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Rencor y puñaladas: la generación que iba a salvar España quiere ajustar cuentas
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Rencor y puñaladas: la generación que iba a salvar España quiere ajustar cuentas

Varios grupos de jóvenes urbanos, formados y conectados con las tendencias foráneas, decían tener la receta para cambiar nuestro país. No fue así, y ahora han emitido las facturas pendientes

Foto: Una exposición sobre el 15-M en Valencia. (EFE/Ana Escobar)
Una exposición sobre el 15-M en Valencia. (EFE/Ana Escobar)

La década pasada fue un momento de efervescencia para generaciones españolas jóvenes, urbanas y formadas: percibían que su tiempo había llegado. La exitosa irrupción de Podemos tras el 15-M fijó la creencia de que la renovación era inevitable y de que nuevos actores debían pasar a primer plano. En la política fue evidente: llegó Rivera, Sánchez fue elegido en el PSOE y Casado se abrió paso en el PP. Incluso llegó el relevo en la monarquía y el emérito abdicó en favor de Felipe VI.

Era una época agitada, en la que convivieron la urgencia y la oportunidad: la crisis, el descontento, el pulso independentista catalán, y tantas otras cosas, llevaron a la convicción de que hacían falta nuevas ideas y una amplia regeneración, y que debía estar encabezada por jóvenes que, gracias a su formación y a su visión, habían tomado mejor el pulso a los tiempos. Esa sensación penetró en la política y en los expertos de los que se rodeaba, en las consultoras, en las agencias publicitarias, en las firmas que invertían en 'startups' y en tantos otros ámbitos, incluido el periodismo.

Sabían cuál era el camino para transformar España y qué reformas necesitaba nuestro país para ponerse a la altura de los tiempos

En un nuevo escenario, esas generaciones formadas, urbanas y conectadas intuyeron la oportunidad de tomar el centro de la escena: ellas eran las que podían dar respuesta a la encrucijada de la época. La convicción en el seno de Podemos era clarísima a ese respecto, pero también en el lado liberal, donde un puñado de "aspirantes a ocupar lugares relevantes en el debate público, a impulsar sus ideas y a ganarse la vida con ello" vio claro que podían aportar la base necesaria para el cambio, como bien documentó González Férriz en su sensato y razonable repaso a la época, 'La ruptura'. Sabían cuál era el camino para transformar España y qué reformas necesitaba nuestro país para situarse a la altura de los tiempos.

El ajuste de cuentas

Una década después, sus esperanzas se han desvanecido. La gran mayoría de ellos no llegó tan alto como esperaba, pero tampoco les ha ido mal en su carrera profesional. Sin embargo, incluso en los casos de éxito (Iglesias fue vicepresidente del Gobierno), el tiempo no ha estado de su lado. Las ideas que aportaron como solución han caducado y la efervescencia ha dejado paso a la decepción.

No puede esconderse que el cobro de facturas personales pendientes contiene una suerte de justificación de su fracaso

Es llamativo, en este sentido, que hayan aparecido en los últimos años varios libros (de memorias, por así decir) de aquellos que quisieron impulsar el cambio. Además del texto de González Férriz, y lejos de su ecuanimidad, David Jiménez publicó 'El director', Íñigo Errejón aportó su visión sobre estos años en 'Con todo', Pablo Iglesias contraatacó con 'Verdades a la cara' y María Ramírez ha puesto en el mercado 'El periódico'. Son ensayos que reflexionan sobre la profesión que eligieron y que dan cuenta de sus experiencias, pero que también contienen mucho de ajuste de cuentas. No puede esconderse que el cobro de facturas personales pendientes incluye una suerte de justificación, como si lo que proponían fuese lo correcto, y solo factores ligados a las luchas personales o de egos, o la resistencia al cambio de una sociedad poco preparada, hubieran impedido su triunfo. Lo más probable, sin embargo, es que las ideas que promovían no fueran ni las adecuadas ni las necesarias.

Las nuevas ideas consistieron en imitar lo que hacían los medios anglosajones y en revestir el producto con un manto de modernidad digital

Tampoco eran originales, porque todas ellas consistían en traer a España las ortodoxias que reinaban en otros lugares. La gran apuesta de Iglesias fue trasladar a nuestro país las lógicas populistas que había aprendido de la experiencia latinoamericana, que pronto convirtió en un enfrentamiento con el régimen del 78, y que después giró hacia el puro tacticismo. Errejón hizo lo mismo, pero como necesitaba un espacio, copió las fórmulas de los verdes europeos para ocupar un lugar propio.

