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'Rusofobia' en la ONU: se acabó la barra libre de Rusia en las instituciones internacionales
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"Sorprendentemente dura"

'Rusofobia' en la ONU: se acabó la barra libre de Rusia en las instituciones internacionales

Algo ha cambiado en las habitualmente dóciles tablas de Naciones Unidas. Rusia empieza a notar la presión internacional

Foto: El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en la cumbre de la Asamblea General de Naciones Unidas. (Ministerio de Exteriores ruso)
El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en la cumbre de la Asamblea General de Naciones Unidas. (Ministerio de Exteriores ruso)

Si alguien esperaba escuchar alguna idea original de la boca del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, durante su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas este sábado, se habrá visto seriamente decepcionado. El jefe de la diplomacia rusa se limitó a repetir los mismos mensajes con los que el Kremlin trata de justificar sus acciones, en los que la culpa de todo siempre es de los demás. Rusia “no tenía otra opción” que intervenir en Ucrania “ante la guerra del Gobierno ucraniano contra su propio pueblo”. Estados Unidos está intentando “convertir todo el mundo en su patio trasero” y “jugando con fuego en Taiwán”. Las sanciones a Rusia son “ilegales” y “violan la Carta de la ONU”. Occidente está llevando a cabo una “cruzada” contra aquellos que no se pliegan ante sus designios, y EEUU “retuerce el brazo de cualquiera que se atreva a pensar independientemente”. Rusia tiene que hacer frente a “desinformación, montajes flagrantes y provocaciones”. Las crisis energética y alimentaria son resultado de “las acciones irresponsables” de la Unión Europea.

Lavrov habló frente a un auditorio más hostil que de costumbre, donde una parte nada desdeñable de las intervenciones ha incluido críticas a Rusia, desde el presidente de Francia a la primera ministra de Nueva Zelanda. El día anterior, Lavrov ya había protagonizado una dramática escena al decir ante el Consejo de Seguridad que los Estados occidentales “han estado encubriendo los crímenes del régimen de Kiev basándose en la política de ‘Zelenski puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, un remedo de la famosa frase de Franklin D. Roosevelt acerca del dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Tras sus palabras, Lavrov abandonó la sala para no seguir escuchando la retahíla de acusaciones contra su país.

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Algo ha cambiado en las habitualmente dóciles tablas de Naciones Unidas, donde por lo general los enfrentamientos dialécticos no pasan de lo teatral. Esta vez, en cambio, Rusia empieza a notar la presión internacional, a medida que más y más países en vías de desarrollo empiezan a abandonar su tradicional neutralidad y elevan el nivel de condena hacia las acciones rusas en Ucrania. Por ejemplo, aunque China e India se abstuvieron de arremeter directamente contra Moscú, sí criticaron las consecuencias de su invasión y pidieron una negociación inmediata que ponga fin a la aventura militar rusa. Durante su discurso ante la Asamblea General, Lavrov trató de defender a su país recurriendo a los mensajes habituales: "La rusofobia oficial en Occidente ha alcanzado una escala grotesca sin precedentes. No dudan en declarar su intención no solo de infligir una derrota militar a nuestro país, sino también de destruir y fracturar a Rusia".

Manipulando las instituciones

Rusia es una experta en manipular cínicamente las ambigüedades y sutilezas diplomáticas inherentes a las diferentes instituciones internacionales. Lo hizo, por ejemplo, en Siria con la misión de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), cuyo mandato inicial solo permitía establecer si se había producido un ataque químico, pero no determinar su autoría, circunstancia que Moscú aprovechó para impulsar la narrativa de que los rebeldes sirios se habían gaseado a sí mismos de algún modo para forzar una intervención occidental. Cuando la OPAQ amplió su mandato y apuntó al régimen de Bashar al Asad como responsable de casi todos los ataques —excepto algunos llevados a cabo por el Estado Islámico con químicos de baja potencia—, Rusia respondió atacando al organismo acusándolo de actuar siguiendo órdenes de EEUU y sus aliados de la OTAN para perjudicar al Gobierno sirio.

Moscú lo volvió a hacer el mes pasado con la misión enviada por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) a la planta nuclear de Zaporiyia, que tanto Ucrania como Rusia se acusan mutuamente de estar bombardeando para causar una catástrofe nuclear. Esos días vimos imágenes delirantes, como la del representante ruso, Renat Karchaa, asegurando a unos estupefactos inspectores de la AIEA que si un proyectil plantado en el suelo parecía provenir del lado ruso y no del ucraniano era porque ese tipo de cohetes daban un giro de 180 grados antes de impactar. Ante este panorama, ya antes de que la misión hiciese público su informe sobre el terreno, el ecosistema de medios rusos comenzó a sembrar la desconfianza hacia su trabajo de forma preventiva. Y cuando esta institución emitió una valoración bastante cauta en la que se limitaba a pedir el establecimiento de una zona desmilitarizada alrededor de la planta, Rusia todavía aprovechó para “lamentar que el informe no criticase a Ucrania”.

Se pueden encontrar mensajes similares por parte del cuerpo diplomático y los medios rusos, arremetiendo contra organismos como la Organización para la Cooperación y Seguridad en Europa (OSCE), el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) y prácticamente todas las principales instituciones de la ONU, de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) al Alto Comisionado para los Refugiados (Acnur). Siempre la acusación de “sesgo antirruso”, cuando no directamente de “rusofobia”, cuando una de estas instituciones saca conclusiones que contradicen, siquiera levemente, las alegaciones de Moscú, a menudo mentiras.

