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Cómo un hospital civil se convirtió en uno de guerra: "Hay tanto odio, tanta necesidad de venganza"
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El último hospital israelí antes de la Franja

Cómo un hospital civil se convirtió en uno de guerra: "Hay tanto odio, tanta necesidad de venganza"

Ron Lobel es el director de Desastres y Emergencias del único hospital israelí en las poblaciones fronterizas con Gaza. Con la inminente invasión terrestre, espera que lleguen más cuerpos

Foto: Ron Lobel, médico de Ashkelon, última ciudad israelí antes de la Franja. (Fermín Torrano)
Ron Lobel, médico de Ashkelon, última ciudad israelí antes de la Franja. (Fermín Torrano)

Cuando Ron Lobel vio a los milicianos de Hamás al otro lado de la ventana, se dio cuenta de que los protocolos que él mismo había escrito no servían para nada. Como director de Desastres y Emergencias del único hospital israelí en las poblaciones fronterizas con Gaza, dejó la teoría a un lado e hizo dos cosas: agarrar un cuchillo de cocina y no tirar de la cadena en las 15 horas que pasó bajo tierra.

Con la segunda se le escapa una sonrisa que no tarda en desaparecer. Su vecina accionó la cisterna en las primeras horas del asalto. Lo siguiente que escuchó Lobel fue la explosión de una granada. Los terroristas volaron el baño y ella murió, al igual que otras 1.400 personas asesinadas el 7 de octubre y los días posteriores, en la mayor masacre en la historia del Estado de Israel. “Mi casa es la última en Netiv HaAsara [un pequeño poblado a 300 metros de la valla]. Empecé a escuchar voces. Disparos, después. ¡Disparos de bala en el interior del pueblo!”, exclama Lobel, todavía sorprendido. “Es algo que nunca habíamos oído. Supe enseguida que esta vez era diferente”.

Y lo fue.

Foto: Un palestino llora sobre el cuerpo de su sobrino muerto en un bombardeo israelí. (EFE/Mohammed Saber)

El ataque rompió las defensas israelíes y voló el cimiento sobre el que se sustentaba la seguridad de la nación: la confianza en los servicios de inteligencia y el poderío militar. El primer ministro Benjamín Netanyahu prometió venganza y, en tan solo 12 días, Israel ha bombardeado con dureza la Franja, dejando más de 3.000 muertos. Un tercio de ellos menores de edad. Todo, mientras el mundo estudia la probable invasión terrestre de Gaza, en el sur, y la entrada de Hezbolá en el conflicto por al norte, en la frontera con el Líbano.

“La operación terrestre puede empezar dentro de una hora, o en un día…, o una semana. Y estoy seguro de que los heridos se multiplicarán”, resopla el doctor. “Por eso no puedo pensar en el pasado ni en el futuro. Solo nos queda estar listos”.

Las guías que redactó para pequeños sucesos (15 personas), en caso de desastres de tamaño medio (30) o de ocurrir “una gran desgracia” (60) han quedado obsoletas. A sus 73 años no sabe si volverá a escribir. Tan solo en las primeras horas del primer Sabbath, 750 heridos llegaron a la puerta de emergencias del hospital Barzilai de Ashkelon. Este es el primer punto médico, ahora de estabilización, en la zona. A nueve kilómetros de la Franja de Gaza, este martes son de nuevo un blanco de Hamás. Y lo serán los próximos días.

Foto: Los gazatíes escapan de la ciudad de Gaza después del ultimátum de Israel. (EFE/Mohammed Saber)

“No es la primera vez que nos atacan, pero antes impactaba la metralla o se rompía alguna ventana… Esta vez nos dieron de lleno”, reconoce Lobel. En aquella primera jornada de guerra, desde el territorio palestino se lanzaron 6.000 cohetes contra Israel, según el New York Times. Un volumen que, aparentemente, saturó el sistema antiaéreo. Dentro del complejo hospitalario, los proyectiles destruyeron el corredor que conecta dos pabellones e incendiaron el edificio construido para niños con necesidades especiales.

¿Por qué parece que todo falló?

—Realmente no lo sé. El primer día lo pensé mucho, pero decidí no dedicar esfuerzos a cosas que no puedo controlar. Solo me produce rabia. Y debo concentrar mi energía en el hospital.

En el interior del edificio vive ahora la mitad de la plantilla. “La adrenalina está por las nubes”, reconoce Asaf, un paramédico en el área de trauma, que sale un minuto a respirar. Un gesto raro estos días; los turnos duran 12 horas y muchos que, como él, vivían en las poblaciones fronterizas con Gaza, ya no tienen a dónde volver. También, aunque lo reconocen más avergonzados, por el miedo de un cielo que castiga sin avisar.

La mecha del terror

La puerta de Ron Levén se agitó en la noche oscura de Netiv HaAsara. Pum, pum, pum. “¡Salid! ¡Somos de las IDF!”, cuenta que escuchó. Escondido en el sótano junto a su mujer e hija, revivió el forcejeo de la puerta de los hombres de Hamás. Se le erizó la piel. “¿Y si no son soldados?”, pensó. Por si acaso, prefirió no abrir.