Sin embargo, hubo algo novedoso en sus propuestas, que era además compartido por las distintas generaciones que querían cambiar España: una enorme confianza en lo digital. Podemos nació gracias a un gran impulso en redes y a la conexión directa de estas con los medios de masas. Ahí residió su mayor innovación política, y no parece que haya sido para bien. No deja de ser curioso que, en ese juego digital, las fuerzas de la nueva derecha, empezando por las del Brexit y Trump, hayan sido bastante más hábiles.

La innovación es repetir ideas de otros

En el periodismo, las nuevas ideas consistieron en imitar lo que hacían los medios anglosajones más conocidos, una operación que revistieron con un manto de modernidad tecnológica. Eran jóvenes, traían a España las novedades de otros países y eran digitales. De ahí provenían su sensación de superioridad y su confianza en que iban a transformar radicalmente la profesión. Los cambios consistieron finamente en una renovación estética que puso el acento en el diseño, en los formatos y en las nuevas posibilidades técnicas.

Se olvidaron, sin embargo, de elementos básicos, como potenciar la independencia de los medios, que es lo que permite publicar noticias más relevantes, o de construir espacios de circulación de información y de generación de ingresos que no fueran dependientes de Google y Facebook. Si la corriente de fondo no era favorable a los medios de comunicación, ahora lo es todavía menos, con los gigantes digitales acaparando buena parte de los ingresos del sector, y con empresas periodísticas endeudadas y con lazos más estrechos con los poderes locales, dada su debilidad financiera. La gran transformación que nos iban a aportar, más allá de los fracasos personales, tampoco trajo fórmulas que facilitaran un periodismo más libre.

Son las ideas que defendían las que contribuyeron en gran medida a que las debilidades europeas hayan estallado

En el ámbito político liberal, que estaba muy ligado a quienes aspiraban a transformar el periodismo, la cuota de innovación fue la misma. Sus expertos se nutrían de las tendencias dominantes en el ámbito anglosajón, y como el problema de España era su atraso, bastaba con reproducir aquí lo que veían allí para que todo funcionase. Recordemos su marco: la globalización liberal era lo más lejos que se podía llegar en la historia, Merkel era estupenda y Alemania y Dinamarca el ejemplo a seguir, la capacidad de la UE de establecer normas y valores en un ámbito global constituía su gran baza, el gran desarrollo del comercio internacional suponía un enorme avance en eficiencia y había que frenar la resistencia de los poderes locales a abrir más los mercados. Existía un problema en la gestión nacional, provocada por una política cada vez más populista, que no era lo suficientemente austera, que no estaba volcada en mejorar la competitividad del país, que no estaba acostumbrada a utilizar indicadores para controlar la eficacia de sus políticas públicas y que no era lo suficientemente abierta ni lo suficientemente global. Y que además se enfrascaba en luchas territoriales internas.

Muchos de quienes aseguraban estas cosas son los mismos que, tras la guerra de Ucrania, se ensañan con Alemania por su dependencia del gas ruso, por no haber aportado más a la defensa europea, por haber vivido en un limbo geoestratégico que ha facilitado las cosas a Putin. Pero son las ideas que defendían las que contribuyeron en enorme medida a que esas debilidades estén presentes. Ahora tienen que dar marcha atrás y lo hacen, obviamente, porque sus entornos de referencia, los anglosajones, están tejiendo una nueva ortodoxia, que ellos repiten, como de costumbre.

Nuevos consensos

Lo peor de estas generaciones no ha sido su pobreza analítica, ni que hayan apostado por unas ideas que no funcionaron, ni que se hayan equivocado en las soluciones (algo que, por otra parte, es muy habitual en el ser humano). Lo peor es la sensación de superioridad que, incluso ahora, continúan desprendiendo. En lugar de asumir los errores y rectificar en aquello que sea necesario, siguen percibiéndose como la avanzadilla de un mundo por venir.

Este es un momento crucial en muchos sentidos, en el que hacen falta ideas y enfoques diferentes, así como nuevos consensos. Algo más de humildad resultaría conveniente, en lugar de seguir en la linde y mirando por encima del hombro a los demás. Es algo que suele ocurrir: las nuevas generaciones, cuando se les pasa su tiempo, se convierten en una resistencia al cambio más que en un motor de futuro.

La década pasada fue un momento de efervescencia para generaciones españolas jóvenes, urbanas y formadas: percibían que su tiempo había llegado. La exitosa irrupción de Podemos tras el 15-M fijó la creencia de que la renovación era inevitable y de que nuevos actores debían pasar a primer plano. En la política fue evidente: llegó Rivera, Sánchez fue elegido en el PSOE y Casado se abrió paso en el PP. Incluso llegó el relevo en la monarquía y el emérito abdicó en favor de Felipe VI.

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