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A todos nos asusta una guerra nuclear, pero el peligro ahora es todo lo que puede pasar antes
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A todos nos asusta una guerra nuclear, pero el peligro ahora es todo lo que puede pasar antes

Aunque no estemos a las puertas de un holocausto nuclear, existen numerosas acciones ofensivas de carácter intermedio a las que los diferentes actores pueden recurrir en este conflicto

Foto: Ejercicios militares Cold Response 2022, en Noruega. (Reuters/Yves Herman)
Ejercicios militares Cold Response 2022, en Noruega. (Reuters/Yves Herman)
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Desde el principio de la invasión de Ucrania, hemos visto numerosos análisis sobre la posibilidad de que Rusia utilice un arma nuclear para tratar de lograr sus objetivos militares. Una hipótesis que ha ganado fuerza tras las recientes amenazas no demasiado veladas de Vladímir Putin, y especialmente tras el anuncio hecho por la OTAN de que Rusia ha movilizado el submarino que porta el torpedo nuclear Poseidón, con el que podría realizar alguna prueba.

Existe bastante debate sobre si este paso debe ser motivo de aguda preocupación. Algunos expertos apuntan que el arma es experimental y que sea testada entra dentro de lo relativamente normal; otros opinan que Rusia podría llevar a cabo sus pruebas muy cerca del territorio ucraniano con un claro objetivo intimidatorio, y otros señalan que la comunicación emitida por la OTAN es meramente rutinaria y que quienes han tratado de convertirlo en algo amenazante han sido los propagandistas rusos. La prensa occidental, aseguran, ha mordido el anzuelo.

Foto: El canciller alemán, Olaf Scholz (i), y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. (EFE/Clemens Bilan)

No obstante, hay cierto consenso en un aspecto. Poner a punto la capacidad nuclear rusa para lanzar un ataque requeriría adoptar ciertas medidas que casi con total seguridad serían detectadas por los servicios de Inteligencia occidentales y, por ahora, no hay el menor indicio de que eso esté a punto de ocurrir. Por eso, probablemente, las armas atómicas no sean el elemento más preocupante en este momento. Porque aunque no estemos a las puertas de un holocausto nuclear, existen numerosas acciones ofensivas de carácter intermedio, pero con una gran capacidad destructiva, a las que los diferentes actores pueden recurrir en este conflicto, motivando a su vez una respuesta y, por tanto, una escalada. Y lo que es peor, todo indica que ya hemos entrado en esa fase, como muestra el sabotaje de los gasoductos Nord Stream.

Muchas de estas actividades entran dentro de la definición de 'zona gris', una agresión que no llega a traspasar el umbral militar, pero que puede ser tremendamente perjudicial. En muchos casos, además, su carácter híbrido hace que no sea fácil determinar su autoría, lo cual dificulta la adopción de una respuesta adecuada. Por eso es más probable que las veamos en práctica frente a unas armas nucleares que pueden llegar a garantizar la destrucción mutua asegurada. Y tal y como dejó claro en su discurso del pasado viernes, para Putin el enemigo no solo es Ucrania, sino todo Occidente.

Destrucción de infraestructuras críticas

Incluso los daños limitados en dos tuberías prácticamente inactivas han causado un desastre medioambiental considerable. Por ello, muchos analistas temen los efectos que podría tener un ataque de mayor alcance sobre una infraestructura en uso, desde una disrupción económica severa hasta la pérdida de activos necesarios para el buen funcionamiento de un Estado. Esta posibilidad, de hecho, lleva tiempo sobre la mesa de los planificadores estratégicos occidentales y fue uno de los temas abordados durante la cumbre de la OTAN de Bruselas en junio de 2021, donde se aprobó incrementar la protección de infraestructuras físicas. Un sabotaje como el del Nord Stream 2 “encaja perfectamente en los escenarios que nos han estado preocupando”, explica un diplomático alemán al semanario 'Der Spiegel', y “ciertamente dotará de mayor atención y urgencia” la implementación del plan.

