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La importancia de Yolanda Díaz: por qué es relevante lo que está pasando en Sumar
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La importancia de Yolanda Díaz: por qué es relevante lo que está pasando en Sumar

La transformación en que está inmersa la izquierda española, en la que Errejón tiene un papel importante, es muy significativa en lo ideológico y en lo que implica para el futuro de las fuerzas progresistas

Foto: Conversación entre Yolanda Díaz e Íñigo Errejón. (EFE/Fernando Villar)
Conversación entre Yolanda Díaz e Íñigo Errejón. (EFE/Fernando Villar)
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La relación entre las izquierdas suele quedar empañada por un malentendido, que forma parte de cierto sentido común compartido por sus votantes: ya que el espacio es reducido, conviene que las distintas formaciones concurran juntas. A partir de esa convicción, las diferencias entre los distintos partidos o facciones, las animadversiones personales y las disensiones políticamente irrelevantes han sido objeto de crítica frecuente, como si las izquierdas conformaran una suerte de gallinero en el que reina el ruido permanente y que nunca acuerda por disensiones personales. La posición de Sumar en Euskadi y su negativa a formar una coalición con Podemos sería el penúltimo acto de ese revoltijo incomprensible, como Galicia fue el antepenúltimo.

Sin embargo, la cuestión es muy diferente y Sumar habría hecho bien en explicitarla desde el principio. Nunca ha querido ir con Podemos y tampoco quiere hacerlo ahora. Cuando han concurrido juntos, ha sido por mera exigencia coyuntural, a veces PSOE mediante. Ha de recordarse que en las elecciones municipales y autonómicas del pasado año ya manifestaron esa voluntad de distanciarse y allí donde pudieron se desligaron de los de Iglesias. El resultado fue malo, para ellos y para las izquierdas. El PSOE no salió mal parado en número de votos, pero perdió mucho poder. Para Podemos y Sumar, no fue beneficioso ni en unos términos ni en otros.

Sumar siempre ha percibido a Podemos, y en general a las izquierdas, como un impedimento para avanzar electoralmente

Las elecciones generales, en ese sentido, fueron un espejismo. La unión no fue producto de una lección aprendida en el fracaso anterior, sino de una necesidad coyuntural. La realidad es que, por más que haya diferentes puntos de vista en Sumar, el dominante es el que siempre ha percibido a Podemos, y en general a las izquierdas, como un impedimento para avanzar electoralmente. Su convicción es que tendrán un resultado electoral mucho mejor yendo solos. No se trata de que existan dificultades para acordar el reparto de puestos, ni de la difícil vida cotidiana dentro de las coaliciones que se forman, sino de que desligarse de las ideas, las visiones y las perspectivas de las izquierdas les resultará útil a la hora de captar voto. No es una cuestión personal, sino una posición política.

En definitiva, la vieja izquierda, sea eso lo que sea, está muerta, y ellos y ellas forman parte de una sociedad muy diferente de aquella en la que la izquierda tenía un peso relevante. No es una idea nueva: era lo que pensaba Iglesias cuando nació Podemos, y así se lo trasladó al PCE y a IU, y lo que tenía en mente Errejón cuando se opuso al pacto de los botellines con IU. Esa es también la perspectiva de Sumar hoy. Hacía falta una renovación ideológica, que conlleva separarse del lastre.

Se perciben como la continuación razonable de las aspiraciones democráticas mostradas el 15-M

Los de Díaz entienden que ocupan un espacio propio, que encaja mucho mejor con el presente y desde el que pueden crecer en años venideros. Es el de los partidos verdes, las clases urbanas formadas, las soluciones tecnológicas, la modernidad en las costumbres y la libertad y los derechos humanos como bandera. Se perciben como la continuación razonable de las aspiraciones democráticas expresadas en el 15-M, como una puesta al día de las viejas inquietudes, y quieren alejarse de los ceños fruncidos, de las actitudes negativas y de las posturas de confrontación hostil, que son producto de un pasado superado, pero también de las viejas ideas que no encajan con la nueva realidad.

Esa intención dice mucho sobre los riesgos futuros para los de Díaz, ya que se sitúan en un espacio que también quiere ocupar el PSOE, pero también de la evolución que han vivido los movimientos populistas nacidos la década pasada.

La sociedad del futuro

Una vez que la fórmula latinoamericana, la del populismo y la casta, desapareció de escena y que se desgastó la impugnación al régimen del 78, se hacían precisos nuevos marcos de pensamiento. Los partidos verdes europeos fueron importantes a la hora de aportar un nuevo ideario, pero quizás haya sido la izquierda del partido demócrata estadounidense la que más haya contribuido a forjar la nueva posición. Y mucho más que Sanders, figuras como Alexandra Ocasio-Cortez, Ro Khanna o Ilhan Omar, que emergieron en la campaña presidencial de Biden de 2020.

