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La plaga de los bares pijos de Madrid en los que todas somos malcriadas, chulas y peligrosas
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'TRINCHERA CULTURAL'

La plaga de los bares pijos de Madrid en los que todas somos malcriadas, chulas y peligrosas

Un Madrid acomodado y neorrancio en el que nadie huele ni viste mal, que pasa sus 'afterworks' y sus fines de semana en sitios con nombres de personajes de Pérez-Reverte

Foto: Una terraza en la Plaza Mayor de Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)
Una terraza en la Plaza Mayor de Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)

"Hay una pulga maligna que ya me está molestando, porque me pica y se esconde y no le puedo echar mano". Sara Montiel se quejaba de un bicho que le daba la tarde y le fastidiaba la lectura de una novela. La de Campo de Criptana cantaba La pulga sabia con voz sensual y haciéndose la inocentona, poniendo a los señores de la época a imaginarse en semejante trance, el de librar a la Montiel del bicho. Si alguno de ustedes quiere revivir ese momento, la película se llama La reina del Chantecler y se estrenó en 1962.

Sesenta años después ya no hay cuplés picantes y las relaciones, con o sin pulga de por medio, son mucho más libres y explícitas. Salvo un grupo de nobles hosteleros madrileños, empeñados en ponerle a los bares nombres de entonces y revivir así una nueva forma de galanteo basado en lo que han oído en casa.

En la flamante plaza de España conviven carriles bici, columpios y señores vestidos de oso polar gigante, Mario Bros y Transformer

Un quiero y no puedo (ser grosero). Un Madrid acomodado y neorrancio en el que nadie huele ni viste mal, que pasa sus afterwork y sus fines de semana en sitios con nombres de personajes de Pérez-Reverte, rozando el filo del bertinismo, lo casposo. Sitios picarones repartidos en dos o tres códigos postales donde la comida no siempre ocupa un lugar preeminente. Un granero de votos de la derecha.

En la flamante plaza de España conviven carriles bici, columpios y señores vestidos de oso polar gigante, Mario Bros y Transformer que compiten por las monedas de los paseantes. Cerca de la iglesia de Santa Teresa y San José, hay estos días un cartel colgado junto a unas obras que anuncia lo que viene: "La gallardita. Terraza Madrid". Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando lo leo. Repetimos: La gallardita. ¿Acaso es una mala mujer que llenó de falsas esperanzas al dueño del futuro negocio?

Madrid es un sitio maravilloso capaz de acoger lo peor y lo mejor de cada casa. Es un lugar que abraza a todo aquel que tenga ganas de hacer pasta, emprendedores cuasilibertarios que le sacan un buen margen al Godello y a la patata frita y cuentan con una cocina aseadita. Que quizá votaron a Ciudadanos y que hoy sacarían a hombros de cualquiera de sus locales a Isabel Díaz Ayuso. Yo conduzco, ella me guía. Si eres de los de la paguita, vete por donde has venido.

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Tienen sus estudios, sus MBA y su experiencia internacional. Dominio de los idiomas y del iPhone. Canallitas que han preferido el barril de cerveza a las criptomonedas. Son nuestros empresarios. Que nadie los toque. Cancaneo y libertad.

Son bares con página web y manifiesto. La misión, visión y valores de una empresa al uso. "Una tribu irreverente. Sin parafernalias, solo cocina y muy buena onda". Buena onda me suena a canción de Paulina Rubio. Qué poco salgo.

Hay uno que se llama La peligrosa. Dicen que homenajea a una mujer punk y aristócrata. Mi cabeza piensa en referentes como Nina Hagen, Gloria von Thurn y Taxis y Kalina de Bulgaria. Hay otro que se llama Krápula. Jo, qué malotes. Aquí detecto yo una aproximación a la cosa periférica sur, porque en mi época íbamos a uno que se llamaba La fakultad y lo de ponerle una k era sinónimo de choni.

placeholder Una terraza en la Plaza Mayor de Madrid. (EFE/Lucas Tarancón)
Una terraza en la Plaza Mayor de Madrid. (EFE/Lucas Tarancón)

Siempre prometen un aire gamberro y roquero. Que a saber lo que entienden ellos por ambos adjetivos. Qué sé yo, que el camarero que te llena la copa tenga tatuajes. Son todo insinuaciones, un enseñar la patita, un canalillo a medio hacer. No te quieren llamar meretriz, pero algo habrás hecho, golfilla, para que llamen a sus bares La chingona, La mamona, La malcriada, La pilla. Ay, si es que vas provocando, mala mujer. Que es una canción de C. Tangana que me agrada bastante aunque las de estos no lleven uñas de gel.

Son templos en los que lo importante es disfrutar, verse y dejarse ver en sitios donde, cuando la noche fluye, puede pasar de todo. "Empiezan con una Mahou y te acaban pidiendo un rosé", que es la manera que tiene mi amigo Antonio de resumir que hasta los más heterosexuales de barbour y náuticos pueden acabar montándoselo con un señor en el baño. Noches líquidas, a quién no le ha pasado.

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"Desfilan las mejores copas", proclama uno de los locales. Porque decir que aquello es pasarela de tías buenas, hijas de las chatinas de don Arturo Fernández, no es propio de un empresario hecho a sí mismo con sudadera que solo vive por y para entretener a un público con cierto aire sabinero: tan conservadores como sus dos generaciones anteriores, convencidos de que cada finde rozan el filo de lo imposible.

Hay otra tendencia también entrañable, que es la de resucitar conceptos. Para mi hermana, que es doctora en Filología Hispánica, podría ser una excelente noticia. No así para mí. Alboroto, Salvaje, Tejemaneje. A mí me gustan mucho las palabras pardiez, repámpanos, jarana y potosí, por cierto. Lo digo con cariño y sin pedir remuneración alguna por esta lluvia de ideas. Porque mejores que Bar Manolo son, claro.

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Pero no vayan a creer que nuestros valientes hosteleros new age no tienen su corazoncito. A veces también se acuerdan con cariño de las mujeres. Por eso homenajean en sus bares a aquellas que una imagina que les cuidaron de pequeños. Por ahí desperdigados hay carteles con nombres en peligro de extinción: Ramona, Consuelo, Socorro. A mí con estos detalles me ganáis, bribones.

Es un Madrid endogámico y un poco absurdo, que se jacta de malditismo, pero que huele a perfume de 100 euros. Que puede pagar una y diez copas y volver a casa en VTC. Que cena en sitios donde los platos se comparten y las paredes están decoradas por alguien conocido empeñado en darle a aquello un toque rural o llena las paredes de jardines verticales. Dueños y clientes siendo la misma persona. Un casticismo que ha pasado por chapa y pintura. Que le importa un bledo lo que pasa fuera.

"Platillos tan exquisitos que te van a enamorar, y tengo un postre secreto que nunca vas a olvidar". Esto no lo cantaba la Montiel en los sesenta. Lo dice la letra de la cancioncilla de presentación del restaurante La chula. Picarones en el Madrid de noviembre de 2022.

"Hay una pulga maligna que ya me está molestando, porque me pica y se esconde y no le puedo echar mano". Sara Montiel se quejaba de un bicho que le daba la tarde y le fastidiaba la lectura de una novela. La de Campo de Criptana cantaba La pulga sabia con voz sensual y haciéndose la inocentona, poniendo a los señores de la época a imaginarse en semejante trance, el de librar a la Montiel del bicho. Si alguno de ustedes quiere revivir ese momento, la película se llama La reina del Chantecler y se estrenó en 1962.

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