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Las atrocidades de Bucha: qué nos dice la historia de las invasiones rusas
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Un patrón de terror

Las atrocidades de Bucha: qué nos dice la historia de las invasiones rusas

Las atrocidades rusas en Bucha, una localidad cercana a la capital de Ucrania, encajan en el manual de estrategia que Moscú ha utilizado para otros conflictos del pasado

Foto: Cuerpos de civiles ucranianos yacen en las calles de Bucha, cerca de Kiev. (Reuters/Zohra Bensemra)
Cuerpos de civiles ucranianos yacen en las calles de Bucha, cerca de Kiev. (Reuters/Zohra Bensemra)
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Las atrocidades aparentemente perpetradas por las tropas rusas en Bucha, una localidad cercana a la capital de Ucrania, han dado una siniestra vuelta de tuerca a la invasión lanzada en febrero por Vladímir Putin. Las fuerzas ucranianas, representantes de oenegés y multitud de periodistas de todo el mundo han documentado las ejecuciones sumarias de, al menos, decenas de civiles, muchos de ellos asesinados con las manos atadas a la espalda o con visibles señales de tortura. El Gobierno ucraniano ha acusado a Rusia de genocidio, y poco a poco la envergadura de estos crímenes de guerra, latentes en las fosas comunes que han grabado las cámaras, irán haciendo su mella en la historia de la ignominia. Una historia que vuelve a emerger en las últimas horas para ayudar a contextualizar lo sucedido.

“Esto es un genocidio”, dijo el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. “La eliminación de una nación entera y de su gente. Somos ciudadanos de Ucrania. Tenemos más de 100 nacionalidades. Esto va de la destrucción y del exterminio de todas estas nacionalidades”, sentenció. El presidente, que lleva semanas exigiendo a los aliados que envíen más armas pesadas y que tiene previsto hablar ante el Congreso de los Diputados este martes, recalcó que esta “tortura” a su país tenía lugar en pleno siglo XXI.

Foto: El cuerpo de una mujer en una calle de Bucha. (Reuters/Zohra Bensemra)

Bucha, como Irpin, Hostomel o Motyzhyn, es una de las localidades ucranianas liberadas de manos de los ocupantes rusos, que descendieron sobre ellas hace poco más de un mes con la intención, tal y como sugerían la retórica y el despliegue inicial del Kremlin, de ocupar Kiev. La pronta decapitación del Gobierno ucraniano demostró ser una fantasía y estas semanas estuvieron marcadas por los bombardeos y los fuertes combates. Una vez al amparo de las tropas nacionales, los vecinos de estos pueblos han descrito los disparos contra civiles, las irrupciones en las casas en busca de hombres, las torturas, las amenazas, las bombas de humo arrojadas a los sótanos donde la gente se refugiaba de las bombas y otros horrores.

Pero puede ser solo un atisbo de lo que sucede en las tinieblas de la invasión. Human Rights Watch está documentando acciones similares en Chernihiv o en Járkov, y los supervivientes de Mariúpol, la ciudad del Donbás que ha sido pulverizada en un 90% por las bombas rusas, transmiten episodios del mismo calado. Nadie sabe lo que sucede entre sus escombros, dado que sus habitantes llevan más de un mes sin poder hablar por teléfono o conectarse a internet, sin agua corriente, pero con abundancia de bombas, metralla y otras agresiones que algún día verán la luz.

Foto: Un civil fallecido en Bucha. (Reuters/Stringer)

La pregunta fundamental es si estos crímenes han sido consecuencia de la desmoralización y el embrutecimiento de las tropas rusas, de la supuesta ruptura de la cadena de mando, de la ignorancia con que los jóvenes reclutas de las regiones pobres de Rusia vinieron a morir a un país caricaturizado por la propaganda... O bien una decisión consciente de sus comandantes. La de usar el terror para controlar a la población civil y ejercer así presión sobre el Gobierno de Zelenski. La respuesta quizás aflore con los meses o con los años, una vez acabe la guerra y se contabilicen los horrores y las responsabilidades, pero cabe hacer, a vuelapluma, algunos apuntes.

La invasión de Ucrania tiene visos de seguir una especie de manual ruso de la guerra. Hace casi 30 años, en 1994, el Ejército moscovita avanzó sobre Grozny, la capital de Chechenia, de una manera que hoy nos resultaría familiar. La columna de tanques rusos se extendía varios kilómetros, y el objetivo era igual de fantasioso: decapitar el Gobierno regional en una operación rápida y establecer un sólido control ruso, como si las voluntades locales estuvieran dispuestas a inclinarse como espigas al viento.

Como apunta Thomas de Waal, presente en Grozny en 1995, las circunstancias de ambas guerras están muy lejos de ser idénticas. Chechenia era parte de Rusia y en ella vivían un millón de habitantes, condiciones radicalmente distintas a las de Ucrania. Pero los cálculos del Kremlin eran similares y fallaron igualmente. Cuando los atacantes vieron que los chechenos resistían de manera feroz y que tenían un amplio apoyo de la población civil, se dedicaron a bombardear Grozny, empezando por los barrios residenciales de las afueras. Querían evitar la guerra urbana, para la que no estaban entrenados. Una postal similar a la de la estrategia contra Kiev.

