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A muerte en Chamartín: los pijos malotes de barrio que te daban con el Lacoste
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La verdadera historia de los pijos malos

A muerte en Chamartín: los pijos malotes de barrio que te daban con el Lacoste

Iñaki Domínguez recrea en 'La verdadera historia de la Panda del Moco' a la banda de niños bien pero chungos que campaban por el Madrid de finales de los años ochenta

Foto: El periodista Iñaki Domínguez, autor de 'La Panda del Moco: La verdadera historia de los pijos malos que aterrorizaron Madrid', posa para El Confidencial. (A. B.)
El periodista Iñaki Domínguez, autor de 'La Panda del Moco: La verdadera historia de los pijos malos que aterrorizaron Madrid', posa para El Confidencial. (A. B.)

"Tanto U2 y tanta polla y luego sois todos unos gilipollas". Madrid, finales de los 80, el rapero MC Randy frasea y vacila a los niños de papá con su Hey pijo, de qué vas, sin entender muy bien que Los 400 golpes de varios chavales de clase media alta del distrito de Chamartín se habían convertido en las 400 hostias de Full Contact que como mínimo soltaban por cada bronca que tenían. Hostias como panes repartidas con saña en los garitos de los bajos de Azca, en los alrededores de Pachá, en la Space… Los Cobra Kai madrileños de Karate Kid, antes incluso de que se estrenara, vamos, los que no ensayaron en casa nunca la patada de la grulla de Ralph Macchio.

De primeras tenían poco glamour callejero: que si pantalones pesqueros, que si pegatinas de Snoopy, que si las pijas están buenas pero son tontitas, según cantaba MC Randy. Pero la realidad es que, salvando un poco la mística del barrio entendida como el espacio donde hace la vida la clase trabajadora, resulta que los pijos con dinero de la época dorada de las tribus urbanas de Madrid eran también de barrio, porque tenían que vivir en alguna parte las calles, los parques, los gimnasios…

placeholder Foto: A. B.
Foto: A. B.

Había además familias desestructuradas y al igual que el protagonista de la película de Truffaut Los 400 golpes, muchos pasaron una mala adolescencia, aunque tuvieran dinero. Sí, eran pijos, tal y como empezó a calar el término en los 80 y 90, antes de que Carolina Durante los convirtiera en cayetanos: ropa de marca, pero no cualquiera: camisetas Caribbean, Banana Republic, polos Lacoste… algunas señas de identidad a la vista para diferenciarse del resto, lo que viene haciendo una tribu.

"Tampoco eran de diseño, como podían ser los punkis, los rockers o los siniestros, que tenían unos códigos de vestimenta muy claros, pero tal y como decía Pablo Funk, uno de los protagonistas del libro, era verles y reconocerse".

Me lo cuenta el periodista Iñaki Domínguez, quien acaba de publicar La Panda del Moco: La verdadera historia de los pijos malos que aterrorizaron Madrid (Ariel). Una historia de pandillas, de canallas y de épica callejera en el otro extremo de lo que representaron los quinquis de los 70 como El Vaquilla o el Torete, retratados en varias películas de la época como las de Eloy de la Iglesia. Un poco más o menos todo lo que no se asocia a esa realidad urbana ¿Pijos callejeros? Sí, pero alejados de esa marginalidad, lo que no impidió que muchos acabaran siendo también delincuentes. Ojo que era una peña muy peligrosa.

placeholder El libro 'La Panda del Moco: La verdadera historia de los pijos malos que aterrorizaron Madrid' del periodista Iñaki Domínguez. (A. B.)
El libro 'La Panda del Moco: La verdadera historia de los pijos malos que aterrorizaron Madrid' del periodista Iñaki Domínguez. (A. B.)

Nos hemos encontrado en uno de los escenarios del libro, el Vips de Paseo de la Habana, que conozco muy bien, como todos los demás, porque soy de Chamartín y viví esa época: Azca, Prosperidad, Colombia, Pacha, el Specka, el Viso… Es verdad que los límites del distrito y de esa tribu se diluyen un tanto en ocasiones porque la historia se sale a veces a otros lugares conectados: el barrio de Salamanca, la Moraleja, Alfonso XIII, Puerta de Hierro, Conde Orgaz… Los colegios: El Santa Cristina, los jesuitas, el Cumbre, el Liceo Francés, lo peor de cada casa como denominador común.

Entre esos pijos estaba la Panda del Moco, un grupo de malotes de esa tribu urbana que se abrió paso en los 80 y 90 en barrios como Hispanoamérica, Prosperidad o Pinar de Chamartín. Eran de esos colegios de pago o concertados, clase media alta, un tipo urbano bastante concreto que ya había dado a conocer José Ángel Mañas con Historias del Kronen, que aporta su granito de arena al libro. Lo que pasa es que en La Panda del Moco, además de contar las movidas de el francés, el italiano o el judío (los integrantes originales de esa banda), Iñaki también describe una realidad madrileña, una genuina identidad urbana que parece que no existiera.

"He estado presente en algunas movidas, pero tampoco es que haya participado mucho de eso"

Ha venido además con una herida debajo del ojo, que no parece de promoción. Pregunta obligada que me responde tal cual:

–Claro, es que vengo de pegarme con unos pijos malos.

