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El frente interior: la guerra por el futuro se va a librar dentro de Europa
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'TRINCHERA CULTURAL'

El frente interior: la guerra por el futuro se va a librar dentro de Europa

La invasión de Ucrania es un punto de inflexión en muchos sentidos. Generará muchas transformaciones, en el plano geopolítico y en la política interna. Los cambios en la mentalidad, sin embargo, serán más complicados de conseguir

Foto: Imagen: CSA/EC Diseño.
Imagen: CSA/EC Diseño.

La invasión de Ucrania es un punto de inflexión que nos conduce a un tiempo diferente. Macron lo ha denominado un cambio de época, y lo será en numerosos aspectos, y no solo en los geopolíticos. Las transformaciones en la política interior parecen sustanciales, ya que las derechas populistas y las extremas derechas, en auge, se verán frenadas en seco por su cercanía con Putin, por el rechazo de la población a esas opciones, y por un cierre sistémico que puede favorecer pactos de Estado entre partidos alejados de las tentaciones populistas. La guerra de Ucrania empuja en esa dirección, pero la pregunta es si se trata de un paréntesis o de una tendencia que se irá asentando en los próximos años. Y para responder a esa cuestión es muy pertinente conocer cuál era la mentalidad dominante en los últimos tiempos, y qué era lo que decidía, en última instancia, las adscripciones políticas.

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1. La percepción del tiempo

Jérôme Fourquet es politólogo y director del departamento de Opinión pública y estrategia empresarial del Institut français d'opinion publique. Es también autor de varios libros, dos de ellos de éxito en su país, 'L’archipel français' y 'La France sous nous yeux', que ofrecen un fino y amplio retrato de las transformaciones en el voto y en la mentalidad de su país, así como de sus estructuras económicas y sociales.

Entre las muchas variables que inciden en el voto (sexo, edad, urbano/rural, titulación universitaria/ausencia de ella, clase social), Fourquet señala que, en el caso francés, hay una de ellas que ha cobrado cada vez mayor importancia, la de perdedores/ganadores en el proceso de globalización. Hasta aquí, nada novedoso, porque es una tesis que se hizo popular a raíz de contiendas electorales como la de Trump o el Brexit.

"La forma en que cada persona evalúa su trayectoria social en comparación con la generación anterior es un resorte político clave"

Sin embargo, Fourquet añade un aspecto clave porque, desde su perspectiva, acaba decidiendo el voto: la percepción de la posición en la línea temporal. En palabras de Fourquet: "La forma en que cada persona evalúa su trayectoria social en comparación con la de la generación anterior es un resorte fundamental en la estructuración de la oposición ganadores-abiertos/perdedores-cerrados". O, dicho más sencillamente, quien cree que va a vivir peor que sus padres y que el futuro traerá pocas novedades positivas es mucho más probable que opte por posiciones políticas rupturistas.

Es evidente que esta variable ha sido importante en los últimos años, si no decisiva, y en España ha tenido repercusión. Ha sido acogida bajo el concepto ‘nostalgia’, y se han producido algunos debates, fundamentalmente en redes, sobre ese enfoque. Pero quedarnos en la versión española sería un error, ya que banalizaría sus notables repercusiones políticas: marca una tendencia permanente en nuestras sociedades desde hace años, a la que conviene prestar mucha más atención.

2. La protección del territorio

Fourquet añade dos aspectos enormemente significativos para entender la dimensión concreta de este eje entre el pasado y el futuro. El primero subraya que "el sentimiento de degradación puede, por supuesto, estar vinculado a una trayectoria estrictamente personal, pero a menudo se refiere a la percepción que tienen los votantes". No se trata de que todo se reduzca a una mera cuestión perceptiva, porque se trata de capas de la población que tienen a menudo motivos objetivos para sentirse perdedores, sino de algo más importante: la gente vive en espacios y lugares que ayudan a que una visión se forje. Por ejemplo, si se trabaja en un sector en el que los salarios y las oportunidades están en descenso, incluso cuando personalmente se cuente con una posición aceptable, es probable que la sensación negativa generalizada cale en el sujeto. Y, con mayor frecuencia aún, si se reside en una ciudad pequeña en la que la situación general es de declive, incluso las personas a las que les va bien tenderán a ver el futuro como negativo. Esto, en Francia, tiene una traducción obvia: el voto de zonas rurales, también de sus ciudades, era mucho más probable que fuese parar a Le Pen, y el de las ciudades más grandes, con más oportunidades y en crecimiento, solía ir a parar a Macron en la segunda vuelta. Si se era un empleado precario en una gran urbe, la opción macronista era la dominante, y si se contaba con una vida holgada en un entorno en declive, era mucho más probable que se votase a Le Pen.

