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Diego del Alcázar: "Con el cambio tecnológico, atribuimos al futuro el rol que antes le dábamos a Dios"
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Diego del Alcázar: "Con el cambio tecnológico, atribuimos al futuro el rol que antes le dábamos a Dios"

El CEO de IE University debuta en la ficción con una novela en la que ahonda en los dilemas éticos a los que nos conduce una época de cambios acelerados

Foto: Diego del Alcázar Benjumea.
Diego del Alcázar Benjumea.

La novela de Diego del Alcázar Benjumea, CEO de IE University, La genética del tiempo (Ed. Espasa) se mueve entre las raíces de la tierra castellana y la alta tecnología, entre el presente y el futuro, entre las nuevas posibilidades y los retos que plantean. Del Alcázar debuta en la narrativa con una historia que, bajo una aparente intriga familiar, plantea dilemas éticos significativos.

PREGUNTA. La trama de la novela, además del lógico propósito de mantener la atención, también intenta hacer reflexionar al lector sobre problemas a los que quizá tengamos que enfrentarnos en breve.

RESPUESTA. Con la novela he puesto el foco en un asunto concreto, como es el desarrollo acelerado de la biotecnología y, más en concreto, de la edición genética a través de CRISPR, que es una técnica ya probada y que, según explican los científicos, va a ser capaz de curar muchas enfermedades de origen genético. Es una tecnología que nos anticipa que va a haber una finísima línea entre curar enfermedades y mejorar artificialmente la naturaleza humana. Pero voy más allá de este asunto, porque es un aspecto más de ese debate sobre el cambio acelerado que está produciendo la tecnología en nuestra sociedad. Ahora está de moda hablar de ChatGPT y la inteligencia artificial y hace un año hablábamos del metaverso como si fuera a acabar con el mundo físico. Nada más lejos de la realidad. De modo que utilizo la ficción para alertar de ciertos dilemas con los que el ser humano se va a encontrar y para los que no tengo respuesta. La literatura quizá no dé respuesta a los problemas, pero sirve para que nos preguntemos por ellos.

"Como decía Camus, al final no son la bondad o la maldad las razones por las que se toman las decisiones, sino la inercia o la ignorancia"

P. En el libro se refleja una realidad que a menudo obviamos: una vez que las tecnologías aparecen, son utilizadas. Por mucho que queramos prohibirlas o regularlas, están ahí. En el caso del mejoramiento genético es obvio. Si ese instrumento alcanza la potencialidad que promete, siempre habrá caminos oscuros mediante los cuales evitar los límites que se le impongan.

R. Efectivamente, hay un imperativo tecnológico. De existir esta tecnología, nos va a ayudar a curar enfermedades y todos vamos a estar de acuerdo en que será muy positivo si la ceguera se puede curar cortando un trozo de ADN y sustituyéndolo por otro sano. Si se utiliza para diseñar niños rubios con los ojos azules, arios por hacerlo más gráfico, habrá un desacuerdo mayoritario porque eso nos parece poco ético. Pero intento que el lector no piense en términos de blanco o negro, porque hay una gama de grises enorme. En algunos casos, hay una línea finísima entre curar determinadas enfermedades y el mejoramiento genético. Como decía Camus, al final no son la bondad o la maldad las razones por las que se toman las decisiones, sino la inercia o la ignorancia. La literatura nos permite jugar con escenarios que, aunque son ficción, no dejan de estar basados en realidades, por lo que podemos formularnos las preguntas a tiempo. Y yo creo en la sociedad: suele darse un efecto Oppenheimer que permite que nos reequilibremos y nos autorregulemos.

P. Una de las paradojas de esta insistencia en la tecnología es que nos enfoca hacia el futuro permanentemente. A menudo, las lecciones del pasado se olvidan. Del mismo modo, la insistencia en la física y en las matemáticas como las ciencias que nos conducirán a un futuro mejor nos lleva a poner en un segundo plano, cuando a no despreciar, todas las enseñanzas que nos traen las humanidades.

R. Si hay algo en lo que me mojo de una manera muy clara es en la necesidad de recuperar las humanidades. Con los cambios tan acelerados que vivimos, tecnológicos pero también sociales, una de las cosas que se está perdiendo es precisamente la capacidad de pensar críticamente sobre nuestra sociedad. Yo creo que la filosofía, la historia, la memoria, la cultura en general, nos ayudan a entendernos mejor y a entender mejor la sociedad en la que vivimos. Y más allá de que sirvan para un fin, es decir, de que tengan una utilidad, profundizar en ellas nos hace sentirnos más humanos. Sentimientos como el amor, la angustia, la felicidad o la tristeza, cuando ves una película o cuando lees un poema, no son útiles para nada, pero nos hacen anclarnos en nuestra esencia. Y en cuanto al pasado y la memoria, vivimos en una sociedad que fácilmente lo reescribe. Y es peligrosísimo porque nos hace perder mucho contexto.

