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Esa gente que opina sobre la política y no tiene ni idea
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Esteban Hernández

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Esa gente que opina sobre la política y no tiene ni idea

El combate cultural no ha consistido en otra cosa que en la continua valoración y afeamiento de los otros a partir de posiciones en que había quienes se situaban del lado moral correcto de la historia y los ignorantes

Foto: Sahra Wagenknecht, de espaldas. (Reuters/Christian Mang)
Sahra Wagenknecht, de espaldas. (Reuters/Christian Mang)
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La involución de una democracia social hacia otra liberal, desarrollada por una nueva clase media, las de las clases creativas, tuvo lugar mediante el cuestionamiento de la capacidad de la mayoría de los ciudadanos para lidiar adecuadamente con los problemas de la época, que eran muy complejos. En consecuencia, "sus decisiones debían ser (cuando no revocadas), confiadas a una expertocracia superior en conocimiento y certificada por un milieu de sabelotodos". Además, esa esfera, con el objetivo de proteger los valores morales de la democracia, "juzgaba y prejuzgaba la percepción moral de la mayoría de los ciudadanos como subdesarrollada". Se les excluía "tanto en términos intelectuales como morales". Son afirmaciones del prestigioso sociólogo Wolfgang Streeck (en Entre globalismo y democracia, editado por Katz), y describen una cruda realidad.

El combate cultural no ha consistido en otra cosa que en la continua valoración y afeamiento de los otros a partir de posiciones en que había quienes se situaban del lado moral correcto de la historia y los ignorantes o malintencionados que negaban los valores adecuados. Esta ha sido y es la dinámica del discurso público. En buena medida, esta actividad incesante ha minado profundamente la democracia y ha aumentado la polarización.

También ha ocurrido en España, donde ha estado muy presente en la política de los últimos años y en muchos sentidos. Uno de ellos, quizá menor, ha tenido lugar en el interior de las izquierdas españolas. Hemos vivido una época nefasta en la que un montón de cachorros políticos utilizaban las redes no para emitir opiniones o para exponer razones, sino para realizar permanentes juicios morales, lo que contaminó una política ya deteriorada. Continúa ocurriendo, aunque su relevancia sea ya pobre en ese ámbito. Sin embargo, el daño está ya hecho, en especial para las izquierdas.

Una nueva alerta moral

Si se observa desde el lado europeo, los partidos a la izquierda del socioliberalismo están sufriendo notablemente. En Italia, lo más cercano que queda es Cinque Stelle, en Francia los Insumisos están rotos y Mélénchon en declive, y en Alemania los verdes siguen perdiendo apoyos. En ese contexto de crisis general de las izquierdas es donde surge Sahra Wagenknecht, fundadora de la Alianza Sahra Wagenknecht-Por la razón y la justicia.

El nacimiento de la Alianza ha sido motivo de preocupación porque se trata, dicen, de un partido populista que puede tener recorrido

La líder del que se convertirá en nuevo partido estaba integrada en un grupo minoritario, Die Linke, en el que se reunían las izquierdas alemanas más allá del SPD y de los verdes. Su formación está articulándose, no ha concurrido por tanto a elección alguna, y lo único que se sabe de su potencial es lo que reflejan algunas encuestas realizadas en el momento de efervescencia, el de su nacimiento: le otorgan entre el 12% y el 14% de voto. En todo caso, el futuro del partido está lleno de incertidumbre y toda conclusión sobre su posible recorrido no deja de ser especulación.

El nacimiento de la Alianza ha sido motivo de alerta moral: se trata de un partido populista que puede tener recorrido, y que ha sido percibido en Alemania con preocupación y en España desde el resquemor. Sin embargo, se trata de un caso interesante, tanto por lo que significa de variación en la oferta política, como por los caminos que está intentando seguir.

