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El dinero y el poder de la cultura: quién se está quedando con ellos
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'TRINCHERA CULTURAL'

El dinero y el poder de la cultura: quién se está quedando con ellos

La transformación que está sufriendo el sector cultural es enorme. Bajo la apariencia de una gran vitalidad, aparecen señales muy preocupantes que afectan al reparto de recursos y la influencia en la sociedad

Foto: El Primavera Sound, otro ejemplo de la economía del contenedor. (EFE/Alejandro García)
El Primavera Sound, otro ejemplo de la economía del contenedor. (EFE/Alejandro García)

La transformación que está sufriendo el sector cultural es enorme. Hay factores relacionados con la tecnología, con el cambio de hábitos de ocio y con la aparición de nuevas posibilidades de distribución de contenidos, así como con el giro del sector hacia la venta de experiencias. Sin embargo, este conjunto de cambios, de los que habitualmente se subraya su potencial, cuenta con una vertiente poco esperanzadora. La cultura, más allá de su función como espectáculo, y por tanto como fuente de generación de ingresos, aporta influencia social, poder transformador, ideas nuevas, expresiones diferentes. En este segundo aspecto, su recorrido se ha acortado, es bastante más limitado de lo que parece y tiene consecuencias empobrecedoras.

1. Lo rebelde es reaccionario

El cambio más significativo en el discurso cultural es que el 'mainstream' se ha vuelto 'underground'. Había un proceso usual en el que expresiones artísticas, más complejas o novedosas, crecían lejos del radar del público de masas. A menudo no eran más que una evolución de las formas antiguas, pero tenían una personalidad, o un grado de diferencia o un caudal de innovación, que las convertía en especiales. Si tenían suerte, esas formas se iban abriendo paso, terminaban siendo aceptadas y algunos de sus creadores devenían artistas populares para el gran público. Esa lenta conversión del 'underground' en 'mainstream' funcionó durante una época como elemento de renovación de las expresiones culturales.

Parte de la oferta de renovación propuesta por el 'underground' se transparentaba en una estética que mostraba otros valores, otras ideas y, habitualmente, una actitud de desafío a lo establecido. Pero todo el mundo aprende, y el 'mainstream' ha acogido esas formas teóricamente rupturistas y las utiliza como elemento de venta de sus productos más estándar. Incluso es capaz de generar debates, ruido y discusiones que agitan la sociedad, acogiendo como propio lo que antes era típico de lo alternativo.

Silicon Valley ha marcado la pauta de la utilización de la actitud contestataria como instrumento conservador

Está ocurriendo en casi todas las expresiones de la cultura popular, pero en la música es muy evidente, ya que los productos más populares disfrazan estilos estándar con la sonoridad de la época y les añaden una estética atrevida y desafiante. No es más que la traslación a la cultura de una tendencia dominante en otros campos: casi todos los elementos 'mainstream' son revestidos de cambio, y a veces de vanguardia, como instrumento para focalizar la atención. No se trata de que la rebeldía venda, por señalar una vieja tesis, sino de que lo más conservador se ha quedado para sí la actitud contestataria.

Un ejemplo muy evidente ha sido el de los innovadores contraculturales de Silicon Valley, que fueron los grandes precursores de esta marcha atrás: dejaron de llevar trajes, prometieron transformaciones enormes y adelantos inmensos, y decían encarnar el progreso más absoluto. Pero el resultado no ha sido otro que el de construir monopolios, el juego más antiguo y reaccionario del capitalismo.

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Se convirtieron en nuestros dueños culturales, y no es una expresión hiperbólica, sino un hecho. El viraje que han dado la mayoría de las expresiones de la cultura popular hacia la economía de plataforma ha concentrado los recursos de una manera apabullante, con consecuencias obvias para unos creadores que se han convertido en 'lumpencreadores'. Y la conversión de las redes en el nuevo centro de influencia del debate público dista mucho de haber sido beneficiosa socialmente.

2. La repetición de lo que ha triunfado

La llegada de las tecnológicas a la cultura ha supuesto alguna ventaja y muchos inconvenientes, en especial en lo que se refiere al reparto de los ingresos. La transformación del mercado supuso que las empresas de la economía de plataforma tomaron la posición dominante, y el resto de empresas, las existentes hasta entonces, tendieron a concentrarse para contar con algún poder de negociación. En 'Netflix y el lumpenartista' señalaba los efectos perniciosos de esta dinámica. Y en cuanto a las dificultades económicas que ha causado a artistas y técnicos del sector, 'La muerte del artista', el libro de William Deresiewicz contiene un retrato perfecto.

Que las causas sean conocidas no quiere decir que sus efectos sean evitados. Más al contrario, ese proceso de concentración se está acentuando. Un reciente ejemplo lo encontramos en la reciente ley del audiovisual, que ha sido criticada por las productoras españolas de pequeño y mediano tamaño, ya que, como consecuencia de la tendencia hacia el duopolio y de la entrada de las plataformas, muchas de ellas se van a convertir en simples subcontratas de las grandes. Y ya sabemos que la externalización tiene como principal efecto rebajar los costes, de manera que muchos de los que operan en el sector terminarán cobrando menos.