"Decimos ten cuidado, no hagas esto o lo otro, porque si lo haces el futuro te va a castigar, como antes se decía de Dios"

P. También aparecen en la novela algunas teorías provenientes de la física. Y es sorprendente, porque formuladas en su literalidad, más bien parecen metafísica. Con un aspecto, además extraño, porque sirven para evitar cualquier reflexión ética.

R. Es pura evasión. Vivimos en un mundo que cuenta con unas capacidades tecnológicas que permiten modificar la naturaleza humana, que es el rol que asignábamos a esa entidad que siempre hemos llamado Dios. Sin embargo, somos incapaces de contestar a las preguntas importantes, esas que siempre nos hemos formulado: quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Y en toda esa frustración, aparece una única certeza, que es la muerte. De modo que nos acercamos al papel de dioses, pero no somos capaces de acabar con la muerte, por lo que acabamos entrando en actos de evasión pura. Lo llamativo es que, en esa ideología nueva, le atribuimos al futuro el rol que antes atribuíamos a Dios. Decimos ten cuidado, no hagas esto o lo otro, porque si lo haces el futuro te va a castigar, como antes se decía de Dios. Sin embargo, y a pesar de todo esto, que utilizo conscientemente en el libro, soy optimista. Creo que la sociedad va a utilizar los aspectos de la tecnología que le son útiles y va a seguir temiendo los que no le son útiles.

P. La terapia génica es uno de esos instrumentos que, de cumplir con sus promesas, puede servir tanto para la curación como para la competición. En una sociedad construida desde la competencia, es previsible que haya quienes quieran perfeccionarse para tener mejores opciones. Pero que esa forma de pensar exista, nos dice mucho, no tanto de la tecnología, sino de cómo es nuestra sociedad.

R. Ese es un punto fundamental, ¿no? Huxley, en Un mundo feliz, ya apuntaba a esa competencia de las élites que no deja de ser un concepto decimonónico de las clases sociales. Pero, pero efectivamente, si somos capaces de mejorar nuestra naturaleza, lo utilizaremos para competir. Y además, si esas mejoras, esas ediciones genéticas, las podemos transmitir a nuestros descendientes, nuestro incentivo natural será mezclarnos con otros mejorados. Así se irán creando clases sociales que serán más y más desiguales y eso es una amenaza, sí. Pero los Estados democráticos occidentales han sido capaces de minorar esa tendencia a la desigualdad, en lo que se refiere a los recursos, ofreciendo una serie de servicios sociales que os dan un acceso igualitario a la sanidad pública. Y eso podría pasar también con la edición genética e incluso con el mejoramiento humano, si esa línea se atravesase.

"Tenemos que pasar del imperativo tecnológico al imperativo humanista. Y la forma de arreglar la desigualdad es a través de la educación"

Pero también habrá Estados que consideren que están en una desventaja competitiva, y que serán más permisivos con el mejoramiento genético, lo cual generará una tensión geopolítica. No quiero poner nombres, pero hay regímenes más autoritarios o más autocráticos que de alguna forma utilizarán esas tecnologías como arma. ¿Qué pasaría en ese momento? ¿Los Estados con valores más férreos se plantarían y se negarían a utilizar esa tecnología o pensarían que están obligados a competir en el mismo nivel?

P. O dirán que van a respetar las reglas, pero no lo harán.

R. También, que eso es muy occidental.

P. Cuando nuevas tecnologías aparecen en sociedades desiguales, el resultado más probable es que acentúen esas diferencias de poder y de recursos. El caso del mejoramiento genético sería uno más: es probable que personas con el capital suficiente tengan incentivos y posibilidades para utilizarlas, aunque no estuvieran permitidas, para salvar a un pariente o a ellas mismas. Quizá el modo de evitar una utilización desigual de la tecnología es arreglar la desigualdad ahora.

R. Antes mencionaba el imperativo tecnológico. Tenemos que pasar de ahí a un imperativo más humanista. La forma de arreglar la desigualdad es a través de la educación. Si nosotros somos capaces de tener un entendimiento consciente de cuál es nuestro posicionamiento en el mundo, de quiénes somos y demás, vamos a ser también capaces de pensar críticamente con mayor antelación y, por lo tanto, vamos a exigir a nuestros gobernantes que sean más sensibles con ciertos temas. Hay que acabar con la desigualdad en el mundo, de acuerdo al 100%. Pero eso, ¿cómo se hace? Tendríamos un debate en este punto, seguramente eterno.

