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La historia del capitán del XV del León cuya camiseta luce en la sala de trofeos de Arms Park
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LUTO EN EL DEPORTE OVAL

La historia del capitán del XV del León cuya camiseta luce en la sala de trofeos de Arms Park

La figura de José Antonio Sancha hace entender cómo se corrigieron las actitudes discriminatorias en el rugby. Fue uno de los mejores medios melés de la historia de España

Foto: Imagen de aquel mítico XV del León. (Cedida)
Imagen de aquel mítico XV del León. (Cedida)

No hace mucho tiempo, las compañías de seguros miraban hacia otro lado cuando se les pedía asegurar a una jugadora de rugby. El efecto dominó de esa negativa era demoledor para las mujeres que querían hacer sus primeros pinitos en un deporte que hasta los años setenta era, como decía un anuncio de la época de un conocido brandi, solo cosa de hombres. Sin seguro no había ficha, sin ficha no podían estar federadas y, sin estar federadas, solo podían jugar la liga universitaria. Para entender cómo se consiguió revertir actitudes tan discriminatorias, emerge la figura de José Antonio Sancha (Tarragona, 1938-Barcelona, 2023), que hace pocos días ha dejado al rugby español huérfano de uno de sus mejores medios de melé de su historia.

La historia la cuenta su amigo y exalumno en el INEF de Barcelona, Jordi Solá. Antes, sin embargo, esboza en pocas palabras quién era Sancha y lo que representaba. "Tenía una personalidad arrolladora y nunca pasaba desapercibido". Tal vez esos rasgos de su personalidad, unidos a la vehemencia con que defendía sus ideas, le llevaron a mover "cielo y tierra" para enterrar aquella situación tan surrealista. "Hasta amenazó con denunciar al Ministerio de Sanidad si no levantaba esa prohibición", asegura Solá. Además de vehemente, Sancha debió de ser una persona muy persuasiva, porque un año después todas las jugadoras tenían su ficha federativa con su correspondiente seguro.

La verdad es que no había retos inalcanzables para él. Ni siquiera cuando era joven y la famosa frase de sujétame el cubata aún no estaba de moda. Con apenas 19 años, gracias a ese carácter persuasivo, convenció a un amigo, no se sabe muy bien cómo, para navegar en aguas del estrecho de Gibraltar con una balsa de madera atada con cuerdas para comprobar hasta dónde les llevaba la corriente y la capacidad de una persona para aguantar varios días sin agua ni alimentos. La aventura tenía todos los ingredientes para salir mal y, por supuesto, salió mal. Los dos robinsones tuvieron que ser rescatados en el Atlántico y lo peor es que sus padres, que no sabían nada de todo aquello, se enteraron de la locura de su hijo porque salió en el NO-DO. Como ahora desvela su hija Ana, "le cayó la de San Quintín".

A lo largo de sus 85 años de vida, José Antonio Sancha nunca dejó de ser un auténtico rugbier. Su afición le llevó a ser jugador de éxito mientras estudiaba la carrera de medicina y más tarde entrenador. No podía estar alejado muchos metros de un balón oval, así que, una vez finalizada su carrera deportiva, se convirtió en el primer profesor de la asignatura de rugby en la universidad. Tanta actividad, sin embargo, no le impidió ejercer de padre de tres hijos (David, Eva y Ana) o de llevar a cabo varias tareas institucionales como convertirse en vicepresidente de la Federación Española de Rugby (FER). A pesar de que su verdadera vocación, como él mismo decía, era ser médico.

placeholder El capitán, junto a dos compañeros. (Cedida)
El capitán, junto a dos compañeros. (Cedida)

Un deseo para su entierro

Sancha, a pesar de sus 85 años, todavía era como uno de esos niños a los que cuando se les regala un balón no lo sueltan ni para dormir. En una reciente entrevista concedida a una publicación de la FER, confesaba su deseo de ser enterrado con un balón de rugby bajo la arena. Sus hijos, por supuesto, se lo concedieron cuando le incineraron junto a un viejo balón de cuero que aún guardaba en su casa de Barcelona. En breve, la urna con sus cenizas y las de su viejo balón de cuero viajarán hasta el cementerio de la localidad mallorquina de Pollensa donde serán depositadas en una tumba, la misma donde descansan los restos mortales de su esposa María Antonia Melià Mayrata. "Volverán a estar juntos los que siempre fueron sus dos amores", señala Ana, la hija más pequeña.