Foto: Un soldado ucraniano en Limán, en la región de Donetsk. (Reuters/Jorge Silva)

Que los aliados occidentales de Ucrania se toman muy en serio esta posibilidad lo demuestran hechos como el que Noruega haya empezado a desplegar soldados en las principales plantas de procesamiento de hidrocarburos. Este lunes, además, los miembros de la llamada Fuerza Expedicionaria Conjunta —un grupo de 10 naciones que incluye los países bálticos y nórdicos y el Reino Unido— se reunieron para discutir la seguridad de los gasoductos y cables submarinos. En el caso de Europa, estos últimos son especialmente vulnerables, según concluyó un estudio encargado por el Parlamento Europeo y presentado en junio de este año. La OTAN lleva observando un incremento de la actividad de submarinos rusos cerca de las conexiones europeas desde 2015. Algunos países, como Francia o Irlanda, han adaptado su doctrina naval para hacer frente a estas potenciales amenazas, pero este sigue siendo uno de los flancos débiles del continente.

Sabotajes y 'accidentes' en centrales energéticas, presas o instalaciones militares no son escenarios inconcebibles. El mes pasado, Rusia ya voló una presa en Kryvyi Rih, lugar natal del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, inundando partes de la localidad. La fuerza aérea rusa también ha llevado a cabo campañas sistemáticas de bombardeo contra centrales eléctricas en Ucrania. Y aunque no es lo mismo atacar dentro de un país en guerra que a un miembro de la OTAN, en octubre y diciembre de 2014 miembros del GRU (la Inteligencia militar rusa) ya volaron dos arsenales en la localidad checa de Vrbetice, matando a dos ciudadanos checos.

Ciberataques

En el conflicto de Ucrania, la ciberguerra se está llevando a cabo en un segundo plano. Tal y como han revelado altos cargos de la Inteligencia ucraniana, no es que Rusia se esté conteniendo. Muy al contrario, los intentos de penetración y destrucción de archivos y sistemas críticos se llevan produciendo de forma constante incluso desde antes del inicio de la invasión. Sin embargo, los ciberdefensores locales llevan años preparándose para un escenario de este tipo y han mejorado muchísimo sus capacidades. Además, cuentan con la ayuda del Cibercomando de Estados Unidos, que ha puesto a su disposición todo su aparato para contener los asaltos rusos en el mundo virtual.

Foto: El líder de la política exterior europea, Josep Borrell. (EFE)

Pero en este proceso de escalada, es perfectamente plausible que este combate se traslade a terceros países. Hasta ahora, los 'hackeos' desde Rusia se han limitado a bloquear algunos sistemas estatales para exigir un rescate económico —desde el oleoducto Colonial en EEUU a los ordenadores del SEPE en España—, pero sus autores han demostrado una enorme capacidad de penetración. En el entorno de la Rusia contemporánea, donde los especialistas consideran que se tolera la actividad criminal de los ‘hackers’ a cambio de poder contar con sus servicios 'patrióticos' en momentos necesarios, este talento podría ser puesto al servicio de operaciones aún más destructivas. En abril, EEUU aseguró haber eliminado ‘malware’ de origen ruso colocado secretamente en redes de ordenadores de todo el mundo.

Este peligro, sin embargo, viaja en ambos sentidos. En 2019, funcionarios de la Administración Trump anunciaron que su país había logrado penetrar la red eléctrica de Rusia y podía destruirla con un solo clic en caso de desearlo. El hecho de que se hiciese pública esta información fue interpretado como una advertencia al Kremlin, para que este supiese que Estados Unidos tenía las capacidades de causar enormes perjuicios al Estado ruso en caso de tener que adoptar represalias por un ciberataque. Se ignora cuál es el estado actual de esta situación, pero sin duda ambos países tienen la posibilidad de causar una enorme disrupción en las redes del otro.

