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Rugby militar o cuando un cabo puede convertirse en capitán y tener más galones
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UNA DEPORTIVIDAD ÚNICA

Rugby militar o cuando un cabo puede convertirse en capitán y tener más galones

Acudir al Mundial de los militares del deporte oval es una experiencia única que ha llenado a todos los que han acudido. Algunos no esperaban esa propuesta y les ha gustado

Foto: Lance del partido disputado entre militares. (Cedida por la Selección militar))
Lance del partido disputado entre militares. (Cedida por la Selección militar))

"¿Te vienes al campeonato del mundo de rugby militar?", le preguntó por teléfono el comandante Germán Segura al soldado Carlos Andrés Arango. No era ninguna orden, tan sólo una simple pregunta. Ni medio segundo tardó en contestarle con un sí que sonó de lo más convincente. No se esperaba la llamada. Sabía que estaba en una lista de reservas, pero, como quedaban menos de diez días para que comenzara el Mundial en Francia, apenas tenía ya esperanzas de ser convocado. La parte más difícil vendría después. Arango estaba de vacaciones en Gran Canaria con su mujer y su hija. Por tanto, había que buscar con suma delicadeza el momento más adecuado para comunicarles que, de repente, debían hacer las maletas y volverse a casa. "Es que estas cosas no te pasan a menudo", "es una oportunidad que no se volverá a repetir" o "se trata de una experiencia que te va a quedar marcada para toda la vida" fueron las expresiones que utilizó como bálsamo para suavizar la inminente marcha de la isla de toda la familia. Tuvo suerte "porque la mujer que tengo es un ángel y la niña más".

Este soldado del Regimiento de Artillería Lanzacohetes con base en Astorga (León) se vino a España con su madre y su hermano con apenas 14 años para instalarse en Barco de Valdeorras (Orense). Cuando vivía en Tuluá Valle (Colombia), a una hora en coche de Cali, no sabía siquiera que existiera algo llamado rugby. "Allí solo se habla de fútbol", comenta. Con 19 años ingresó en el Ejército, "algo que tenía clarísimo hacer desde pequeño ya sea aquí o allí". Un buen día, el capitán Higueras le propuso probar con el rugby. "Desde el principio me gustó por todos los valores que atesora y pregunté si cabía la posibilidad de jugar también en un equipo civil". Fue entonces cuando se enroló en el equipo del Ponferrada "al que considero como si fuera mi otra familia" y donde juega como talonador en la liga regional de Castilla y León.

Para él, acudir al Mundial militar de rugby "era una pasada". No jugó el primer partido contra Georgia donde España perdió por un contundente 87-0. Su misión fue la de ver los días anteriores al encuentro cómo entrenaban los georgianos "para ayudar a mis compañeros". También examinaron vídeos del rival. La euforia de estar en un Mundial decayó entonces un poco cuando el talonador titular le preguntó lo que había descubierto. Su respuesta no invitaba al optimismo. "Son mucho mejores de lo que creemos", le advirtió. De su estancia en Francia se queda con la imagen de un niño francés que le pidió un autógrafo nada más concluir el partido contra Tonga. "A mí, que no soy nadie, y que como el resto de mis compañeros somos personas de lo más normales", dice con humildad. La cosa no quedó ahí. Dos días más tarde se volvió a encontrar con el chico y su madre, que le confesó que el niño no se quería lavar las manos porque las había estrechado con las de Arango. "¿Qué quieres que te diga? Esas cosas emocionan un poco".

Foto: Las reglas en el rugby serán distintas. (EFE/Mariscal)

El 'engaño' a los rivales

Otro miembro de la expedición española a Francia fue el gallego Borja Carreira, un cabo primero especialista del Ejército que, como el resto de sus compañeros, debutaba en un Campeonato del Mundo militar de rugby XV. Jugó como capitán el partido inicial de la primera fase frente a Georgia. En el segundo, ante Tonga (49-5), tuvo el privilegio de anotar el primer ensayo de España en unos Mundiales y en el tercero, frente a Inglaterra (128-3), descansó. "Fueron vivencias muy gratas si dejamos de lado los resultados de los partidos porque íbamos escasos de preparación", recuerda. El agónico triunfo contra Países Bajos (30-29) en la última jornada del campeonato le sirvió para hacer una lectura positiva de su estancia en Francia. "Fue un partido espectacular porque sabíamos que íbamos a competir con potencias mundiales y la gente pensaba que éramos una perita en dulce fácil de ganar", confiesa. El premio de vencer en el último encuentro, aunque fuera en el tiempo de descuento, hizo que "no volviéramos de vacío" y generar mayores expectativas de cara al futuro.

