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Es lo que eres, no lo que tienes: por qué votamos lo que votamos
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Es lo que eres, no lo que tienes: por qué votamos lo que votamos

La relación entre el trabajo que se realiza y las opciones políticas que se eligen es, en nuestra época, de una naturaleza distinta. Mucho más que la tarea que se realiza, lo que nos define es la percepción del futuro

Foto: Foto: iStock.
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Un ejemplo que muestra la diferencia entre lo que eres y lo que tienes es el caso manido del camarero que busca abrirse camino como actor. Su trabajo es el de servir copas, su salario no suele ser elevado, pero tampoco importa en exceso, porque la mirada está fija en lo que quiere conseguir. Está en una posición provisional, mientras le llega la oportunidad de demostrar lo que vale: el futuro será el momento en el que se convertirá en quien realmente es. Esa situación frecuente en el entorno cultural se extiende ya mucho más allá de ese sector. Muchas personas se emplean en trabajos ocasionales mientras esperan sacar partido a su titulación, a los estudios que cursaron. Se ganan la vida como pueden mientras llega el verdadero porvenir.

Esta idea de futuro está muy presente en el trabajo contemporáneo. Es habitual encontrar profesionales que cobran salarios escasos, pero que están empleados en sectores con los que se identifican vocacionalmente, o en firmas prestigiosas en su segmento, y esa simple posición les hace pensar que son unos privilegiados. Al fin y al cabo, por precario que sea el empleo, hay muchos otros que aspiran a él.

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Y hay algo que lo hace más soportable, la sensación de provisionalidad: la esperanza en que el sacrificio generará réditos en el futuro está muy presente. Se confía en una trayectoria ascendente, que permitirá ir avanzando tanto en el rango salarial como en el estatus profesional.

En algunos sectores de élite, como la consultoría o los despachos de abogados, los jóvenes pueden sufrir jornadas laborales kilométricas con salarios que no están a la altura del esfuerzo, pero la promesa de subir en un espacio de élite es mucho más poderosa que las condiciones concretas. Muchos de ellos, además, provienen de familias de clase alta o media alta, con lo que la seguridad de que acabarán triunfando se refuerza: es lo que han aprendido, tienen tiempo y dinero para resistir, es sólo cuestión de aguantar y de esforzarse. Esa seguridad en el futuro construye su vida.

1. La esperanza construye el día a día

Las cosas, sin embargo, no siempre salen como se espera. Un estudio británico sobre el mundo actoral ofrecía una buena lección. Uno de los participantes explicaba que mientras amigos suyos, que también tenían talento, servían copas en los bares, él podía emplear su tiempo en seguir formándose, en forjar contactos y en asistir a fiestas que ampliaban su red, ya que poseía rentas familiares. Su origen social, además, le abría las puertas a muchos actos. Tenía dinero y el dinero le concedía tiempo, con lo que su dedicación terminaba por dar sus frutos: por eso los actores (británicos, que es donde se llevó a cabo el estudio) suelen ser de clase alta y media alta.

Las clases que creen en el futuro son el apoyo esencial de nuestro sistema político

Es un ejemplo más de cómo el sector cultural ha anticipado los cambios que después se han ido introduciendo en la sociedad. Sí, las trayectorias profesionales exitosas suelen pertenecer a personas que ya tenían recursos, lo que les concede un punto de partida que les permite llegar más lejos después. Las personas cuyas casillas de salida son menos afortunadas, acaban con mayor frecuencia en el apartado de las expectativas frustradas. Como en el caso de los actores, el deseo profesional no siempre se concreta de la manera esperada, ni siquiera a menudo. Pero eso será después; de momento la esperanza construye el día a día.

Esto es interesante no solo en lo laboral, sino también en lo político, porque las clases que creen en el futuro son el apoyo esencial de nuestro sistema. Incluso en momentos como este, en el que las promesas no se cumplen y las contradicciones aparecen.

2. La línea del tiempo

Por qué votamos lo que votamos es una pregunta con muchas respuestas. Por convicción ideológica, por tradición, cada vez más por rechazo a las opciones que nos disgustan que por comunión con las que nos gustan, por interés, por odio, porque la mañana de las elecciones nos levantamos con un pie y no con otro.

Identificar el futuro como negativo y percibir el presente como producto de la decadencia dirige el voto hacia opciones rupturistas

Sin embargo, hay un elemento que parece estar imponiéndose. Los procesos electorales occidentales poseen un anclaje relevante en la línea del tiempo: parece claro que identificar el futuro como negativo y pensar en el pasado como una época mejor dirige el voto hacia unas opciones, y la visión positiva hacia otras muy diferentes. En España este eje opera, quizá no tanto como en Francia o en EEUU, pero tiene su importancia. Sobre todo, porque lo importante no es la posición subjetiva: no se trata únicamente de que las trayectorias personales sean mejores o peores, sino y sobre todo, de los contextos en los que se vive. Quienes residen en territorios que vivieron tiempos mejores, o son profesionales en sectores con poco trabajo o en decadencia, se ven arrastrados por una visión general negativa del futuro que tiene consecuencias políticas.

La visión sobre el porvenir tiene un punto central, que es el de los recursos, el del recorrido profesional. Hay partes de la población que esperan cambios en otro terreno, y que recurren a la política para ello, pero lo dominante, en un contexto de incertidumbre, suele ser la proyección que se establece en términos laborales y de carrera profesional. Entre otras cosas, porque ese plano marca en primer lugar la clase de futuro que tendremos.

