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Ucrania, 2022: cuatro batallas que volverás a encontrarte en los libros de historia
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Los hitos de la guerra

Ucrania, 2022: cuatro batallas que volverás a encontrarte en los libros de historia

Son las batallas, ante todo, las que pasarán a la posteridad por dar forma a la invasión rusa de Ucrania. Estas son cuatro que definieron el guion del conflicto durante el año que lo vio nacer

Foto: Tropas ucranianas disparan un mortero en el frente de Bakhmut. (Reuters)
Tropas ucranianas disparan un mortero en el frente de Bakhmut. (Reuters)

Hay años destinados a ser recordados por los eventos internacionales que los marcaron. En las últimas décadas, hemos tenido varios. 2020 y la pandemia; 2008 y la crisis económica; 2001 y los atentados del 11-S; 1991 y el fin de la Guerra Fría, etcétera. Pocos dudan de que este 2022 también será, a los ojos de la historia, un año definido en gran medida por un único factor: el inicio de la invasión rusa a gran escala de Ucrania.

Este cataclismo geopolítico ha causado decenas de miles de muertos, forzado a millones a abandonar sus hogares, agravado una policrisis económica a escala global y obligado a la Unión Europea a replantearse por completo su arquitectura de seguridad y su estrategia energética, entre un sinfín de consecuencias que tardaremos años en comprender del todo. Y sin embargo, ninguno de estos factores cobra sentido pleno sin prestar atención a la situación en el terreno. Son las batallas, ante todo, las que pasarán a la posteridad por dar forma al conflicto. A continuación, se presentan cuatro que definieron el guion de la guerra durante el año que la vio nacer.

Foto: Un hombre camina frente a un edificio destruido en Mariúpol, en diciembre de 2022. (EFE/Sergei Ilnitsky)

Hostómel: el asalto que pudo cambiarlo todo

La columna vertebral del plan ruso para ocupar Kiev implicaba la rápida ocupación del aeropuerto de carga y base aérea de la localidad de Hostómel, conocido popularmente como aeropuerto Antonov. Este debía convertirse, gracias a su larga pista de aterrizaje, en el principal centro logístico para el asalto relámpago hacia el corazón de la capital, la toma de las sedes gubernamentales ucranianas y la instalación de un Gobierno títere. La velocidad de la operación era vital para su éxito. Por eso, a primera hora del 24 de febrero, el día de inicio de la invasión a gran escala, una treintena de helicópteros de asalto Mi-8 tripulados por las fuerzas aerotransportadas (VDV), la flor y la nata del ejército ruso, volaron a baja altura sobre el aeropuerto, disparando cohetes y regando la zona de paracaidistas.

Sin embargo, lo que debía ser una operación rápida y quirúrgica se transformó rápidamente en una batalla encarnizada contra una resistencia ucraniana mucho más feroz de lo que el Kremlin esperaba. El aeropuerto no cayó hasta más de 24 horas después, cuando el asalto por tierra ruso llegó a Hostómel. Inmediatamente, los signos de que la ofensiva de Rusia contaba con serios problemas empezaron a hacerse visibles, incluyendo la formación de un célebre convoy de 60 kilómetros de tanques y vehículos acorazados que nunca llegaría a su destino, Kiev. Desde la base aérea, las unidades VDV y el resto de tropas rusas asaltaron el suburbio de Bucha, sufriendo enormes bajas humanas y armamentísticas en el proceso, e intentaron —sin éxito— llegar a Irpín, el último paso antes de la capital.

A lo largo del primer mes de guerra, las tropas ucranianas, armadas con misiles antitanques estadounidenses Javelin y drones turcos Bayraktar TB2, realizaron decenas de emboscadas y contraataques en el ‘oblast’ de Kiev con una eficacia devastadora. Moscú nunca pudo aterrizar grandes aviones de transporte para reforzar las fuerzas en Hostómel y en el resto de ciudades ocupadas de la región. En lugar de convertirla en un ariete para el asalto hacia la capital, las tropas rusas se vieron atrapadas en la base aérea, luchando por su supervivencia. Sin capacidad de avanzar y con la orden de no retirarse, se habían convertido en un blanco perfecto para las fuerzas defensoras.

