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Tráfico de ansiolíticos: el mercado negro de las adicciones legales
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Tráfico de ansiolíticos: el mercado negro de las adicciones legales

Aunque la Policía no ha notado el aumento de este tipo de actividades, los farmacéuticos insisten en que es habitual que personas intenten acceder a este medicamento sin receta

Foto: Una mujer sostiene medicamentos antipsicóticos, oxigenantes cerebrales y ansiolíticos. (EFE)
Una mujer sostiene medicamentos antipsicóticos, oxigenantes cerebrales y ansiolíticos. (EFE)

Cristián queda con Andrés varias veces a la semana. Cristián es adicto a las benzodiacepinas, pero le cuesta reconocerlo: "dependiente quizá sí que soy". Andrés, el camello, también, aunque le cuesta muchísimo más. A Cristián, que tiene diagnosticado, según cuenta, un cuadro de trastorno de la ansiedad y depresión moderada, su psiquiatra le prohibió volver a consumir ansiolíticos, por lo que tiene que recurrir al mercado negro. Andrés, que es el mercado negro, tiene acceso a recetas de Valium (diazepam). Le vende cada pastilla a Cristián por 2 euros. A él, una caja de 30 comprimidos de 5 miligramos, una de las dosis más altas, le cuesta 1,50 en la farmacia del barrio.

España es el país del mundo en el que más ansiolíticos se consumen. Es bien sabido que, desde que empezó la pandemia por el coronavirus, el uso de este tipo de fármacos aumentó; sin embargo, los números pasan desapercibidos a pesar de ser devastadores: según el Ministerio de Sanidad, en España se consumen 55 dosis diarias por cada 1000 habitantes (55 DHD). Esto, traducido a lo cotidiano, consistiría en que un 5,5% de la población los consume cada día. Más de dos millones de personas.

Según datos de la misma fuente, es una tendencia peligrosa, ya que este tipo de medicamentos, de la familia de las benzodiazepinas, empiezan a consumirse en nuestro país a la tempranísima edad de los quince años, una de las medias europeas más bajas.

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Estos datos tan peligrosos, explica Sara Weidberg López, profesora de Psicología e investigadora del Grupo de Conductas Adictivas de la Universidad de Oviedo, se deben a la desinhibida tendencia a recetar estos medicamentos en la atención primaria o de urgencias antes de tener un estudio psiquiátrico que diagnostique cuál es la afección del paciente y cuáles son los medicamentos que debería tomar. "Es un problema que este tipo de medicamentos se receten tan rápido. Es la forma rápida de salir del paso. Con el covid, al haberse colapsado la atención primaria y tener menos tiempo para atender a los pacientes, se ha tomado la vía fácil de recetar ansiolíticos. Los psicólogos no solemos ser partidarios de su consumo tan a la ligera".

Es muy habitual escuchar historias de personas a las que, después de sufrir un episodio o crisis de ansiedad, su médico de cabecera les receta estas sustancias sin realizarles un seguimiento clínico posterior. Sustancias tremendamente adictivas y que, advierten las autoridades, pueden provocar dependencia a partir de muy pocas dosis.

Sin embargo, a pesar de que es relativamente sencillo conseguir recetas para estos medicamentos por la vía legal y aparentemente "controlada", existe un mercado negro en Madrid, que, "aunque no deja de ser de menudeo", admiten fuentes policiales consultadas, "hay que mantener vigilado antes de que vaya a más".

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Pero ¿cómo puede ser que exista un tráfico de estos medicamentos con lo aparentemente sencillo que es conseguirlos? La investigadora Weidberg también explica que hay muchos casos en los que el psiquiatra o médico de cabecera puede detectar que el usuario ha generado una dependencia a las benzodiacepinas, por lo que puede decidir cerrarle el suministro y marcar en su historial clínico que tiene esta adicción, de forma que cualquier otro especialista que lo trate le niegue una receta. "También tiene que ver el covid, además de la escasez de psicólogos en la sanidad pública, que no se pueda hacer un correcto seguimiento de los pacientes. Al no hacerse, el especialista puede tomar la decisión, si ve signos de adicción o dependencia, de dejar de suministrar los ansiolíticos y especificarlo en su historial clínico". Y ahí es cuando estos adictos, en su mayoría jóvenes, deciden buscarse una vía alternativa de suministro.

