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El triunfo de Sudáfrica: cuando los Springoks juegan con el alma sus rivales se encogen
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FINAL DEL MUNDIAL

El triunfo de Sudáfrica: cuando los Springoks juegan con el alma sus rivales se encogen

Los sudafricanos ganaron el torneo por un punto (12-11) en una final que estuvo muy reñida. Es toda una gesta haberles arrebatado el título a los 'All Blacks', siempre duros rivales

Foto: Sudáfrica ganó el Mundial. (EFE/Christophe Petit)
Sudáfrica ganó el Mundial. (EFE/Christophe Petit)

Los Springboks nunca se rinden. Otra vez son campeones del mundo, y otra vez lo han logrado en París. Y todo a base de alma, orgullo y buenas dosis de pundonor. Son casi invencibles. El mérito añadido es haberlo conseguido ante los All Blacks, la selección de Nueva Zelanda, por un solo punto de diferencia (12-11). Sin duda era un rival de altura para tan importante cita.

No en vano la selección de Nueva Zelanda es la actual número dos en el ranking de World Rugby y la que más veces ha conseguido derrotarles en el último siglo. Sudáfrica vuelve a demostrar que ser favorito no es la garantía del éxito, aunque siempre habrá quien diga que contó con el beneplácito del árbitro que en la primera parte mostró la tarjeta roja al capitán neozelandés, Sam Cane, por un placaje peligroso.

La agónica victoria sirve a los sudafricanos para enderezar su rumbo tras un periodo de tiempo con algunas turbulencias que han durado cuatro años, los mismos que han transcurrido tras su victoria en la pasada Copa del Mundo disputada en Japón. Demasiados para cualquier sudafricano. Ahora toca liberarse de una angustia que les carcomía por dentro y, como siempre lo han hecho, disfrutar con humildad de la victoria. Ya lo dice el refrán: "Si nunca pierdes, nunca apreciarás las victorias".

La fiesta del rugby fue un completo éxito, y eso que los organizadores pusieron toda la carne en el asador para que la final tuviera protagonismo francés. En lo del balón ovalado también manda el dinero. Ahora bien, una vez eliminados los anfitriones, enfrentar a los dos colosos de rugby mundial era el deseo irrefrenable de la mayoría de los aficionados. Se trataba de que midieran sus fuerzas las selecciones de dos países donde el rugby es una especie de religión.

En Sudáfrica porque se convirtió en el elemento vertebrados para ayudar a poner fin a las políticas segregacionistas impuestas por los blancos, y en Nueva Zelanda porque, además de ser el nexo de conexión entre la cultura aborigen (maorí) y la occidental, todos se sienten identificados por las quince mujeres u hombres que llevan la camiseta negra con el escudo en el pecho de un helecho plateado.

La final fue un espectáculo

Hasta llegar a París, las selecciones de Nueva Zelanda y Sudáfrica habían alzado hasta en tres ocasiones la Webb Ellis Cup. Solo Australia e Inglaterra habían logrado evitar una tiranía que puede resultar monótona. Los ojos de millones de espectadores estaban puestos en el Stade de France, situado a las afuera de Paris, para que los jugadores de las dos selecciones se partieran el alma en el terreno de juego.

El escritor irlandés Oscar Wilde ya lo predijo hace más de un siglo: "El rugby es una buena ocasión para mantener treinta matones lejos del centro de la ciudad". Los Springboks salieron enrabietados. No querían ser una comparsa en la final y el pie de su apertura Handré Pollard se convirtió en un arma letal. De hecho, todos los puntos fueron fruto de la puntería de un jugador que tuvo que ser llamado de urgencia una vez comenzada la Copa del Mundo para sustituir a su compañero lesionado Malcolm Marx.

Foto: Los All Blacks, en un partido disputado en 2017. (Reuters/Nigel Marple)

La frase de Jordan

Sudáfrica había llegado a Francia sin mucha presión a pesar de ser el vigente campeón por la sencilla razón de que nadie les daba por favoritos. Pocas caras nuevas en una selección que exige un urgente cambio generacional, pero que tiró de oficio hasta el final. No resulta baladí el hecho de que ninguno de los ocho delanteros titulares bajara de los 31 años. Aun así tantos esfuerzos para doblegar a Francia primero (29-28), y luego a Inglaterra en semifinales (16-15) no les pasaron factura.

Al contrario, ese rechinar de dientes a la hora de sufrir les hizo fuertes. Casi invulnerables. A veces la experiencia se impone a la calidad y eso que enfrente tenían a un rival que disputaba todos los balones con el cuchillo entre los dientes. De nuevo aquel slogan de One team, One Country (un equipo, un país) que les hizo todopoderosos en 1995 volvió a funcionar.

Los neozelandeses aterrizaron en suelo galo con muchas incógnitas por resolver a pesar de contar con una generación de jugadores excepcionales. Una incertidumbre que se acrecentó dentro de la expedición tras la decepción de perder contra Francia en el partido inaugural. Les llegaron a dar por muertos. Error de cálculo, porque enterrar a un equipo con el mejor porcentaje de victorias ante cualquier rival tenía sus riegos.