José Antonio Sancha tenía madera de líder y el carácter mandón de un medio de melé que se precie. De hecho, fue durante casi tres lustros (1958-1972) el nueve indiscutible del XV del León con 25 caps. "Nunca te reñía porque prefería hacerte pensar y, claro, al final siempre le dabas la razón", espeta Solá. Fuera de los terrenos de juego, seguía sintiéndose jugador. De ahí que, para quitarse el gusanillo, se hiciera entrenador. Por lo visto no le bastaba con llevar solo a un grupo de chicos. Para muestra, un botón. Solá recuerda que un buen día preguntó a un grupo de chicas que estaban sentadas en las gradas del campo del Instituto Nacional de Educación Física de Cataluña (INEFC) viendo entrenar a una docena de jugadores, "¿y por qué no venís un día a entrenar también vosotras?".

placeholder Sancha, dando instrucciones en un partido. (Cedida)
Sancha, dando instrucciones en un partido. (Cedida)

Corría el año 1976. Tal y como señala su exalumno, ese fue el germen de la creación del primer equipo femenino de rugby XV en España que se denominó Las Osas. "Todo surgió de forma natural", apostilla. Tres años después de aquella invitación al grupo de espectadoras en forma de pregunta, la cosa comenzó a cuajar. La primera lista de inscritas incluía el nombre de trece chicas. Era la época donde podían disputar partidos de seven o rugby X con el BUC de Barcelona y Arquitectura de Madrid. "A partir de entonces, hubo una progresión meteórica porque enseguida empezaron a salir equipos de otros sitios y ya en los años ochenta hasta había gente de sobra", explica Solá. Con el paso del tiempo, Las Osas se convirtió en el conjunto más laureado en España de rugby femenino con once títulos, siete de Liga y cuatro de Copa.

Una asignatura más

Sancha también fue pionero como profesor de la asignatura de rugby. Empezó su actividad docente en el INEFC de Barcelona impartiendo la asignatura de "rehabilitación" hasta que la dirección del centro, en aquella época en manos de Jesús Galilea, le autorizó hacer un monográfico de rugby. Se trataba de un curso de 20 horas, esto es, lo que hoy en día equivaldría a tener dos créditos. "Luego, la presión de los alumnos hizo que el rugby pasara a impartirse como una asignatura al igual que cualquier otro deporte". En la actualidad, dicha actividad es obligatoria el primer año y en el resto, hasta cuarto, es optativa para realizar 20 créditos. "Hemos llegado a tener un máximo de 35 alumnos en las asignaturas optativas, pero lo normal es tener entre 10 y 20", apunta Solá.

Cuando el exjugador internacional llegaba a casa, era incapaz de desconectar del rugby. "Como decía mi madre, es que lo hemos mamado todos desde pequeñitos", afirma Ana Sancha. Su infancia está repleta de recuerdos del deporte que tanto amaba su padre. De hecho, dice con cierta sorna que aún guarda "un montón de fotos en brazos de Los Osos" (nombre con el que se conoce a los jugadores del INEFC) que hacían de canguro mientras su padre veía los partidos en la Foixarda. Prácticamente todos los domingos acudían al campo situado enfrente de las instalaciones del INEFC. "Si es que hasta se empeñaba en pagar la entrada a pesar de que era el presidente de la federación catalana porque decía que había que apoyar al rugby".

placeholder Sancha, en su etapa en activo. (Cedida)
Sancha, en su etapa en activo. (Cedida)

A lo mejor sus hijos no tuvieron otra opción, pero el caso es que los tres acabaron siendo jugadores de rugby. "Todavía tengo el recorte de un periódico en el aparecemos siete chicas pequeñas que empezaban a entrenar en la Foixarda con Sergio Loughney y que se titulaba Las chicas también se ponen las botas", añade Ana. Viajó con sus tres hijos varias veces por el extranjero para ver partidos. Era como una obsesión. El mayor, David, tuvo más suerte que el resto porque se desplazó a Gran Bretaña en más de una ocasión para presenciar in situ el torneo V Naciones. A Francia iba poco. No le caían especialmente bien sus vecinos, y si podía meterles el dedo en el ojo, no lo dudaba.

