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Qué pasa entre Sumar y Podemos, explicado desde la geografía
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Esteban Hernández

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Qué pasa entre Sumar y Podemos, explicado desde la geografía

Las tensiones en las que viven las izquierdas españolas son permanentes. Pero hay un aspecto relevante que ayuda a explicar por qué hay tantas diferencias entre ellas

Foto: Belarra, Garzón y Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Belarra, Garzón y Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Es muy difícil explicar la política española sin entender qué lugar juega Madrid en ella. Es un fenómeno internacional: las ciudades globales poseen gran vitalidad y las fórmulas que utilizan para conectarse internacionalmente chocan con las dinámicas y las lógicas del resto del territorio. Las urbes grandes crecen, el resto entra en declive. Ese aspecto marca políticamente de modo decisivo: París contra la Francia interior, las costas de EEUU frente al resto del territorio, Londres y el Reino Unido son ejemplos de cómo el territorio cada vez tiene más incidencia en el voto. Así ocurre en muchos países: las grandes ciudades poseen una lógica política y el resto del país otra.

En España ocurre igual, pero tenemos especificidades. La existencia de nacionalismos periféricos es la más relevante, y eso es lo que, en primera instancia, posibilitó el gobierno del PSOE: los buenos resultados socialistas y los malos del PP en Cataluña, País Vasco y Navarra definieron el marcador final. La línea del Ebro fue decisiva.

No era tanto el enfrentamiento entre la gran ciudad y el resto del país, como ocurre en otros Estados, lo que da forma a la política española, sino las derivas puramente regionales. Lo ocurrido después de las elecciones, y lo que hemos visto esta semana, con las cesiones a última hora del PSOE a Junts, muestran de modo definitivo hasta qué punto esa tensión geográfica condiciona la vida nacional.

Ciudades como Barcelona o Bilbao entienden que su pérdida de vitalidad económica se debe al efecto absorción de Madrid

Sin embargo, bajo ese hecho, aparecen matices importantes. Y el papel de Madrid es esencial. La capital, fruto de las tendencias globales, ha ido absorbiendo buena parte de la actividad española en los últimos años, lo que ha ido a la par y a menudo como consecuencia lógica, del vaciamiento de la vitalidad de las pequeñas y medianas ciudades. También ha debilitado a urbes como Barcelona o Bilbao.

En ese escenario se ha producido una doble reacción. Algunas de las ciudades españolas tratan de vincularse con la capital, de aprovechar su cercanía o de conectarse mejor a ella para sacar algún partido del empuje madrileño. Otras, como Valencia o Málaga, tratan de seguir estrategias similares a las de la capital para reproducir esa vitalidad en sus territorios. Y otras, como las de Cataluña o País Vasco, entienden que su pérdida de peso se debe al efecto absorción de Madrid.

Las variantes ideológicas

Esto tiene consecuencias en ambos lados del espectro ideológico. La derecha española tiene un partido dominante que a veces juega con el regionalismo, como en Andalucía o en Galicia, pero que posee una perspectiva común. Su programa, además, no ha sido muy diferente, en esencia, del que promovían las derechas catalana y vasca (ahora Junts está en otra esfera), solo que estas dos han constituido su especificidad por la oposición a Madrid y al centralismo. Entendieron que la ganancia de la capital era su pérdida y viceversa, de modo que la lucha por los recursos ha estado siempre al lado de las banderas.

Esta posición anclada en el territorio, en los últimos años, ha favorecido al PSOE, porque era el partido nacional con el que mejor podían entenderse las derechas periféricas, ya que ambos estaban en contra, por motivos muy diferentes, de la derecha madrileña. Eso ha llevado sistemáticamente a los socialistas a promover modelos de organización territorial nacional que dieran más espacio a las comunidades autónomas.

No hay dos izquierdas, sino muchas, y su rasgo más característico no son las diferencias ideológicas, sino las territoriales

Más allá del PSOE, la cuestión se complica en la izquierda, porque lleva una década en una situación extraña. Las continuas tensiones entre Podemos y Sumar pueden hacer pensar que existen dos izquierdas que viven en un constante ajuste de cuentas, a través de los que dan respuesta a agravios personales acumulados y demás, pero es bastante más que eso. En el plano táctico, la lucha entre Sumar y Podemos responde a una lógica política evidente: Sumar incorporó a Podemos a sus listas sin ninguna gana, solo por imposición del momento, obligado por unas elecciones en las que se entendía que ir por separado eliminaría la posibilidad de conseguir un buen resultado y, todavía peor, dañaría irremisiblemente la opción de repetir gobierno. Sumar no quería a Podemos y viceversa, pero tuvieron que concurrir de la mano. La parte fuerte en la negociación, la de Díaz, no fue generosa con los de Iglesias (y estos exigían por encima de peso real), con lo que nadie quedó satisfecho en las listas. Y menos aún después, a la hora de repartir cargos, cuando Podemos quedó excluido. De modo que Podemos se salió de la coalición y esta semana ha reclamado por la vía de los hechos un papel propio y ha demostrado al PSOE que tiene que negociar con ellos directamente si quiere su voto. Quieren su lugar y su rédito, y eso explica más el momento en la izquierda que la animadversión entre Díaz e Iglesias.