Los frágiles de memoria olvidaron lo que significa lucir a camiseta all black. Ya lo decía el mítico Michael Jordan. "Tan solo juega, diviértete y disfruta del juego". Así lo hicieron. El buen aficionado seguro que recordó la propuesta que recibió en 1995 el cuerpo técnico para vencer a Inglaterra en las semifinales y que resultó exitosa. Decía más o menos así: "Recuerden que el rugby es un juego de equipo, por esos ustedes 14 asegúrense siempre de pasarle la pelota a Jonah (Lomu)". Sin embargo, esta vez, y hasta que se lo permitió el árbitro, jugaron como un equipo de quince compañeros, y no uno formado por los tres hermanos Barrett (Beauden, Jordie y Scott) y doce más.

Para la historia

Los aficionados se relamían por presenciar un partido del que se iba a hablar mucho en los próximos años a pesar de que se ha repetido desde hace un siglo en 105 ocasiones con un saldo de 62 victorias Nueva Zelanda, 39 Sudáfrica y cuatro empates. Frente a frente dos estilos opuestos medían sus fuerzas. De un lado, Nueva Zelanda, que hace de la magia una virtud no exenta de técnica y potencia.

Como rival, una Sudáfrica que es puro músculo o, si se quiere, fuerza bruta, donde las exquisiteces están tan solo en la rapidez y en las habilidades de sus alas (Kolbe y Arendse) y en el pie del apertura (Pollard). Y eso le da para mucho. Por eso la épica de estos choques se adorna con frases alegóricas y un tanto exageradas del estilo de "la tierra tiembla, las madres esconden a sus hijos y los hombres sienten miedo porque Boks y Blacks caminan hacia el infierno".

Foto: Lance del partido disputado entre militares. (Cedida por la Selección militar))

Aquella dolorosa derrota

Antes de disputar la final los All Blacks presentaban unas credenciales para enmarcar. Comparados con los Springboks, su vendaval ofensivo se traducía en el equipo con más ensayos (48-27) y el que más puntos había obtenido a los largo del torneo (325-196), Su nivel de eficacia cuando entraban en la línea de 22 del rival tenía un promedio de 3,89 puntos. Eso da que pensar a la hora de cometer infracciones. Los sudafricanos, seguro que muy a su pesar, fueron más protagonistas en asuntos extradeportivos, incluido el recibir cierto favoritismo arbitral.

Primero por la horrorosa camiseta que lucieron en su debut frente a Escocia y luego por las veladas amenazas de que iban a ser expulsados de la competición por incumplir las normas de la Agencia Mundial Antidopaje. Por último, en su partido de semifinales ante Inglaterra su talonador titular fue acusado de proferir insultos racistas contra un rival blanco.

El caso es que toda Nueva Zelanda buscaba vengarse en París de aquella final de 1995 en la que Lomu y sus compañeros tuvieron que hincar la rodilla. Por lo menos aquello sirvió para que tomara cuerpo el sueño de Nelson Mandela de enterrar para siempre el odio larvado en el país durante muchos años por culpa del apartheid y empezar a construir la nueva nación arco iris.

Foto: La supremacía del rugby mundial, en juego. (EFE/EPA/Neil Hall)

Tampoco se habían olvidado de la dolora derrota (35-7) que dos meses antes les habían infringido los Springboks en Twickenham (Inglaterra). Tal vez para evitar que se repitiera la historia, no danzaron la haka Ke Mate como lo hicieron en 1995 liderados por Zinzan Brooke y con un hipermotivado Lomu, sino que optaron por el Kapa O Pango compuesta en 2005 para ocasiones especiales, ¿y qué mejor que una final de la Copa del Mundo?

Las expulsiones, vitales

Ni por esas. El arbitraje les descentró. Dos expulsiones temporales antes de llegar al minuto 20 de la primera parte en un partido bastante limpio resultaron un lastre. Y es que una jugada parecida a la de Cane del capitán sudafricano Siya Koliisi no mereció la tarjeta roja. Su juego a la mano se resintió y eso también ayudó a mermar su ánimo. Le salían muy pocas cosas y cuando conseguía romper la línea defensiva de los Springboks los nervios les atenazaban.

Había que frotarse los ojos para comprobar cómo se les caía el balón de las manos a unos jugadores que han estado en mil batallas. Como se esperaba de ellos lucharon hasta que les llegaron las fuerzas, pero eso no les dio para ganar. Dos tiros a palos errados, uno de Richie Mo'onga para convertir un ensayo de Beauden Barret y otro un golpe de castigo a cargo de Jordie Barrett, fueron sus últimos cartuchos. Les faltó algo de suerte, la misma que le sobró a Sudáfrica. Al fin y al cabo alguien tenía que ganar.

Queda la duda si las selecciones del hemisferio norte son capaces de hacer frente a las del sur. Inglaterra, Francia e incluso Irlanda en muchas fases del partido les pusieron en apuros. Menos mal que Australia trajo una selección de jugadores noveles de cara al mundial que dentro de cuatro años se va a celebrar en su país. O sea, como dice algún aficionado: "El rugby no es como el té, que solo es bueno en Inglaterra si lleva agua o leche inglesa".

Los Springboks nunca se rinden. Otra vez son campeones del mundo, y otra vez lo han logrado en París. Y todo a base de alma, orgullo y buenas dosis de pundonor. Son casi invencibles. El mérito añadido es haberlo conseguido ante los All Blacks, la selección de Nueva Zelanda, por un solo punto de diferencia (12-11). Sin duda era un rival de altura para tan importante cita.

Club de Rugby Liceo Francés
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