El politólogo Ruy Teixeira y el periodista John B. Judis describen bien cuál es el lugar en el que se sitúan estas nuevas izquierdas, y el tipo de votante al que se dirigen, en el reciente Where Have All the Democrats Gone? The Soul of the Party in the Age of Extremes (Ed. Henry Holt). En el texto, cuentan cómo los grandes centros metropolitanos estadounidenses posindustriales, dedicados a los servicios y la tecnología, y donde se concentran los profesionales liberales, poseen un clima ideológico especial: "Son áreas densamente pobladas por profesionales con educación universitaria, pero también por inmigrantes poco cualificados que limpian los edificios, cortan el césped y cuidan a los niños y a los ancianos. Quienes fijan la agenda política ven con buenos ojos a los inmigrantes legales e ilegales; no quieren armas en la calle; entienden el libre comercio no como una amenaza para los empleos sino como una fuente de bienes baratos; les preocupa que el cambio climático destruya el planeta, y sus jóvenes están inmersos en la búsqueda de nuevas identidades y de otros estilos de vida sexuales".

Quizás España no se parezca mucho a la sociedad que proponen, pero se parecerá en el futuro y trabajan para construir el nuevo porvenir

El congresista Ro Khanna, copresidente de la campaña presidencial de 2020 de Bernie Sanders, explicaba a los autores del libro, durante una entrevista en el Capitolio, que sus votantes le daban su confianza precisamente porque daba respuesta a todas esas demandas. Si Sumar operase en una sociedad como esa, tendría gran recorrido. No es la nuestra, porque no hay muchas partes de España que respondan a esa configuración, pero la convicción de estas izquierdas transformadas es que hay que pelear para que nuestro futuro se parezca al descrito por Khanna. La sociedad estará cada vez más preocupada por la ecología, dadas las urgencias y los vaivenes a los que nos somete el cambio climático, será cada vez más tecnológica, estará más dividida entre los empleos liberales y el sector servicios, querrá conservar la globalización y será más sensible a las necesidades de libertad y autorrealización. España no es así, pero lo será, y están trabajando para construir ese futuro.

Quiénes son los de abajo

En ese dibujo social, hay que constatar el giro conceptual desde el que operan las izquierdas salidas del 15-M. Eran un espacio que buscaba la transversalidad, que no quería quedarse en un lado del espectro político y que tenía voluntad mayoritaria. Por eso no hablaban de clases sociales, el lenguaje del pasado, sino del pueblo, de la gente, de la mayoría de la población. Pero tenían que encontrar una clave interpretativa a partir de la cual bajar sus planteamientos ideológicos a la política cotidiana.

Hay que "democratizar las relaciones humanas: los sistemas de opresión están vinculados al género, la clase o la orientación sexual"

La encontraron en aquellos que no lograban la integración en esa nueva sociedad, los que estaba fuera. Utilizaron una visión romántica de clase que comenzaba por la generación perdida, esos jóvenes formados que no lograban tener el recorrido profesional al que aspiraban porque las personas de más edad taponaban su camino. Su posición conllevaba problemas ligados a la incertidumbre: el pago de alquileres, las dificultades para la crianza, la exasperante movilidad en las ciudades, la ansiedad. El resto de excluidos eran los emigrantes y los precarios de Glovo, así como las mujeres, relegadas por el machismo, el colectivo LGTBI y los habitantes de los focos de pobreza como la Cañada Real. Había que "democratizar las relaciones humanas y defenderlas de los diferentes sistemas de opresión, vinculados al género, la clase, la orientación sexual o la nacionalidad", como afirman en el documento político que debatirán en su asamblea del 23 de marzo. Los de abajo, los que estaban fuera pugnando por la inclusión, conformaron su nueva visión de clase.

Sumar añadió más capas al mensaje y ofreció soluciones a los nuevos problemas: ciudades de 15 minutos, más tiempo libre y menos dedicado al trabajo, servicios públicos más cercanos, mayor eficiencia en el uso de los recursos naturales, más apertura de costumbres, más predistribución a través de la renta básica y la herencia universal y, sobre todo, más libertad.

