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¿Pero qué le pasa a la gente de pueblo?
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Esteban Hernández

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¿Pero qué le pasa a la gente de pueblo?

La influencia política de los territorios interiores los vuelve a poner en el punto de mira en medio mundo. Cuando hablan del entorno rural, sin embargo, se refieren a otra cosa

Foto: Una calle de Soria. (EFE/Wilfredo García)
Una calle de Soria. (EFE/Wilfredo García)

El debate político y cultural en distintos países, especialmente en los occidentales, pero no solo, contiene una variable que no puede ser ignorada, la territorial. Los últimos ejemplos electorales han sido los de Argentina y Países Bajos, donde se ha repetido una constante de los mapas contemporáneos: París vota diferente de la Francia interior; Londres, del Reino Unido; las ciudades prósperas de las costas de EEUU, de los Estados interiores. Las poblaciones rurales parecen ser relevantes en el voto y en la ideología, y más aún en la medida en que esas zonas parecen haber girado hacia opciones conservadoras. Tampoco Alemania escapa de esa tendencia, con la antigua Alemania del Este en el epicentro de las transformaciones electorales.

España parece evitar esa dinámica, aunque solo porque pone el acento en otro lugar. La cuestión territorial existe, y quedó de manifiesto en las últimas elecciones, con la mayor parte de España votando a favor de los partidos de la derecha, mientras que País Vasco, Navarra y Cataluña apostaron por el PSOE y las formaciones nacionalistas. Sin embargo, la mecánica de fondo no varía, ni en el aspecto espacial ni en el discursivo. En EEUU, Francia o Reino Unido, las poblaciones interiores acusan a las ciudades globales de absorber todos los recursos, llevándolas al declive. Las ciudades globales, por su parte, tachan a esas zonas de haberse quedado atrás, de haberse quedado anticuadas y de no haberse actualizado. En España, el foco no está puesto en la gran ciudad, Madrid, sino en Cataluña y el País Vasco: las poblaciones interiores señalan que los recursos que necesitan con urgencia se los llevan los nacionalistas, mientras que estos afirman que su retraso respecto de Madrid está causado por un Estado que les quita más de lo que les proporciona. Y todo eso, al igual que en el resto de Occidente, acompañado de significativos choques culturales.

El caso es que las poblaciones rurales vuelven a estar en el foco político. Primero fue desde discursos que señalaban cómo el mundo de provincias se había vuelto demasiado conservador, cuando no reaccionario, frente a unas ciudades que entendían la necesidad y la bondad del progreso. De ahí se pasó a las luchas woke y antiwoke. En fin, un argumentario que conocemos de sobra.

Dos mundos

Pero que los discursos cambien no significa que los problemas desaparezcan. Las necesidades, las vivencias y la forma de pensar de los territorios interiores continúan siendo diferentes de los de aquellos que residen en la gran ciudad. Hay elementos económicos, culturales e identitarios que marcan las diferencias.

Jérôme Fourquet es uno de los politólogos franceses que ha tratado este asunto con mayor atención, cuantitativa y cualitativa, y suele poner el acento en las diferencias culturales y de consumo. Thomas Piketty y Julia Cagé acaban de publicar Une histoire politique du conflit. Élections et inégalités sociales en France. 1789-2022 (Seuil), donde subrayan las desigualdades y los factores de clase como decisivos.

Un reciente debate entre los tres, publicado en Philosophie Magazine, sirve para ilustrar las diferentes concepciones que mantienen sobre asuntos esenciales para la política contemporánea. La posición de Piketty y Cagé, además, es especialmente interesante a la hora de entender qué significa "clase social" para la tecnocracia económica; es decir, para quienes han estado tomando las decisiones durante mucho tiempo en nuestro sistema. Y ha de recalcarse que Piketty y Cagé son progresistas, es decir, que deberían entender mejor qué significa la clase social.

La deriva territorial

Su tesis es que los elementos territoriales, con sus diferentes percepciones, son una capa que se superpone sobre los asuntos esenciales, los materiales: "Si te centras en la deriva territorial, congelas las cosas. Las personas que viven en zonas rurales se preocupan por el futuro de sus hijos, su vivienda, su transporte, etc. Y esto ofrece posibilidades de reconciliación. Esta es la principal lección que extrajimos de la larga historia de conflictos políticos. Durante el siglo XX, la división territorial se superó mediante su configuración socioeconómica en la división izquierda-derecha".

Siendo cierto lo que Piketty subraya, también lo es que la variable territorial está plenamente operativa. Lo que propone el economista francés es revertirla y poner el acento en la base material, que determina gran parte de las posiciones y vivencias sociales. Cierto de nuevo, pero llama la atención la visión restrictiva que tiene de esa recomposición, ya que pone el foco casi exclusivamente en la vivienda, la educación y el transporte. Si viven en una gran ciudad, es muy probable que las clases trabajadoras tengan problemas para comprar vivienda o para pagar el alquiler; sin embargo, lo tienen más sencillo para subir socialmente a través de las credenciales educativas. En zonas rurales, las viviendas son más baratas, pero los hijos tienen más problemas para cursar estudios con éxito, ya que deben desplazarse lejos para ir al instituto o la universidad. En cuanto al transporte, los habitantes de esas zonas rurales se ven obligados a utilizar el coche, que en general suelen ser antiguos y contaminantes.

"Una gran parte de las clases trabajadoras estaría contenta de prescindir de su coche si estuviera mejor conectada mediante el tren"

El modo de arreglar estos tres puntos centrales es relativamente sencillo. Como afirma Cagé, "una gran parte de las clases trabajadoras estaría contenta de prescindir de su coche si estuviera mejor conectada con las ciudades mediante el tren". Si se aumentase el número de líneas y de estaciones, se podrían unir las aspiraciones populares y las cuestiones ecológicas. "¿Por qué no con una fiscalidad progresiva sobre las emisiones de carbono o con un proteccionismo medioambiental a escala europea?", afirma Cagé. También podría imaginarse "una política de redistribución de la riqueza en la que cada uno recibiría una herencia de entre 100.000 y 150.000 euros para financiar sus estudios... o acceder a una propiedad".

