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Por qué Ancelotti gana LaLiga con un Real Madrid mutante e indescifrable
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Ángel del Riego

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Por qué Ancelotti gana LaLiga con un Real Madrid mutante e indescifrable

El técnico italiano es el gran arquitecto del campeón de LaLiga. Inventó un sitio para Jude Bellingham, sobrevivió a la escabechina en defensa y a la marcha de Karim Benzema

Foto: Ancelotti se saluda con Bellingham tras conquistar LaLiga. (Reuters/Juan Medina)
Ancelotti se saluda con Bellingham tras conquistar LaLiga. (Reuters/Juan Medina)

El Madrid es el equipo de los momentos culmen y tiene en la banda a un artesano que se ha convertido en un hacedor de transiciones entre escenas, donde aparentemente no pasa nada, pero todo acaba decantándose. Es en esos intersticios donde se enciende la literatura, donde los grandes autores destacan y hacen que la luz se filtre entre los ventanales de esas catedrales que construyen con palabras.

Ancelotti ha conseguido eso. Era un entrenador de los antiguos, de esos cuyas ruedas de prensa acaban siendo algo parecido al refranero. No da la alternativa a los chavales con facilidad. El futbolista que viene de abajo tiene que trepar una montaña por su cara más áspera antes de acceder a la titularidad. Ciñe el juego a sus futbolistas, dándole libertad a los grandes talentos y manejando a los medianos con indicaciones claras y concisas.

Sabe transmitir la corriente profunda del fútbol con esa tranquilidad que sólo tienen los que han crecido en palacio. Eso le hace un competidor magnífico en la Copa de Europa, el mejor de toda su historia, quizás.

Pero en liga, le cuesta mantener un dibujo estable, un plan reconocible a vista de pájaro, ese tipo de sistemas que cuando todo va mal, siguen ahí, funcionando, dándole una brújula al jugador desorientado y haciendo campeonar ligas, ese torneo que se suele ganar por erosión.

placeholder Los blancos celebran el título contra el Cádiz. (Zuma Press Wire/Alberto Gardin)
Los blancos celebran el título contra el Cádiz. (Zuma Press Wire/Alberto Gardin)

Dominador total de la competición

En esta nueva etapa en el Madrid, Carletto lleva ya dos ligas. Esta última es quizás su obra maestra por las dificultades enfrentadas. Se fue su delantero centro, se le cayó la defensa y tuvo que incrustar en el ataque a un mediapunta adolescente venido desde el Borussia Dortmund. Con esos mimbres, Carlo ha dejado en 22 los goles encajados por el equipo. Son tan pocos que casi deberían tener un valor especial, como las perlas, como el platino, como el uranio enriquecido.

El Madrid también ha sido el equipo que ha marcado más, 74 goles, venidos de cualquier manera, como ha sido siempre y como debe ser. Tirando los balones por encima de las tapias para que los muertos cabeceen con la memoria. Ha sido el equipo que ha gobernado las áreas y los sitios donde nunca pasa nada. Un dominio absoluto pero no absolutista, ya que casi todos los equipos que han jugado contra el Madrid, incluido su último partido ante el Cádiz, han creído en algún momento que podían ganar el partido

Pero no, era una ilusión óptica con la que Ancelotti busca congraciarse con el resto de las aficiones. El Madrid existe para la felicidad del mundo y el italiano lo sabe muy bien.

Karim Benzema

Tanto años después, y Benzema no estaba. Se le echaba en falta como se echa en falta la infancia o esos recuerdos que titilan en algunas calles, por donde tenemos cuidado al pasar. Cuando una pareja rompe, es como si una civilización se exinguiese. Lo que queda hace daño al mirarlo. Son objetos arqueológicos de valor incalculable. Con Karim ha pasado eso.

Hubo ratos en la temporada donde notábamos que faltaba algo sustancial. De repente el tiempo se hacía espeso y los segundos contaban hacia atrás. Notábamos la pérdida. Benzema era el sumo sacerdote de una religión de un solo miembro: la religión del agua. Esa pausa en la mediapunta que era casi una nostalgia de un mundo mejor, se fue con él.