Los ministros de Sumar adoptan cada vez más un aire tecnocrático en el que insisten para subrayar su solvencia y credibilidad

Es un partido que está a favor de las transformaciones y que trata de impulsarlas: "En una crisis de época, no hay nada que consolidar en la inestabilidad, todo lo que no sea avanzar significa retroceder". No hay nada de fondo que cambiar, simplemente deben aprovecharse las posibilidades que el futuro trae. Y son muchas: los nuevos trabajos serán cualificados, y por tanto mejor retribuidos, se tenderán a eliminar las tareas repetitivas y tediosas, habrá más productividad y deberemos dedicar menos horas a las tareas laborales, realizaremos un uso de la energía mucho menos dañino para el planeta y las libertades serán mayores. Estamos en una época de cambio deseable, simplemente hay que conducirlo de manera adecuada.

Esta nueva posición indica también una evolución desde la espontaneidad inicial del 15-M. Se nota en los cargos más relevantes de Sumar: tienen más edad y adoptan cada vez más un aire tecnocrático ("le voy a dar un dato") en el que insisten para subrayar su solvencia y credibilidad. Lejos de perfiles poco formados, sus ministros cuentan con una experiencia que los aleja del amateurismo en el que crecieron políticamente.

Los 'susurradores'

Podemos, mientras tanto, ha quedado opacado por una posición política muy minoritaria, por los excesos en sus actitudes y por el énfasis en el Estado profundo, las cloacas, los medios de comunicación y demás batallas que priorizaron una vez que Iglesias dejó la política activa. Sumar ofrece otra versión, más amable y cercana, más de sonrisa que de enfado, más de positividad que de enfrentamiento, y desde luego alejada de esos choques radicales a los que Iglesias y los suyos son tan dados.

Pero en ese alejamiento de la órbita de Podemos, hay muchas cosas que Sumar ha conservado del populismo 15-M. Estructuralmente, desde luego. Continúa siendo una formación organizada desde el liderazgo carismático. Por mucho que Yolanda Díaz tenga un perfil muy diferente del de Iglesias, Sumar es, a estas alturas, su líder. Sin ella, el partido se convertiría en otra cosa.

Sumar no es hoy otra cosa que el triunfo del ideario errejonista, ese que trató de poner en marcha, sin éxito, en Vistalegre II

En segunda instancia, Sumar no implica una ruptura con el pasado, sino una evidente continuidad que se percibe en sus ministros y ministras, en su equipo directivo y en su ideología: no es otra cosa que el triunfo del ideario errejonista, ese que trató de consagrar en Vistalegre II y que desde entonces ha venido impregnando el nuevo espacio político de las izquierdas.

En tercer lugar, Sumar sigue siendo un partido en construcción, como lo fueron los anteriores intentos. Adolece de los males que hicieron fracasar a los movimientos de izquierda de la década pasada, y no solo a la española. Dado que pretendían poner en marcha un movimiento social, sus organizaciones tendieron a organizarse con las mismas características que las olas de protesta que los encumbraron: de manera horizontal, pluralista y difusa y con las redes sociales como mecanismo de relación esencial. El proyecto de país de Yolanda Díaz ha contado con un buen número de expertos, también para asentar el perfil tecnocrático, pero su relación con ellos, como con los simpatizantes, no ha abandonado ese carácter informal, apenas estructurado, que definió a las izquierdas populistas. Ese deseo de participación amable en el que insisten en el documento tejido para la asamblea repite las viejas constantes.

La ausencia de las estructuras habituales en los partidos llevó a que los "supervoluntarios" se convirtieran en una oligarquía interna

La contrapartida de este modelo es que, como suele ocurrir, termina por organizarse alrededor de un grupo informal que constituye la dirección real. Como afirma Alex Hochuli en su análisis sobre el fracaso de la izquierda millennial, la ausencia de las estructuras habituales en los partidos (obviadas mediante consultoría digital y herramientas plebiscitarias) llevó a que los "supervoluntarios" se convirtieran en un nuevo tipo de oligarquía interna, que tomaba decisiones a espaldas de la masa de partidarios que estaban al otro lado de la red.

Sumar no ha escapado a esta tendencia, lo que implica demasiado a menudo la presencia de susurradores al lado de Díaz y del núcleo de poder de Sumar, con todas las perturbaciones que esa informalidad decisora implica para la vida interna de cualquier partido. Este es un problema que Sumar no ha resuelto, aunque debe subrayarse que es un mal cada vez más frecuente en la política y que en las mismas formaciones tradicionales, con organizaciones más estructuradas, situaciones similares están produciéndose cada vez con menor disimulo.