Jorge es un chico de veintiséis años que recurre al mercado negro para consumir estas drogas legales: "Soy adicto, hermano. Es así. No voy a engañarte". Es un chico de estatura mediana y muy, muy delgado, con un tatuaje de un ciervo en el cuello. Según cuenta, lleva consumiendo ansiolíticos desde los diecinueve, casi siete años.

"Pues no sé. Se empieza porque sí. Mi madre tenía ansiedad y guardaba pastillas en el armario de las medicinas. Un día a mí me dio un brote y cogí una. Me gustó el efecto. Te dejaba como apalancado, ¿sabes? Como los porros. Empecé con los orfidales", cuenta, refiriéndose al Lorazepam.

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"De ahí pasé a probar otras cosas, como el Trankimazin. El Trankimazin es de las más fuertes. Te deja doblado […]. En mi grupo no soy el único que las toma. Hay como una cultura con esto, ¿sabes?", repite. "Yo pertenezco al mundo del underground; del rap, el trap y todo eso, y mucha gente los toma. Las letras de muchas canciones hablan de los ansiolíticos y mucha gente los romantiza. ¡Hasta el C. Tangana dice que toma xanax, y es lo más comercial que hay! No sé, no creo que todo sea culpa de la música, pero los que toman pastillas son como los que fuman marihuana, se han montao su propia cultura. Conozco a mucha peña que vende pastis. Te quedarías flipando de cuántos".

Aunque antes de dejar de charlar asegura que, a pesar de ser adicto, podría salir de las benzodiacepinas en cualquier momento, explica que hay mucha gente que no podría dejarlo nunca: "Joder, yo conozco a chavales a los que no se les levanta la polla si no se toman un Rivotril antes y después de dormir. O que no cogen el sueño. Pobrecillos"». Hace también un último matiz: «no, mis padres no tienen ni idea de esto».

Estos 'chavales' que él cita son, en muchos casos, expacientes de psiquiatría o atención primaria que han decidido cortar su tratamiento para seguir consumiendo al libre albedrío las sustancias que a ellos les gusta a través de terceras vías. Y una de esas terceras vías es Andrés.

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"No digas que soy de Carabanchel", me pide. Andrés es un camello del barrio que presume de poder conseguirte cualquier cosa con media hora de plazo y unas cuantas llamadas. "En Madrid hay de todo, hermano. Lo que quieres, lo tienes". Mientras mantenemos esta conversación en uno de los parques de Madrid Río, se lía un porro de marihuana doble (trompeta). No quiere decirme su edad para no dar más datos, pero su cara y sus expresiones infantiles demuestran que apenas supera la mínima para conducir. También se le escapa decir que vive con y de sus padres.

"Empecé con lo típico, vendiendo hierba. Un gramito por ahí, otro por allá. También vendo farlopa y lo que me pagues", se ríe nasalmente, grajeando. "Luego me di cuenta de que también podía vender pastillas de estas".

El método que él usa para conseguir su mercancía está muy alejado del imaginario popular. Estos traficantes, que en su mayoría poseen el perfil de joven de familia de clase media, no recurren a quimicefas caseros en sus sótanos, ni a enviar formulas a laboratorios de Asia para que les reproduzcan los medicamentos, sino que acceden a los oficiales. A los buenos. A los que están en la farmacia.

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"Pues tío, un día vas a tu médico y dices que te ha dado un ataque de ansiedad. Que ves la luz, que no sé qué, que no puedes dormir. Le cuentas una película y finges que estás muy nervioso. Te va a soltar un Orfidal y te va a mandar a la sala de espera a que te lo tomes. El Orfidal te lo guardas en el bolsillo, que eso es una mierda, y a la media hora vuelves a entrar diciendo que estás igual o peor, que no te ha hecho na de efecto. Entonces te va a dar algo más fuerte, como un xanax (nombre popular con el que se le conoce al Trankimazin) o un Valium, que eso ya te revienta. Luego coges tu receta, vas a la farmacia y lo compras. Y ya lo tienes", asegura antes de añadir: "Si se te acaban y quieres más, lo haces otra vez pero en urgencias, aunque te pueden pillar si aparece en el historial".