Carreira lleva muchos años en el mundo del rugby. Siempre ha jugado de pilier (número tres) en ligas regionales con el León y el Ponferrada, junto a Arango, hasta que justo esta temporada, a sus 42 años, ha fichado por el equipo de su tierra, el Muralla de Lugo "para quitarme el gusanillo". Allí se va a convertir en el más veterano del equipo. Sabía, por tanto, a lo que se iba a enfrentar en Francia. No le extrañó mucho ver a los tonganos bailar el Kailao, su particular haka, encontrarse a jugadores profesionales o semiprofesionales en las melés o comprobar de primera mano la "disciplina de los japoneses". Su inclusión en la convocatoria final comenzó a gestarse el pasado mes de mayo cuando disputó en Valladolid el Campeonato Nacional de rugby militar donde el seleccionador tuvo la oportunidad de comprobar in situ el material del que disponía de cara al Mundial. Otra cosa bien distinta es que luego pudieran rendir en el campo a gran nivel con solo dos semanas de preparación "cuando había otros equipos que llevaban varios meses juntos".

Acudió al Mundial, pese a que a nivel personal las fechas no le cuadraran mucho. Su mujer estaba embarazada de ocho meses y en cualquier momento podía dar a luz. Solucionó el problema al ir en su propio coche desde Astorga hasta el lugar de la concentración en Jaca (546 km) para así poder regresar desde Rennes, en la Bretaña francesa, en caso de necesidad. Eso suponía meterse entre pecho y espalda otros 1.132 kilómetros. Al final no hizo falta apresurarse "porque me dio tiempo a volver al nacimiento de mi segundo hijo varón y hasta acudir a la boda de mi cuñado". Carreira es muy consciente de que su profesión le obliga a veces a mantenerse alejado de su familia más de lo que él quisiera. Ha estado, por ejemplo, dos veces en Afganistán y otra en Kosovo. "Es duro dejar a las mujeres, a los hijos, a los amigos y a todas las comodidades del hogar, pero ya sabemos que es nuestro trabajo y para lo que estamos entrenados", afirma. Cuando se desplaza en misión de paz, como él mismo reconoce, "siempre llevo en el recuerdo a los compañeros que murieron". Y ya en las zonas de conflicto se limita a hacer su trabajo sin rechistar y siempre con una idea fija: "Lo importante es ir todos y volver todos porque a veces, por desgracia, eso no sucede".

placeholder Un deporte con muy buenos valores. (Cedida Selección militar)
Un deporte con muy buenos valores. (Cedida Selección militar)

El fichaje del fisio

La Selección no podía ir al Mundial sin su fisioterapeuta. La tarea recayó en las experimentadas manos de la dama paracaidista María Eugenia Rojas, que lleva más de 19 años en el Ejército. En la decisión de llevarla a Francia pesó su pasado en el filial del equipo de fútbol del Getafe, donde estuvo una década procurando que el tono muscular de los jugadores estuviera al 100%. Todo cambió en 2018, cuando le destinaron a otra unidad donde coincidió con el teniente coronel José Antonio Cuevas quien, a su vez, era el seleccionador militar. Su superior le comentó la posibilidad de colaborar como fisio en el equipo y no lo dudó ni un instante. "No tenía ni idea de rugby y ahora lo prefiero mil veces más que el fútbol", afirma. Es más, añade que el rugby es un "gran desconocido" y que si hubiera tenido contacto antes con este deporte "me hubiera metido sin dudarlo e incluso hubiera jugado".

Rojas no tiene ningún familiar en el Ejército y, aun así, la idea de vestirse de militar siempre rondó su cabeza. "Ya desde muy pequeña me gustaban las películas bélicas y los deportes de acción, por lo que puedo decir que mis sueños se han cumplido", arguye. Partió al Mundial con dos grandes maletas "y casi una y media de ellas estaba repleta de material como vendas, agujas y hasta una presoterapia portátil". A sus 45 años ha comprobado en sus propias carnes hasta dónde llega la motivación de un jugador para disputar un Mundial entre militares. "Un chico se partió la mano y quería jugar y, si hubiera tenido las más mínima posibilidad, lo hubiera hecho. Los militares somos así", subraya. Otro compañero tuvo una luxación en el dedo contra Inglaterra cuando perdían por más de cien puntos. "Lo tenía totalmente torcido y solo me pedía que se lo colocáramos bien porque no quería irse del campo". Al final, le hicieron caso, así que siguió jugando, "otra cosa es el intenso dolor que seguro tuvo que tener al día siguiente".