Foto: Carlo Ancelotti ya es leyenda del Madrid. (Reuters/Susana Vera)

Hey Jude

Tras el arte impresionistas de Karim, no aguardábamos nada. Y llegó Jude. No lo esperábamos y esa sorpresa (y su puntería) hizo que se alzase desde el principio como el favorito del Bernabéu. Jude llegó escondido al Madrid, gracias a la murga que se había dado en el verano con Mbappé. Dejó una huella muy clara desde su primer partido contra el Athletic. Jude no causó un tsunami, fue una marea que subía sin pausa y que se adueñaba del partido de punta a cabo.

No tenía problemas en ir a la guerra. Es duro y recupera abajo, va al suelo y su elasticidad le permite surgir con la cabeza levantada de los sitios donde otros se hacen un nudo. Comenzó marcando un gol en semifallo. Un toque extraño y genial que vino de ninguna parte, como aquellos de Zizou.

El gesto estético del inglés es reconocible desde muy arriba. Conduce y quiebra con un subrayado y lleva la pelota como un príncipe; la cabeza arriba y las piernas al compás. No organiza, mejora las jugadas. Es de acero reforzado y a la vez, tiene un cuerpo humano hecho para evitar la tierra y pisar sólo las estrellas.

placeholder Jude Bellingham es uno de los grandes nombres propios del Real Madrid. (EFE/Daniel González)
Jude Bellingham es uno de los grandes nombres propios del Real Madrid. (EFE/Daniel González)

Todo eso pareció desde el principio. Y en el área intuye los espacios hacia los que la pelota va a salir despedida y dispara sin darle importancia al sitio donde no está el perro. Un gol por partido. Así fue su primera vuelta. Algo inesperado, muy superior al jugador que se veía por la tele. Aquel chaval del Borussia, un equipo poco fiable porque ataca sin freno y la última vez que sus jugadores bajaron a defender no había guerra en Ucrania.

Además, era inglés. Hay cierto resabio contra el fútbol inglés en el madridismo. Fueron los inventores del fútbol y quizás por eso el Bernabéu los mira con desdén. Que inventen ellos!, que el mar y el horizonte lo ponemos nosotros, parece murmurar la gran masa silente que habita el estadio. Son esas manías que uno coge y no se ha parado a reflexionar. Ahí está Gareth Bale, una estrella siempre con asterisco pero que mirando hacia el pasado reciente, ofrece la grandeza del mejor cine clásico.

Bellingham es también insultantemente guapo. Se puede convertir en un icono global y tiene esa celebración que se copia ceremoniosamente en el país de los niños. No es Beckham, porque todo lo que proyecta lo hace a través de su fútbol, de su deambular sigiloso por el campo en la búsqueda de un lugar que todavía no tiene nombre. Y ha venido al Madrid casi impoluto. Con la memoria por hacer. Y eso hace feliz al estadio.

Se adaptó a la perfección

Jude es alto, buena zancada, mejor pinta, muchos goles. Pero el Madrid es harina de otro costal. Aquí se juega un fútbol individualista de apoyos cortos y confuso entramado táctico. Ancelotti da una información general, como si hablara del tiempo, pero es el jugador quien tiene que organizar el caos y descubrir los túneles secretos entre las líneas. ¿Hablaría el mismo lenguaje que sus compañeros? Esa incógnita se desveló el primer mes.

Cada encuentro, un gol. No hubo necesidad de adaptación. La camiseta blanca parecía pegársele al cuerpo como si fuera un tatuaje. Cabeza alta, talle de cisne que abre las alas al plantarse delante de la grada tras el gol.