Carlotta Gall, corresponsal británica en Grozny en aquellos días, reconoce las mismas tácticas en la actual invasión de Ucrania. “Merece la pena recordar la experiencia de Chechenia porque fue la primera vez que vimos a Vladímir V. Putin desarrollar su plan para imponer la dominación rusa en donde quisiera”, escribe Gall en 'The New York Times'. “Sus métodos son la fuerza bruta y el terror: el bombardeo y el asedio de las ciudades, el ataque deliberado contra civiles, el secuestro y encarcelamiento de líderes locales y periodistas y su sustitución por títeres”.

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Si volvemos atrás, a las guerras y represiones soviéticas, los episodios son aún más extremos. Las élites políticas e intelectuales de Bielorrusia y Ucrania fueron casi completamente liquidadas en los años 30. Quienes no fueron detenidos, torturados, juzgados sumariamente y ejecutados de un tiro en la nuca en un bosque, se cayeron accidentalmente por una ventana o fueron empujados al suicidio. Si uno viaja al norte de Minsk, al plácido bosque de Kurapaty, bautizado en honor de una flor blanca que crece por allí, verá las cruces someras que marcan las tumbas de la 'intelligentsia' local. Nadie sabe cuántos cadáveres. Puede que decenas de miles. En Ucrania también. Mientras su élite era desmembrada en 1932 y 1933, el sureste del país perdía alrededor de cuatro millones de habitantes en una hambruna provocada por el poder soviético, con la visible intención de dominar al campesinado.

El ataque militar a gran escala contra Ucrania pudo venir acompañado de intenciones parecidas. El principal servicio secreto ruso, FSB, tiene una rama, el Departamento de Información Operacional, que se dedica a espiar a las antiguas repúblicas soviéticas: el área inmediata de influencia rusa. Cada república tiene dedicados entre 10 y 20 funcionarios a tiempo completo. El equipo de Ucrania, desde el año pasado, tiene unos 200. El cometido de estos espías es trazar un mapa de las lealtades políticas ucranianas para saber a quién influir y cómo hacerlo, así como elaborar listas negras de personalidades que pudieran llegar a ser potenciales líderes de la resistencia en una guerra. Personalidades a eliminar al comenzar la invasión.

Todos estos detalles fueron revelados por la Royal United Services Institute el 15 de febrero, apenas nueve días antes de la invasión. El informe se titulaba 'La conjura para destruir Ucrania' y sus sombrías expectativas parecen estar materializándose en las zonas ocupadas por Rusia. Numerosas figuras de autoridad en ciudades como Jersón o Melitpol han desaparecido o sido secuestradas. La alcaldesa de Motyzhyn, en la región de Kyiv, fue secuestrada junto a su marido y su hijo el 23 de marzo. El domingo, los tres aparecieron maniatados, mutilados y muertos. Al marido lo habían arrojado en una alcantarilla, como informan agencias locales.

Foto: Policía en Países bajos, foto de archivo. (EFE/Van der Wal)

Otros indicios pueden apuntar, también, a la premeditación. El pasado diciembre, Rusia actualizó sus protocolos para cavar y llenar fosas comunes de la manera más rápida y eficiente posible. Según los documentos oficiales, el enterramiento rápido es una manera de responder a los “muertos durante conflictos militares o como resultado de estos conflictos, o, si es necesario, como resultado de una emergencia en tiempo de paz”. La regulación, en sí misma, no prueba nada. Pero el hecho de que se anunciara en diciembre no pasó desapercibido entre quienes ya alertaban de la presencia masiva de tropas rusas en las fronteras ucranianas. Las nuevas regulaciones de fosas comunes entraron en vigor el 1 de febrero.

La cobertura de esta guerra es prisionera de la inmediatez de las redes sociales, lo cual aporta fenomenales ventajas y algunos inconvenientes. La ventaja es la abundancia de imágenes y la transparencia con la que llegan, propulsadas desde las cámaras de los profesionales, desde sus teléfonos, y desde los teléfonos de cualquier ciudadano. Su inconveniente, al mismo tiempo, es que la inmediatez puede matar la reflexión y el contraste, alimentando ríos emocionales que luego son difíciles de parar. Pero mucho tendrían que cambiar las tornas para que los horrores que afloran a cada hora tengan un contexto distinto al que resulta más evidente: el comportamiento bárbaro de un Ejército desmoralizado y desprovisto de límites.

Las atrocidades aparentemente perpetradas por las tropas rusas en Bucha, una localidad cercana a la capital de Ucrania, han dado una siniestra vuelta de tuerca a la invasión lanzada en febrero por Vladímir Putin. Las fuerzas ucranianas, representantes de oenegés y multitud de periodistas de todo el mundo han documentado las ejecuciones sumarias de, al menos, decenas de civiles, muchos de ellos asesinados con las manos atadas a la espalda o con visibles señales de tortura. El Gobierno ucraniano ha acusado a Rusia de genocidio, y poco a poco la envergadura de estos crímenes de guerra, latentes en las fosas comunes que han grabado las cámaras, irán haciendo su mella en la historia de la ignominia. Una historia que vuelve a emerger en las últimas horas para ayudar a contextualizar lo sucedido.

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