Foto: Imágenes de satélite del convoy militar ruso de más de 60 km hacia Kiev. (Getty/Maxar)

Finalmente, el 29 de marzo, la orden de retirada llegó desde Moscú. La apresurada salida de la región obligó a los soldados rusos a destruir todo el armamento que no podían desplazar a tiempo. El 2 de abril, 37 días después de que comenzara la invasión, la viceministra de defensa de Ucrania, Hanna Maliar, publicaba en Facebook una declaración triunfal: "Irpín, Bucha, Hostómel y toda la región de Kiev han sido liberadas del invasor". El impacto que esta primera victoria tuvo en la moral ucraniana resulta difícil de sobreestimar. Contra el consejo de múltiples líderes occidentales, el presidente del país, Volodímir Zelenski, se había negado a abandonar la capital, prometiendo al público ucraniano que el corazón de Ucrania nunca caería. Tras ganar su arriesgada apuesta, el Gobierno pudo vender un mensaje claro tanto a su población como a sus aliados en el extranjero: si la capital había logrado resistir, el resto del país también podía hacerlo.

Sin embargo, no había tiempo para celebrar. El triunfalismo inicial vino inmediatamente sucedido de la revelación de las decenas de cuerpos desperdigados por las calles de Bucha, muchos maniatados y con signos de tortura. El horror de la guerra se hacía evidente a los ojos de todo el mundo mientras los ucranianos miraban al sureste, donde su peor derrota ya estaba siendo fraguada.

Azovstal: la noche más oscura de Ucrania

En la mañana del 24 de febrero, Enver Tskitishvili, el director general de Azovstal, una de las siderúrgicas más grandes de Europa, decidió apagar los altos hornos por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Mariúpol, la ciudad costera que la alberga, era uno de los objetivos clave del Kremlin, tanto por su importancia económica como por su situación geográfica imprescindible para la construcción de un corredor terrestre desde Rusia hasta la ocupada península de Crimea. No por nada, fue una de las primeras grandes urbes ucranianas en ser completamente sitiada.

El ejército de Moscú y los rebeldes prorrusos del Donbás golpearon tan fuerte y tan rápido que las defensas ucranianas a lo largo del perímetro de Mariúpol colapsaron en cuestión de días. Las tropas rusas se abalanzaron desde dos direcciones, cerrando la ciudad en un movimiento de pinza y empujando a los soldados ucranianos hacia el mar y hacia Azovstal. Poco después, una masiva campaña de bombardeos redujo a gran parte de la urbe a ruinas, causando un número todavía incalculable de bajas civiles y convirtiendo a Mariúpol, ante los ojos del mundo entero, en un símbolo del enorme precio que Ucrania iba a pagar por la invasión.

El plan de Tskitishvili, quien preveía que la derrota era inminente, era utilizar Azovstal para refugiar a los ciudadanos durante un breve periodo de tiempo. Sin embargo, durante los próximos 80 días, la acería se convertiría en el último bastión de defensa de Mariúpol. La masiva planta de 10 kilómetros cuadrados llegó a albergar a 3.000 soldados y 1.000 civiles en su laberinto de talleres, almacenes, túneles subterráneos y 36 refugios antiaéreos, un legado de la Guerra Fría. Consciente del enorme coste humano y material que supondría el asalto frontal al complejo, el presidente Vladímir Putin ordenó que las fuerzas rusas se abstuvieran de cualquier ataque. En cambio, solicitó a las tropas bloquear el área para que "ni siquiera una mosca pudiera escapar".

Foto: Soldados del regimiento Azov en los interiores de la acería de Azovstal. (Reuters/ Dmytro Orest)

Kiev intentó crear un corredor aéreo para suministrar víveres y armamento a sus soldados, que se mostraban dispuestos a defender la planta hasta el último aliento. El 21 de marzo, dos helicópteros de combate del ejército ucraniano atravesaban el cerco enemigo a vuelo rasante, transportando hacia Azovstal cajas de misiles Stinger y Javelin, así como sistemas Starlink y otros recursos. La misión, casi suicida, logró su cometido, aunque solo uno de los vehículos logró regresar. Intentos posteriores de repetir la hazaña fueron interceptados y la operación fue cancelada, pero la escasa ayuda que logró aportar a las tropas de la siderurgia sirvió para ayudarlas a resistir el asedio ruso durante más de un mes adicional.