Las declaraciones del entrenador italiano, que ha jugado con Van Basten y Maldini y ha entrenado a Kaká o Cristiano, eran de admiración. Carlo le construyó un lugar entre la mediapunta y el falso 9, un diamante tirado un poco a la izquierda, el sitio de los genios; pero eso fue al principio.

placeholder Bellingham y Vinícius forman una pareja demoledora. (EFE/Peter Powell)
Bellingham y Vinícius forman una pareja demoledora. (EFE/Peter Powell)

Después fue el equipo el que se ordenó alrededor de lo que Bellingham es. Lo comenzó a alimentar desde cualquier punto para que él fuese quien conecte el interruptor de la luz o incluso la luz misma. Dos ejemplos. Contra el Napoli –en Champions–, el inglés intercepta un balón con esas piernas larguísimas hechas para el castigo y le cede una pelota dulce a Vinícius que lo aprovecha con delicadeza. Toma, hazlo. Y el brasileño, lo hizo.

Poco después, recibe una pelota en el centro del campo y comienza una de esas conducciones que queda para los libros de historia. Lleva el balón escondido entre las piernas en un sitio donde los defensas no pueden llegar.

Avanza cambiando el ritmo y los apoyos en una forma nueva y limpísima de regate. Parece que la jugada se ensucia pero no, es un quiebro y ahí tiene delante la portería tan llena de gente para algunos excepto para los grandes, para los que sólo hay vacío.

Ancelotti supo construirle su sitio

Se hablaba mucho de Bellingham pero siempre se habla del nuevo fichaje del Madrid. Tras ese gol hay otro escenario. Los comentaristas siguen las evoluciones del inglés como si en cada intervención suya fuera a inventar el fútbol. Ya no hay comparaciones con Henry o con Zidane. Es un hombre nuevo descubriendo un espacio a su alrededor. Y todos se dan cuenta, el primero Vinícius, al que el jugador británico ha liberado de presión y con el que tiene un nuevo compañero de lunas, esta vez de igual a igual, una vez que Benzema decidiera marcharse al desierto.

Contra el Barcelona, un Clásico que estaba igualado, era el minuto 67 y se pudo observar a un jugador donde la mediapunta blaugrana pidiendo la pelota con desesperación. El paisaje era tenso, de espera, como antes de un bombardeo. Al chico no le dan la pelota y hay un centro fácil que es despejado a su zona. El chico es Jude y recoge el balón con una pierna y da un paso para acompasar el cuerpo y el deseo.

El golpeo de tan perfecto es irreal. Treinta metros después, la pelota ya era gol. Ese fue el único trazo del partido que sobrevivió en el recuerdo. Lo que pasó antes y después de la iluminación no tiene importancia.

Foto: Bellingham, en el partido contra el Athletic. (Reuters/Violeta Santos Moura)

Luego llegó la segunda parte de la temporada. Bellingham perdió sus pasos en el área, quizás Ancelotti, que lo retrasaba en defensa al medio campo, lo alejó de su sitio del principio. Enero y febrero son duros para todos y Jude parecía cansado. En esa época el Madrid hibernó con las constantes al mínimo. La típica crueldad competitiva que no gusta mirar pero da títulos en el mes de mayo. Jude se lesionó y volvió regular de la lesión.

Del banquillo surgió Brahim y los de siempre dijeron que se jugaba mejor sin la famosa estrella británica. Sus últimos partidos han sido un anticlímax, pero dejó un detalle contra el City que posiblemente le dio la eliminatoria al Madrid. El otro día contra el Cádiz salió y marcó un gol de los suyos, anticipándose desde atrás poniendo el pie con esa mezcla de ternura y metal de la que está hecho.

No hay sensación más dulce para el hincha que la de ver crecer un mito delante de sus ojos. Con sus idas y bajadas. Sonrisas, codazos, silencio y estallido de júbilo. Un rey inglés, lo que nunca había sucedido.

