Es noticia
Soldados esperando la ofensiva a 2 km de Gaza: "Ni siquiera el Gobierno sabe qué quiere hacer"
  1. Mundo
Israel lanza una "gran ofensiva" aérea

Soldados esperando la ofensiva a 2 km de Gaza: "Ni siquiera el Gobierno sabe qué quiere hacer"

El Ejército israelí repele un asalto por mar, tras lanzar una operación a gran escala y bombardear Gaza desde el aire y sin descanso. El saldo ha sido de 700 muertos, según Hamás

Foto: Una casa, afectada por el tiroteo el día del ataque de Hamás en Sderot. (Fermín Torrano)
Una casa, afectada por el tiroteo el día del ataque de Hamás en Sderot. (Fermín Torrano)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

El estruendo de los cazas sobrevolando el cielo silencia el crujido de cristales rotos bajo los pies. La calle está desierta, las persianas bajadas y la colada abandonada en tenderetes que nadie tuvo tiempo de recoger. A tan solo dos kilómetros de la Franja de Gaza, los postes de luz escupen cables. Las puertas son la piel herida de una ciudad fantasma, arañada con metralla y agujereada por las balas. A pesar de todo, hay quien coloca pegatinas de "I love Sderot".

Los asaltantes de Hamás entraron subidos en motocicletas y pick-ups, y no tuvieron reparo en disparar, matar y quemar. Persiguieron vehículos, torturaron familias y hasta montaron controles para fusilar a los civiles que trataban de huir. El saldo fue de más de 50 asesinados, de los cerca de 1.500 que han sumido a Israel en un luto nacional y sed de venganza que ni siquiera la presión diplomática de los distintos líderes occidentales, que piden "contención" a Tel Aviv, ha podido acallar.

La réplica también se escucha en Sderot: artillería, morteros y aviones que no dejan de tronar. Tan solo este martes, en una última "operación a gran escala" lanzada por el Ejército israelí (IDF), los bombardeos han acabado con la vida de 700 palestinos, según denuncian las autoridades gazatíes. Se trataría de una de las jornadas más mortíferas para los civiles en Gaza desde la escalada del conflicto el 7 de octubre, pese a que más de 700.000 han abandonado sus casas, plegándose a las amenazas y avisos que arroja Tel Aviv a través de móviles y panfletos lanzados desde el aire en la antesala de cada ataque.

Foto: Un hombre herido es trasladado al Hospital Al Shofa el 13 de octubre. (EFE/Haitham Imad)

Israel lanzaba la oleada de bombardeos para acabar con "400 objetivos" en la Franja el mismo día que un grupo de judíos ortodoxos llegaban en furgonetas VIP fletadas para visitar la zona cero del último ataque con cohetes de Hamás, este lunes contra el centro de Sderot. El mismo día que António Guterres, secretario general de la ONU, ha recordado que la guerra también tiene reglas.

"Ninguna de las partes en un conflicto está por encima del derecho humanitario internacional", ha manifestado frente al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El mandatario aprovechó para condenar el ataque de Hamás el 7 de octubre, pero subrayó que la población palestina ha sido objeto de "56 años de ocupación sofocante". "Han visto cómo su tierra era devorada sin cesar por los asentamientos y asolada por la violencia; su economía, asfixiada; su población, desplazada; y sus hogares, demolidos. Sus esperanzas de una solución política a su difícil situación se han ido desvaneciendo".

Un mensaje “sorprendente”, según el embajador israelí para las Naciones Unidas, y que se producía "mientras decenas de cohetes" volaban hacia territorio israelí.

Pero no solo.

Miembros de las brigadas Al-Qassam han logrado infiltrarse este martes en los kibutz de Zikim y Karmia, al sur de Ashkelon. Una incursión por mar y por tierra, justo al norte de Gaza y no muy lejos de la principal ciudad israelí en la región. Las Fuerzas Armadas y la Policía contuvieron anoche la incursión, pero siguen alerta, ante la posibilidad de terroristas infiltrados en el interior de sus fronteras, según a informado Israel.

El Ejército estaría "listo para la maniobra [terrestre]", pero habría retrasado la ofensiva "por factores tácticos y estratégicos", ha declarado el jefe del Estado Mayor de las IDF, el teniente general Herzi Halevi, desde la frontera con Gaza. "Con cada minuto que pasa para el otro lado, atacamos más al enemigo, matando terroristas, destruyendo infraestructura, recopilando más inteligencia para la siguiente etapa".