3. Que todo vaya bien

Desde esta perspectiva, existen capas sociales que tienen una visión positiva sobre lo que nos espera, y es lógico: si eres joven, estudias una carrera técnica y eres de clase media alta, el porvenir se aparece como un momento de autorrealización. Las clases altas y medias altas, que pueden ser pesimistas en ocasiones, lo son respecto de la política, no del futuro. Son las que más animan a las reformas, porque creen que les garantizarán la conservación de su nivel de vida, pero simplemente las entienden necesarias para alcanzar un porvenir mejor.

Son sectores poco dados a opciones arriesgadas: necesitan continuidad, que haya trabajo, que puedan seguir ganándose la vida

Sin embargo, hay capas sociales con menos ingresos que también tienen una concepción temporal positiva. Es el caso de muchos de los inmigrantes que vinieron a España a ganarse la vida y que han conseguido un trabajo regular, incluso si el salario no es gran cosa, por ejemplo en sectores como la hostelería. Vinieron de un lugar en malas circunstancias, en España consiguen recursos para vivir, y en ocasiones para ayudar a la familia que permanece en su país de origen. Sus planes de futuro a veces pasan por regresar a su tierra, en otras ocasiones por permanecer en España, pero lo cierto es que la sensación de mejora está presente. Son sectores poco dados a opciones rupturistas, porque ante todo necesitan continuidad: quieren que las cosas vayan bien, que haya trabajo, que puedan seguir ganándose la vida.

A los pensionistas, que son un grupo social importante en España, les ocurre lo mismo por el lado contrario. Lo que el jubilado suele demandar es ausencia de inestabilidad: quiere estar seguro de que seguirá cobrando la pensión, de que se revalorizará convenientemente, de que no habrá grandes sobresaltos que le afecten en una época de su vida en la que ya no puede defenderse con la misma energía. Es poco dado a los grandes cambios políticos, en especial si entiende que pueden ser arriesgados, aun cuando ideológicamente pudiera coincidir con ellos. En Francia votaron por Macron, en España lo hacen por PP o PSOE, los partidos sistémicos. Y cuanto menos sistémicos aparezcan, menos les interesan.

4. Cómo se ignora el futuro

Las clases medias altas y las altas, los sectores titulados con aspiraciones profesionales y de estatus, los jubilados, los funcionarios de carrera y las clases populares contentas con lo que tienen porque venían de un lugar peor, son las bases sociales sobre las que se afirma este sistema. Todas ellas demandan la continuidad necesaria para que sus planes de futuro sigan vivos, ya que confían plenamente en que se realizarán.

Esa mirada sobre el porvenir fue la que ofreció a Europa años de bipartidismo, de partidos de masas de centroderecha o centroizquierda. Una vez que las promesas insertas en la vida cotidiana empiezan a diluirse, las brechas antisistema se abren. Ocurre en las regiones en declive, donde no se percibe un porvenir satisfactorio, o en las profesiones y en los oficios que ven sus posibilidades reducidas, por lo que no es raro que los pequeños empresarios o los autónomos, como por ejemplo en el transporte y en el campo, se hayan convertido en focos de resistencia.

Una vez que la promesa se rompe y desaparece el porvenir esperado, lo que queda en las manos es la realidad desnuda de lo que se tiene

Es lógico. La bifurcación a que nos hemos visto sometidos en las últimas décadas no significa que las promesas sistémicas no se cumplan, sino que sólo se llevan a efecto en aquellas clases y en aquellas regiones que han concentrado las oportunidades. Y esto es una línea roja. En la medida en que esa promesa de mejora común se rompe, todo lo demás tiende a diluirse: la desconfianza en las instituciones crece, la política se tiende a ver como una suerte de engaño, la sociedad se desorganiza en partes enfrentadas y el ser humano se vuelve individualista como táctica obligada de supervivencia.

Por decirlo de manera más contundente, el futuro era esencial para mantener la legitimidad del sistema: una vez que la promesa se rompe y desaparece el porvenir esperado, lo que queda en las manos es la realidad desnuda de lo que se tiene. Y, hoy, eso no suele ser satisfactorio para una mayoría de ciudadanos.

No es un problema que carezca de solución. Más bien al contrario, y es relativamente sencilla. Basta con construir un proyecto de futuro que haga posible que estas promesas de estabilidad tiendan a realizarse en lugar de a denegarse. Hasta ahora no ha sido así, porque se ha insistido en soluciones (fórmate más y mejor, sé más proactivo), que funcionan limitadamente en un entorno de puestos escasos, y en fórmulas económicas dirigidas a recortar los gastos en lugar de aumentar los ingresos, a adelgazar en lugar de a construir. Es la hora de abandonar esa mentalidad, y de pensar, ahora sí, en un futuro mejor. Porque la futurofobia, como la denomina Héctor G. Barnés, no es una característica personal o de un grupo generacional, sino una constante de nuestro sistema, que se ha limitado durante mucho tiempo a dar patadas al bote en lugar de detenerse, abordar los problemas y construir ese futuro en el que, en realidad, nunca ha querido pensar. Solo tenerlo ahí como espejismo.

Un ejemplo que muestra la diferencia entre lo que eres y lo que tienes es el caso manido del camarero que busca abrirse camino como actor. Su trabajo es el de servir copas, su salario no suele ser elevado, pero tampoco importa en exceso, porque la mirada está fija en lo que quiere conseguir. Está en una posición provisional, mientras le llega la oportunidad de demostrar lo que vale: el futuro será el momento en el que se convertirá en quien realmente es. Esa situación frecuente en el entorno cultural se extiende ya mucho más allá de ese sector. Muchas personas se emplean en trabajos ocasionales mientras esperan sacar partido a su titulación, a los estudios que cursaron. Se ganan la vida como pueden mientras llega el verdadero porvenir.

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