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La manifestación independentista certifica la ruptura definitiva del frente catalanista
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La manifestación independentista certifica la ruptura definitiva del frente catalanista

Puigdemont resta importancia a los insultos a Junqueras y los considera una "anécdota". Pese a todo, amplios sectores separatistas reconocen que es el fin de cualquier unidad de acción

Foto: Manifestación contra la cumbre hispano-francesa. (EFE/Enric Fontcuberta)
Manifestación contra la cumbre hispano-francesa. (EFE/Enric Fontcuberta)

Una imagen vale más que mil palabras. La salida de Oriol Junqueras, entre silbidos, gritos e insultos, de la manifestación contra la cumbre de Pedro Sánchez y Emmanuel Macron es la evidencia más real que transmite el independentismo sobre su situación actual. La protesta se había convocado como unitaria. La respaldaban sin reticencias todas las entidades y plataformas y todos los partidos políticos soberanistas. Pero esa pretendida unidad acabó en el fondo de un barranco. Lejos de ofrecer el perfil de un bloque homogéneo y compacto, la abrupta salida del líder de ERC de la concentración rubricó la crisis que atenaza al soberanismo. Ya no hay frente común.

Desde los círculos independentistas catalanes, se había vendido la idea de que la cumbre hispano-francesa había servido para unir de nuevo al independentismo tras casi cinco años de desavenencias. Pero, paradójicamente, lejos de contribuir a la unidad para luchar contra el enemigo común, el encuentro firmó la defunción del bloque separatista catalán. Tras los insultos a Junqueras, no hay unidad del independentismo. Ni la habrá, al menos a corto plazo.

Carles Puigdemont lanzaba desde Waterloo un mensaje optimista que nada tenía que ver con la situación vivida. “Los adversarios manipularán cifras, mentirán sobre la fuerza del movimiento independentista, magnificarán anécdotas… Pero saben que hoy el independentismo ha dado un golpe de autoridad y firmeza. Menospreciarlo y confundir la parte con el todo es un error muy grave”, alertó a través de las redes sociales. Era un eufemismo para no hablar de los abucheos a su principal rival, con quien no se ha hablado durante años. Mientas él disfrutaba de su libertad en Bélgica, Junqueras sufría cárcel en España. Una condena que ahora le deseaban los manifestantes que, al mismo tiempo que le llamaban botifler (traidor), coreaban “Puigdemont nuestro president”.

Pero el hecho de que el presidente del mayor partido independentista tenga que abandonar una manifestación por los insultos de sus propios correligionarios es mucho más que una anécdota. Puigdemont y los suyos no consideran como tal, sin embargo, una supuesta agresión en una mano a su amigo y exvicepresidente del Parlament Josep Costa. O la trifulca con el vicepresidente de la ANC, Jordi Pesarrodona. O el hecho de que uno de los principales garantes de la seguridad fuese Freddy Bentanachs, un exterrorista condenado que ahora, con camiseta de los tristemente célebres Miquelets y el pelo corto (se ha cortado su tradicional melena), esté presente en todos los saraos independentistas, controlando a algunos grupos de moteros.

La confirmación de que todo esto no se considera anécdota es que en la tarde del jueves Mònica Sales, portavoz parlamentaria de JxCAT, y Mercè Esteve, su homóloga de este partido en la Comisión de Interior, presentaban un escrito en el Parlament pidiendo la comparecencia del conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, a quien Costa había hecho responsable de su agresión. “Para que dé las explicaciones oportunas ante los diferentes incidentes que se han producido como consecuencia de la cumbre franco-española en la que diferentes manifestantes han sido agredidos por los cuerpos de seguridad”.

El lamento de Josep Rull

En su comparecencia ante la prensa, Pere Aragonès incluyó algunas frases del manifiesto leído por la mañana ante los manifestantes contra la cumbre. Sin embargo, esa opción no le reconcilió con la realidad. De hecho, el president quiso estar en misa y repicando y casi lo consiguió. Se lo negaron sus propios colegas de travesía independentista, porque fueron los círculos más hiperventilados de Junts, ayudados por los CDR, la CUP y grupúsculos de extrema derecha nacionalista, los que expulsaron a Junqueras de la manifestación, abucheándole mientras jaleaban a Puigdemont.

Pese a todo, una parte del independentismo, incluyendo amplios sectores de Junts, sabe que los abucheos a Junqueras certifican el fin de la unidad de acción soberanista. Definitivamente, el bloque está fracturado y sin posibilidad de reunificación. No hay vuelta atrás. Se ha provocado una brecha tan grande que hace imposible una unidad de acción entre las principales fuerzas políticas separatistas. Lo que más se temían algunos gurús ha pasado: que Junqueras fuese abucheado y obligado a abandonar la manifestación. “Sería nuestro mayor fracaso”, advertían los moderados este martes.