La ONU ha dicho basta

Pero todo tiene un límite, y la barra libre de Rusia en la ONU parece estar acabándose. El Kremlin ha acumulado varios reveses seguidos en los meses previos a la celebración de la Asamblea General. El primero ocurrió en marzo, cuando Izumi Nakamitsu, la alta representante para Cuestiones de Desarme, dijo al Consejo de Seguridad que no existían evidencias que respaldasen las acusaciones rusas de un programa de armamento biológico en Ucrania, una de las narrativas con las que Moscú ha tratado 'a posteriori' de justificar su invasión y en la que sigue insistiendo pese a todo. Ese mismo mes, el secretario general, António Guterres, viajó a Moscú, donde le dijo públicamente al ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, que era “verdadero y obvio” que había tropas rusas en Ucrania, no tropas ucranianas en Rusia. Un mes después, la Federación fue suspendida del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas por una mayoría de 93 votos a favor, frente a 24 en contra y 58 abstenciones, a los pocos días de que se descubriese la matanza de Bucha.

Foto: Vitaly, agente de policía militar, entra en una de las casas utilizadas por los rusos como cuartel en Borodyanka. (Alicia Alamillos)

Este mismo mes, Rusia intentó convocar una reunión del Consejo de Seguridad para estudiar “la amenaza que supone el envío de armas occidentales a Ucrania”, que el representante permanente ruso ante la ONU animó a abordar “en lugar de cuestiones ficticias” como los, según Moscú, supuestos crímenes de guerra rusos. La reunión nunca tuvo lugar, mientras diplomáticos occidentales ironizaban que para el Kremlin aparentemente invadir el país de al lado no suponía una amenaza a la seguridad internacional. Hace 10 días, Rusia trató de impedir que se hiciese una excepción en la Asamblea General de la ONU para que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski pudiese intervenir por videoconferencia en lugar de presencialmente, lo cual se saldó con otro estrepitoso fracaso para la diplomacia rusa: 101 países votaron a favor de permitirlo, frente a apenas siete que se opusieron.

Pero el mayor bochorno para Rusia ha venido de la mano del tradicionalmente tibio Consejo de Derechos Humanos, cuya Comisión Internacional de Investigación publicó la semana pasada un durísimo informe que concluía que la Federación Rusa ha cometido múltiples crímenes de guerra durante el curso de su invasión, incluyendo numerosas ejecuciones, torturas, violaciones —hasta de niñas y ancianas— y bombardeos de áreas e infraestructuras civiles.

Foto: Norman Naimark. (Mykola Swarnyk)

El contraste con la reacción de Naciones Unidas en conflictos anteriores es tal que la semana pasada el columnista del diario 'Washington Post' David Ignatius escribió un artículo titulado “La ONU lo está haciendo sorprendentemente bien en Ucrania”, donde explicaba las múltiples iniciativas adoptadas por la institución para resolver el caos generado por Rusia, desde la crisis alimentaria a la situación en la planta de Zaporiyia. “Habría predicho que la ONU actuaría de forma tan inefectiva como la Liga de las Naciones en los años treinta, pero ha ocurrido lo contrario”, afirma Jeffrey Feltman, un antiguo miembro del Departamento de Estado que ejerció de subsecretario general de la ONU para asuntos políticos, en el citado artículo. “Ha mostrado más coherencia de la que he visto en la organización en toda mi carrera”, dice.

La guerra de Ucrania también ha transformado esto: el secretario general, Guterres, está basando su posicionamiento público ante esta crisis internacional en dos de los principios fundamentales de la Carta de la ONU, los principios de no intervención y de soberanía territorial, contra los cuales la invasión rusa de Ucrania es un atentado tan flagrante que a Rusia cada vez le cuesta más encontrar Estados que apoyen sus iniciativas diplomáticas. Así, al encontrarse con unas Naciones Unidas que no se están comportando como el monstruo burocrático y manipulable de siempre, no es de extrañar que el aparato de propaganda ruso esté ahora propagando el mensaje de que la institución está “obsoleta” y “plegada a intereses particulares”, como afirma el presentador de este programa de RT en español emitido el pasado viernes. Incluso explicar todo esto, ya saben, es rusofobia.

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Si alguien esperaba escuchar alguna idea original de la boca del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, durante su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas este sábado, se habrá visto seriamente decepcionado. El jefe de la diplomacia rusa se limitó a repetir los mismos mensajes con los que el Kremlin trata de justificar sus acciones, en los que la culpa de todo siempre es de los demás. Rusia “no tenía otra opción” que intervenir en Ucrania “ante la guerra del Gobierno ucraniano contra su propio pueblo”. Estados Unidos está intentando “convertir todo el mundo en su patio trasero” y “jugando con fuego en Taiwán”. Las sanciones a Rusia son “ilegales” y “violan la Carta de la ONU”. Occidente está llevando a cabo una “cruzada” contra aquellos que no se pliegan ante sus designios, y EEUU “retuerce el brazo de cualquiera que se atreva a pensar independientemente”. Rusia tiene que hacer frente a “desinformación, montajes flagrantes y provocaciones”. Las crisis energética y alimentaria son resultado de “las acciones irresponsables” de la Unión Europea.

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