El ensayo de honor del equipo

La ocasión de provocarles le vino pintiparada cuando el famoso reportero Miguel de la Quadra-Salcedo le envió una carta en la que le anunciaba que regresaba a España tras pasar tres años en Brasil conviviendo con las tribus de la selva amazónica. A los pocos días de su llegada, ambos viajaron a París y "con dos copas de más" decidieron cabrear a los franceses batiendo el récord mundial de jabalina en los Campos Elíseos y en presencia de jueces internacionales. Tal vez De la Quadra se acordó en aquellos momentos de que en 1956 le fue anulada otra plusmarca mundial por la forma poco ortodoxa de la lanzar la jabalina en la capital gala.

Su compañero de fatigas tampoco tenía buenos recuerdos de Francia. Durante un partido internacional frente al XV del Gallo y a falta tres o cuatro minutos para finalizar el encuentro, Sancha cogió el balón y salió veloz hacia la línea de marca. Según relata su hija pequeña, nadie le placó "y de repente se dio cuenta de que le estaban haciendo una especie de pasillo para que hiciera el ensayo de honor". A su padre aquello le debió molestar mucho porque se paró y chutó el oval a la grada. "A Sancha nadie le regala una marca", recriminó a sus rivales. Su gesto fue aplaudido por el público y hasta los rivales le pidieron excusas. Todo genio y carácter por parte del medio de melé español.

placeholder Sancha, antes de un partido. (Cedida)
Sancha, antes de un partido. (Cedida)

El otro amor de José Antonio fue su esposa María Antonia. "A mi madre no le quedó otro remedio, así que creo que al final empezó a gustarle un poco el rugby", comenta su hija pequeña. Pero todo tiene un límite. En su época de jugadora, Ana se rompió la rodilla esquiando y, una semana antes de recibir el alta médica, le volvió a ocurrir lo mismo entrenando a rugby. Cuando sus padres le llevaban en coche al hospital, y al ver otra vez a Ana con la rodilla deshecha, la pobre María Antonia no pudo más y exclamó: "¡Ya está bien de tanto rugby!". Fue una de las pocas veces en que su marido agachó la cabeza y no supo qué decir.

Él ya sabía lo que era el dolor porque en su escala de valores "el rugby es compromiso y transgresión". Buena prueba de ello la dio en un partido internacional frente a Gales en el mítico campo de Arms Park de Cardiff. En la primera parte notó que se había roto la clavícula. El diagnóstico era fácil de establecer para un especialista en medicina deportiva como él acostumbrado a trabajar en la UCI y a tratar este tipo de lesiones. El caso es que en los años sesenta, para que hubiera un cambio por lesión, debían de ponerse de acuerdo los responsables médicos de ambos conjuntos. Sancha, que actuaba como capitán y también como galeno de la Selección, pidió la sustitución y su homólogo gales la rechazó por lo que se vio obligado a jugar el resto del partido con la clavícula rota para no dejar a su equipo con un jugador menos.

Al finalizar los ochenta minutos, llevaron a Sancha hasta un hospital donde comprobaron la gravedad de la lesión, no sin antes cortarle la camiseta con unas tijeras para poder observarle bien el brazo y el hombro. Los galeses tuvieron la gentileza de ir a visitarle al hospital, pero cuando le pidieron su camiseta no se la pudo dar porque estaba hecha jirones. Un compañero de la Selección apodado El gato les dio la suya y los galeses se lo agradecieron igualmente. En recuerdo de todo aquello, la casaca roja del número 9, o mejor dicho, lo que queda de ella, está colgada en la sala de trofeos de Arms Park. Y eso no lo pueden decir muchas figuras del rugby mundial del siglo pasado.

No hace mucho tiempo, las compañías de seguros miraban hacia otro lado cuando se les pedía asegurar a una jugadora de rugby. El efecto dominó de esa negativa era demoledor para las mujeres que querían hacer sus primeros pinitos en un deporte que hasta los años setenta era, como decía un anuncio de la época de un conocido brandi, solo cosa de hombres. Sin seguro no había ficha, sin ficha no podían estar federadas y, sin estar federadas, solo podían jugar la liga universitaria. Para entender cómo se consiguió revertir actitudes tan discriminatorias, emerge la figura de José Antonio Sancha (Tarragona, 1938-Barcelona, 2023), que hace pocos días ha dejado al rugby español huérfano de uno de sus mejores medios de melé de su historia.

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