Kroos y el ritmo

No había mucho que decir sobre Kroos. Era la perfección y eso no tiene palabras que lo igualen. Para el Madrid, el alemán es algo parecido a lo que significa el padre en una familia. La columna central de la que nadie habla mucho hasta que un día falta y todo se desmorona. Se ha ido volviendo rígido (nunca fue un prodigio de elasticidad: es alemá) y su radio de acción es en teoría más reducido. Su cubículo mide dos por dos, pero es impenetrable. Desde ahí, sigue dictando los aires y en defensa recupera mucho más de lo que se dice.

Kroos es quizás el mejor pasador de la historia. No el más mágico, donde Maradona, Zidane o Platini le usurpan el puesto, si no el mejor que no es lo mismo. El más fiable, el que da más continuación al juego, el que mezcla las alturas y los ritmos como si fuera un profeta hablándole a los vientos. Alguien que desde su capilla gobierna todo el frente de ataque, desde las Ardenas hasta la estribaciones de los Urales.

Cuando Kroos tomaba el mando, el Madrid cogía ritmo, altura y las ocasiones brotaban fáciles. Cuando no, tocaba replegarse, recuperar y mirar cómo Fede y Camavinga se adueñaban de los campos españoles como si fueran soldados de una raza superior. Esos dos tensores son la causa principal de que al Madrid le hayan rematado poquísimo y un absoluto descanso para los demás. Son jugadores hechos para dominar semifinales de Champions, y los campos españoles parecen para ellos, canchas de futbito donde probar sus cualidades.

Tchouaméni, el hombre montaña

Tchouaméni es como si los continentes jugaran al escondite. A veces parece un mediocentro secreto, limpio y elegante pero sin el impulso genocida que se le pide al sucesor de Casemiro. Otras, un imperio que está expandiendo sus límites. Parece imposible perder con él pero no se sabe muy bien por qué.

Cuando Carlo lo puso de central, no cometió errores ni se adueñó de los partidos. Un jugador sereno, que no se sabe si es un poco vago o está tan bien posicionado que no le vale la pena enfadarse. Es un indiscutible de Ancelotti, la máximo autoridad en mediocampistas y ya es titular.

Los goles de Joselu

Joselu es un delantero centro de clase trabajadora. Módulo FP de posicionamiento entre centrales con una especialidad en bajar balones del cielo. Uno de esos en el Madrid tiene que ser o un mago o un dictador exquisito. Él no está en ninguna de las dos categorías.

Rodeado de jugadores novísimos y extraños, Joselu es la normalidad del centro y el remate. No es un Cristiano ni un Benzema, ni siquiera como concepto. Es algo olvidado que viene del pasado para recordarnos esa frase inmortal: fútbol es fútbol. Y en los meses de la espesura, un tipo que se mueve como un tornero fresador y remata hasta una sentencia del constitucional, es una joya.

placeholder Joselu ha sumado mucho desde el banquillo. (ZUMA Press Wire/Alberto Gardin)
Joselu ha sumado mucho desde el banquillo. (ZUMA Press Wire/Alberto Gardin)

Joselu remata de forma obvia pero tiene un punto de desgarro que lo hace superior a lo que aparenta. Es como esos guardias civiles de Castilla que eran destinados al País Vasco. Un héroe cotidiano. Alguien que en silencio cumple con lo que se le exige. El bien común sin adjetivo alguno. Mantuvo al Madrid con vida en los momentos en los que jugar al fútbol es como hacer surf en los márgenes del Vesubio.

Jude no comparece, Vinicius ha caído y Rodrygo es demasiado gentil para la España profunda. Pero ahí está Joselu, marcando con la testa y celebrando ese gol que te dará una liga golpeando con rabia el suelo de su estadio. Al principio parecía un intruso en ese mundo de príncipes africanos. Ya no. El sábado también marcó. Esta liga tiene su apellido.

El Madrid es el equipo de los momentos culmen y tiene en la banda a un artesano que se ha convertido en un hacedor de transiciones entre escenas, donde aparentemente no pasa nada, pero todo acaba decantándose. Es en esos intersticios donde se enciende la literatura, donde los grandes autores destacan y hacen que la luz se filtre entre los ventanales de esas catedrales que construyen con palabras.

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