Lo que España es, lo que no fue y lo que nos gusta creer: manual de pesimismo de Ortega y Gasset
Dos nuevos libros publicados este mes recuperan el universo del filósofo de 'España invertebrada' desde diversos ángulos diferentes
Ni proyecto común, ni líderes, ni identidad nacional. La monarquía mal y la república, también. La Iglesia, la masa, los intelectuales… todos ensimismados en un relato erróneo, en unas premisas falsas, en unas supuestas soluciones que son inexistentes. El odio a los brillantes y más capaces a cambio del premio y los incentivos para los mediocres, la ausencia total de proyecciones a largo plazo, el lastre perpetuo del particularismo en todas las capas de la sociedad, exacerbada con los nacionalismos periféricos: la atención siempre en lo pequeño, en lo irrelevante.
El pesimismo de Ortega y Gasset sobre el futuro de España ya en los años 20 y 30 del siglo pasado sigue siendo perfectamente identificable con debates de la actualidad. Apenas han cambiado muchos de los problemas identitarios y estructurales del país porque, según su pensamiento, este estaría roto desde casi su mismo origen. Si ahora es prácticamente imposible pactar los más esenciales proyectos comunes en la Cámara entre los líderes de los partidos, entre el presidente del Gobierno y los responsables de las Comunidades Autónomas, tampoco se puede decir que antes hubiera un buen plan.
Sin caer en el voluntarismo ni obviar las diferencias de criterio, lo cierto es que es difícil incluso forjar una mínima identidad nacional que represente a todos y eso sin necesidad de señalar a los independentistas ni a los ex etarras de las listas de Bildu. Aspectos como el relato del pasado más reciente, como es el caso la Ley de Memoria Democrática, también divide, así como las soluciones objetivas para problemas concretos como pueda ser ahora la sequía, Doñana o ayer la pandemia.
El Confidencial habla sobre Ortega y Gasset con los autores de dos libros publicados este mes que recuperan el universo del filósofo desde ángulos diferentes y uno año después del centenario de la publicación de su celebrado
José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense y quien acaba de publicar
"Ortega se dedica a explicar un poco todo el pasado España. Concretamente, que el país está inmerso en una decadencia que se debe a que realmente no tiene un espíritu, ni una identidad" explica a El Confidencial Francisco A. Cardells-Martí, coordinador de
"Es fundamental como punto de partida para todos los grandes autores, filósofos, historiadores que han bebido de sus fuentes. Y nosotros hoy arrastramos mitos y tópicos de la historia de España que ha perpetuado Ortega. Él no era historiador. Se basa en intuiciones y con una influencia germánica importante". De la lectura de Ortega asoman detalles que ahora son polémicos, como por ejemplo todo lo la Conquista que para Ortega, desde una visión europea, era menos relevante que la propia colonización posterior de América, y que en los manuales actuales es poco menos que tabú.
Las diferencias sobre el papel de España y su propia identidad han cambiado. Ortega vivió el desastre de la pérdida de las últimas colonias de Cuba y Filipinas, aunque no coincidiera en el análisis con el de la Generación del 98; fue testigo además del fracaso de la monarquía de Alfonso XIII y su sistema de la Restauración, de la dictadura de Primo de Rivera, de la II República —siendo él el ideólogo del Pacto de San Sebastián— y de la Guerra Civil.
Esperanzado, por ejemplo, con el experimento republicano, se decepcionó, sin embargo, cuando comprobó primero que la Constitución marginaba a la Iglesia Católica y después cuando, durante el primer Gobierno provisional, se desató una ola de anticlericalismo: "No es esto, no es esto", sentenciaría él mismo, porque no era creyente pero tampoco anticlerical. En todos esos procesos, Ortega identificó esa invertebración de España que dio título a su obra más conocida, un clásico que tiene aún su vigencia trasladada a la política, donde se habrían perpetuado los particularismos.
Antes había sido más optimista: "En 1914 quiso refundar un nuevo liberalismo radical" —explica Villacañas—. "Es un Ortega optimista, idealista que llama a vivir de nuevo la aventura española. Pero, por supuesto, el Ortega de 1921-22, el de después de la Primera Guerra Mundial, el de la España invertebrada es mucho más pesimista. Se ha dado cuenta de que los males de España son muy poderosos y, en cierto modo, ya comienza a mirar en el largo plazo que consiste en formar a la generación joven. La que va a estallar en el 27 y en los primeros años de la República y que va a tener verdaderos y fundamentales discípulos orteguianos".
Por otra parte, achaca también parte del problema español a la falta de personas con capacidad de liderazgo: "Unas masas que no son dóciles, que no quieren obedecer a otros territorios pero, al mismo tiempo, no hay líderes capaces. Por eso dice que España, cuando llevó a cabo toda la conquista en la Edad Media, tuvo algo que le fue surgiendo como tal. No había un proyecto, era un agregado de pueblos y después, en la época moderna y contemporánea, no ha habido liderazgo ni desde Castilla ni, por supuesto, desde el resto de territorios, que han sido egoístas sin ser capaces de ser generosos y de liderar un proyecto que agrupara a todos los territorios de España" comenta Cardells-Martí.
La ausencia de feudalismo
Pero para Ortega el problema de España estaba, a diferencia del diagnóstico de Joaquín Costa y los regeneracionistas del 98, no en la pérdida de las colonias, sino en la misma Edad Media debido a la ausencia de feudalismo, lo que haría que progresivamente se fuera alejando de la evolución de su vecino, Francia. Los Reyes Católicos habrían sido una irregularidad, aunque tampoco lograran nunca la cohesión interior, y la monarquía hispánica, menos. Con la derrota de la República, el pesimismo de Ortega se radicaliza. "A partir de ahí decide callar para la vida pública y entrar en el ensimismamiento sólo de la filosofía. Ahora, yo creo que en un momento determinado, a partir de 1928 y con La rebelión de las masas, Ortega percibe de una manera clara que los males de España no son diferentes de los males de Europa y que en el fondo España lo que tiene que hacer es incorporarse". De otra forma, se quedaría como un país subdesarrollado, individualista, exaltado e incluso satisfecho de su propia mediocridad. Esa mediocridad basada en odiar a los buenos.
Es lo que le acaba vinculando al pensamiento liberal europeo y a buscar una última solución en Europa, según Villacañas: "Entre 1950 y 1955, se vincula al pensamiento liberal europeo. Él vive la London School. Visita a los grandes ordoliberales alemanes, tiene relaciones con Conrad, tiene relaciones con Hayek. El sí está en una línea muy clara de alineación con lo que se está formando en esos momentos que es el nuevo liberalismo mundial. Y se vincula a esta corriente de pensamiento de una manera muy profunda".
Ni proyecto común, ni líderes, ni identidad nacional. La monarquía mal y la república, también. La Iglesia, la masa, los intelectuales… todos ensimismados en un relato erróneo, en unas premisas falsas, en unas supuestas soluciones que son inexistentes. El odio a los brillantes y más capaces a cambio del premio y los incentivos para los mediocres, la ausencia total de proyecciones a largo plazo, el lastre perpetuo del particularismo en todas las capas de la sociedad, exacerbada con los nacionalismos periféricos: la atención siempre en lo pequeño, en lo irrelevante.
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