Contra el populismo de siempre

Sus críticos, que son muchos en el establishment, acusan a la Alianza de adoptar políticas de derecha populista. Sin embargo, es difícil entender cómo puede transitar con éxito por ese camino. Si trata de excitar sentimientos nacionalistas alemanes quizá pueda sacar algún rédito, pero francamente, hay otros partidos germanos que saben hacer eso mucho mejor. Sus medidas sobre la inmigración, pueden atraer simpatías, pero se hace difícil pensar qué puede proponer Wagenknecht que no esté ya proponiendo la Unión Europea, cuyo giro en esta materia es notorio. Ni siquiera su propuesta de utilizar las energías disponibles, en lugar de centrarse en las renovables suena disruptiva: buena parte de Europa está funcionando así de facto.

Esa procedencia ideológica socialdemócrata parece clara en el ADN del nuevo partido y probablemente sea el camino para que crezca

Su potencial de crecimiento quizá esté en otra parte. Hay que recordar que Wagenknecht está casada con Oskar Lafontaine, exdirigente del SPD alemán. Lafontaine era un enemigo declarado del excanciller Schröder, con quien acaba de reconciliarse. Es decir, ambos formaban parte de un establishment socialdemócrata del que se han alejado, y ahora han girado, por motivos diferentes hacia la izquierda. Esa procedencia ideológica parece clara en el ADN del nuevo partido y probablemente sea el camino por el que intente crecer. Veamos qué dice su programa:

"Nuestro país todavía cuenta con una industria sólida y una mediana empresa exitosa e innovadora. Pero las condiciones generales se han deteriorado dramáticamente en los últimos años. Nuestra infraestructura pública se encuentra en un estado embarazoso para un país industrial líder. Casi ningún tren llega a tiempo, como paciente uno espera meses para una cita con un especialista y faltan decenas de miles de profesores y guarderías, así como viviendas. Carreteras y puentes deteriorados, puntos muertos e Internet lento, administraciones abrumadas y regulaciones inútiles hacen la vida particularmente difícil para las pequeñas y medianas empresas.

Foto: Fachada del Centro de Salud General Ricardos. (Europa Press/Jesús Hellín)

El sistema escolar alemán, con 16 planes de estudios diferentes, clases demasiado numerosas y selección temprana, niega a los niños de familias menos acomodadas oportunidades educativas y vitales y, al mismo tiempo, fracasa en la tarea de formar a los trabajadores cualificados que la economía necesita con urgencia. Dado que las sanciones a Rusia y una supuesta política climática encarecieron repentinamente la energía, nuestro país está amenazado con la pérdida de industrias importantes y cientos de miles de empleos bien remunerados. Muchas empresas están considerando trasladar su producción al extranjero. La existencia de otros está amenazada.

Para evitar el declive económico de nuestro país, se necesitan inversiones masivas en nuestro sistema educativo, en nuestra infraestructura pública y en administraciones competentes y eficaces. Necesitamos fondos futuros para apoyar a las empresas locales innovadoras y a las nuevas empresas, y no miles de millones en subsidios para corporaciones extranjeras". Juraría que esto es un programa económico típico de la socialdemocracia alemana tejido con un lenguaje típico de la socialdemocracia alemana. Y ese es el problema que la izquierda ve en ellos.

La mezcla de izquierda y derecha

A Sahra Wagenknecht se la acusa de jugar con elementos de izquierda y de derecha a la vez, es decir, de rojipardismo. Sin embargo, esa fusión de aspectos de un lado y otro la conocemos bien: la Tercera Vía de Blair y el socioliberalismo dominante fueron y son exactamente eso, una mezcla de derechas y progresismo: una gestión económica plenamente imbricada en el contexto neoliberal compensada con políticas de la identidad de izquierdas. La propuesta de Wagenknecht funciona al revés y trata de recuperar las viejas bases ideológicas del SPD y de situarlas en el momento presente. Pero eso se opone a las ideas del socioliberalismo dominante, por lo que podrían convertirse, si contasen con la habilidad suficiente, en un competidor por el votante del SPD, además de conseguir otros votos de la izquierda.