Desestabilización

El pasado 16 de septiembre, durante el Foro Económico Oriental de Vladivostok, Putin aseguró que “Occidente no llegará a ver la destrucción de Rusia”. Desde entonces, circula en los círculos prorrusos la idea de que Estados Unidos y la OTAN están promoviendo movimientos separatistas para lograr la 'balcanización' rusa y su desintegración en múltiples Estados. Aunque en este punto no hay evidencias que respalden estas afirmaciones, en caso de que se produjese una mayor escalada entre ambas partes, respaldar a una guerrilla nacionalista en lugares como el Cáucaso norte o Siberia podría ser una eficaz herramienta de desestabilización. Rusia, por su parte, podría contraatacar en términos semejantes.

De hecho, se teme desde hace tiempo que el Kremlin trate de responder a lo que considera la inaceptable interferencia occidental en su esfera de influencia agitando las tensiones en los Balcanes, tratando de forzar nuevos conflictos en Kosovo, Bosnia o Montenegro, donde en 2017 operativos rusos ya trataron de llevar a cabo un golpe de Estado para impedir la entrada de este país en la OTAN. Otra región donde la extensión de la influencia rusa se está produciendo a costa de fomentar la inestabilidad es el Sahel, donde Rusia está llevando a cabo enormes campañas de desinformación antioccidental —sobre todo antifrancesa—, que a menudo han desembocado en disturbios y ataques a símbolos galos, como en Malí, Chad o, más recientemente, en Burkina Faso.

Foto: Un soldado francés espera frente a un helicóptero en Ndaki, Mali. (Reuters)

Además, el aterrizaje de mercenarios del Grupo Wagner en esta y otras áreas de África, como Libia, permite a Rusia controlar una de las herramientas que más potencial desestabilizador tienen para Europa, la emigración. En julio, los servicios de Inteligencia italianos avisaron de que se estaba produciendo un crecimiento en el número de pateras a través del Mediterráneo que partían de las zonas controladas por Wagner.

Estos operativos, además —cuya vinculación directa con el Estado ruso acaba de ser reconocida por su propietario, Yevgeni Prigozhin, el 'chef de Putin', tras años de negativas—, se preparan para operar en Europa, tal y como muestra un mensaje publicado en un canal de Telegram vinculado a Wagner. El comunicado, que ha sido verificado por El Confidencial, pide partisanos “para cubrir la ubicación del personal y equipo de la OTAN” y "bloquear su transferencia", así como para “manifestaciones y acciones de la población local de Europa contra la guerra con la Federación Rusa”, entre otras cosas. Se teme que estos grupúsculos sirvan para instrumentalizar y radicalizar las protestas contra la Alianza y los altos precios de la energía, incrementando el malestar popular y el rechazo al apoyo de los gobiernos europeos al esfuerzo bélico de Ucrania.

Fiona Hill, la principal especialista en Rusia en tres administraciones estadounidenses diferentes, aseguró a la publicación 'The New Yorker' la semana pasada que lo que estamos viviendo es ya algo similar a la Tercera Guerra Mundial, tanto si lo admitimos como si no. “Hemos estado en ella durante un largo tiempo, y no nos hemos dado cuenta”, señala Hill. Pero la destrucción sistemática de Ucrania y, sobre todo, la anexión descarnada de una parte de su territorio hacen imposible ignorar por más tiempo lo peligrosa y volátil que se ha vuelto la situación. Putin ha demostrado que ante un contexto desfavorable, su reacción automática es redoblar la apuesta. El mayor riesgo ahora, dice Hill, es que uno de los dos bandos se equivoque al leer al otro. “El problema, por supuesto, es que le malinterpretemos, pero también que él nos malinterprete”, indica esta experta. Mientras tanto, la guerra prosigue, y su onda se expande en direcciones insospechadas.

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Desde el principio de la invasión de Ucrania, hemos visto numerosos análisis sobre la posibilidad de que Rusia utilice un arma nuclear para tratar de lograr sus objetivos militares. Una hipótesis que ha ganado fuerza tras las recientes amenazas no demasiado veladas de Vladímir Putin, y especialmente tras el anuncio hecho por la OTAN de que Rusia ha movilizado el submarino que porta el torpedo nuclear Poseidón, con el que podría realizar alguna prueba.

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