Al margen de la posible coña, le pregunto si él se pegaba, aunque fuera años después de las andanzas de la Panda del Moco:

–He estado presente en algunas movidas sí, pero tampoco es que haya participado mucho de eso, además yo escribo de muchas más cosas en El Mundo, aunque este tema de las pandillas callejeras, de esa época, de esas historias, siempre me han encantado porque no es algo que salga en ninguna parte y si no se pierde, yo creo que merece la pena contarlo.

La verdad es que Iñaki clava Chamartín, un distrito con muchos barrios, pero que tiene su propia impronta, con el Bernabéu por delante. No salen los Ultra Sur, ni los skin heads, que había a punta pala, pero también en muchos más sitios. Me viene a la cabeza también que no me gustaba cruzarme entonces con ninguna de esa peña y que parece que los cayetanos de ahora son más inofensivos de lo que eran estos.

PREGUNTA. Después de escribir Macarras interseculares, que ya trataba sobre la sociología urbana, te metes con una historia de pijos, que en principio podría parecer la anti tribu urbana, pero que se configura como tal en esa época.

RESPUESTA. En Chamartín aparecen los nuevos pijos, los de los 80. Es una zona nueva que aglutina varios barrios y que dentro del pijerío son los más modernos. Antes, en los 70, no existía la globalización y eran más tradicionalistas, no estaban consumiendo productos, es más, había mucha gente pija que estaba metida en lo de Falange, Fuerza Nueva, etc. El consumo define un poco el tipo de pijo de los 80, que va con sus zapatillas New Balance, por ejemplo, que antes de eso existían para correr y nada más y que pasan a formar parte de un estilo de vida. Sí, en Chamartín se crea una tribu.

placeholder Vips del Paseo de la Habana. (A. B.)
Vips del Paseo de la Habana. (A. B.)

¿Chamartín? Hay un poco de relleno, como Coto Matamoros, colaborador de Sálvame, contando que si la Plaza del Perú era un descampado donde jugaban de niños y que si los gimnasios daban pena entonces... Encaja de todas formas. Coto Matamoros encaja todo en esa arqueología sociológica del distrito. Más apuntes de Domínguez: en esos barrios: los malotes se definían no solo por familias problemáticas, sino por la impunidad: formaban parte de una clase que incorporaba a los funcionarios franquistas. Trastadas y delitos serios tapados desde arriba. Pillaron a Rafi Escobedo por lo de los marqueses de Urquijo, pero Javier Anastasio pudo escapar porque un juez amigo de la familia le puso en libertad a tiempo de cruzar la frontera con Portugal. Pijos de la clase dirigente, herederos como clase social de ciertos privilegios del franquismo. Eso era Chamartín y eso eran los niños de papá malotes. MC Randy en el 89: "Mira niño yuppie que juras por snoopy, de que te ríes niño tonto te voy a dar azúcar en la moto". Sí, claro.

P. La panda del Moco, el francés, el judío, etc., son unos macarras de tomo y lomo pero que tendrán menos problemas de los que podrían tener ahora…

R. Hay un problema de estructuración familiar, hay problemas de todo tipo, como en cualquier lado. Los desviados, los marginales, están también presente en el mundo pijo. Pero en este entorno muy concreto, en esta identidad se manifiesta de un modo muy particular. No es lo mismo una persona desviada en el mundo pijo que una persona desviada en Vallecas o en otra parte, que no está asociada a la heroína o a al tráfico de drogas o a otras formas de violencia. Esto es lo interesante de ese mundo.

placeholder Foto: A. B.
Foto: A. B.

P. ¿Por qué hay que contar la historia de una pandilla de malotes, algunos delincuentes, que no validaría en realidad ningún pijo de la clase dirigente?

R. ¿Te interesa algo la vida de la gente que se queda en el sofá? A mí no, me molan las peripecias de esta gente que se la suda todo y que rechazan su papel en la sociedad según está establecido, o sea, ellos son de la clase bien y son también unos bandarras, les da igual que se les encasille en algo así como cursis niños de papa. Este libro va de esto.

P. Se nota a lo largo de La Panda del Moco que se glorifica un poco ese pasado de pandillas, tribus y hostias, ¿Crees que hemos perdido algo? ¿Mola darse de hostias?

R. El mundo es menos libre ahora, con tantas cámaras en las calles y tal. A mí me parece que hemos ido a peor. Yo no puedo montarla en, yo qué sé, Malasaña o así porque me graban y tengo lío.

Me despido de Iñaki que sale dejando a deber una Coca Cola en el Vips y que pago yo, que no soy amigo de delincuentes.

"Tanto U2 y tanta polla y luego sois todos unos gilipollas". Madrid, finales de los 80, el rapero MC Randy frasea y vacila a los niños de papá con su Hey pijo, de qué vas, sin entender muy bien que Los 400 golpes de varios chavales de clase media alta del distrito de Chamartín se habían convertido en las 400 hostias de Full Contact que como mínimo soltaban por cada bronca que tenían. Hostias como panes repartidas con saña en los garitos de los bajos de Azca, en los alrededores de Pachá, en la Space… Los Cobra Kai madrileños de Karate Kid, antes incluso de que se estrenara, vamos, los que no ensayaron en casa nunca la patada de la grulla de Ralph Macchio.

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