Sin embargo, nada de esto ha sido subrayado. Más al contrario, la llegada del nuevo partido ha sido enfocada como una nueva lucha contra el populismo. Por tanto, las objeciones se han producido desde el moralismo, desde la falta de encaje de las propuestas de Wagenknecht con los valores occidentales, esto es, en los valores liberales dominantes. Pero esta operación requiere cierta insensibilidad a la hora de constatar cómo esos valores están decayendo como efecto de la acción de los mismos partidos del establishment liberal y cierta ceguera a la hora de constatar cómo las soluciones que prometen para la economía de la gente no están funcionando.

Ese no querer ver lo que ocurre entre sus poblaciones conduce también a conclusiones sorprendentes. Una de las objeciones más señaladas de las propuestas de la Alianza es su apuesta por la industria y su utilización de las fuentes energéticas disponibles, aunque vinieran de Rusia, ya que "es una política que no tendría posibilidades de éxito si se llevase a cabo". El argumento es que, a pesar de resultar imposible, funcionaría políticamente porque la gente estaría a favor. Quizá tengan razón, y Alemania deba renunciar a la industria y dedicarse a los servicios y a los chiringuitos en la Selva Negra como apuesta de futuro. Mucha suerte con eso. Si quieren preguntar en Italia, Francia y España, les podemos contar cómo hacerlo y dónde conduce.

La generación que se marcha

El problema no es Wagenknecht. Carezco de información para juzgar si se trata de un partido prorruso, una quintacolumna china o un conjunto de conspiracionistas derechistas, que son acusaciones formuladas por sus críticos liberales y socioliberales. Tampoco son la gran esperanza de la derecha europea o les financia Kim Jong-Un. Y, por supuesto, no tengo ni idea sobre el futuro del partido, del recorrido que tendrá y de cuál será su papel en la política alemana.

Pero lo que sí sé es que, en el punto citado de su programa, tiene mucha razón. Una oferta de prosperidad, de defensa del trabajo y del poder adquisitivo de la mayoría de los ciudadanos, de solución de los problemas cotidianos y de mejora de las condiciones de vida no solo es una aspiración común. También implica otra cosa: que es posible hacer una política económica diferente y que esté al servicio de los ciudadanos, en lugar de ser un ámbito complejo en el que la mayoría de la gente no tiene nada que decir, ya que solo podrán emitir opiniones poco fundadas. Y, sobre todo, implica que, en lugar de que la política consista en que un grupo de expertos les señale que deben dejar de contaminar, les afee sus hábitos alimenticios, les señale como personas no adaptadas al mercado porque que no saben los idiomas suficientes o porque su experiencia es irrelevante, y les conmine a reinventarse, las instituciones pueden ponerse al servicio de la mayoría de la población y solucionar problemas. Eso es también la democracia.

Esa ha sido la esencia de la separación entre las izquierdas y sus electorados, porque es bastante complicado hacer política recriminando continuamente a los tuyos, y que además funcione. En España, obviamente, ha perjudicado en especial a los partidos a las izquierdas del PSOE, pero ha ocurrido algo similar en Europa. Por suerte, el final de esa generación afeadora ya ha llegado: hay otro mundo ahí fuera, en todos los sentidos. La izquierda del 15-M y sus posteriores reinvenciones apuntan hacia un papel marginal en esta época.

La involución de una democracia social hacia otra liberal, desarrollada por una nueva clase media, las de las clases creativas, tuvo lugar mediante el cuestionamiento de la capacidad de la mayoría de los ciudadanos para lidiar adecuadamente con los problemas de la época, que eran muy complejos. En consecuencia, "sus decisiones debían ser (cuando no revocadas), confiadas a una expertocracia superior en conocimiento y certificada por un milieu de sabelotodos". Además, esa esfera, con el objetivo de proteger los valores morales de la democracia, "juzgaba y prejuzgaba la percepción moral de la mayoría de los ciudadanos como subdesarrollada". Se les excluía "tanto en términos intelectuales como morales". Son afirmaciones del prestigioso sociólogo Wolfgang Streeck (en Entre globalismo y democracia, editado por Katz), y describen una cruda realidad.

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