Como militar, Rojas ha estado destinada en misiones de paz en países tan distintos como Mozambique, "donde montamos un hospital de campaña para proteger a la población civil durante unas inundaciones", y en Kosovo "donde la cosa estaba bastante revuelta porque un sector de la población luchaba por la independencia". La dama paracaidista sonríe cuando se le pregunta qué hace si ve tendidos en el suelo al mismo tiempo a un cabo y a un comandante. "Eso no se mira, salvo cuando vamos vestidos de militar así que, por supuesto, al que esté más grave", replica sin vacilar. "Durante toda la concentración o en el terreno de juego todos somos personas y nos tratamos de tú. Hay muy buen rollo entre nosotros porque no trasladamos al campo el tema laboral", explica. Ese trato de igual a igual provocó circunstancias tan curiosas como que un cabo pudiera ejercer de capitán durante un partido y que, incluso, impartiera instrucciones a pie de campo a comandantes u otros oficiales. Eso sí, solo durante 80 minutos.

placeholder El buen rollo es total en las prácticas. (Cedida Selección militar)
El buen rollo es total en las prácticas. (Cedida Selección militar)

La presencia en operaciones humanitarias

Javier Martín-Peñasco es un paracaidista destinado en Paracuellos del Jarama que mamó el rugby desde muy pequeño, pero que no empezó a practicarlo hasta ingresar en el Ejército. Su padre y su abuelo veían en casa los partidos del V Naciones. Él, sin embargo, seguía con su mente puesta en el fútbol. Ni siquiera cuando le llevaban "con tres o cuatro años" al campo del Central para ver los partidos del Cisneros o de la Selección la cosa le impresionó mucho. Y eso que para que estuviera atento le compraban un Aquarius "y una bolsa de quicos". Años más tarde, acudió al Campeonato Nacional militar disputado en 2017. "Lo probé y, desde entonces, sigo jugando incluso como civil en el equipo de San Sebastián de los Reyes", señala. En Francia se tuvo que ver las caras con auténticos morlacos. Contra Inglaterra, a pesar de no jugar, recuerda que "salvo el medio de melé y los dos alas, todos tenían más de 85 kilos y la mayoría pasaba del 1,90. Era gente muy grande y muy dura y te das cuenta de que jugaban a rugby desde pequeñitos".

No eran las mejores fechas para que Martín-Peñasco, conocido en su club con el apodo de Bripac y que juega habitualmente en cualquier puesto de la línea de tres-cuartos, acudiera a un Mundial. En julio, su madre tuvo una recaída de su cáncer de mama y la tuvieron que operar de urgencia. "Ahora ya está mucho mejor porque hasta el oncólogo nos ha dicho que no le hace falta ni quimio ni radioterapia", dice con satisfacción. Lo peor ocurrió el 24 de agosto cuando falleció su suegro y tuvo que abandonar unos días la concentración. "Jugué el partido contra Tonga y después del tercer tiempo me vine en coche a España con los padres de un compañero", recuerda. Llegó a Madrid el 24 por la mañana. Pocas horas más tarde, su suegro murió. "Por lo menos me dio tiempo a despedirme de él y a estar dos días con mi novia y mi suegra para ayudarlas en todo lo que pudiera", añade.

Como algunos de sus compañeros en la Selección, Martín-Peñasco también ha estado en operaciones humanitarias. A él le tocó acudir a Irak en 2018 en una misión de protección y formación "cuando había un montón de atentados del ISIS en la zona de Siria y del norte de Irak". Este tipo de conflictos armados, como el de Rusia con Ucrania o el de Israel con Hamás, le provocan "mucha" rabia e impotencia "porque al final quien más sufre siempre es la población civil". Su condición de militar, además, le hace recordar que su misión siempre es la de "proteger a esa gente". Por eso, enseguida le viene a la mente el recuerdo de los 260 jóvenes asesinados por milicianos de Hamás durante una fiesta rave celebrada cerca de la frontera de Gaza o las imágenes de niños y mujeres palestinas muertas por los bombardeos, aunque sabe que son cosas "que se escapan a nuestro control". Ese ideario llevado al rugby le lleva a pronunciar una frase que les dijo el militar francés designado como personal de apoyo y que hizo de intérprete a la expedición española durante el Mundial. "Los españoles nunca os rendís y seguís placando". Y él apostilla: "Es que eso va en la identidad del español y en estamentos militares, de la Policía o de la Guardia Civil: que no nos rendimos nunca".

"¿Te vienes al campeonato del mundo de rugby militar?", le preguntó por teléfono el comandante Germán Segura al soldado Carlos Andrés Arango. No era ninguna orden, tan sólo una simple pregunta. Ni medio segundo tardó en contestarle con un sí que sonó de lo más convincente. No se esperaba la llamada. Sabía que estaba en una lista de reservas, pero, como quedaban menos de diez días para que comenzara el Mundial en Francia, apenas tenía ya esperanzas de ser convocado. La parte más difícil vendría después. Arango estaba de vacaciones en Gran Canaria con su mujer y su hija. Por tanto, había que buscar con suma delicadeza el momento más adecuado para comunicarles que, de repente, debían hacer las maletas y volverse a casa. "Es que estas cosas no te pasan a menudo", "es una oportunidad que no se volverá a repetir" o "se trata de una experiencia que te va a quedar marcada para toda la vida" fueron las expresiones que utilizó como bálsamo para suavizar la inminente marcha de la isla de toda la familia. Tuvo suerte "porque la mujer que tengo es un ángel y la niña más".

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