No es una entidad abstracta la que acomete los mayores males en el este mundo, ni tampoco es de recibo justificar nuestras maldades basándonos en lo que nos pueda silbar al oído

Baudelaire supondrá esa renovación literaria ya definitiva del canon de Satanás, príncipe de los rebeldes y de esa moral contrahegemónica que surge también como parte del proceso de desecularización de las clases sociales, como también advierte Esclapés: "El ejercicio satánico puede ser una manera de interrogar a Dios, de desafiarle, de reclamar una prueba de su existencia. Acercarse al diablo para acercarse a Dios". Como es obvio, el poeta francés estaba muy lejos de las tribus satánicas que emergieron y proliferaron durante el siglo XX bajo la influencia de Anton LaVey. No era un satanista, tan solo un rebelde. Rodeado de lo peor de la sociedad del momento, buscó provocar a toda costa, preso de ese "mal de siglo".

Hubo muchos otros que recogieron el testigo, entre ellos Arthur Rimbaud, cuyo poemario Una estación en el infierno (1873) ya es toda una declaración de intenciones. A pesar de su precocidad literaria, es sin duda el icono de lo que hoy llamamos enfant terrible, tan recurrente en la crítica hoy en día. Poetas malditos que dejaron de serlo de repente para luego, en el último momento, abrazar en su lecho de muerte la fe cristiana con una extramaunción in extremis, como cuentan sus biógrafos.

placeholder El último maldito: Leopoldo María Panero en 'El Desencanto', de Jaime Chávarri (1976)
El último maldito: Leopoldo María Panero en 'El Desencanto', de Jaime Chávarri (1976)

Y de malditos anda el asunto, pues no podemos olvidar al último de ellos, quien nos dejó hace apenas unos años, en 2014: Leopoldo María Panero. En su poema Himno a Satán podemos reconocer cada uno de los atributos positivos que alguna vez tuvo el demonio y que hemos desglosado en este artículo. Pero, ante todo, no hay que olvidar la moraleja: no es una entidad abstracta la que acomete los mayores males en el este mundo, ni tampoco es de recibo justificar nuestras maldades basándonos en lo que nos pueda silbar al oído, como ocurre en la mitología bíblica. Solo el ser humano puede responder por sus propios actos.

De entre todas las representaciones cinematográficas de Satanás, sin duda la más terrorífica es la que ejecuta el actor Tim Curry en Legend (1985), de Ridley Scott. Largos colmillos, cuernos gigantescos, una altura descomunal en proporción con su ancha musculatura, un tridente y carne roja de color sangre. Los niños millennials de la época tuvieron las pesadillas más espeluznantes garantizadas. Por lo general, al más malvado de todos los seres malignos, siempre se le ilustraba en el cine como una sombra, un espíritu o una presencia. Nada da más miedo que lo que no se puede ver, de ahí que en películas de terror clásicas anteriores a la cinta de Scott, como en la inolvidable El Exorcista (William Friedkin, 1973), el demonio apareciese en un solo 'frame'. Cuanto menos se enseñe de este ser tenebroso, mejor, mucho más miedo. Por ello, la recreación de Satanás de Scott resulta, además de atrevida, la más eficaz a la hora de transmitir todo lo que nos atemoriza de esta personificación del mal.