Desprovistas a estas alturas de comida, munición y medicina, las fuerzas de Azovstal presentaron su rendición el 21 de mayo. Los civiles fueron evacuados, pero los soldados acabaron en una colonia penal en Olenivka, en la misma región de Donetsk. Meses después, algunos de sus líderes fueron liberados en un intercambio de presos, pero la mayoría continúan siendo prisioneros de guerra.

La toma de la ciudad significó el mayor premio bélico de Rusia hasta la fecha, aunque también supuso una de las mayores pérdidas de tiempo para el Kremlin durante unos primeros compases de la guerra en los que cada día resultaba crucial. La defensa hasta el último estertor de los ucranianos en la urbe impidió que los rusos desviaran sus fuerzas a otras partes del país, ganando un valioso tiempo para erigir posiciones defensivas. Y si bien Mariúpol es hoy sinónimo del horror de la guerra, Azovstal es, para los ucranianos, su mayor ejemplo de resistencia heroica ante el invasor.

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Limán: una contraofensiva histórica

El verano que siguió a la caída de Mariúpol estuvo marcado por un estancamiento de la ofensiva rusa, con un considerable número de bajas y la negativa del Kremlin de movilizar nuevos reclutas o incluso llamar guerra a la guerra. Al mismo tiempo, el Ejecutivo ucraniano había anunciado a bombo y platillo una contraofensiva para retomar Jersón, la capital regional ocupada del sur del país, por lo que Putin ordenó movilizar las tropas hacia ese frente. El resultado fue una enorme vulnerabilidad en las posiciones defensivas del ejército invasor en la región de Járkov, en el noreste de Ucrania, una que, con la ayuda de sus contrapartes estadounidenses, los servicios de inteligencia del país lograron detectar.

El plan fue fraguado en agosto y ejecutado a primera hora del 6 de septiembre, el día más importante para el futuro de Ucrania tras la victoria en Kiev. "Todo dependía del primer día, de hasta dónde podíamos abrirnos paso", narraba el coronel general Oleksandr Syrsky, comandante al cargo de la contraofensiva, en entrevista con el Washington Post. Un asalto simultáneo contra todas las líneas defensivas rusas en la zona provocó una retirada generalizada, permitiendo a las tropas ucranianas avanzar cerca de 17 kilómetros en una sola jornada. A partir de ahí, apenas encontraron resistencia. Ante la incapacidad de defender sus posiciones, los soldados rusos huyeron en desbandada, abandonando en el proceso decenas de tanques, centenares de armas ligeras y decenas de miles de municiones.

Los bastiones de Izium y Kúpiansk, dos de los principales objetivos de la operación, fueron recuperados en cuestión de días. Pero cuando una semana después la contraofensiva entró en su nueva fase, en dirección a Limán, los ucranianos se toparon con una resistencia mucho más dura. Los cerca de 5.000 soldados rusos apostados en esta ciudad —un centro logístico clave para la invasión de Járkov desde su captura en mayo— estaban decididos a luchar y utilizar la enorme cantidad de artillería con la que contaban.

Foto: Un soldado ucraniano en Limán, en la región de Donetsk. (Reuters/Jorge Silva)

Una maniobra de pinza a través de la ciudad de Yampil, en el este, y de Sviatogorsk, en el oeste, acabó rodeando la ciudad y condenando la resistencia rusa. La única ruta por la que los invasores podían abandonar Limán era una pequeña carretera hacia Kreminna, en Luhansk, flanqueada por un bosque de pinos. Finalmente, la madrugada del 1 de octubre, el estruendo de decenas de motores alertó a las fuerzas ucranianas, que inmediatamente regaron esta vía con fuego de artillería. Videos grabados por las tropas que liberaron la ciudad revelaron decenas de vehículos rusos destruidos en su huida. A día de hoy, se desconoce cuántos soldados rusos fallecieron en esta retirada.

La contraofensiva, una de las más eficaces de la historia bélica moderna, supuso un antes y un después en el conflicto ucraniano. Demostró a los aliados occidentales de Ucrania, cuyo apoyo armamentístico y económico resulta imprescindible, no solo podía no perder: también podía ganar. Para el Kremlin, supuso un humillante baño de realidad que forzó a ordenar, poco después, una "movilización parcial" de más de 300.000 nuevos reclutas, llevando el precio de la guerra directamente a miles de hogares en Rusia.