En el audiovisual, plataformas como Netflix o HBO, que irrumpieron ofreciendo libertad creativa, se han convertido en lo contrario

Como es obvio, esta vía de doble dirección ejerce una influencia enorme sobre el tipo de contenidos que llegan al mercado. La independencia, y por tanto la posibilidad de contar cosas distintas, existe si hay acceso a recursos que permiten poner en marcha proyectos que acojan esa innovación, esa diferencia o esa crítica de la que los productos estándar carecen. Si no se consiguen ingresos que permitan la subsistencia, la creación se empobrece y, al hacerlo, deja de convertirse en núcleo de influencia futura.

Ocurre por dos vías: dado que se debe encontrar financiación para los proyectos, se tiende a presentar aquellos que, por un motivo u otro, se espera que encuentren receptividad en quienes los aprueban. Y hoy eso suele consistir en repeticiones de fórmulas que han funcionado. En el caso de la producción audiovisual, la llegada de las plataformas como Netflix o HBO, que irrumpieron ofreciendo libertad creativa, se ha convertido en su contrario: el nivel de estandarización de los productos, desde lo técnico hasta lo estético, es enorme. Pronto veremos las mismas series que antes producían los canales en abierto, pero ahora pagando.

En segundo lugar, la escasez de recursos impide la evolución de los artistas que se autofinancian: cuando se tienen que trabajar muchas horas para ganarse la vida, la capacidad mental de crear desciende, y lo hace también el nivel de pulido y mejora de la creación. Hay poco tiempo, hay pocas fuerzas y se hace lo que se puede, no lo que se quiere. Es fácil de entender si se utiliza un ejemplo de otros sectores: Mbappé no sería una gran estrella del fútbol si tuviera que trabajar de camarero por las noches.

3. Lo que se desconoce

Hay un factor importante, que suele ser menos tenido en cuenta, en la declinante capacidad de generar interés de las creaciones culturales alternativas. Los contenidos a los que tenemos acceso son cada vez más 'mainstream' porque la esfera de distribución restringe el acceso. La contracultura implica recepción, bien porque haya mecanismos de conexión con un público mayor, bien porque posee su propia red de difusión. Y la recepción es importante, en la medida en que es la condición de posibilidad de generar actividad e ingresos, pero también porque permite conocer la existencia de algo distinto.

La economía de contenedor ha generado una bifurcación sustancial. Disponibilidad no implica visibilidad, todo lo contrario. Lo curioso, en una época en la que tantas creaciones están al alcance de la mano, es la separación radical entre poquísimos productos muy visibles y una gran mayoría que prácticamente quedan sepultados. La desigualdad cultural, por llamarla así, se ha hecho muchísimo más grande desde que el entorno digital se hizo cargo de lo que podemos o no conocer.

Cuando hay tantísimas opciones disponibles, entre libros, series, discos y películas, casi nadie presta atención a aquello que no conoce

Se puede tener un álbum colgado en Spotify o en Bandcamp, pero solo lo escuchará quien previamente lo conoce. Hay miles y miles de bandas, del presente y del pasado, pero la diferencia en el número de escuchas entre las más famosos y el resto es brutal. Y es lógico: cuando hay tantas opciones, casi nadie repara en aquello que no conoce en absoluto. Ocurre también con las películas disponibles en las plataformas o en los libros escondidos en las librerías o en las profundidades de Amazon. Seguro que alguien accederá a ellos, pero su cantidad de público será mínima. La plataforma hace negocio igual con los productos masivos o con los minoritarios, ya que funciona con las lógicas de la economía del contenedor, pero los creadores no.

Esa separación no se produce porque las creaciones culturales invisibles sean cualitativamente buenas o malas, o porque carezcan de posibilidades comerciales, o porque no sean innovadoras o porque lo sean en exceso. Se trata simplemente de que no han podido entrar en el circuito 'mainstream', que es más limitado que nunca, o porque los algoritmos de recomendación no los vuelven visibles. Pero también es un efecto lógico: las dinámicas digitales están organizadas para concentrar la atención en pocos productos (y da igual que sean canciones, libros, películas, series, incluso artículos periodísticos o discusiones en redes), y esa es una función que los algoritmos ejecutan con precisión.

4. Siempre hablamos de lo mismo

En un escenario de dualización, es indispensable que exista un camino para volver visibles creaciones diferentes y para establecer conversaciones que nos descubran aquello que no conocemos o que permitan que reparemos en productos a los que tenemos acceso, pero que pasamos fácilmente por alto. Sin esta esfera comunicativa alternativa, las ideas distintas, la crítica y la innovación se vuelven irrelevantes.