Todo lo que queda fuera

La importancia de la evolución de Sumar es relativa en este escenario convulso, con el Gobierno atosigado por resultados electorales negativos, el escándalo de Koldo y una complicada relación con Junts. Sin embargo, en estos momentos complicados, al bloque progresista le convendría tener un complemento fuerte en los de Díaz. No parece que Sumar esté despegando. Si la legislatura dura varios años, contará con tiempo para construir una organización y un ideario que puedan contar con recorrido, pero lo que empieza débil es muy difícil que despegue. Sumar está también en un momento decisivo, porque un mal resultado en las elecciones vascas y en las europeas sería dañino, y uno bueno contribuiría a poner unas bases adecuadas.

La organización que está en medio, Izquierda Unida, tiene visos de ser integrada en Sumar y, por tanto, de ser fagocitada

Pero más allá del asentamiento electoral, la evolución de Sumar explica cuál ha sido la transformación del espacio de la izquierda y de cómo la alteraron los millennials con el 15-M. Sumar es hoy el producto ideológico de las visiones de Errejón, el triunfo de Vistalegre II años después. La otra parte de la izquierda del 15-M, Podemos, ha quedado arrinconada, y la organización que está en medio, IU, tiene visos de ser integrada a medio plazo en Sumar y, por tanto, fagocitada. Lo demás son partidos regionales y pequeños grupos sin influencia política.

Sin embargo, lo más relevante de esta evolución es que demuestra cómo la política española se ha quedado estancada en la década pasada. Unos miran hacia atrás y tratan de deshacer buena parte de la tarea realizada desde la Transición o proponen un programa económico que quedó desautorizado en los años diez (y que Trump, después Biden y siempre China están negando), los otros tratan de correr más rápido hacia un futuro que afirman brillante. Pero ninguno toma en consideración el presente.

Repasemos: tensiones en el seno de la UE y división política en Occidente; dificultades para organizar y reconstruir las cadenas de valor en una globalización rota; un cuestionamiento del orden internacional, guerras incluidas, que no había tenido lugar desde hace muchas décadas; una puesta en cuestión del libre comercio como no habíamos visto desde los años ochenta; clases medias cada vez más fatigadas; deseos frustrados de estabilidad y continuidad en las poblaciones occidentales; dificultades económicas para la gran mayoría de la población porque bienes esenciales, desde la alimentación hasta la vivienda, pasando por la energía, el combustible y los productos de uso cotidiano, han subido sus precios muy por encima de lo que han aumentado los salarios, y, cómo no, grandes disparidades entre regiones del mismo Estado.

Las posiciones progresistas, que se parecen a las tecnocráticas, creen que basta con impedir la llegada al poder de las extremas derechas

En ese contexto, dar respuestas que no aporten soluciones a estos problemas o que insistan en repetir las fórmulas anteriores, ya sea el programa económico neoliberal o la demanda de más democracia y más derechos humanos, suena extemporáneo. Como lo son las apuestas políticas que no se hagan cargo del descontento entre las poblaciones y que lo reduzcan a los habituales enfrentamientos de jóvenes contra mayores, mujeres contra hombres, nacionales contra inmigrantes y woke contra antiwoke.

En esa división entre trabajadores productivos y los poco cualificados del sector servicios, hay todo un mundo que se queda fuera: autónomos y pequeños empresarios, profesionales liberales con salarios escasos, agricultores y ganaderos, emprendedores entrampados, así como la gran mayoría de quienes forman parte de las clases medias bajas y de las medias. Unos y otros los contemplan como algo prescindible, ya que o son poco productivos o tienden a ser reaccionarios. En esos lugares se está fraguando la mayor parte del descontento, y no están recibiendo respuesta.

En ese cambio de época, las posiciones progresistas, que se parecen mucho a las tecnocráticas, siguen pensando que, en esencia, poco ha cambiado, salvo la llegada de Trump y de las extremas derechas, y que con impedir que tomen el poder estaría la tarea hecha. La izquierda está convencida de sí misma, pero completamente desorientada sobre el tipo de mundo en el que vivimos, que no es de la globalización feliz. En la derecha ocurre igual, por cierto.

La relación entre las izquierdas suele quedar empañada por un malentendido, que forma parte de cierto sentido común compartido por sus votantes: ya que el espacio es reducido, conviene que las distintas formaciones concurran juntas. A partir de esa convicción, las diferencias entre los distintos partidos o facciones, las animadversiones personales y las disensiones políticamente irrelevantes han sido objeto de crítica frecuente, como si las izquierdas conformaran una suerte de gallinero en el que reina el ruido permanente y que nunca acuerda por disensiones personales. La posición de Sumar en Euskadi y su negativa a formar una coalición con Podemos sería el penúltimo acto de ese revoltijo incomprensible, como Galicia fue el antepenúltimo.

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