"No se trata de si la IA va a acabar con los trabajos, sino de las narrativas de ese capitalismo de seducción del que hablaba Lipovetsky"

Mientras tanto, lo que es importante es que aquellos que tienen que ser sensibles, como la comunidad científica y los gobernantes, sean capaces de guiarnos y de cancelar cualquier actitud que pueda atentar contra los derechos humanos. Por ejemplo, un científico, He Jiankui, editó en 2018 a dos niñas para que fueran inmunes al VIH y recibió una condena inmediata y absoluta y se le prohibió cualquier práctica científica. El Estado chino le condenó a la cárcel.

P. Una de las cosas llamativas de este auge tecnológico es que cambia el marco de las preguntas que nos formulamos como seres humanos. En una sociedad en que la religión tiene menos peso y en la que tampoco confiamos en los ideales ilustrados, ya no nos preguntamos quiénes somos, ni cuál es el sentido de nuestra vida, sino hacia dónde vamos. El futuro está muy presente.

R. Vuelvo al argumento de que, si sustituimos la palabra futuro por Dios, tenemos un marco muy parecido. Vamos hacia una sociedad en la que se va a creer más en Dios. Si tienes las herramientas para jugar a ser Dios, sea lo que sea eso, y aun así no eres capaz de encontrar las respuestas, tu incertidumbre aumentará. Si no vamos a evitar la muerte y tampoco tenemos las respuestas que buscamos, nos sentiremos más desconsolados y es posible que la fe vuelva a aparecer. El año pasado conversé con un premio Nobel de Física y le pregunté si alguien como él, que sabe muchísimo de agujeros negros y de estrellas deshaciéndose por el universo, creía en Dios. Me contestó que él tenía muchas preguntas por contestar y que creía más en Dios que antes.

P. Sobre la edición genética, como sobre tantos otros avances científicos, y la inteligencia artificial es otro ejemplo, se proyectan grandes expectativas. Lo curioso es que se dan por hechas sus promesas. Tampoco podemos olvidar que esos sectores pueden ser una gran fuente de negocio y aumentar las expectativas es imprescindible para levantar capital y que el negocio de verdad sea grande. ¿No se incurre en exageraciones con demasiada frecuencia? ¿No se atribuye a estas tecnologías que están por demostrar y que sin embargo se dan ya por hechas? Como esas predicciones que dicen que en 20 años el trabajo lo harán las máquinas.

R. Es un juego que hacemos nosotros y lo importante es si somos conscientes de que estamos jugando. Y no se trata de si esto va a cambiar nuestra sociedad, de si va a acabar con los trabajos o si va a crear superhéroes. Se trata del juego de las narrativas, de ese capitalismo de seducción del que hablaba Lipovetsky. Es decir, si nosotros nos creemos que la inteligencia artificial es de verdad inteligente tenemos un problema como sociedad. Pero si lo denominas, por ejemplo, algoritmo predictivo del lenguaje, es otra cosa. Hace unos meses estuvo en el IE Sam Altman, fundador de ChatGPT, y nos decía que una sola persona iba a ser capaz de dirigir una empresa de un billón de dólares. ¿Y el resto de gente, qué va a hacer? Se van a dedicar a pensar, nos decía. Pero claro, ¿cómo aprendes a pensar? En tu caso, como periodista, seguramente hayas aprendido la profesión escribiendo las noticias más simples, esas que ahora va a escribir una inteligencia artificial. Pero si careces de ese aprendizaje, ¿qué va a pasar cuando no seamos capaces de pensar porque no hemos tenido ese desarrollo que nos ayuda a pensar mejor?

Hay en esto un juego típico de la especie humana, que puede contar una mentira y creérsela. Hay que situar todo en perspectiva. Un algoritmo predictivo del lenguaje o un algoritmo predictivo en diferentes campos, nos puede ser tremendamente útil para muchísimas cosas. Si somos capaces de entender que el cambio está ocurriendo y lo abrazamos, seremos capaces de ver para qué cosas va a ser útil la inteligencia artificial y para cuáles no. Pero es muy interesante ver cómo utilizamos la narrativa, el vocabulario, el futuro.

La novela de Diego del Alcázar Benjumea, CEO de IE University, La genética del tiempo (Ed. Espasa) se mueve entre las raíces de la tierra castellana y la alta tecnología, entre el presente y el futuro, entre las nuevas posibilidades y los retos que plantean. Del Alcázar debuta en la narrativa con una historia que, bajo una aparente intriga familiar, plantea dilemas éticos significativos.

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