Y esa esfera no existe. Ha quedado reducida, por una parte, a conversaciones en pequeños nichos que no trascienden su ámbito marginal. En parte porque la conversación ha quedado reducida a aficionados que comentan lo mucho o poco que les gusta tal o cual creación, que se han olvidado del potencial transformador de la cultura. Pero también es cierto que, incluso aunque quisieran jugar esa baza, lo tendrían difícil, porque en un momento en el que las discusiones están mediadas por lo digital, la lógica del algoritmo es claramente dominante, también en las conversaciones públicas.

Lo digital está construido desde una lógica que promueve, por la acción de los algoritmos, aquello que ya es muy conocido

Los últimos debates, que se iniciaron en las redes y después las trascendieron, han estado ligadas a los productos de masas, ya sean Eurovisión, Rosalía, Tangana, el Benidorm Fest o cualquier polémica de alguna estrella internacional. Las redes están construidas desde una lógica que promueve, por la acción de los algoritmos, aquello que ya es conocido. Potencia aquello que, por su volumen inicial de reacciones, promete convertirse en tendencia, de manera que todo el mundo acaba viendo lo mismo, y por lo tanto, hablando de lo mismo. Y a veces por mera estupidez esnob. Lo más habitual es que los productos que logran trascender el nivel marginal lo consigan, no a causa de lo innovación o de la calidad de las creaciones, sino por su capacidad de generar polémica. Ocurre con mucha mayor frecuencia al contrario, eso sí: primero se es popular en redes y luego se publica un libro, por ejemplo: el 'mainstream' hace caso al algoritmo.

5. Por qué no hay cultura alternativa

Todo esto tiene que ver con un gran cambio en la estructura de la industria cultural. Cada vez es más barato poner en el mercado (gracias también a la autoedición) canciones, libros o películas. Lo decisivo ahora es el enorme embudo en la comunicación y distribución de esas creaciones. Y al mismo tiempo que la mediación digital concentra las vías de acceso, se ha renunciado a construir espacios de difusión y de distribución lo suficientemente sólidos como para impulsar una esfera alternativa. Existen, pero sobreviven, y lo hacen sin apenas posibilidad de crecimiento. Hubo un tiempo en que las revistas culturales, típicamente de nicho, generaban influencia sobre los medios, de manera que creaciones diferentes acababan siendo conocidas por los medios de masas, y se abría una vía de acceso a públicos mayores. Existió una época en la que la música alternativa tenía sus propios canales (emisores, revistas, incluso sus propias listas de venta), que permitían operar incluso cuando los medios de masas no se hacían eco de esas creaciones, porque su circuito funcionaba por sí mismo. Poco de eso existe ahora, de modo que, al comprimirse el acceso por una vía, decaer las antiguas y no construir nuevas, se carece de la posibilidad de comunicar lo existente, y por tanto de generar ingresos. Hoy es bastante fácil crear y poner un producto en circulación, pero siempre que no te vean. En estas condiciones, solo pueden hacer cultura, y más aún cultura diferente, los ricos y los lumpenartistas.

De manera que, si alguien quiere saber por qué no hay vanguardia, o por qué la mayoría de los productos culturales son tan similares, o por qué las retribuciones de los creadores son cada vez más débiles, haría bien en poner el acento en cuestiones estructurales: el 'mainstream' ha fusionado lo estándar con las formas provocadoras de lo alternativo, y las ha promovido como elemento de éxito; al mismo tiempo que ha comprimido los caminos de visibilidad y ha reducido la posibilidad de que lo diferente y de lo innovador sean conocidos; y ha impulsado las conversaciones públicas sobre los aspectos provocadores de los productos más populares, identificando éxito, calidad y progreso. El efecto de fondo es la concentración de los recursos económicos y, por tanto, las retribuciones menguantes en la mayoría del sector cultural.

En definitiva, si se quiere que haya diferencia, innovación, crítica o vanguardia, habrá que comenzar por la economía política. Es decir, por entender las condiciones de producción y distribución, y a quiénes benefician y a quiénes perjudican, y cómo se pueden alterar, modificar o subvertir esas estructuras. Eso pasa, también, por ser conscientes de que la diferencia, la crítica y la vanguardia requieren de ideas, visiones y propuestas que trasciendan los ámbitos reducidos y generen debate social, de modo que esas propuestas comiencen a ser visibles.

La transformación que está sufriendo el sector cultural es enorme. Hay factores relacionados con la tecnología, con el cambio de hábitos de ocio y con la aparición de nuevas posibilidades de distribución de contenidos, así como con el giro del sector hacia la venta de experiencias. Sin embargo, este conjunto de cambios, de los que habitualmente se subraya su potencial, cuenta con una vertiente poco esperanzadora. La cultura, más allá de su función como espectáculo, y por tanto como fuente de generación de ingresos, aporta influencia social, poder transformador, ideas nuevas, expresiones diferentes. En este segundo aspecto, su recorrido se ha acortado, es bastante más limitado de lo que parece y tiene consecuencias empobrecedoras.

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