Algunos en la cúpula de JxCAT habían intentado evitar esa imagen. El propio Josep Rull, convergente de los pies a la cabeza y compañero de cárcel de Junqueras, se escandalizaba. “A la cárcel… ¿Es que nos hemos vuelto locos?”, criticaba a los suyos. Los moderados de Junts pretendían dar la espalda a la cúpula de ERC para mostrar su desacuerdo con la estrategia pactista con Madrid. Era una imagen incruenta, aunque dura, porque no querían insultos ni silbidos. Pero los círculos más radicales del independentismo, los más duros del partido de Laura Borràs, no resistieron la tentación de insultar a Junqueras y a ERC cuando estuvo a su altura.

Foto: Aragonès saluda a Macron y Sánchez en la cumbre. (EFE/Quique García)

Las cuentas que Puigdemont ya comenzó a ajustar con Junqueras en sus memorias fueron saldadas definitivamente este jueves. El presidente de ERC es ya, definitivamente, el gran traidor del movimiento. “A Junqueras le hemos echado con gritos: fuera, traidor, etc. Ha aguantado poco, demasiado poco. ¿Pero qué podemos esperar de quien jamás ha sabido ofrecer resistencia?”, atizaba un junter (de Junts) en un mensaje retuiteado por las redes.

“Aquí la imagen del traidor y cobarde Oriol Junqueras corriendo hacia el coche y con guardaespaldas que pagamos entre todos”. La frase es de una conocida activista (en los mensajes de otros activistas, los epítetos eran más hirientes), que adjuntaba un vídeo y fue transmitida a través de la plataforma Mastodon, una de las redes alternativas que en ocasiones utiliza el independentismo para hacer ver que burla el espionaje español.

El frustrado 'secuestro' en el Museo Picasso

A través de esa red se informó detalladamente del intento de cercar a Macron y Sánchez (a quienes acompañaba la alcaldesa Ada Colau) en el Museo Picasso, que visitaron por la tarde. Se enviaron fotografías de agentes apostados en las alturas de la cercana iglesia de Santa María del Mar (la catedral del Mar de Ildefonso Falcones). Pero a pesar de estar a una manzana de allí, los independentistas no pudieron pasar por el cordón policial, dentro del cual estaban los coches oficiales de los mandatarios. Aleix Sarri, el principal asesor de Puigdemont en Bruselas y director de la oficina de JxCAT en el Europarlamento, fue uno de los que se acercaron hasta las cercanías. "En esto han convertido el paseo del Born para poder visitar el Museo Picasso. En un espacio vacío de gente y lleno de policía. Como en los mejores tiempos de la ocupación borbónica. Una provocación y una falta de respeto a nuestra memoria colectiva", denunció.

Josep Lluís Alay, jefe de la Oficina de Carles Puigdemont, recordó que, como dice la tradición, “en el fosar de les Moreres [un espacio cercano donde se enterraron los caídos en el asedio de Barcelona de 1714] no se entierra ningún traidor y en la calle Montcada [donde está el Museo Picasso] no entra ningún represor esta tarde”. Se equivocó. Quien no entró fue ningún independentista.

Las redes sociales sirvieron para descargar adrenalina a los más radicales. “Ahora vemos que toda la plana mayor que en 2017 había de llevar Cataluña a la independencia ha resultado ser una banda de parásitos que no saben hacer nada más que de trileros engañando a la gente. Hagamos un repaso de dónde están después de salir de la cárcel. O se han enchufado como altos cargos de partidos con un buen sueldo o están en todas las tertulias de los medios diciendo sus paridas”, arremetía otro internauta.

Foto: El presidente de ERC, Oriol Junqueras. (EFE/Alejandro García)
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Los republicanos fueron los blancos de la mayoría de las críticas. El CADCI, una plataforma radical que lleva en activo más de 100 años, colgó en su cuenta una imagen de Junqueras llegando a la manifestación por la mañana. “El expolítico preso Oriol Junqueras ya se manifiesta con un comando de una docena de mossos de paisano armados hasta los dientes”, criticaba esta plataforma. El comentario provocó sus más y sus menos en las redes, porque algunos le recordaron cuando Puigdemont, a pesar de estar huido, “iba por Europa con mossos financiados con dinero público haciéndole de escolta”, mientras otros fingían sorpresa por el hecho de que Junqueras tuviese coche oficial y guardaespaldas.

Una de las principales influencers del soberanismo, Cristina de Haro, más conocida como Cris Gallifantes, insuflaba optimismo a las huestes soberanistas el jueves por la tarde. “¿Fractura del independentismo? Yo no lo veo. Solo veo que el independentismo no permitirá una puta i ramoneta 2.0 [expresión que quiere decir tener dos caras o hacer el doble juego]”. Para salir de dudas, no estaría de más que le preguntase a Junqueras si hay o no fractura.

Una imagen vale más que mil palabras. La salida de Oriol Junqueras, entre silbidos, gritos e insultos, de la manifestación contra la cumbre de Pedro Sánchez y Emmanuel Macron es la evidencia más real que transmite el independentismo sobre su situación actual. La protesta se había convocado como unitaria. La respaldaban sin reticencias todas las entidades y plataformas y todos los partidos políticos soberanistas. Pero esa pretendida unidad acabó en el fondo de un barranco. Lejos de ofrecer el perfil de un bloque homogéneo y compacto, la abrupta salida del líder de ERC de la concentración rubricó la crisis que atenaza al soberanismo. Ya no hay frente común.

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