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Sánchez se exhibe en Davos como líder de la socialdemocracia occidental
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Sánchez se exhibe en Davos como líder de la socialdemocracia occidental

La intervención del presidente español en el Foro Económico Mundial trajo algunas sorpresas: en lugar de la habitual operación de relaciones públicas, ofreció todo un programa ideológico

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Davos. (EFE/Gian Ehrenzeller)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Davos. (EFE/Gian Ehrenzeller)
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Sánchez dice siempre algo interesante en Davos. En esta ocasión, la quinta a la que asiste, fue más atrevido que nunca, y dejó claro cuál es el papel internacional que desea jugar y cuál es el enfoque económico y social que quiere para España.

La evolución de los discursos del presidente en el Foro Económico Mundial ha sido sustancial. En 2020 acudió con una legislatura por delante, y dejó claro los criterios que la iban a guiar: compromiso con los valores europeos y con la globalización, y una apuesta por “el crecimiento económico, la transformación digital, la transición ecológica, la igualdad real entre hombres y mujeres y la justicia social”. Aquella intervención se produjo un mes antes de que la pandemia estallase.

Ayer, con otra legislatura por delante, era esperable que se ratificase en esos propósitos y que definiera España como un país dispuesto al cambio tecnológico y verde. O así se desprendía de las reuniones que tuvo por la mañana con CEO de empresas tecnológicas, como Google, especialistas en energías renovables, caso de Siemens Gamesa, o con la farmacéutica Sanofi, además del encuentro con Bill Gates: la Moncloa fue desgranando cómo la colaboración público-privada, la transformación digital, la ciberseguridad, la innovación y la transición ecológica como palanca de la política industrial española se habían constituido en las prioridades de este Gobierno.

Una época diferente

Nada novedoso, pues. Lo esperable era que su intervención en el foro no fuese más que la típica acción de relaciones públicas para atraer capital. Sin embargo, había señales de que esta vez no era como las demás, ya que advirtió en una entrevista concedida ayer a Bloomberg de que el Gobierno se iba a involucrar más en empresas importantes de áreas como la ciberseguridad, la inteligencia artificial y la defensa, lo que explicaba su entrada en Telefónica. No estaba anunciando un deseo de un Estado fuerte, ni el avance hacia parámetros intervencionistas sino, en la línea de Biden y de otros progresistas occidentales, que el Estado iba a estar presente para impulsar sectores clave. Era una declaración que se habría comprendido mal en otro momento, pero esta es una época diferente.

Foto: Un participante pasa por delante del logo del Foro de Davos. (EFE/EPA/Gian Ehrenzeller) Opinión

Y así comenzó su intervención, en la que cambió la Agenda 2030 por la distopía 2030: describió una serie de riesgos actuales que podrían conducir el mundo, al final de esta década, a un escenario oscuro, y animó a evitarlos. Hizo hincapié, a esos efectos, en tres áreas.

El precio del orden global

La primera fue llamativa. Después de resaltar la importancia de “la supervivencia del orden internacional basado en reglas”, así como su compromiso con “el sueño globalista” y con “la apertura económica, la solidaridad internacional y el sistema multilateral”, advirtió de que ese sistema estaba siendo puesto en cuestión por quienes “promueven la intimidación o el uso de la fuerza para imponer sus intereses y su voluntad”.

"En Gaza están en juego la seguridad de las cadenas de suministro, el comercio, la prosperidad y la estabilidad de Oriente Medio"

Comenzó, en este sentido, subrayando la relevancia de la guerra de Ucrania, aludió a Siria, pero puso especial énfasis en Gaza. Insistió en la solución de los dos Estados y en el aspecto humanitario, pero subrayó sobre todo que lo que allí está en juego es “la seguridad de las cadenas mundiales de suministro, el comercio, la prosperidad y la estabilidad de todo Oriente Medio”. Tanto en Ucrania como en Gaza, Occidente “debe ser coherente y defender los mismos principios y valores donde y cuando se produzca una infracción”. Desde esta perspectiva se entiende mejor por qué España se negó a liderar la operación en el mar Rojo.

Silicon Valley y la gente común

El segundo eje también fue significativo, porque más allá de alabar las ventajas de la tecnología, puso mucho más énfasis en su lado oscuro. Subrayó la relevancia que tendrá la inteligencia artificial, pero también sus peligros: hay una mayoría de ciudadanos que piensa que la IA acabará con sus empleos, ampliará la brecha entre ricos y pobres y empeorará su nivel de vida. “Y debemos escuchar estos temores. Debemos prestar más atención a las preocupaciones de nuestros trabajadores, nuestros jóvenes y nuestros mayores, y menos atención a las promesas vacías de algunos gurús de Silicon Valley, que están más interesados en ganar adeptos o escalar en la lista de millonarios de Forbes que en el verdadero progreso de la humanidad”.