Es una guerra que tiene su importancia en el espectro parlamentario, pero que esconde la dinámica real de las izquierdas. Porque no hay dos, sino muchas, y su rasgo más característico no son las diferencias ideológicas, sino el territorialismo. De modo que tenemos un montón de partidos que pueden tejer de manera sencilla alianzas frente a un enemigo común, la derecha españolista, pero que lo tienen difícil para alcanzar acuerdos propositivos.

El listado de participantes

El cambio generacional que supuso el 15-M, con el ascenso de Podemos y el declive de IU, conllevó también otra forma de estructurar las organizaciones. Más allá de todo aquello en que terminó concretándose Podemos, con un núcleo duro y una militancia que se expresaba votando sí o no en consultas telemáticas, lo más significativo fue la forma en que creció territorialmente. Podemos fue una suerte de franquicia a la que, en el momento de su éxito, fueron adscribiéndose núcleos locales que participaban de esa corriente, pero que no estaban supeditada a ella, como fueron los Comunes de Ada Colau o el Podemos trotskista andaluz.

Para rematar, tenemos un partido (casi) extraterritorial, Podemos, ya que su influencia está en el Parlamento y en Canal Red

Junto con este conjunto fragmentario que fue Unidas Podemos, están las izquierdas nacionalistas, como Bildu, ERC, BNG o Compromís, cada una con diferentes perspectivas sobre su relación con el resto de España, y Más Madrid, que es una formación capitalina que no logró extender su influencia a otros territorios. Y además el andalucismo de Teresa Rodríguez o el regionalismo forzado de IU, ya que es en Andalucía donde tiene mayor implantación y donde mayor papel puede jugar. Para rematar, tenemos un partido (casi) extraterritorial, el actual Podemos, ya que su influencia queda circunscrita al Parlamento y a Canal Red.

Es decir, la izquierda a la izquierda del PSOE está conformada por un montón de partidos cuyos postulados ideológicos son muy similares y cuya especificidad es su regionalismo, su carácter local. Eso hace que las dificultades para ir de la mano sean grandes: las perspectivas políticas de Más Madrid, de Bildu o del BNG son distintas porque viven en lugares diferentes, a pesar de las coincidencias de fondo.

La pelea entre el centro y la periferia

Pero también tiene otro efecto, puesto que, al quedar su posición política por la relación entre centro y periferia, la separación se acentúa. En términos prácticos: el entorno político de Más Madrid querría tener una opción nacional vinculada a Sumar, porque tienen puntos de vista prácticamente idénticos, pero esta aspiración a dar unidad ideológica a la formación choca con las formaciones de izquierda locales (comunes o Compromís) que no quieren unirse orgánicamente al partido de Díaz. Eso obliga a coaliciones internas de dudosa efectividad, porque nadie pone por encima el interés de un partido común por encima del local. Esa tensión entre centro y periferia es también uno de los nudos complicados de desatar para una formación nueva, como Izquierda Española, porque la izquierda es hoy principalmente local, y vive de su confrontación y diferencia con el centro, de manera que una posición centralista le rechina.

Se reproduce así en lo pequeño (la izquierda española) lo que ocurre a escala occidental

Por decirlo de otra manera, la tensión entre la ciudad central y el resto de territorios que vemos a gran escala se reproduce en el interior de las formaciones de izquierda: las periféricas están en contra de la madrileña, porque entienden que se las pretende absorber, negando su especificidad y personalidad; mientras que las centrales tienen efectividad simbólica, visibilidad y recorrido, pero no estructura. Es lo que le ocurre a Sumar, que tiene el grupo parlamentario y sus recursos, y la presencia en el gobierno, pero no deja de ser un núcleo sin pilares organizativos asentado. E igual le ocurre, y más acentuado todavía, a Podemos. Se reproduce así en lo pequeño (la izquierda española) lo que ocurre a escala occidental.

Es muy difícil explicar la política española sin entender qué lugar juega Madrid en ella. Es un fenómeno internacional: las ciudades globales poseen gran vitalidad y las fórmulas que utilizan para conectarse internacionalmente chocan con las dinámicas y las lógicas del resto del territorio. Las urbes grandes crecen, el resto entra en declive. Ese aspecto marca políticamente de modo decisivo: París contra la Francia interior, las costas de EEUU frente al resto del territorio, Londres y el Reino Unido son ejemplos de cómo el territorio cada vez tiene más incidencia en el voto. Así ocurre en muchos países: las grandes ciudades poseen una lógica política y el resto del país otra.

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