"No soy el único que lo hace, eh. En Madrid todos los camellos venden ahora pastillas. Yo no sé de dónde sacarán los otros, pero yo empecé así".

Lo que Andrés no sabe es que, aunque las benzodiacepinas son medicamentos legales, traficar con ellas es un delito contra la salud pública penado con penas de prisión de seis meses a tres años. Además, tampoco es consciente de que está haciendo un uso fraudulento del dinero púbico, ya que esas recetas que él consigue están adscritas al copago de la Seguridad Social.

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Varios farmacéuticos se quejan de que es muy habitual que gente vaya a sus farmacias a intentar conseguir ansiolíticos sin receta. "Se piensan que somos tontos, se inventan cualquier excusa", manifiesta una licenciada que trabaja en el barrio de Moncloa-Aravaca. "Muchos vienen con una receta para treinta días que ya han usado y nos dicen que han perdido la caja, que si le podemos dar más. O que un día estuvieron muy mal y se tomaron más de la cuenta. Incluso hubo uno que nos contó que se le habían caído las pastillas por el wáter".

Aunque los farmacéuticos no han notado este mercado negro de pastillas, aseguran también que les llegan muchos chicos jóvenes que intentan colarles recetas falsas: "Hay que tener mucho cuidado, porque te intentan colar falsificaciones, sobre todo, para intentar conseguir Rivotril (clonazepam). Es un ansiolítico mucho más difícil de conseguir, mucho más fuerte, y se inventan cualquier tontería para que se lo demos".

De nuevo en Madrid Rio, Andrés espera a Cristián, "un amigo y cliente". Va comprarle dos pastillas de Valium, un ansiolítico y sedante que puede provocar, según diferentes estudios, daños cerebrales a largo plazo. Cuando llega, me cuenta su historia.

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"Yo voy al psiquiatra. Tengo depresión y ansiedad. Lo primero que hizo cuando entré en la consulta fue recetarme Valium. Me volví dependiente a los pocos meses, así que dejó de recetármelas y me empezó a dar dosis muy pequeñas para que me fuera desenganchando mientras seguía con un antidepresivo. Es que tú no sabes el mono que te pueden dar si dejas de tomártelas".

"Cuando quiero más dosis, le llamo a él", dice señalando a Andrés, "y se las compro". Cada pastilla le cuesta dos euros, casi cuarenta veces más que en una farmacia.

Después de ver como Andrés se toma una pastilla y le pasa otras dos a Cristián, le pregunto si él también consume. "Sí, claro. Yo voy al centro de salud cada mes a que me las receten, porque estoy diagnosticado con ansiedad aunque no tenga. Ellos me piden que coja cita para psiquiatría, pero nunca lo hago. Así hasta que me pillen", vuelve a reír grajeando. "Me tomo media caja yo y la otra la vendo. Chaval, hacen falta camellos en toa Madrid para todo el mundo que las quiere". Nuevamente, ni los padres de Andrés ni los de Cristián saben que sus hijos son adictos a los ansiolíticos.

Cristián queda con Andrés varias veces a la semana. Cristián es adicto a las benzodiacepinas, pero le cuesta reconocerlo: "dependiente quizá sí que soy". Andrés, el camello, también, aunque le cuesta muchísimo más. A Cristián, que tiene diagnosticado, según cuenta, un cuadro de trastorno de la ansiedad y depresión moderada, su psiquiatra le prohibió volver a consumir ansiolíticos, por lo que tiene que recurrir al mercado negro. Andrés, que es el mercado negro, tiene acceso a recetas de Valium (diazepam). Le vende cada pastilla a Cristián por 2 euros. A él, una caja de 30 comprimidos de 5 miligramos, una de las dosis más altas, le cuesta 1,50 en la farmacia del barrio.

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