"Son los desposeídos los que tienen interés en una demarcación franca y clara. Su único bien es su territorio"

Para Fourquet, era evidente que la "oposición entre centros urbanos con población cualificada, ejecutivos y clases medias que aceptan la continuación de la construcción europea y se adaptan al nuevo marco de la economía globalizada, versus territorios periurbanos y rurales poblados por trabajadores y empleados más apegados al marco nacional, más protector frente a los cambios económicos experimentados, cobra cada vez mayor protagonismo". Por eso, la división entre la Francia que apoyaba a Macron y la que sostenía a Le Pen estaba anclada en la percepción, por parte de las poblaciones locales, del grado de prosperidad y dinamismo económico que caracterizaba a su región.

Este viraje territorial contaba con una explicación sencilla: ante "el deterioro de sus condiciones de vida, los votantes se dirigieron al candidato que prometió con más vigor poner fin a esta espiral que los arrastraba desde hace varias décadas". Expresado con más énfasis: "Son los desposeídos los que tienen interés en una demarcación franca y clara. Su único bien es su territorio. […] La frontera iguala poderes desiguales (aunque sea un poco). Los ricos van donde quieren; los pobres van donde pueden".

El territorio actuaba como contenedor del descontento, al tiempo que ofrecía la esperanza de un cambio

En resumen, el territorio emergía como un espacio esencial de definición del voto, ya que actuaba como contenedor del descontento y como elemento que hacía posible la esperanza de un cambio. En Francia, como en otros lugares, fue la oposición entre un nuevo nacionalismo galo que ejercía de protección frente a las amenazas, y una visión más global e interconectada, la que marcaba las elecciones.

Podría afirmarse que este tipo de análisis no guarda relación con España, dadas nuestras peculiaridades, pero no sería cierto. El territorio ha sido un eje claro de definición política, aunque en un sentido diferente del europeo. Las opciones nacionalistas periféricas, 'procés' incluido, marcan buena parte del voto nacional. Las formaciones de nuevo cuño, como las pertenecientes a la España Vaciada, surgen de este mismo sentimiento. Y Vox, desde luego, tiene el territorio, España, como bandera. El hecho de que la división no haya aparecido en términos nítidos o articulada a través de dos formaciones hegemónicas, no resta valor a la importancia de los límites territoriales como elementos decisivos de voto; en particular, entre sectores y poblaciones que se sentían en declive.

Este era el escenario justo antes de la invasión de Ucrania. Y tendrá relevancia, obviamente, si el conflicto bélico no continúa escalando. Si este fuera el caso, me temo que nos dará un poco igual la percepción de los votantes.

3. El tiempo suspendido

El escenario descrito subraya que el combate se libraba en términos de futuro, y las guerras conllevan su suspensión. Son épocas de incertidumbre, en las que la línea temporal es puesta entre paréntesis, en las que la urgencia del temor aplaza la de un mañana desconocido. En esos momentos, las sociedades suelen cohesionarse alrededor de sus países y de sus gobiernos, y en Europa está ocurriendo. El rechazo de Putin es máximo, el cierre alrededor de las posiciones continentales es socialmente masivo y las tensiones de la política interna parecen menos relevantes.

Sin embargo, no debe olvidarse que esta es una guerra que se librará con muchas clases de armas, también con las económicas, y en la que, por tanto, la percepción de las poblaciones será crucial. En un primer instante, la mirada se fija sobre el enemigo, se entra en óptica bélica en el plano discursivo, y se impone un cortafuegos respecto de las opciones políticas que puedan tener alguna conexión, o vínculos emocionales, con Putin. Somos nosotros contra ellos, y es un marco efectivo.

La guerra económica está lanzada y dañará profundamente a los rusos, pero también puede causar heridas en Europa y en EEUU

Pero esta guerra, salvo catástrofe, será diferente. Podrá guardar un parecido con la pandemia: habrá un periodo oscuro (como lo fue el confinamiento), pero después tendremos que lidiar con las consecuencias que deje, también en lo cotidiano. La guerra económica está lanzada, y dañará profundamente a los rusos, pero también puede causar heridas en Europa y en EEUU si no se afronta con las soluciones adecuadas. En ese caso, conviene advertir que llovería sobre mojado, en la medida en que después de dos crisis, la de 2008 y la del covid, una tercera puede complicar mucho las cosas. Las guerras causan daños en el frente de batalla, pero también cambian las sociedades que las libran, y a menudo no para mejor. Baste el ejemplo de la salida de la I Guerra Mundial para constatarlo.