El agujero verde

Todo este razonamiento puede entenderse desde una perspectiva europea clara. Los progresistas europeos están perdiendo votantes entre las poblaciones rurales, y especialmente los verdes, que salvo zonas muy concretas tienen el acceso vedado, y están tratando de buscar propuestas que les puedan abrir camino en esos sectores. Por eso están girando desde la insistencia en valores culturales hacia propuestas más materiales, y la visión de Piketty y de Cagé forman parte de eso. El problema es que es justo un mundo que no entienden.

En primera instancia, lo rural no es gente viviendo en aldeas, ni meter fibra óptica en los pueblos de la montaña, ni conseguir que las poblaciones envejecidas tengan un médico que les atienda o que los niños que viven en los pueblos no tengan que desplazarse lejos para ir a las escuelas. Todos esos propósitos son necesarios para vertebrar un territorio, pero la política no versa únicamente sobre dar servicios a la población.

El problema de las zonas interiores no se arregla atrayendo nómadas digitales, con la digitalización y con más trenes y escuelas

El problema central de los territorios interiores está en las ciudades pequeñas e intermedias, el escalón necesario para dar vitalidad a esas zonas y conceder algo de vida al mundo del campo. Y muchas de ellas están perdiendo población y recursos por un factor evidente: no hay trabajo. Además, las opciones de poner en marcha una pequeña empresa ligada al territorio son cada vez menores, hay escasa industria y quien desea hacer valer su titulación no encuentra lugares en esos territorios donde las credenciales le sirvan para conseguir un nivel de vida digno. Sus habitantes, y especialmente los jóvenes que tienen recursos, se marchan de allí para encontrar una vida mejor. Este no es un problema que se arregle atrayendo nómadas digitales, con la digitalización y con más trenes y escuelas. Resulta rara una izquierda que pone el acento en la vivienda y en el transporte y que no lo coloca en el trabajo.

Como es peculiar también la idea de la herencia universal: hubo un tiempo en España y en Francia, donde la mayor parte de la población tenía casa en propiedad y cuyos hijos iban a la universidad. Las viviendas eran asequibles, había becas y la universidad no era un gasto difícilmente asumible: se llamaba Estado del bienestar. Dejar el mercado funcionar sin contrapesos ni límites y a cambio ofrecer renta básica suena a la compra pública de grano para repartirlo entre el proletariado romano en la época final de la república: coge el pan y cállate. Lo que llevó, obviamente, a que esas clases fueran propiedad políticamente alternativa de la facción que ponía los recursos sobre la mesa.

Gente de pueblo, gente del pueblo

En fin, ese mundo fuera de la realidad que proponen tiene un mérito: al menos tratan de ofrecer algo. En España la discusión se sustancia más groseramente: Sánchez es un traidor y Cataluña os roba, o al revés, Madrid nos quita lo que es nuestro y nos oprime culturalmente; que viene la ultraderecha, que España se rompe. Haría falta algo más de inventiva y de interés por el país, del lado de la derecha y de la izquierda, para comenzar a cambiar las cosas.

Parte de la solución reside en tomar en cuenta algo que el discurso de Piketty y Cagé evita: que las cuestiones materiales generan transformaciones culturales y cambios en la percepción que se vuelven autónomos, y que no pueden ser pasados por alto si se quiere operar políticamente. Fourquet les señala uno de ellos: la Francia del pasado estaba dividida a partir de un eje: era una sociedad de felicidad diferida. Del lado católico, se esperaba la recompensa en el más allá; del comunista​, aparecía en el horizonte la sociedad sin clases. Hoy, sin embargo, "la felicidad está en el aquí y ahora".

Del lado católico, se esperaba la recompensa en el más allá; del comunista, en la sociedad sin clase. Hoy "la felicidad está en el aquí y ahora"

Ese presentismo tiene muchas consecuencias transversales: una parte de la población vive el aquí y ahora, pero tiene esperanzas aspiracionales que se concretarán en el porvenir; la otra vive el aquí y el ahora porque no le queda más remedio, ya que no percibe que el futuro vaya a ser mejor. Y esa es una línea divisoria clara, porque marca un choque entre la percepción del progreso y la decadencia que tiene sus anclajes en la clase, pero que recorre todo el espectro social.

Este tipo de cosas no se entienden desde los operadores políticos, como tantas otras ligadas a la gente común. Porque, no nos engañemos, cuando hablan de las poblaciones rurales y de cómo atraerlas están utilizando un eufemismo; no se trata de la gente de pueblo, sino de la gente del pueblo. Esa que no conocen ni entienden: las clases populares y las medias están siendo ignoradas, en sus deseos, necesidades y aspiraciones, por la política contemporánea, a derecha y a izquierda.

El debate político y cultural en distintos países, especialmente en los occidentales, pero no solo, contiene una variable que no puede ser ignorada, la territorial. Los últimos ejemplos electorales han sido los de Argentina y Países Bajos, donde se ha repetido una constante de los mapas contemporáneos: París vota diferente de la Francia interior; Londres, del Reino Unido; las ciudades prósperas de las costas de EEUU, de los Estados interiores. Las poblaciones rurales parecen ser relevantes en el voto y en la ideología, y más aún en la medida en que esas zonas parecen haber girado hacia opciones conservadoras. Tampoco Alemania escapa de esa tendencia, con la antigua Alemania del Este en el epicentro de las transformaciones electorales.

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