Foto: Ron Lobel, médico de Ashkelon, última ciudad israelí antes de la Franja. (Fermín Torrano)

Los que esperan desplegados son hombres y mujeres como Lisa, Mike o Yoav, ataviados con el uniforme verde caqui, no siempre bien equipados y destinados alrededor de Sderot. Gente que desde hace dos semanas han visto sus vidas interrumpidas y que desean hablar, contar al mundo lo que ven y lo que sienten, aunque callan cuando sus superiores pueden escucharlos por temor a las represalias.

¿Esperáis al final de los bombardeos para atacar?

—No sabemos nada, creo que ni siquiera el Gobierno sabe qué quiere hacer. Siento que somos piezas de un tablero dirigido por EEUU e Irán —resopla un joven de 25 años recién reclutado, con tan solo tres días de servicio en el sur—. Quiero defender a mi país y a mi familia, pero también tengo miedo.

El mismo miedo que una bala arrebató a Svetlana. Fue el día de la incursión. Un pequeño proyectil atravesó la ventana de su rellano, en el cuarto piso de un bloque a las afueras de Sderot, e impactó a escasos centímetros de su timbre. Sin vecinos, sin familia, sin temor a lo que llueva desde las alturas, ahora hace autoestop en una rotonda, después de recoger el agua y la comida que los voluntarios llevan a la ciudad, donde la mayoría de la población ha sido evacuada a la espera de la invasión. Según el gobierno, más de 200.000 personas han sido desplazadas hacia el interior del país, muchas, de las ciudades y pueblos alrededor de la Franja, pero también del norte de Israel, en la frontera con Líbano.

“Puedo irme a un hotel, pero no me apetece. Necesito silencio, menos gente, quiero tranquilidad”, suspira, abriendo la puerta de su apartamento. En días despejados, ve desde la terraza los edificios gazatíes que Israel ataca al otro lado de la valla. Las noches más duras, se esconde tirando de una soga para cerrar la sala de seguridad.

A unos metros de su casa, soldados descansan tumbados en columpios, esperando órdenes, mientras observan llegar blindados de tres en tres. Otros, de espaldas a la carretera y menos expuestos a los proyectiles que golpean Sderot, comen en la hierba bajo el sol, en un pícnic macabro que aguarda el postre de la invasión.

“En Israel no hay sitio seguro, de verdad que no lo hay”, insiste Noam, militar en la ciudad. “¡Pueden atacar bajo tierra, con los túneles, por mar o hasta en parapente!”. El 7 de octubre ha supuesto un antes y un después. Un día que será recordado por modificar el significado de guerra y seguridad para Israel.

placeholder Un grupo de israelíes se refugia bajo un puente de camino a Tel Aviv. (Fermín Torrano)
Un grupo de israelíes se refugia bajo un puente de camino a Tel Aviv. (Fermín Torrano)

Horas después, a 50 kilómetros de distancia, tras cruzar check-points y dejar atrás la carretera que conecta el sur con el centro del país, el tráfico se detiene de repente. Los coches se echan a un lado. La autopista se congela. Están sonando las alarmas. Los hombres corren. Las mujeres corren. Los niños tratan de correr. Los más rápidos saltan detrás de un pequeño muro de hormigón y se tumban bocabajo, con el rostro contra el suelo. Aceleran los que conocen la carretera, para refugiarse bajo un pequeño puente. Los más despistados tardan segundos en reaccionar.

Son segundos de tensión, de miradas al cielo. De un miedo que reza a la cúpula de hierro. Pum, pum, pum, pum. Los brazos de una madre cubren el cuerpo de una niña. El suelo tiembla. La defensa antiaérea ha protegido de nuevo a los ciudadanos de Tel Aviv. Los más alegres arrancan de nuevo, golpeando el volante para hacer sonar el claxon y celebrar. Nadie sabe cuándo arrancará la invasión terrestre, pero aquí todos entienden que no hay lugar seguro.

El estruendo de los cazas sobrevolando el cielo silencia el crujido de cristales rotos bajo los pies. La calle está desierta, las persianas bajadas y la colada abandonada en tenderetes que nadie tuvo tiempo de recoger. A tan solo dos kilómetros de la Franja de Gaza, los postes de luz escupen cables. Las puertas son la piel herida de una ciudad fantasma, arañada con metralla y agujereada por las balas. A pesar de todo, hay quien coloca pegatinas de "I love Sderot".

Israel Conflicto árabe-israelí Gaza
El redactor recomienda