Por eso ha de insistirse en que, antes de la invasión de Putin, había un humor negativo extendido respecto del declive de los países europeos, empujados por un continente asiático pujante, acerca de la pérdida de importancia de la UE y de su declinante nivel de vida. Las conclusiones de Fourquet sobre Francia se anclaban precisamente en esta percepción. El 80% de la población francesa percibía, poco antes de la guerra, a su país en decadencia, y la suma de los votantes de Le Pen, Zemmour y Pécresse hacía pensar que, en la segunda vuelta, Macron ganaría, pero de forma muy reñida.

Macron puede recoger las demandas del electorado lepenista, pero ahora desde una perspectiva europea

Ucrania cambia muchas cosas, y probablemente las elecciones presidenciales galas sean, en el terreno electoral, la primera de ellas. El actual presidente tiene mucho más fácil la reelección, ya que los vínculos y las afinidades con Putin están dañando a las extremas derechas, y también porque la guerra nos sume en un escenario excepcional que contribuye a la recomposición sistémica.

Pero hay algo más, ya que Macron, que ha tenido que cabalgar sobre la oleada populista durante años, tiene en sus manos una baza importante. Como subrayó en su discurso del miércoles, puede recoger las aspiraciones de ese electorado que se había marchado a la derecha lepenista, pero desde una perspectiva europea en lugar de meramente nacional. La idea de una Europa fuerte, recompuesta económicamente, que sea independiente, que se reindustrialice y que promueva el bienestar económico de sus ciudadanos le permitirá ofrecer nueva esperanza a ciudadanos que la necesitan, y justo en el plano que estaban demandando, el de la construcción de un futuro sólido.

El centro de la política europea continúa residiendo en la percepción del tiempo: en la clase de futuro que se espera

También cabe la posibilidad de que no se caiga en la cuenta del momento político, o que se crea que se puede seguir actuando con las viejas fórmulas económicas que han provocado que Rusia tenga recursos para hacer la guerra, que China se haya convertido en una gran potencia y que los ciudadanos europeos se hayan empobrecido. No funcionará, y menos a medio plazo. Ayer mismo, Ipsos Francia hacía pública una encuesta electoral en la que la principal preocupación de los franceses y el primer elemento que tomarán en cuenta a la hora de decidir su voto es el poder adquisitivo. Y eso en un momento en el que el 76% de los galos asegura estar preocupado o muy preocupado por la posibilidad de un conflicto nuclear.

Por más que ahora parezca poco importante, el centro de la política europea continúa residiendo en la percepción del tiempo, en la clase de futuro que se espera y el que se consigue. Este es el momento idóneo para ganar el porvenir europeo, para no cerrarse en las críticas a las formaciones extrasistémicas, y para optar por decisiones cohesionadoras de verdad. En caso contrario, es probable que las poblaciones que lo pasen mal por la guerra económica vuelvan a sentirse defraudadas, y regresen a la certidumbre del territorio como opción, porque es lo que les queda como refugio. En ese escenario, Trump, o uno de los suyos, volverá a la Casa Blanca, y las derechas populistas tendrán la puerta abierta en Europa. Así ha ocurrido hasta ahora: la decepción que causó Obama dio lugar a Trump, y las promesas de Biden, si no se concretan, a saber dónde llevarán.

La invasión de Ucrania es un punto de inflexión que nos conduce a un tiempo diferente. Macron lo ha denominado un cambio de época, y lo será en numerosos aspectos, y no solo en los geopolíticos. Las transformaciones en la política interior parecen sustanciales, ya que las derechas populistas y las extremas derechas, en auge, se verán frenadas en seco por su cercanía con Putin, por el rechazo de la población a esas opciones, y por un cierre sistémico que puede favorecer pactos de Estado entre partidos alejados de las tentaciones populistas. La guerra de Ucrania empuja en esa dirección, pero la pregunta es si se trata de un paréntesis o de una tendencia que se irá asentando en los próximos años. Y para responder a esa cuestión es muy pertinente conocer cuál era la mentalidad dominante en los últimos tiempos, y qué era lo que decidía, en última instancia, las adscripciones políticas.

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