Por otra parte, el ejército ruso se vio obligado a aprender, por fin, la lección de no subestimar a su par ucraniano. A principios de noviembre, ante otra contraofensiva ucraniana en Jersón, las tropas rusas ejecutaron, por primera vez, una retirada ordenada, cediendo la capital regional tácticamente en lugar de intentar resistir a cualquier precio.

Popasna: el reverso de Bakhmut

A un día de concluir el 2022, hablar de la guerra en Ucrania es hablar de Bakhmut. La ciudad minera, que antaño contaba con 70.000 habitantes, se ha ido abriendo paso entre los titulares de la prensa internacional a lo largo de los últimos meses para acabar convirtiéndose este diciembre en el mayor ejemplo del estado actual del conflicto: una ofensiva rusa estancada, costosa y carente de sentido. "Los ocupantes han destruido por completo Bakhmut, otra ciudad del Donbás que el Ejército ruso convirtió en ruinas quemadas", resumió Zelenski en un discurso el pasado 10 de diciembre. Sus palabras tenían poco de exageración. Durante siete meses, las tropas rusas, junto a los mercenarios de Wagner, han lanzado ataques constantes contra esta localidad del norte de Donetsk que lleva cientos de días sin agua, calefacción o electricidad. Gran parte de la urbe ha sido reducida a una amalgama de casas derruidas, cráteres, barro y adoquines calcinados.

Y, sin embargo, los soldados ucranianos continúan resistiendo allí. Lo mismo no pudo decirse de la ofensiva en Popasna, una ciudad 25 kilómetros al este que experimentó un asalto similar entre marzo y mayo, tanto por el grado de destrucción —quedó completamente arrasada, hasta el punto de que los ocupantes dijeron que no tenía sentido reconstruirla— como por la presencia del grupo Wagner. De hecho, las divergencias entre estas dos operaciones, Popasna y Bakhmut son un reflejo adecuado de las diferencias entre la campaña rusa en el Donbás al inicio de la guerra y en la actualidad.

Conquistar Popasna, por ejemplo, tenía una clara utilidad estratégica que permitió a Rusia culminar su asalto hacia otras dos urbes clave de la región (Severodonetsk y Lisichansk); sin embargo, el Institute for the Study of War ha descrito la operación en Bakhmut como "irrelevante desde el punto de vista operativo" tras la pérdida de Izium en septiembre. La razón por la que el Kremlin continúa arrojando cientos de cuerpos a la picadora de carne de esta ciudad es, para muchos analistas, un misterio. Para otros, responde a la obsesión de Yevgeny Prigozhin, el fundador de Wagner, con obtener una victoria que pueda ser atribuida directamente al grupo de mercenarios.

"A medida que avanza la guerra, las capacidades de Rusia también se agotan"

La mayor discrepancia, no obstante, reside en la efectividad del ejército ruso. El uso incesante de artillería permitió a Moscú conquistar Popasna en dos meses, mientras que a lo largo de los últimos 200 días las tropas rusas han avanzado en el escenario de Bakhmut menos de lo que la contraofensiva ucraniana en Járkov logró en sus primeras 12 horas. "La principal diferencia de la batalla de Bakhmut frente a la batalla de Popasna es el poder aéreo y artillería. Principalmente, que Rusia tiene mucho menos de ambos", publicó en Twitter el analista de inteligencia militar abierta Andrew Perpetua. “En otras palabras, a medida que avanza la guerra, las capacidades de Rusia también se agotan”, agregó.

Este 2023, la invasión de Ucrania continúa, probablemente con más batallas en el horizonte que también terminarán inscritas en los libros de historia. Lo único seguro es que ni las fuerzas rusas ni las ucranianas son, al comenzar este nuevo año, las mismas que aquel aciago 24 de febrero. La guerra todo lo cambia.

Hay años destinados a ser recordados por los eventos internacionales que los marcaron. En las últimas décadas, hemos tenido varios. 2020 y la pandemia; 2008 y la crisis económica; 2001 y los atentados del 11-S; 1991 y el fin de la Guerra Fría, etcétera. Pocos dudan de que este 2022 también será, a los ojos de la historia, un año definido en gran medida por un único factor: el inicio de la invasión rusa a gran escala de Ucrania.

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