"Los que aprendimos a no creer en la mano invisible del mercado no podemos profesar ahora una fe ciega en la mano invisible de la IA"

En otras palabras, se debe prestar más atención a las preocupaciones de la gente que a las promesas exageradas de la gran tecnología. Es una intervención muy diferente de las anteriores, en las que el lado negro se ceñía a la desinformación. Ahora se trata de otra cosa y Sánchez fue diáfano: “Los que aprendimos a no creer en la mano invisible del mercado no podemos profesar ahora una fe ciega en la mano invisible de la inteligencia artificial”.

El castillo de naipes

El tercer gran eje estuvo dedicado a la erosión de las clases medias y de las trabajadoras y a lo que supone socialmente su declive. Son las clases que más han sufrido con las crisis de los últimos 15 años y ahora, afirmó Sánchez, “se angustian ante un futuro marcado por la incertidumbre mientras siguen perdiendo poder adquisitivo”. Abandonar a gente para la que “cada vez es más difícil ahorrar algo de dinero, comprar una casa o simplemente irse de vacaciones” no es un problema, sino “una traición a quienes construyeron este sistema... y a quienes les debemos todo: la democracia, la justicia social, la libertad”. Hace falta audacia, afirmó, “para definir un nuevo paradigma de prosperidad. Una nueva ortodoxia económica y social”. En este punto, puso España como modelo de país que ha creado prosperidad y beneficios económicos al tiempo que ha reforzado la protección social.

En este sentido, advirtió de manera directa al mundo del dinero allí reunido: “Ustedes, sus empresas, son un producto de la democracia. Un producto de un orden internacional basado en reglas, y de estados de bienestar que sostienen a las clases medias y trabajadoras, que garantizan la paz y aseguran niveles adecuados de capital humano y prosperidad. Sin estos pilares, sus modelos de negocio se derrumbarían como un castillo de naipes”.

"No nos traguemos los viejos postulados neoliberales que presentan el Estado como un ente puramente extractivo que no genera valor"

Finalizó solicitando ayuda (“les pido que se impliquen”) a los empresarios a la hora de “elevar el poder adquisitivo de los trabajadores, frenar la emergencia climática, reivindicar las normas internacionales, defender la democracia y luchar contra la involución que representa la ola reaccionaria”. Y para ello, ya no nos podemos “tragar los viejos postulados neoliberales que presentan el Estado como un ente puramente extractivo que no genera valor”.

La intervención de Sánchez, pues, fue a contrapelo de lo que este foro suele ofrecer. En lugar de poner el acento en aspectos positivos para captar capital, señaló los riesgos y las incertidumbres, y apeló a los empresarios para trabajar juntos para evitarlos. Este es un momento de transformación social y política en Occidente y hacen falta otros modelos. Los que propuso Sánchez están directamente ligados con muchas de las propuestas de Biden y representan con nitidez cuál es la posición de la socialdemocracia para esta década.

Sánchez marcó el paso a la socialdemocracia europea y se quiso afirmar como la figura más relevante del continente en ese sentido

Es decir, Sánchez dio en Davos un paso adelante, por lo que formuló y por el lugar donde lo hizo, no solo a la hora de defender una propuesta ideológica, sino por su papel en ella: marcó el paso a la socialdemocracia europea y se quiso reafirmar como la figura más relevante del continente en ese sentido. Desde esa perspectiva, es fácil entender que las discusiones internas, relativas a problemas institucionales nacionales, le parezcan menos relevantes que la partida a gran escala. Y más en un instante como el presente, cuando Europa está anticipando un próximo triunfo de Trump y preparándose para enfrentarse a sus políticas si el cambio se produce.

El encuentro con el Ibex

El presidente finalizó su jornada en la montaña mágica con una reunión con directivos de las empresas del Ibex. Asistieron una docena de ellos, incluidos Sánchez Galán, Rafael del Pino, Josu Jon Imaz, José Manuel Entrecanales, Francisco Reynés y Onur Genç. La Moncloa afirma que en la reunión se trataron temas relacionados con la inteligencia artificial, la industrialización de Europa y las perspectivas económicas. Pero, más allá de estos asuntos, se hace difícil obviar el discurso que había pronunciado justo antes, en el que instaba a trabajar juntos por la redistribución y en la que pedía a los empresarios y financieros que actuasen con “responsabilidad”: “Piensen a largo plazo. No se dejen arrastrar por esos medios de comunicación y partidos políticos radicales que están obsesionados con proyectarnos como rivales sistémicos, que se lucran vendiendo polarización. No caigan en su trampa”. Mensajes que trasladó tanto en clave interna como externa.

Sánchez dice siempre algo interesante en Davos. En esta ocasión, la quinta a la que asiste, fue más atrevido que nunca, y dejó claro cuál es el papel internacional que desea jugar y cuál es el enfoque económico y social que quiere para España.

Pedro Sánchez Socialdemocracia
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