“No se marchaban. Insistían e insistían, así que les pedí alejarse de la puerta y que enviaran a un solo hombre desarmado a la ventana, mostrando el DNI”, recuerda Lobel. La precaución hubiera servido de poco contra un enemigo, pero resultó ser un rescate real. Eran militares de verdad. Y bebieron café. Y descubrieron la magnitud del ataque. Y acabaron de nuevo en el refugio. Tan solo al amanecer, cuando el peligro de una emboscada se redujo, tres coches les escoltaron entre los cuerpos sin vida de vecinos y terroristas acribillados por las balas.

Lobel habla pausado, sin apartar la mirada. Con ojos de color azul anciano.

—Me lo cuentas casi como una historia ajena.

—Sé que te he contado una historia y no una experiencia, creo que es un proceso de autodefensa. Nos llevará tiempo interiorizar lo que ha ocurrido —reconoce asintiendo con la cabeza—. De vez en cuando salgo a respirar un poco, pero me asusto en cuanto escucho la alarma. Nunca había estado así en mi vida. Y a mi mujer le pasa igual. Me llamó el otro día para contarme que se despierta si un vecino mueve la silla o cierra la puerta.

Es el tiempo y el silencio lo que prende la mecha del terror.

Foto: Moshé Rozen y su esposa Diana, junto a su familia. (Cedida)

“Cuando trabajas y tienes un propósito, te olvidas del miedo”, asegura. “En las horas muertas los pensamientos comienzan a fluir. Tantos compañeros en Gaza… tantos amigos palestinos… pienso mucho en ellos también”.

El propio Lobel se ha encargado de formar a un buen puñado de los sanitarios palestinos y hasta el día del asalto mantenía contacto con varios de sus aprendices. Incluso le enviaban pacientes complicados al hospital. Hubo un tiempo, lejano ya, que desarrollaron 132 proyectos entre ambos sistemas de salud. Pero llegó 2007, dice, y “Hamás”.

Fue entonces cuando los proyectos de formación establecidos durante más de 30 años se cerraron, aunque la formación continúa.

“La mayoría son muy buenos embajadores en ambos lados. Nosotros hemos aprendido mucho de la vida, la filosofía, las costumbres y su fe. Cuando vuelven a casa, imagino que contarán que no tenemos cuernos ni rabo. Que somos personas normales”, reflexiona el doctor.

placeholder El doctor, en una de las puertas del Hospital de Ashkelon. (Fermín Torrano)
El doctor, en una de las puertas del Hospital de Ashkelon. (Fermín Torrano)

Pero en sus palabras hay un tono pasado. “Hay tanto odio, tanta necesidad de venganza… no lo sé. Piénsalo. En apenas unas horas casi 2.000 muertos. Quizás muchos más. Todavía quedan cuerpos por retirar. Y los 200 secuestrados. Y los bebés”, añade tras una pausa. Los vídeos que ha visto de niños golpeados hasta la muerte contra la pared, y de cuerpos quemados, le revuelven. Ya no ve la televisión ni consulta las redes sociales. “No quiero ver nada que tenga que ver con el sábado”, confiesa.

—Llevo toda la entrevista pensando qué pedías a Dios cuando estabas en el sótano.

—Que se saltaran mi casa. No soy religioso, pero no podía parar de rezar. Los viernes tenemos clases de gimnasia acuática para gente mayor y cuando me desperté este viernes, pensé que tenía que ir a la piscina. De repente me di cuenta de que la mitad de mis compañeros están muertos. Es ahí cuando piensas y sientes tristeza, rabia y dolor. Un gran dolor.

Los más de 20 vecinos asesinados en su kibutz que no han podido ser sepultados tendrán que esperar. Las zonas más próximas a la Franja de Gaza son de acceso restringido y no se puede volver. Además, el cementerio no tiene espacio para todos.

¿El perdón es una posibilidad?

—El perdón siempre es una posibilidad y una buena opción. Primero tenemos que empezar por perdonarnos a nosotros mismos por la falsa sensación de seguridad con la que vivíamos. Una ilusión —lamenta descreído—. Nuestro pueblo era uno de los más bonitos del mundo, y estoy seguro de que volveremos para reconstruir nuestros huertos y casas. Eso será lo fácil. Reconstruir y rehabilitar nuestras almas será mucho más complicado. No estoy seguro de que vaya a ser posible.

Cuando Ron Lobel vio a los milicianos de Hamás al otro lado de la ventana, se dio cuenta de que los protocolos que él mismo había escrito no servían para nada. Como director de Desastres y Emergencias del único hospital israelí en las poblaciones fronterizas con Gaza, dejó la teoría a un lado e hizo dos cosas: agarrar un cuchillo de cocina y no tirar de la cadena en las 15 horas que pasó bajo tierra.

Israel Conflicto árabe-israelí
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